¡Hola!
Te doy la bienvenida a la gran Biblioteca Utopía.
En esta biblioteca podrás encontrar libros en español para descargar y leer. Hay casi 200000 de ellos (y se actualiza periódicamente), así que probablemente hallarás lo que andes buscando.
Este catálogo es muy fácil de entender, no como la primera versión de mi diseño que estaba toda fea.
Básicamente puedes elegir en el cuadro combinado cuántos autores quieres que se muestren, puedes ir a las distintas páginas y lo más interesante, buscar libros por autor, título, sinopsis y género. ¡Bendito GPT!
Puedes descargar los libros individuales, o los autores que quieras con todos sus libros incluidos. ¡Tú decides!
Ten presente que al descargar todos los libros de un autor en específico, presionando sobre el enlace del autor, la página puede tardar en procesar tu solicitud. Entre más libros tenga el autor que quieras descargar, más tardará en comenzar la descarga.
En cada autor puedes encontrar sus libros, los géneros (los que los tienen) y su sinopsis. ¡Así de fácil!
¡Que la disfrutes!
Advertencia: Entre más autores decidas mostrar, más datos le estarás enviando al navegador, por lo que puede que responda más lento o que tarde en cargar los autores deseados.
¡Recomienda libros!
Si ves libros en la biblioteca que has leído, o si lees algún libro de aquí, por favor márcalo como leído y recomiéndalo (o no).
Debajo de cada libro tienes un botón para marcarlo como leído. La página te preguntará si quieres recomendarlo y al hacerlo, se estará guardando y se visualizará debajo de cada sinopsis.
¡Ayudémonos entre todos a descubrir lecturas interesantes!
Las tensiones diarias, el ritmo de vida, los compromisos..., a menudo suponen una carga muy difícil de soportar, que puede llegar a provocar enfermedades. En esta obra se explican de modo práctico todos los métodos para mantener la calma ante el estrés, aprendiendo a identificar las causas de tu malestar y ayudándote a decidir qué puedes hacer para superarlas.
Una noche de descanso reparador no tiene por qué ser un sueño. ¡Puede ser una realidad! Incluye tips, consejos, ejercicios e ilustraciones. Si deseas solucionar tus problemas de sueño, los trucos y consejos de Internet no serán de mucha ayuda. Necesitas realmente entender lo que está pasando con tu descanso: cuáles son tus problemas y cómo resolverlos. ZZZ... El libro del sueño es un emocionante viaje de autodescubrimiento y comprensión del sueño que te ayudará a personalizar intervenciones específicas para tu estilo de vida. Basado en sus veinticuatro años de experiencia en el campo del sueño, el neurólogo y experto en descanso W. Chris Winter te ayudará a: - Entender cómo funciona el sueño y la forma en que la comida, la luz y otros factores actúan para ayudar o perjudicar el proceso. - Aprender por qué las pastillas para dormir son frecuentemente malentendidas y utilizadas incorrectamente, y cómo puedes alcanzar tu mejor descanso sin ellas. - Incorporar el sueño y las siestas a tu rutina diaria, sin importar que trabajes en horarios de oficina, seas estudiante o padre de tiempo completo. - Entender mejor cómo tratar infinidad de condiciones desde insomnio y apnea de sueño hasta síndrome de piernas inquietas y trastornos circadianos del sueño. - Navegar a través del mar siempre cambiante de la tecnología del sueño y entender su valor, pues se relaciona con tus propios problemas de sueño.
SANTA Fe de Nuevo Méjico, capital del Estado del mismo nombre, fue siempre una ciudad que, pese a las vicisitudes de los tiempos y a los azares políticos, conservó ese sello característico que los españoles hemos imprimido siempre por donde pasamos. La típica arquitectura española y el temperamento, así como el idioma, han predominado desde Oñate y Coronado a nuestros tiempos y, si bien los norteamericanos, desde la invasión a nuestros días, hicieron cambiar la idiosincrasia de sus habitantes y colonos, allí queda, como un monumento que nadie puede derrumbar, la fisonomía arquitectónica española, el espíritu de la raza inmiscuido a los indios de Nuevo Méjico y algo sutil y espiritual que el carácter práctico y moderno de los yanquis no ha podido borrar ni ha querido, en justicia, pues lo considera como una de las virtudes del poblado, lo que le presta fisonomía y personalidad dentro de su historia.
COMO un reguero de pólvora corrió la noticia por todo el escaso vecindario de Villa Sur, poblado en embrión junto al Arroyo Sucio, no muy lejos del curso del Cimarrón en Oklahoma. El tren de Rock Island había sido asaltado en el puente del Cimarrón y el dinero que transportaba para el pago de los soldados en Tejas había pasado íntegro a manos de los asaltantes. De la hazaña se culpaba a Bill Doolin y su banda que merodeaban a lo largo de las orillas del famoso río, en lo que vulgarmente se llamaba entonces la Zona, para designar una enorme extensión de terreno en principios de colonización en el territorio de Guthrie.
SAMUEL Redgrave se aferraba con desesperación a los sólidos barrotes de su pequeña celda, contrayendo sus duras manos en ellos hasta hacerlas blanquecer del esfuerzo, pero los barrotes bien hundidos en la pared maestra que formaba el tabique de la prisión, parecían indiferentes al esfuerzo sobrehumano que Samuel realizaba para arrancarlos de su alvéolo. Jamás hubiese sospechado que su alegre regreso a Garretson, donde tenía su rancho, fuese tan dramático para él.
GATHIE Basney miró inquieta hacia la senda que descendía hacia la amplia cabaña, que a modo de rancho se erguía en aquella parte acotada por su padre algunos años atrás, para establecer su pequeña hacienda y convertirse un día en un respetado y hacendado ganadero. Las cosas habían marchado regularmente los primeros años.
LA noche era oscura y dominada por un poco de niebla húmeda y fría, que medio borraba los trazos del pequeño andén de la estación de Picacho, un pueblo de poca importancia de la línea que iba de Maricopa a Tucson. La estación era larga, achatada, renegrecida por el agua y los vientos, de paredes de adobe, con una marquesina de obra de fábrica que sobresalía un par de yardas sobre el concreto del andén.
LA torada se extendía por la llana pradera a menos de dos millas de la bulliciosa ciudad de San Antonio. Empezaba la primavera y desde que se abriera la ruta del ganado a través de las llanuras centrales de Texas, camino de Dodge City, día a día, estaban afluyendo hatajos, cuyos dueños atraídos por el buen negocio que significaba el poblado, consumidor, no vacilaban en lanzar sus reses a través del Estado, sobre todo de la parte Sur y correr los avatares de unos cuantos meses de conducción áspera, dramática y a veces muy incierta, para colocar sus grandes rebaños inactivos e improductivos en los pastos estrechos de cada rancho.
FRANK Bishop dejó la pluma sobre la cuartilla en la que escribía con mano nerviosa y echó una mirada distraída a través del ventanal de su despacho. El día era suave, algo cálido y luminoso. La alegría del sol se reflejaba en la fachada del rancho y sin saber por qué, Frank pensó en los tiestos, ya en flor, que su hija Rosie cuidaba con esmero y alineaba sobre soportes de hierro en la veranda del saledizo balcón del piso superior.
a mañana en que Jack Hamilton dio vista al poblado de San Mateo, en el Estado de Nuevo Méjico, el sol se quebró con fuerza en el plateado mango de su Colt ceñido a las caderas. A lomos de su negro y fino caballo, erguido en lo alto de una colina que le permitía distinguir el paisaje en una gran extensión, abarcaba a distancia el poblado que había crecido mucho desde que él lo abandonara; y las feraces tierras que se extendían a derecha e izquierda, tierras que un día fueron de su padre y su tío, y que según las noticias que había recibido casualmente en el exilio, ya no les pertenecían, porque los dos habían muerto a mano armada. Aquellas tierras que fueron propiedad de sus mayores, eran suyas, aunque otros las detentaran por la fuerza y aquel poblado había nacido a impulsos de los suyos, los primeros colonos que se establecieron allí, y a cuyo amparo otros llegados posteriormente asentaron sus tacones y formaron una pequeña comunidad, que con los años se había desarrollado más que él suponía.
Para Elston, la vida, durante sus últimos cinco años y ya contaba veintiocho, había sido una pura aventura nada agradable. Se enroló en el ejército del Norte apenas dio comienzo la guerra de Secesión, peleó en los lugares de más peligro recibiendo tres heridas en tres acciones, y si bien de las tres había salido con vida, fue a costa de unos cuantos meses de hospitales. Esto le había valido alcanzar el grado de sargento, pero cuando la guerra tocaba a su fin y ya el ejército del Sur estaba vencido, fue cogido prisionero durante el asedio y toma de Nueva Orleans y confinado a un campo de concentración de prisioneros de donde logró fugarse con otros dos compañeros de cautiverio.
Desde que Camerón llegara al rancho con aires de presunto heredero y, por lo tanto, presunto dueño de la hacienda, le había sido antipático, pero sobre la antipatía general que sentía hacia él, había algo superlativo que aumentaba el encono y ese algo era la nariz del joven y presunto heredero. En justicia había que reconocer que el apéndice de Camerón era algo destacable y lo único que afeaba su rostro de líneas bien trazadas. Era una nariz que a veces daba la sensación de judaica y otras, la de algo superpuesto, para llamar la atención y hacer que se fijasen en él más detenidamente. En sus ratos de mal humor, Crisp cerraba los ojos y se forjaba en su mente el momento inenarrable en que su duro puño se aplastaba sobre aquel incitante apéndice y lo aplastaba a ambos lados, convirtiéndolo en algo exótico y risible, que, desbordando los carrillos, tenía que llegar a las orejas por ley de elasticidad.
Le conocía hacía mucho tiempo. Spencer siempre se había portado decentemente prometiendo ser un hombre de provecho, y en poco tiempo había dado un cambiazo enorme; empezó a beber, a jugar, a frecuentar amistades que se reputaban dudosas, aunque no hubiese pruebas de que se tratase de elementos fuera de la ley, y esto había dado margen a que en el rancho donde prestaba servicios, se hubiese destacado como una oveja negra hasta el punto de que su patrón, que también le apreciaba enormemente, tuviese que censurarle un día agriamente delante de sus compañeros de equipo.
Con un gesto de mano, indicó a los tres peones que se deslizasen por el estrecho atajo, en tanto él con los otros dos, se lanzaban por el sombrío cañón, una angosta fisura de altas paredes de granito que se levantaban casi a pico y no permitían apenas el paso del reflejo solar al fondo. Young iba en vanguardia con el rifle atravesado sobre la silla en previsión de una sorpresa. Temía que los abigeos, al verse descubiertos, la emprendiesen a tiros para poder escapar y no estaba dispuesto a dejarse sorprender.
Furioso, Emily Rook, el ranchero, arrojó sobre su mesa el pliego de burdo papel que contenía el sobre que acababa de rasgar. Era la tercera vez que recibía el mismo papel con el mismo contenido, aunque cada vez más apremiante. «Los tres Colts», una extraña organización cuyos componentes se ignoraban, se habían obstinado en arrancar un pellizco a su bien cimentada fortuna. Se le exigían veinte mil dólares, nada menos, por dejarle gozar tranquilamente de sus saneadas ganancias y de no entregarlos en un plazo máximo de quince días, entenderíase que estaba dispuesto a arrostrar las consecuencias de su negativa, ateniéndose a los sucesos que se derivasen de ella.
LULIO de 1855. El pueblo de Lawrence en Kansas, situado a unas cuarenta millas aproximadamente de la frontera de Missouri, empezaba a surgir fuerte y vigoroso en virtud del espíritu tenaz y emprendedor de los colonos que, procedentes del Norte, habían ido a establecerse a pocas millas de la divisoria del Estado vecino, no para vivir una existencia mansa y bucólica, sino para sufrir todos los sobresaltos de una embrionaria y encubierta guerra civil.
Jack leyó por dos veces el aviso y sintió un frío especial en la médula. Aquel caballero a quien el destino le había concedido un patronímico como el suyo, debía ser una fiera carnicera, peor que un oso enfurecido o que un tigre con sarna. Jack se notó molesto leyendo el aviso y hasta instintivamente llevó las manos a los dos pesados colts que pendían de su estrecha cintura, pero las retiró como si hubiese tocado un hierro ardiendo.
Maxwell, con sus cincuenta años cumplidos, resultaba aún un tipo de hombre digno de la pléyade de colonizadores que se establecieron a lo largo de la llamada ruta del Oeste, aquella famosa ruta de caravaneros, que partiendo de San Luis o Independence, atravesaban los estados de Misuri y Kansas, para penetrar en Nueva México por las divisorias de Colorado y Oklahoma y terminar en la famosa ciudad de Nueva México, tras un dramático recorrido de más de dos mil millas, luchando con las inclemencias del tiempo y la hostilidad trágica de los indios.
JONATHAN Burcley, gozó durante la última etapa de su azarosa y espectacular vida, un apodo irónico que la mitad de los habitantes de San Francisco de California, le adjudicaron a fines del pasado siglo y que, de un modo justo, le acompañó hasta la tumba, en compensación a haber abusado de la frase en sentido irónico para los demás. Se le conocía por Jonathan Burcley, «Descanse en paz», frase que pasó a ser del dominio público a través de sus labios. Era la oración fúnebre que siempre tuvo para sus víctimas, las cuales, según testimonios ajenos, fueron bastantes.
LULI Kirnell captó la seca detonación del disparo cuando al agradable calorcillo de los troncos que ardían en el hogar, casi había quedado adormilada con la costura sobre el alda del vestido. Fué algo que en un principio no acertó a definir porque su estado de somnolencia no le permitió fijar con seguridad el lugar de donde el disparo procedía. Pero había sacudido sus nervios despabilándola completamente y, asustada, se levantó, dirigiéndose a la ventana para echar un vistazo fuera. Algo lejos de la casita, serpenteando oscura y fieramente, se deslizaba la rápida y tumultuosa corriente del Mississipí. El invierno que se resistía a ceder, aún mostraba en la rápida riada los últimos vestigios de su crudeza, en rotos témpanos de hielo que bailoteaban al deslizarse hacia el sur, entre las sucias aguas. Todo parecía tranquilo por allí. Por la ventana del lado contrario sólo acertó a descubrir las embarradas calzadas del poblado, desiertas a aquellas horas, y lejos, la masa desnuda de los altos y añosos árboles del bosque, mostrando sus esqueléticas ramas, ansiosas de volver a vestir sus galas primaverales. Una confusión tremenda se apoderó de ella. Alguien había disparado no lejos de allí y no acertaba a fijar el lugar exacto del suceso.
Francis Lao, uno de los dos comisarios a las órdenes del sheriff Merrit Lasky, penetró, rojo como una artemisa, en el despacho de su jefe. Las piernas le temblaban como dos muelles recién saltados, su pecho jadeaba de algún esfuerzo demasiado violento y en sus ojos ardía una luz siniestra de rabia y cólera mal contenidas que le ahogaban. Lao era un hombre de estatura media, metido en carnes, rayando una edad que más se inclinaba a pasar de los cuarenta que a mantenerse en la treintena, pero a pesar de ello demostraba vigor y fortaleza. Su rostro era abultado, sus carrillos grasientos y salientes, sus ojos casi redondos y su cabellera crespa y rebelde.
Las sombras empezaban a desdibujar el paisaje y Anton miró a derecha e izquierda con desconfianza. No eran aquellos lugares muy seguros para nadie a horas tan propicias para las emboscadas. Hacía algún tiempo que se venían desarrollando sucesos muy confusos en aquel lado de Nebraska, rayando con Dakota del Sur...
DEMASIADO densa era la atmósfera que reinaba aquella noche en El Ancla de Plata, la enorme y sórdida taberna instalada frente a los muelles en la parte más bronca y atrabiliaria de los arrabales de Omaha, el importantísimo poblado ribereño junto al Missouri, centro neurálgico en aquellos momentos de toda la vida activa de Nebraska.
AUSTIN McLean se iba al infierno de cabeza. Él lo sabía, pero no parecía muy preocupado por ello. Había dado demasiada guerra en el mundo y se creía compensado de haber ganado un buen lugar en los dominios de Pedro Botero, donde seguiría guerreando con todos los conocidos que, habiendo partido por delante de él, estuviesen allí esperando su llegada.
LA clientela, que casi llenaba el bar del hotel White en Fortyth, junto al río del mismo nombre, era en extremo bulliciosa y vocinglera. El lugar, a escasas millas de la divisoria de Arkansas, resultaba un punto estratégico para el paso de un Estado a otro a lo largo del río, e infinidad de tratantes en ganado, rancheros y marchantes, fluctuaban constantemente en el poblado, recalando casi todos en el bar del hotel, ya que este era el mejor y más cómodo de la localidad.
UNA tenue claridad lechosa, precursora del nuevo día, empezaba a filtrarse por las ventanas del garito cuando finaba la emocionante partida de póker que había durado exactamente catorce horas consecutivas. Catorce horas de tensión nerviosa, de mascar con rabia o nerviosismo las gruesas puntas de los cigarros negros y recios, de apurar de forma mecánica sendos vasos de whisky para mantener los sentidos avivados durante la larga noche. ..
QUINCE años cumplidos, día a día, en la prisión de Denver, eran muchos años de encierro para un hombre acostumbrado a los grandes horizontes y a moverse con una libertad salvaje, a través de todo el Oeste. Hugh Seitz, los había cumplido con resignación, contando los minutos que iban transcurriendo y los que faltaban por transcurrir hasta la hora dichosa de su libertad...
QUINCE días llevaba ya Griffith Irwing consumiéndose de tedio e impaciencia en una de las jaulas de las oficinas del sheriff de Casa Grande, un poblado de Arizona a caballo sobre la línea general del ferrocarril Sud Pacific, que atravesaba el territorio de Oeste a Este desde la divisoria de California a la de Nuevo Méjico.
EL jurado del pequeño pueblo de Klona, en el Estado de Washington, próximo al río Yakima, acababa de emitir su fallo. La brusca y pendenciera persona de Thorme McLeod quedaba acusada del asesinato de Olaf Dunn, y los siete hombres buenos que se habían reunido para estudiar el caso, estaban conformes en que la pena merecida era la de ser colgado de la rama de un árbol...
ALLÍ estaba el odioso pasquín, claro, rotundo, contundente, como una muda, pero terrible amenaza que nadie ni nada podía evitar. Su texto escueto, pero amenazador, ponía a buen precio su cabeza. Cinco mil dólares en el acto a quien le entregase muerto o vivo a las autoridades del Uvalde o a cualquier miembro de la Policía Montada de Tejas.
EL fiero mastín de los Hiltt ladró furiosamente por detrás de la alta y poderosa cerca de adobe recién reforzada, y con las orejas puntiagudas y la boca medio abierta, clavó sus ojos en la cerrada puerta adelantando sus patas prontas a saltar. Carolina, la madre de los Hiltt, al oír el sordo gruñido del perro, abandonó velozmente las faenas caseras que realizaba y tomando un rifle que tenía apoyado junto a la jamba de la puerta lo empuñó con fiereza. Luego saltó ágilmente, a pesar de sus años, ganando el remate de una carga de leña que se apilaba junto a la cerca y con el rifle en posición de disparar miró intensamente hacia el sur.
CARLTON Dacres, sentado cómodamente en un sillón del despacho, con las piernas cruzadas indolentemente y la pipa entre sus fornidos dientes, fumaba con displicencia y miraba a su sobrina Ilona con aire despectivo, mientras en sus labios, finos y crueles, florecía un conato de-sonrisa irónica. Amery, su hijo, un mocetón alto, algo espigado, no mal parecido, pero con unos ojos grises de pupilas indefinidas que parecían no mirar nunca determinadamente ningún objeto, se apoyaba en el quicio de la ventana con la mano derecha hundida en la cinturilla del pantalón y la izquierda acariciándose la puntiaguda barbilla. Ambos permanecían atentos a las reacciones de la muchacha, que, tras la mesa del despacho, en pie, les fulminaba con sus ojos negros y luminosos, como si quisiera abrasarlos con el fuego de sus pupilas.
SIN poder precisar cómo, medio censo de los habitantes que componían el poblado de Waynoka, a dos millas escasas del río Cimarrón, en el norte de Oklahoma, se había reunido como por encanto en la gran plaza del mercado, frente a las oficinas de Lebaron, el sheriff. La voz popular había corrido el rumor de que en plena plaza se iba a ventilar un asunto demasiado espinoso y los vecinos no querían perderse el espectáculo. Formando un ancho círculo frente al bajo edificio habían dejado libre un vano, dentro del cual podían distinguirse un ternero atado a una talanquera y cuatro individuos, que, al parecer, eran los protagonistas del drama.
CERRADO por defunción». Así rezaba una esquela con una ancha franja negra clavada sobre la puerta de una casita de un solo piso, sobre la que otro rótulo indicaba que aquel edificio era la oficina del sheriff. La esquela se hallaba bastante ajada y maltrecha por el viento y la lluvia, pero aún podía leerse el tétrico contenido, mientras en la juntura de la puerta las arañas habían empezado a tejer su tela, señal inequívoca de que aquel aviso contaba no con días, sino hasta con semanas o meses de existen
La colosal empresa explotadora del célebre rancho, luchó, murió y terminó por quebrar con pérdida de muchos millones de dólares; pero la semilla de sus teorías quedó tan arraigada, que cuando no hace muchos años liquidaba sus últimas reses y ponía a la venta por parcelas sus enormes terrenos, los métodos y las costumbres ganaderas en Texas habían cambiado tan radicalmente, que la realidad terminó por darles la razón.
OWEN Hipckin se sentía morir sobre la silla del caballo. En un esfuerzo heroico que agotó sus ya escasas fuerzas había salvado sobre su montura más de cuarenta millas de un camino áspero y hostil, ansioso de dejar atrás Provo, el poblado de perdición que había contribuido a hundirle definitivamente, mientras sus ojos, cansados, turbios y enrojecidos por el polvo que el aire levantaba, buscaban con ansia la espina rocosa del sistema montañoso de los Wasatch, que se dilataba de norte a sur como un apocalíptico monstruo reptando sobre la llanura de la tierra.
En aquella fecha, Baker era un pueblo más de los muchos del Oeste. Una calle central anchísima, polvorienta en verano y cenagosa en invierno, que servía tanto como calle como senda hacia el norte y hacia el sur. Donde acababa el sendero empezaba el poblado y donde terminaba el poblado volvía a aparecer el sendero. A ambos lados de dicha calzada, se desarrollaba el poblado de casas bajas de adobe con un solo piso, pero de altas fachadas falsas y aparentes que no ocultaban nada detrás.
La comarca no podía ser más mísera. El terreno, áspero y hosco, sólo ofrecía una hierba amarillenta y corta creciendo, entre pedregales o accidentes del terreno que no servía para mantener astados, pero que, en cambio, el ganado lanar aprovechaba muy bien para su manutención; por esto, los habitantes de aquella pobre y dilatada zona se dedicaban a cuidar rebaños de ovejas, la única industria posible en semejante lugar.
EL hotel Boston, de Saint Louis del Missouri, hallábase aquel día concurridísimo. Lugar estratégico de la zona, afluían a la tan importante ciudad toda clase de elementos a quienes sus negocios llevaban allí imperiosamente y así podían verse confundidos, madereros, traficantes en pieles, comerciantes, banqueros y hombres de negocios, algunos rancheros adinerados de aquella parte del Estado y elementos que sin actividades definidas encontraban en Saint Louis ancho campo a sus actividades y diversiones.
Dodley, hombre duro, muy corrido en todo el Oeste y fracasado en el bien y el mal, se vio rayando con la cincuentena sin haber resuelto el problema de su existencia de ninguna manera y eso que lo había intentado muchas y solo le cabía el recurso de enderezar los avatares del destino, entrando al galope, en el terreno virgen de los indios, aposentarse de una buena parcela de tierra junto al Cimarrón o el Creek Beaver y fundar una granja con aquel terreno gratuito que a él se le antojaba feraz y generoso y que el Gobierno regalaba a los colonos que llegasen a tiempo de acotarlo.
PASE, señor Forrestal—dijo el jefe de la Policía de Helena, aludiendo a un visitante que acababa de serle anunciado. Este era un hombre relativamente joven, pues no excedería de los treinta y cuatro años. Era alto, fibroso, escurrido de caderas, pero bien conformado. Su rostro era de facciones finas, sus ojos negros y profundos, su nariz recta y sus labios suaves y sonrientes. Vestía un pantalón ajustado de media pierna para abajo, unos altos leguis con espuelas plateadas, una camisa cruda de tono crema, con bolsillos a los lados del pecho y una corbata rojiza. Sobre la camisa, la chaqueta color marrón y en la cabeza de negro pelo, el sombrero stanton completaban su tocado.
UNA gran carreta tirada por los dos recios y pacientes bueyes que la habían arrastrado más de un centenar de millas, se detuvo en lo alto de la meseta enfrentándose con la senda áspera, tortuosa, en un bravo declive que por brusco imponía respeto. Deslizarse por aquella rampa en la que el vehículo forzosamente tenía que inclinar su peso contra la yunta haciendo más comprometida su marcha, era un terrible peligro. Bertrand Woolloott, su propietario, no sólo lo comprendía así, sino que lo había estado ponderando todo el viaje, pero no existía otra solución si no quería renunciar al vehículo tan precioso para él, e incluso a todo lo que portaba.
ADA se llamaba el poblado y, en realidad, no era nada perdido en la tersura del Valle Escalante, al oeste de Utah y muy próximo a la divisoria de Nevada. Tratábase de un pequeño poblado de los varios que se perdían aislados en la llanura. Un hacinamiento de casitas morenas, ennegrecidas sus fachadas por el azote del aire y la fuerza del sol, con pocas y mal alineadas calles, con calzadas polvorientas en algunas hasta con hierba, que crecía entre el polvo, con apenas doscientos habitantes morenos, curtidos de piel, duros y espigados, moviéndose perezosamente en la monotonía que les rodeaba.
—Es cierto, mi capitán, parece mentira en quien presume de pistolero duro y valiente, pero así ha sido. —En efecto. Ha sido usted una víctima del deber cumplido y no precisamente en su persona como hubiese sido lo lógico. No encuentro palabras para consolarle. —Se lo agradezco, mi capitán, pero creo, que no existen las adecuadas para consolarme. Mi consuelo está en mis manos y debo buscarlo yo solo. En fin, con su permiso me retiro, siento un dolor en todo el cuerpo, como si me hubiesen apaleado y me sostengo en pie por un esfuerzo de voluntad, después del terrible golpe y de llevar tres días seguidos sin acostarme.
EL tren empezó a aminorar la marcha y Hobbs Spence bajó el cristal de la ventanilla y echó un vistazo hacia fuera. Al frente, relativamente cerca, se vislumbraba la configuración de un poblado y la fea y chata mole de la ennegrecida estación. Aquel poblado debía ser Tehama, donde estaba citado con su amigo Elmer Fay, para pasar una vacación de un mes a su lado y después decidir el rumbo que debía imprimir a su vida. Un bonito plan aquél. Un mes de diversión y asueto sin inquietudes monetarias, divirtiéndose a su gusto, y después decidir el empleo que debía dar a los miles de dólares que su tío, al morir, le había dejado en herencia.
DE todos los poblados próximos a la raya de Méjico, en Arizona, quizá ninguno tan extraño y dejado de la mano de Dios como Cerro Colorado. Muy próximo a uno de los montes más ásperos del sur del Estado, y aunque no muy grande, reunía cualidades magníficas para haber hecho de él un pueblo próspero, feliz y agradable. En las inmediaciones existían algunos buenos ranchos, cuya carne era muy solicitada tanto para los indígenas como para los habitantes mejicanos del otro lado de la frontera.
La culpa de que la recia amistad que durante varios años ligara a Sack Bowers y Chuck Cassidy se rompiera, la tuvieron dos caballos. Ninguno de los dos quiso reconocer que la culpa fuese de los equinos y sí de su contrario, pero lo cierto fue que por los caballos rompieron la fuerte amistad y estuvieron a punto de matarse. Sack era capataz de un rancho. Presumía de ser el mejor jinete de todo Texas y no le faltaba razón, pues dominaba los caballos como pocos y hacía diabluras en la silla.
JEFFRIES concibió el proyecto de sumarse a la pequeña caravana de desertores cuando, después de enterarse de la próxima marchar, se encontró con Sally la mañana siguiente del cuarto día en el almacén del poblado. La joven, por orden de su padre, estaba realizando adquisiciones para el viaje, y Barry, tras esperarla a la salida, la interrogó afectuosamente: —¿Es cierto que abandonáis el poblado, Sally? —Sí, nos vamos. —Lo siento de veras. ¿Por qué?
MAC GLORY, al verle, se acercó a él y, tomándole del brazo, preguntó: —¿Qué te pasa, Darryl? pareces muy preocupado. —No mucho... Estaba pensando... —¿En qué? —En nada. Mejor es olvidarlo. —Vamos, Darryl... ¿qué es? ¿Te ha impresionado el relato de Max?
Las reservas indias de Jacarilla Apache, al norte de Nuevo Méjico, se expandían a la izquierda verdes y brillantes, tupidas de árboles y hierba, junto con accidentes del terreno. Tex Leman se afirmó en la idea de que aquel frondoso paisaje que tenía a su izquierda eran las célebres reservas de que le habían hablado en la divisoria de Colorado como punto de orientación para alcanzar su nuevo punto de destino.
El sheriff no permitió la entrada en ellas más que a los acusados y a los Linder con su primo. Habían sido los artífices de aquella victoria sobre los bandidos y su testimonio a la hora de levantar el atestado era imprescindible. Alex Kroeger, el sheriff, era un hombre de unos cincuenta y cinco años, fuerte y grueso. Tenía muchas horas de galopar a caballo tras indeseables y sabía moverse con seguridad en su cargo.
Oscar se rascó el entrecano y duro pelo dando vueltas a la misiva. A la espalda del sobre aparecían las señas del remitente, un tal Leo King, abogado y notario de Kendrick, en Colorado. El nombre del poblado trajo a su memoria ciertos recuerdos de familia casi olvidados. En Kendrick se hallaba establecido como ranchero un ciudadano llamado Kik Kinney, hermano de una cuñada suya ya fallecida. Kik, si las cosas no habían variado desde hacía muchos años que no tenía noticias de él, era un solterón adusto y agrio que en su juventud no encontró una mujer capaz de aguantarle y cuya familia, empezando por sus dos hermanos, James y Ana, estuvieron distanciados de él a causa de su carácter. Los dos habían muerto y de James había quedado un hijo, Clay, para quien iba dirigida la carta.
Por todo Montana había circulado la noticia de que, en un lugar hosco, apartado y de existencia dura, se había descubierto un rico yacimiento de oro, al que habían acudido buen número de buscadores, aunque al parecer no todos habían resistido lo trágico de la jornada, o no habían podido soportar el clima brutal allí reinante. Aparte esto, las comunicaciones no existían, extraer oro sin saber cómo guardarlo ni cómo sacarlo sin ciertas garantías, no seducía a muchos. Las experiencias dramáticas de California y Nevada en las primeras épocas de la extracción del oro estaban presentes en muchas cabezas y algunos no se sentían tentados a correr la aventura.
Joe repasó varias veces el contenido del pliego y cuando estimó que se lo había aprendido de memoria, le aplicó un fósforo, lo hizo arder y después aventó las cenizas. Lo que el pliego contuviese era un secreto que el fuego había devorado. Luego desató el paquete que reposaba sobre la mesa y extendió su contenido. Había hasta dos docenas de pasquines del tamaño de un metro por cincuenta con una foto al margen algo borrosa, pero bastante reconocible y un texto en caracteres grandes y bien tintados que podía ser leído a la distancia de unas cuantas yardas.
Trágicamente se había presentado el viaje para la caravana que capitaneada por Lewis Raff, emprendiera el duro viaje desde el Norte de Dakota, con la esperanza de alcanzar las Montañas Negras antes de que todo el oro, que según la fantasía popular atesoraban, se agotase extraído por otros más madrugadores. Lewis, como sus compañeros de viaje y las familias que a ellos se habían unido, eran unos desesperados de la fortuna, hombres y mujeres olvidados del destino, luchadores sin suerte, que habían agotado sus fuerzas en dura pelea, con la vida, para subsistir medianamente y habían sido vencidos por la fatalidad; gente aburrida y desesperanzada que, antes de dejarse sucumbir como perros famélicos al borde de las cintas de las sendas, habían intentado un poderoso y supremo esfuerzo de supervivencia, lanzándose en pésimas condiciones por las llanuras de ambas Dakotas, sólo con la esperanza de llegar a las Montañas Negras con tiempo de unirse a la riada de los aventureros del oro y sacar a la tierra la parte que anhelaban para remontar su mala suerte.
Cuando a Dinah le comunicaron que su marido había caído muerto en el polvo de las calles del poblado acribillado a balazos, la noticia no la cogió de sorpresa. Ella sabía que Bob tenía que morir así y Bob también lo presumía, pero esta trágica amenaza que al fin se había cumplido, nunca logró intimidar al bravo Bob. Cuando su hermano Rich cayó de la misma manera, él juró a gritos donde quisieron oírle que descubriría a los autores de la muerte de Rich y los clavaría en un tablero como fondo a balazos, todos sabían que Bob no amenazaba en vano y que cumpliría su promesa si descubría a los asesinos, pero también estaban seguros de que estos harían lo posible y lo imposible por adelantarse a él y no darle tiempo a cumplir su amenaza.
Por una extraña casualidad, le habían encontrado herido y privado de conocimiento en un terreno abrupto, al que no hubiesen llegado de no ser porque perseguían a un cervatillo herido y no querían perder su presa. El hallazgo lo habían realizado Viveca y Rob Conn. Los dos hermanos y habitantes en un pequeño y escondido rancho, a unas pocas millas del lugar del descubrimiento. El herido era un joven moreno, cetrino más bien, de excelente estatura, rostro atrayente, aunque muy pálido, quizá por la pérdida de sangre sufrida. Era un joven que contaría unos treinta años y que vestía decentemente como cualquier vulgar vaquero.
Abraham Douglas, apoyado en la cruz del mango de su pala, cuya cuchara había clavado en tierra del revés, seguía con ojos turbios e irritados al caballo brioso y braceante que se alejaba raudamente por la llanura amenazando perderse pronto de vista. Le seguía furioso porque él no era hombre a quien la gente hubiese amenazado nunca impunemente y el jinete aquel había osado hacerlo, sin que él, por prudencia, le hubiese cerrado la boca a puñetazos. Y esto era precisamente lo que encendía en él aquella sorda irritación; no haber aplastado la lengua de Roger Kaistein, después que le había amenazado agriamente si no se doblegaba a sus mandatos.
En mangas de camisa, mostrando al desnudo sus recios y velludos brazos, con dos revólveres al cinto y uno sobre la mesa, Foster Andrews hacía correr la pluma sobre el papel, redactando algo muy importante para su semanario El Eco de Fargo. Fargo era la ciudad importante más avanzada hacia el Este, de Dakota del Norte. Estaba casi rayando con la divisoria de Minnesota y, por lo tanto, a escasa distancia del Red River.
Nunca se explicó por qué le dejaron confinado en aquella cárcel destinada casi siempre a los abigeos que solían capturar por aquel lado de la región. El paisaje se prestaba a los robos de ganado y aunque sólo fuese preventivamente y de tránsito, allí eran llevados los reos de semejantes delitos. Luego, a la hora del juicio, solían llevarlos a Everett, poblado más importante de aquel lugar del Estado y por regla general no volvía a verlos más por allí. Sterling no cumplía condena por ninguna clase de robo de esta especie, pero sí se le acusaba de haber intentado matar a Brian Paget y su hijo, dueño el primero del Banco Rural de un pueblo llamado Salla, en el condado.
Todo el inmenso vano, o casi todo el que se extendía desde la ribera derecha del río Pecos por el oeste, a la divisoria con México por el sur y con Texas al este, lo usufructuaba en propiedad Stanley y Aylmer, el hombre más duro, más rapaz y más cruel que podía ser conocido en aquellas latitudes. Aquel terreno de extensa pradera, difícil de sacar producto en condiciones normales y quizá por ello, abandonado a toda colonización, fue acotado como propio por tres aventureros que llegaron procedentes de las partes centrales. Los tres, más que colonos, podían ser catalogados como tres bandidos de la peor especie y dada su condición moral, nada escrupulosa, pronto dieron con el procedimiento de explotar aquellas tierras, sacándolas un buen producto a costa del esfuerzo de los demás, pero sin pagar ese esfuerzo humanamente.
CUANDO el batir de los cascos del caballo retumbó sobre el duro piso, frente al porche de la aislada hacienda, del interior surgió la esbelta silueta de Silvya Morris, quien se quedó mirando fijamente al jinete que acababa de hacer alto frente a ella. La muchacha, alta, rubia, de ojos grises, pero brillantes, de cuerpo bien delineado, aunque ocultaba la perfección de sus líneas bajo el vestido vulgar de moverse por la cocina, se quedó plantada en el vano de la puerta como si tratase de formar barrera con su cuerpo para que nadie pasase al interior y preguntó: —¿Qué deseaba, forastero?
ERAN las once y media de la noche. Kennett McIver, consultó su reloj con cierta impaciencia. Jack Scoot, uno de los peones de pastoreo de las afueras del poblado, había hecho llegar a él un misterioso aviso a través de un carrero que por la mañana tuvo que bajar al poblado. El aviso, sencillamente, había sido éste: «Dile al sheriff, que esta noche a las once me espere, que tengo que decirle algo que le interesa mucho». McIver no había podido sacar una palabra más al demandadero. Éste aseguró que ignoraba de qué se trataba, aunque quizá se relacionase con la pérdida de algunas ovejas que habían tenido aquellos días.
—¡Eres un maldito abigeo! —¿Abigeo yo? —Sí, tú. —Repítelo—bramó Tony Berry llevando la mano al costado. —¡Con esta otra boca! —repuso Hardy Schell tirando veloz del puño de su colt. Ambas armas tronaron fieramente en el interior de la pequeña taberna donde ambos habían coincidido fatalmente. Y las balas disparadas a corta distancia sin error posible de puntería, fueron a alojarse en los cuerpos de los dos contendientes, abriendo en ellos rojas flores de sangre. Los dos, a pesar del furor que habían puesto al iniciar la pelea, no tuvieron ánimos para continuarla y vacilando cayeron sobre el piso de la taberna antes de que nadie pudiese intervenir y evitar el duelo.
PORTIUS Munsker, al terminar la guerra de Secesión, se vio con una brillante licencia en el bolsillo, un par de medallas bien ganadas, tres cicatrices ocultas bajo la ajada guerrera, unas insignias de sargento que ya no tenían valor alguno y unos cincuenta dólares por capital. Todo ello testimonio de un pasado muy glorioso y emotivo, pero nada valioso para un porvenir muy incierto.
La taberna estaba casi llena de clientes vocingleros que discutían roncamente por cuestiones nimias. El alcohol se les había subido a la cabeza a algunos y dado lo caldeado de la atmósfera, todo hacía temer que en algún momento estallase una de las clásicas peleas que la mayoría de los fines de semana solían encenderse, muchas veces sin que nadie pudiese señalar un motivo fundamental para tales excesos.
En pie, tenso, frente a la mesa del director de la cárcel, Zony Hodgins escuchaba como distraído las frases que el jefe del penal le estaba dirigiendo y aunque dichas frases encerraban un sentido bastante elogioso para él, pareció no apreciar tal benevolencia, y hasta se hubiese dicho que no las escuchaba por estar su pensamiento muy lejos del lugar donde se encontraba.
A plaza del pequeño poblado llamado Pedro, en el oeste de Dakota del Sur junto a la ribera del Cheyenne River, parecía aquella mañana celebrar alguna importante fiesta, a juzgar por la cantidad de vecinos que se habían reunido en ella. Podía afirmarse que sólo los ancianos e impedidos habían dejado de asistir a la concentración, tal era el amontonamiento de personal que se apretaba en la plaza procurando dejar el centro libre. Y, sin embargo, no se trataba de fiesta alguna, sino de algo muy trascendental, que acaso fuese la iniciación de una serie de episodios dramáticos cuyo final nadie podía predecir.
Hedda Fossin, la hija de Bing Fossin, el talabartero, leía con emoción una carta a la puerta del establecimiento. La carta acababa de llegar con la valija procedente de Topeka y era de Lyn, su hermano, que estaba cursando estudios en la capital de Kansas. Dentro del establecimiento, Bing se ocupaba en repasar unas sillas de montar que el día anterior le habían sido llevadas a recomponer por Tim y Jack Dritton, los dos hermanos que trabajaban en la hacienda de Alexis Schaars, el hombre más rico y más poderoso y más temido de toda aquella cuenca. Era un hombre que de una manera ingeniosa unas veces y violenta otras, se las había arreglado para hacerse el dueño de una cantidad enorme de terreno, que seguramente él mismo no había tenido tiempo de conocer. A Bing le hacía poca gracia trabajar para Alexis y sus hombres. Muchas veces había tenido roces con ellos por su agresividad, falta de educación y violencia, pero no le quedaba otro remedio, si no era el de levantar el campo y dejar Hutchinson, trasladándose a algún otro poblado donde Alexis y sus hombres careciesen de jurisdicción y mando. Pero esto no era posible, al menos de momento. Mientras Lyn no terminase su carrera y contase con trabajo para ayudarles a vivir en otro sitio, tenía que aguantar allí, y aguantaría; pero, a pesar de ello, se sentía poco a gusto, porque presentía que no siempre iba a poder capear los acontecimientos.
Un jinete a todo galope entró en la polvorienta calzada que formaba la mejor calle de Fontenelle, en Wyoming, casi en las márgenes del Green River y detuvo el caballo frente a una de las tabernas de la calle. Se apeó casi antes de que el animal detuviese su loca carrera y penetró en el establecimiento preguntando: — ¿Está mi patrón? —Está ahí dentro, en el reservado. El peón cruzó el pasillo y empujó una puerta penetrando en el reservado, donde ante una botella con dos vasos, uno de ellos vacío, se encontraba el patrón por quien el jinete preguntaba. Se trataba de un hombre que aún no habría cumplido los cuarenta años. Era alto, bien proporcionado, guapo y de facciones enérgicas. Tenía un cigarrillo entre los morenos dedos y un vaso a medio llenar en el borde de la mesa. Vestía con bastante elegancia, acusando el traje su posición acomodada. Era un ranchero de la localidad llamado Babe Lucien. El peón, un poco agitado, exclamó: —Patrón, Tiger viene hacia aquí… ¿Manda usted algo? —Nada, puedes marcharte. — ¿No… me… necesitará…?
EXISTE en Nevada, junto al río Humboldt, a un centenar de millas de Virginia City, la célebre ciudad minera, un terreno salino, inmenso depósito de sal natural, cuya procedencia no se ha fijado exactamente.
Alguien cree que, a la propiedad del suelo, se ha unido la filtración acuosa del río, o acaso una corriente subterránea del Lago Carson, lo cual ha dado origen a esa enorme e inagotable extensión salitrosa, que a través del tiempo una gran fuente de riqueza natural para el territorio de Nevada.
CUANDO Donna Clanton decidió aceptar las relaciones amorosas que la había propuesto Charles Kik, estuvo muy lejos de sospechar las tragedias que iba a encender en varias vidas, empezando por la suya. La primera víctima de aquella decisión fue Colorado Boy, un pequeño agricultor vecino de la cabaña de Donna, quien estaba perdidamente enamorado de ésta. La muchacha lo merecía, era guapa con exceso, bien formada, de ojos grandes negros y brillantes, de abundosa mata de pelo que azuleaba de puro negro y con una atracción personal irresistible.
NO era un soñador Ken Wally, no lo había sido nunca en su vida. Hijo del Oeste, descendía de los célebres Wally, una familia de pioneros de los que primeramente cruzaron el Arkansas tres cuartos de siglo atrás, devorados por el placer de aventuras y estimulados por el ansia de la colonización. Ken habíase destetado en un rancho junto a un nervioso mustang y con el revólver a la cintura a guisa de biberón, y este lastre hereditario se avenía mal con toda clase de influencias románticas. Él no poseía otro tesor
AQUELLA carta y aquel cuaderno escritos por la mano firme y valiente de Turner Joy eran los que ahora, a solas en el vagón camino de Nevada, Pat, más sereno de espíritu, pero más duro de voluntad y coraje, estaba repasando, nadie sabía cuántas veces, como si fuese su idea fija aprendérselo de memoria, para no olvidar ni el más mínimo detalle de su contenido.
CUANDO Christian Sense regresó a la taberna del Tulipán de las Praderas, de vuelta del almacén donde había ido a renovar su carga de proyectiles y algunas otras cosas que necesitaba para su viaje, recibió la cruda, aunque no extraña sorpresa, de descubrir a un grupo de vaqueros que, en corro, inclinados hacia el suelo, atendían a alguien que se hallaba caído en él. A Christian le bastó echar un vistazo a través de los claros que ofrecía el grupo para descubrir que el caído era su eterno compañero de andanzas, Jake «el Inoportuno», mote con el de «el Entrometido» que se le aplicaba, por su propensión a meterse en todo, le importase o no le importase.
El sendero era áspero, empinado y tortuoso; el piso, duro e hiriente, y el desgastado calzado de Clement Astor acusaba su vejez al clavarse en sus agujereadas suelas las hirientes chinas del camino, cosa que obligaba a su dueño a renegar constantemente, pero desdeñando aquellos inconvenientes y molestias, Clement seguía ascendiendo con férrea voluntad y hasta se sentía dichoso de verse en aquel sendero de cabras, adentrándose en la repelencia del monte Putnam, que le brindaba de momento un asilo casi seguro, aunque esta seguridad momentánea contase con muchos y graves inconvenientes. Pero gozaba de una inestimable ventaja: la de hallarse libre y dueño de su persona después
El despacho estaba lleno de humo, formando una neblina azulada que flotaba como un tenue velo desdibujando las siluetas de Chusk Chessman, el ranchero, y la de Alan Brugan, su administrador. Chusk tenía la negra pipa entre sus recios dientes y su cuadrada mandíbula se adelantaba enérgicamente denunciando su carácter autoritario y duro como la roca. Tenía la frente fruncida en varias largas arrugas que le llegaban de sien a sien y sus ojos, un poco azulados, poseían un brillo especial. Se le notaba entregado a un esfuerzo violento de imaginación, motivado por algún asunto grave que exigía de él una resolución nada corriente.
FAIRBANK había sido hasta muy poco tiempo atrás un mísero poblado del sudeste de Arpona, sin apenas relieve y con un vecindario escasísimo. En aquella época aun merodeaban los indios del célebre Gerónimo por aquella parte de la cuenca y la permanencia en poblados próximos a sus escondidas madrigueras resultaba peligrosísima por las «razzias» que de vez en cuando solían verificar los feroces pielrojas.
¿QUÉ te sucede Karf? Te veo muy preocupado. —Lo estoy, y mucho, Kenneth, no puedo negarlo. —¿Acaso te duele más la herida del brazo? —¡Al diablo la herida! Me duele, pero me lo aguanto. —Ya llegará el día que devuelvas el plomo. —Claro que llegará, pero no es eso lo que me preocupa.
CUANDO una mañana, Jesse Prinz despertó a la realidad después de una noche de borrachera y de haberse peleado con tres desconocidos que le dejaron el cuerpo medio molido a golpes, pareció resucitar de un letargo que había durado para él un par de años. Sin saber por qué, en mitad de la pradera, cara al cielo luminoso pleno de sol y frente a un paisaje de maravilla que jamás se había detenido a admirar, le pareció que surgía al mundo de un planeta desconocido y que en el que se hallaba era un intruso desplazado y sin cabida posible en él.
Reginald Bliss era un hombre que andaría rayando en los treinta años. Bien dotado por la naturaleza, poseía una excelente figura, garbo al andar, audacia en sus movimientos y acciones y una simpatía cautivadora que atraía la confianza de la gente.
Llevaba poco más de año y medio establecido en Logansport, aquel poblado entre las fronteras de Texas y Louisiana, en el curso del Sabine, donde tras un estudio de la región había fundado un Banco, del que aquellos contornos estaban muy necesitados.
Al principio el negocio amenazó con ser un fracaso. Nadie conocía a Bliss, y por esta carencia de informes de él, la gente se mostraba reacia a confiarle su dinero. Pero Bliss era un hombre que sabía mucho y conocía el corazón humano, y en lugar de empezar pidiendo, empezó dando.
HENDRIK Fefray detuvo su jadeante y sudoroso caballo elo n la loma de la colina que acababa de coronar y volviendo su turbia mirada hacia el sur, trató de abarcar el paisaje hasta mucho más allá de donde sus agudos ojos podían atalayar el horizonte. Era un ansia vehemente de ver, siquiera por última vez, el lugar que acababa de dejar a su espalda, sin esperanzas de poder volver a él sin peligro de ser apresado y quién sabía si colgado de la rama de un árbol.
ERA paradójico según el criterio de Chuch Holden, que siendo el Oeste americano tan amplio, tan dilatado, tan sinuoso y falto de comunicaciones en muchos lugares, resultase para él tan estrecho como el cinto que llevaba ajustado a sus caderas. En tres años de vida alocada y falta de control, había hecho una edición especial de su nombre, que era conocida hasta el último confín de cualquier Estado. Decir Chuch Holden, era hablar de un huracán de pasiones, de violencias, de riñas, de tronar de revólveres y de muertos o lastrados, porque las manos duras y ágiles que la Naturaleza le había dado y aquel par de colts que siempre llevaba a su cintura, pendientes de media altura y con la punta de la funda cortada para dejar asomar la negra boca del cañón por ella, eran la representación de la muerte por donde su caballo iba dejando un rastro de herraduras.
Las relaciones de vecindad entre Lester Kent y Sidney Keyes no eran cordiales, ni siquiera de tipo indiferente. Los dos se odiaban rabiosamente y los dos constituían una fuerza, aunque en sentido contrario. Lester era uno de los más destacados ovejeros de la región. Poseía un buen rancho a poca distancia de Elko y unos nutridos rebaños que rumiaban en las salvajes hondonadas o cresterías de las montañas Independence.
Ruth Coleman llegó a Nueva York, como tantas otras jóvenes, dispuesta a conquistar la fama y la riqueza. Pero la ciudad es una enemiga implacable que tritura entre sus garras a aquellos que son demasiado débiles y no saben imponerse y dominarla. Ruth sólo siente una presencia amiga en toda la ciudad: la esfera de un reloj que marca benévolo el final de sus días desesperanzados. ¿Será este reloj suficiente ayuda para resolver un crimen en unas pocas horas y evitar que la más mortal de las trampas se cierre inexorable sobre Ruth y su amigo Quinn?
Cuando Helen decidió aprovechar la oportunidad que se le presentaba y adoptar una personalidad que no era la suya para librarse de la solead y la miseria, no sabía que iba a verse inmersa en una pesadilla sin final. Nada podría sacarla de ella, no había solución y siempre se vería perseguida por aquella sombra que amenazaba con destruir su vida.
Las vacaciones del detective del departamento de policía de Nueva York, Chapman Prescott en un tranquilo pueblo al lado del mar, tendrán como música de fondo un silbido misterioso. Serán muy pocos los que oigan la melodía, pero los crímenes que se suceden sin interrupción trastornarán al pueblo y cambiarían la vida de Prescott y de la joven y hermosa pintora Susan Marlow. Una vez más William Irish demuestra su maestría para el suspenso en una apasionante historia policial.
Alguien ha estrangulado a su esposa, y él está tranquilo: tiene una perfecta coartada para silenciar a la policía. Una mujer llamativa tocada con un abigarrado sombrerito naranja le ha acompañado durante toda la noche por bares, restaurantes, teatros… pero la legión de testigos no recuerdan ni la mujer, ni el sombrero. Y cuando se evoca a un fantasma para salvar el propio cuello, es necesario un milagro para que el fantasma se materialice.
Tom Shawn es un detective de la Brigada de Homicidios, que como cada noche vuelve a su casa recorriendo el mismo camino de siempre. Iluminado por una farola encuentra un billete de cinco dólares. A los pocos pasos, encuentra otro billete de un dólar.
Los acontecimientos se suceden y pueden cambiar el destino del detective. Pero, ¿existe el destino? ¿podemos conocerlo antes de que ocurra? Y si es así, ¿hay alguna posibilidad de alterarlo?
Todos los elementos clásicos de las novelas de William Irish (pseudónimo de Cornell Woolrich) se reúnen en este libro que como tantos otros de este escritor ( La ventana indiscreta, La novia vestía de negro …) fue adaptado para el cine.
Dos relatos, «No quisiera estar en sus zapatos» y «Fue anoche», reunidos en este volumen, confirmaron a William Irish como precursor del suspense, ya que introdujo esta nueva vía en la novela negra, en la que exprime una atmósfera sobrecogedora, apresando fatalmente a sus personajes. El universo del escritor desata los miedos atávicos, no sólo de los protagonistas de sus obras, sino en las almas de los lectores. Nada es superfluo ni gratuito.
Tras lo ocurrido diez años antes, un hecho terrible que la impulsó a abandonar su hogar, Natalia regresa a Bilbao. Hija de Salvador Chueca, un detective privado que considera que su mundo no es apropiado para una mujer, decide trabajar con el hombre que en el pasado le causó tanto daño, pero del que sigue enamorada, a pesar de todo. Javier Balboa, hijo de la amante de Salvador, jamás le ha perdonado que no se casase con su madre. En su momento, siendo un muchacho lleno de dolor y furia, intentó vengarse de él a través de su hija Natalia, pero fue un mal que se volvió en su contra, pues llevaba consigo su propia penitencia. Desde entonces, nunca ha podido olvidarla y sabe que será poco probable que ella le perdone. Sin embargo, cuando a través de un entretejido de casos Natalia y Javier se ven abocados a convivir juntos durante muchas horas, ambos intentarán avanzar en su relación, limpiar de antiguos odios su existencia y construir un futuro para los dos.
Sus fantasías se convirtieron en realidad. ¿Durarían solo una noche? Teresa Sayús, que sueña con ser escritora, trabaja en una pequeña hamburguesería de un centro comercial de las afueras, un negocio que se mantiene a duras penas y en el que hay que hacer méritos para conservar el empleo. Por eso, cuando se organizó LA NOCHE ABIERTA, evento en el que la mayor parte de los comercios y bares de la ciudad no iban a cerrar, no dudó en ofrecerse voluntaria para quedarse al cargo. Fran Quiroga, famosísimo escritor, vivió de niño en la pobreza, en un arrabal de chabolas cercano a ese mismo centro comercial, pero, con su primer libro, tuvo la suerte de conseguir el éxito, por lo que se ha convertido en un hombre rico y famoso. Durante LA NOCHE ABIERTA, va a presentar su nueva novela en una librería de ese centro comercial... o eso ha anunciado durante días, aunque sus planes son muy distintos. Teresa espera,como mucho, poder verle de lejos, quizá poder tocarle con la punta de un dedo al pasar. Quiroga, guapo, rico y triunfador es el hombre de sus sueños, y le admira muchísimo como autor, pero también está al tanto de su vida de escándalo. De modo que, cuando se ve unida a él por un capricho del destino, se espera que ocurra cualquier cosa. Pero ni en la más tórrida de sus fantasías hubiese imaginado algo así...
—Cállate, tonto —le dijo y se alzó contra él. Le tomó las manos y cubrió con ellas sus pechos—. Si no vas a ayudar, haz el puto favor de callarte." Kira Carter ha hecho de la mentira su oficio y Víctor Derry busca redimirse con la verdad. En el pasado, fueron parte de la banda de Charles Carter, pero un hecho terrible les separó durante muchos años. Era muy poco probable que volvieran a encontrarse, pero así son las cosas... o así las organiza alguien. A raíz de un intento de robo en el hotel Queen of Sheba, Víctor y Kira se ven envuentos en una trampa compuesta de mentira, tras mentira, tras mentira... Algo que les obliga a tener que huir y vivir con el miedo de ser encontrados. Pero todo eso da igual. Lo único que importa es que se aman, ante todo y pese a todo, con una pasión inmensa y hambrienta que ha sobrevivido intacta a su larga separación. Ah, y que siempre saben cuando se dicen la verdad, porque nunca se mentirían dos veces.
Aldric de Windmill y Jaedyth Lass’Caut continúan su azaroso viaje a través de las tierras de Doreldei. Entre aventuras sorprendentes y grandes peligros, en los que son perseguidos por Auguste Devyan, buscan desesperadamente llegar al castillo del rey Varen, padre de Jaedyth y rey de los humanos. Es una carrera contra reloj, con la que esperan llegar a tiempo para salvar la vida del rey y para evitar que el reino de Darildoree caiga en manos del malvado duque de La Morgue.
En esos momentos terribles, no hubieran debido pensar en ninguna otra cosa que en su misión. Pero, a la vez, ambos desearían poder mantenerse por siempre en ese tiempo extraño, ese regalo del destino en el que están juntos y avanzan de la mano. Porque saben que, cuando lleguen, tendrán que separarse.
Un problema grave, cuando te has enamorado tanto que no concibes la vida sin esa otra persona.
Pero, cuando por fin avistan las altas torres del castillo, no tardan en descubrir que, a veces, llegar al lugar del destino, no implica el final del viaje...
Elegir entre un mal mayor, y uno menor, nunca es fácil. Laura Mendizabal así lo entendió cuando, tras su encuentro casual con esa extraña criatura llamada Caleb, tuvo que aceptar la sucesión de muertes que estaba provocando en Bilbao, y su afirmación de que “eran necesarias“. Al fin y al cabo, él, que estaba muerto, bien debía saberlo…
Tras su precipitada salida de Base Terra, Eve LaSalle, Gabriel Eliah, Saku y el resto de sus compañeros, se dirigen al planeta Corinto V, donde esperan encontrar respuestas. Pero, la situación de Gabriel les obliga a tomar una decisión drástica. Así, la joven Eve tendrá que ser quien lidere el pequeño grupo que se interne en un mundo desconocido.
Y con el extraño y peligroso hombre de negro siguiendo de cerca sus pasos.
Gracias a la ayuda de sus amigos, Gabriel Eliah ha logrado desvelar el misterio relacionado con el asesinato de su abuelo, y la verdad que encuentra al final de ese camino es algo que supera todo lo imaginable.
Gabriel no puede por menos que encontrarlo irónico: casi pierde la vida en la lucha por llegar a ella, solo para descubrir que, por su causa, su vida ya no le pertenece.
Y, es que, una guerra terrible amenaza con enfrentar a la gente que ama y respeta. Cuando solo tu puedes impedirlo, lo que de verdad desees, importa poco.
Richard Arlington abandono el Servicio Secreto ingles cuando tuvo que asumir el titulo de Duque tras la muerte de su hermano mayor. No echaba de menos aquella vida y no deseaba volver a ella, pero cuando su hermano menor, Charles, es asesinado, no le queda mas remedio que hacerlo. Charles murio mientras investigaba la posibilidad de que un pintor espanol fuese «la Sombra», uno de los espias mas activos y sanguinarios de los ultimos tiempos. Richard debera descubrir la verdad, a pesar de su relacion con Ana, la hija del pintor, a la que conocio en Madrid varios anos antes y a la que nunca ha olvidado… Por su parte, la vida de Ana nunca fue facil. De familia humilde, el ascenso de su talentoso padre en una Corte espanola socavada por las intrigas, solo les deparo problemas. Conocio a Richard en un momento dificil, cuando tenia el corazon roto por su primer amor. Luego, ya no pudo apartarlo de sus pensamientos. El reencuentro de ambos y los sucesos siguientes envueltos en un entramado de pasiones, intrigas, sospechas y reproches, sera el principio de un largo camino, complicado y oscuro.
Lo que al principio es tan solo una apuesta se convierte en una bonita historia de amor a orillas del río Támesis.
James Keeling, duque de Gysforth, ha hecho una apuesta con sus amigos, en Brooks’s: dará un paseo matinal en barca por el Támesis con una dama totalmente desconocida, alguien a quien no haya visto jamás, y con la que no haya hablado nunca. Algo que parece imposible de cumplir hasta que, durante una partida de cartas, coincide con un muchacho consumido por el ansia del juego, el nuevo y flamante conde de Saxonshare.
Lady Bethany Howland, hija del antiguo conde de Saxonshare, sabe que está abocada a la ruina más completa. Su primo y tutor está dilapidando la fortuna familiar con su enfermiza afición al juego y la mala vida, y ella no tiene modo de impedirlo. Atrapada por los convencionalismos de la sociedad en la que vive, su única ilusión es el romántico enamoramiento que siente por el duque de Gysforth, al que solo ha visto de lejos.
Pero, cuando surge el amor, como un fuego abrasador que todo lo arrasa, ¿acaso algo más importa?
Harriet «Harry» Waldwich Saint-George, hija del conde de Trammheran, tuvo que salir de Inglaterra siendo una niña, por un suceso que tardó muchos años en comprender y que terminó con la destrucción de su familia. Ahora, doce años después, regresa, dispuesta a conseguir respuestas… y a actuar en consecuencia.
Y solo tiene un nombre por el que empezar su búsqueda: Rutshore.
Todo el mundo sabe que Edward Truswell, marqués de Rutshore, es un hombre dedicado a sus libros y al conocimiento de la Historia, alguien reservado y muy discreto. De hecho, cuando la sociedad inglesa piensa en el grupo de grandes amigos que forma con lord Gysforth y con lord Badfields, su nombre es el que menos interés suscita. Es el que siempre puede olvidarse, el que pasa desapercibido.
Pero, eso solo sucede en Londres…
Con la excusa de una apuesta hecha con sus amigos, Edward y Harriet se conocen en Sleeping Oak y dan un paseo en barca que es el detonante de una relación tan compleja como apasionada. Desde el primer momento saben que, en su guerra particular, esa que han heredado y de la que no pueden desentenderse, pertenecen a bandos distintos.
Un paseo en barca al anochecer, un encuentro que se enreda en un entramado de engaños, y que puede llegar a provocar un desastre.
Y es que, ¿de verdad puede el amor perdonarlo todo?
Han pasado varios años desde que desapareció Minnie, la hermana pequeña de Arthur Ravenscroft, marqués de Badfields, pero él no se ha detenido en el empeño de encontrarla y volver a llevarla a casa, a salvo con su familia. Está decidido a todo con tal de lograrlo, incluso al engaño y el secuestro. Es un hombre sin límites. Ni la ley ni la moral se interpondrán en su objetivo.
Ishbel Puscat, hija del duque de Dankworth, tiene clara una cosa: será ella quien elija al hombre con el que recorrerá el camino hacia el altar, ella y ningún otro. Por eso, tras descubrir que su padre la ha prometido sin consultar su opinión, y con alguien a quien detesta, decide embarcarse en un plan tan loco como arriesgado: arruinar su reputación con uno de los mayores crápulas de Londres, el pérfido marqués de Badfields.
Cuando cuatro jóvenes amigos de Berlín fundan una agencia que se dedica a «pedir perdón» previo encargo de empresas, ninguno de ellos puede prever las consecuencias de esta decisión. El negocio florece hasta que un cliente anónimo les obliga a pedir perdón a una mujer muerta y a deshacerse de su cuerpo. Esto es el principio de una pesadilla sin fin, en la cual dos de los cuatro amigos perderán la vida, y serán piezas de un juguete manejado por el asesino.
Imagina a un asesino sin compasión; a su paso, nadie queda con vida. Llámalo «El Viajero», conviértelo en un mito y témele. Coge luego a cinco amigas que primero le abren la puerta al caos y luego emprenden la huida. Ponles en el equipaje cinco kilos de heroína y un arma. Llámalas «Las dulces gamberras» y desconfía. Coge a un hombre cuya sola existencia te horrorizaría y cuya única obsesión es atrapar a las chicas. Llámalo «El inquilino» y evítalo. Tú eres cada uno de los personajes de esta novela; como ellos estás lleno de sed de venganza. Rey indiscutible del manejo de la segunda persona, Zoran Drvenkar te invita a convertirte en un asesino real.
Viajes en el tiempo como remedio para la desesperanza, encuentros con Dios y pactos con el diablo, seres de ultratumba y alienígenas, libros que cobran vida… El autor trabaja todos estos temas clásicos de la literatura fantástica y la ciencia ficción desde un punto de vista eminentemente posmoderno, haciendo que lo maravilloso irrumpa en situaciones cotidianas del presente y del pasado, y las ilumine de forma que las historias conecten íntimamente con las experiencias e inquietudes del lector.Esta antología reúne un relato y cinco conjuntos de cuentos con un denominador común que conforman una novela corta (al estilo de Crónicas marcianas), y ofrece una amplia panorámica del universo literario del autor
Hola, soy Claudine y esta es mi historia… Hace aproximadamente un año que mi único hijo, René, se vino a vivir conmigo tras divorciarse de su mujer Desirée. No entendí qué les pasó, hacían tan buena pareja que cuando me lo dijo no podía creerlo. Más tarde me enteré del porqué de su separación porque ella misma me lo contó, confirmando mis sospechas. Al principio me dio mucha pena por ellos, porque se llevaban tan bien, pero a mi edad sabía que estas cosas pasaban, tras seis años de matrimonio su relación pasó por altibajos, como todas, pero esta se fue deteriorando hasta llegar al inevitable final. Los primeros días me costó adaptarme a tenerlo en casa, pues estaba ya muy hecha a vivir sola y verlo en casa en calzoncillos con el torso descubierto me daba cierto pudor. Así como al salir de la ducha e ir a vestirme a mi cuarto, había perdido la costumbre de cerrar la puerta, lo que provocó algún encuentro inesperado mientras él pasaba por el pasillo y yo me estaba vistiendo. O igual estaba arreglándome para salir en el baño y él entraba y como si tal cosa se ponía a hacer pis, lo que me incomodaba, pues soy de naturaleza tímida y reservada. René llevaba en paro ya más de dos años y estaba deprimido, casi no comía y se pasaba todo el día en el gimnasio o en su habitación, viendo videos en el ordenador. Por las noches, la escena se repetía, se levantaba de la cena y se metía en su cuarto. Yo me quedaba viendo un poco la tele y luego me iba a acostar. A los pocos días de llegar empecé a oír los gemidos, al principio eran casi imperceptibles, pero poco a poco se fue confiando y terminé por escuchar los vídeos que veía. ¡Todos porno! Horrorizaba escuchaba como seguía viendo este tipo de contenido hasta la madrugada, tuve que comprarme tapones para los oídos para poder dormir y a la semana me senté con él y le dije que no podía seguir así, ¡yo tenía que dormir!
Malena vive con su hijo Unai en un pequeño piso de dos habitaciones. De repente un día su hijo descubre un secreto que ella guarda celosamente. A partir de ese momento no puede parar y entra en una espiral de perversión hasta que su madre lo descubre.
Esto le conduce a la consulta de Valeria, una guapa psicóloga que tratará de ayudarlo, aunque finalmente tendrá que hablar con ambos para intentar solventar la situación que viven.
Zósimo, historiador griego de finales del siglo V d. C., compuso una historia el Imperio Romano desde Augusto hasta el 410 d. C., año en que el visigodo Alarico saqueó la capital. La obra, escrita en griego y dividida en cuatro libros, tiene como tesis central que el declive del Imperio se debió al abandono de las tradiciones patrias y las divinidades paganas. La «Nueva Historia» está dedicada en sus capítulos iniciales a Grecia y la Roma republicana, para centrarse a continuación en la Roma Imperial. Trata sobre todo del declive del Imperio, por lo que el propio autor se contrapone a Polibio, que narró su esplendor. La concepción pagana y providencialista de la historia lleva a Zósimo a sostener como tesis central que Roma entró en decadencia a causa del abandono de las tradiciones y las divinidades propias.
Matvéi Mitin es un viudo de cuarenta años, director de una oficina de patentes en una pequeña ciudad del extrarradio moscovita. Katia es una actriz divorciada, la mujer a la que ama. Mitin tiene una hija, Liuba, de diecinueve años, fantasiosa y enferma del corazón que está enamorada de Vladímir Kurántsev, joven músico de jazz que está al principio de su carrera. Varvara Kramskaya, sabia y anciana dama que en un tiempo fuera una celebridad en el mundo del teatro es la amiga de los cuatro, el punto de referencia.
Este es el círculo de los seres queridos, un diminuto mundo sostenido por sentimientos e invisibles vínculos, perdido en la inmensidad de la sociedad soviética. El ansia de realización personal, la determinación a encontrar un sitio en esa nueva sociedad, anónima y competitiva, hace de los lazos afectivos lastres de los cuales es imposible arrancarse, pues son el único elemento que hace digna y humana la vida.
Mezcla de novela urbana, prosa lírica e introspección sentimental, Seres queridos traslada el ejercicio de interiorización, propio de la gran tradición literaria rusa, a la agitada vida moderna y consigue un testimonio vivo y palpitante de la sociedad rusa actual.
A sus veinticinco años, Kara Regan empezaba a sospechar que jamás encontraría al hombre adecuado al que abrirle las puertas de su corazón... y las sábanas de su cama. Ahora que por fin ha logrado conseguir un novio decente, parece que su suerte está empezando a cambiar. Pero, ¿de verdad van las cosas con él tan bien como pintan? Cuando entra en juego el plan de Jackie, su algo chiflada mejor amiga, que siempre está dispuesta a ofrecerle los mejores consejos acerca de los hombres y del sexo, Kara se prepara para afrontar su mayor reto. ¿Será capaz de ligarse a un atractivo e interesante desconocido en un pub? Colt Evans es un exitoso arquitecto que cree tenerlo todo en la vida. Posee un futuro brillante en la gran compañía para la que trabaja, tiene una novia de ensueño y vive en un lujoso apartamento de un rascacielos en pleno centro de Nueva York, pero no sabe por qué nunca se ha sentido un hombre completamente satisfecho. Cuando una noche decide aceptar tomar una copa con sus compañeros de trabajo, no tiene la menor idea del golpe inesperado que el destino está a punto de hacerle encajar. ¿Qué puede pasar con su vida perfectamente planeada cuando aparezca ante él la mujer que ha estado protagonizando todas y cada una de sus fantasías?
Arezu es una mujer iraní divorciada, que vive con su hija adolescente y dirige la pequeña agencia inmobiliaria que fundó su padre. Una mujer moderna e independiente, que se divide entre los deseos de su hija de ir a Francia para vivir con su padre y una extravagante madre de mentalidad tradicional y obsesionada con el qué dirán. Todo se hace más complicado cuando comienza una relación sentimental con Zaryu, un cliente de la agencia, y ha de enfrentarse al rechazo y la presión de su entorno más cercano…
Zsófia Bán, reconocida autora de ensayos sobre la obra de W. G. Sebald, Imre Kertész y Susan Sontag, escoge el formato del libro de texto para mostrar un compendio de experiencias vitales divididas por materias, desde la geografía a la química pasando por el francés. Empleando una fina ironía, Bán relata la historia de un científico que desapareció en la jungla de Laos, el viaje a Egipto del joven Flaubert con su amigo Maxime o la vida de una mujer centroeuropea que fue asesinada a balazos a orillas del Danubio. Además, Bán consigue intercalar en Escuela nocturna una de las mejores escenas de amor jamás contadas y concluye sus lecciones sobre la felicidad y la perfidia con un cuento de hadas sobre el maravilloso retorno de la risa. El nexo de estos textos no es otro que el deseo de explorar tabúes y temas absurdos para extraer lecciones vitales.
En un pueblo del sur de Alemania, tres chiquillos disfrutan de la amistad y de los días luminosos intentando dejar atrás su historia familiar, marcada por el dolor y la pérdida. Veinte años más tarde, convertidos ya en estudiantes universitarios, deciden viajar juntos a Roma, donde su vínculo se ve sometido a las duras pruebas del amor, la traición y la culpabilidad. Con su habitual lenguaje depurado, Zsuzsa Bánk muestra en «Los días luminosos» la posibilidad de redención que a veces nos conceden los demás, gracias a los cuales logramos salvaguardar la esperanza. Una conmovedora novela sobre la amistad y la traición, el amor y la mentira, los secretos del pasado y los decisivos instantes que pueden cambiar nuestras vidas. «Una epopeya en prosa sobre el anhelo». Andreas Isenschmid, Zeit.
Poco se sabe respecto de los uruguayos en la Argentina, de ahí la necesidad de este libro donde, por un lado, se ofrece una reconstrucción del proceso inmigratorio a partir de los diferentes contextos en el país de origen.
¿Cómo va a conseguir ella conquistar a un chico que no quiere serconquistado y qué hará él para no sucumbir a sus encantos?
Abby lleva años enamorada de Dylan , el hermano de su mejor amiga Liv. Pero siempre ha sido un amor platónico , pues él es diez años mayor, vive en California y ni siquiera repara en su existencia.
Tras verse plantado prácticamente en el altar por la que creía el amor de su vida, Dylan ha regresado a casa para curarse las heridas. La misma casa donde Abby pasa un mes todos los veranos desde que él se fue.
Solo que, ahora, a sus casi veintidós años, Abby se ha convertido en una mujer alocada, desinhibida y… muy atractiva, que no va a dejar pasar la oportunidad de conquistar el corazón de Dylan.
No importa que él no esté de humor para nadie y mucho menos para una chica que no deja de meter las narices en sus asuntos, porque se ha propuesto conseguir que sonría, recupere el humor y se vuelva, por fin, loco por ella.
Nadie dijo que fuera fácil es una novela romántica llena de sexo y amor, de desamor y desilusión, de finales felices y nuevos comienzos, de alegría y desenfado, que nos habla de cómo dejar de lado prejuicios y tópicos para apostar por la felicidad.
Los lectores opinan:
«Necesito que más personas lean esta historia, me encantó desde el primer momento; me la leí de una sentada».
«¡AMÉ! Esta historia me ayudó a salir de un bloqueo lector, la verdad es que aun estando ocupada buscaba el tiempo para leer; ¡gracias, querida escritora!».
«¡Me encantó! Qué manera tan maravillosa de escribir, ¡fue adictiva!; gracias por compartir tu arte con nosotros».
«Me ha encantado esta historia. Merece todas las estrellas. ¡A recomendar se ha dicho!».
«Me encantó esta novela. Un genio la autora».
«Gracias por esta maravillosa historia. Me encantó de principio a fin. Espero que mucha más gente la lea y se vea atrapada como yo».
«La historia me ha tenido enganchada desde el capítulo uno hasta el final. ¡Felicidades! La lectura se me hizo fácil y divertida. Mereces muchas estrellas, la verdad».
«Buenísima historia, bien armada, entretenida, fresca. ¡Una joya de novela! Lo único malo es que la devoré rapidísimo y no quería llegar al final. Te felicito».
### Críticas
«Necesito que más personas lean esta historia, me encantó desde el primer momento; me la leí de una sentada».
«¡AMÉ! Esta historia me ayudó a salir de un bloqueo lector, la verdad es que aun estando ocupada buscaba el tiempo para leer; ¡gracias, querida escritora!».
«¡Me encantó! Qué manera tan maravillosa de escribir, ¡fue adictiva!; gracias por compartir tu arte con nosotros».
«Me ha encantado esta historia. Merece todas las estrellas. ¡A recomendar se ha dicho!».
«Me encantó esta novela. Un genio la autora».
«Gracias por esta maravillosa historia. Me encantó de principio a fin. Espero que mucha más gente la lea y se vea atrapada como yo».
«La historia me ha tenido enganchada desde el capítulo uno hasta el final. ¡Felicidades! La lectura se me hizo fácil y divertida. Mereces muchas estrellas, la verdad».
«Buenísima historia, bien armada, entretenida, fresca. ¡Una joya de novela! Lo único malo es que la devoré rapidísimo y no quería llegar al final. Te felicito».
### Descripción del Libro
¿Cómo va a conseguir ella conquistar a un chico que no quiere serconquistado y qué hará él para no sucumbir a sus encantos?
### Biografía del autor
Zuleima Esteve (Valencia, 1995). Licenciada en Periodismo. Cuando no está trabajando, la encontrarás viajando o pegada a las páginas de algún libro. Le gusta escribir novelas románticas con toques divertidos y algún que otro cliché. @zuleimaesteve
Estambul, año 2001. Maya Duran es una madre soltera que se esfuerza por compaginar un trabajo exigente en la Universidad de Estambul con los retos de criar a un hijo adolescente. Sus preocupaciones aumentan cuando se le encomienda el cuidado del enigmático Maximilian Wagner, un anciano profesor de Harvard de origen alemán que visita la ciudad para impartir una conferencia en la universidad. Sin embargo, a medida que pasan los días, Maya observa que algo extraño ocurre con el profesor. ¿Por qué los servicios secretos turcos, británicos, rusos les siguen durante sus paseos por la ciudad? ¿Por qué el profesor insiste en que Maya le lleve hasta una playa remota al norte de Estambul? ¿Por qué una vez allí, a pesar del viento helado de febrero, el viejo profesor arriesga su vida por tocar con su violín una serenata frente a un mar inclemente? Aunque al principio se muestra distante, Maya va conociendo las trágicas circunstancias que llevaron al profesor Wagner a Estambul sesenta años antes, y las oscuras realidades que le siguen persiguiendo. Inspirada en la catástrofe del Struma en 1942, en la que, al ser abandonados frente a la costa de Turquía, perecieron los casi ochocientos refugiados judíos que en ese barco huían de los nazis camino de Palestina, Serenata para Nadia es tanto una conmovedora historia de amor comoun apasionante testamento del poder de la conexión humana en situaciones extremas
El medallón, Un crimen misterioso y Blanca o Consecuencias de la vanidad darán cuenta de diferentes procesos de subjetivación femenina iniciados en un período en el que el imaginario venezolano se movilizaba permanentemente, en el que la novela nacional debía consolidarse y en el que, al mismo tiempo, los grandes intelectuales necesitaban limitar y organizar el lugar de cada grupo social dentro del proyecto de modernización. Se trata pues de tres obras con las que, si bien se apela al fatum romántico, también se movilizan las marcas de origen hasta conseguir que el varón letrado resulte menos racional y respetable y, por extensión, la mujer deseante deje de ser el origen del mal y pase a ser una víctima más del poder.
Recuérdame Cuándo es una novela que habla de amor y desamor. De buenos y malos momentos. De todo lo que sucede cuando estás demasiado ocupado en boicotear tu propia felicidad. Una historia para disfrutar de principio a fin.
Prepárate para un final lleno de viajes al pasado, historias y secretos, de relaciones que parecen inquebrantables. De lealtad hacia los amigos y de ese amor que te consume porque se escapa de tus manos.
Dylan y Melissa están dispuestos a hacer cualquier cosa por seguir renovando esa promesa que se hicieron de pequeños.
¿Serán capaces de hacerlo?
No te pierdas el desenlace de la Serie Inevitable.
Siempre para ti.
Lorena y Jonathan, más conocidos entre su gente como Lore y Jon, tuvieron una bonita historia de amor de juventud, casi pubertad, que se truncó una noche aciaga algo previsible. Más de una década después, y sin haberse visto en todo ese tiempo, sus vidas se vuelven a cruzar, pero ya no son los casi niños que conocieron el amor y el sexo. "Buscando un futuro para nosotros" se adentra de una manera abierta en el terreno de las relaciones personales. Narra a lo largo del tiempo, la relación de ambos jóvenes y las tremendas contradicciones internas, dudas y compromisos de la vida adulta, con el recuerdo de una hermosa historia de amor de jóvenes. "Buscando un futuro para nosotros" te hará reír, llorar o emocionarte. Lo que no hará es dejarte indiferente. Sus dramas internos, sus sentimientos, sus pensamientos, sus conflictos y sus ilusiones te harán adentrarte dentro de la vida de Lore y Jon, y sufrir o disfrutar como ellos mismos lo hacen.
Cuatro mujeres actuales. Cuatro mujeres de su tiempo. Cuatro visiones de la vida. Cuatro historias. Cuatro de las infinitas formas de percibir la vida que pueden existir en el ser humano. Julia, Laura, Sonia y Mar son cuatro amigas desde la universidad que con el paso del tiempo nos muestran cuatro visiones de la vida, de sus experiencias de vida, para que, a través de sus ojos, reflexionemos y nos hagan, al menos, pensar. Cuatro relatos actuales, con sus alegrías y sus penas, con su amor y su desamor, con sus sufrimientos y sus angustias, con su romanticismo, con sus vidas; en definitiva, con sus historias del día a día.
Con apenas veintitrés años, Taewon ya tiene el trabajo de sus sueños, millones de admiradores alrededor del mundo y dinero suficiente para hacer lo que le plazca. Tiene todo lo que siempre quiso excepto una cosa: libertad. Pero todo cambia la noche en que Ava se cruza en su camino y, por error, lo secuestra. Encerrado en una casa con ella, en un olvidado y recóndito pueblo de Zendar, no solo se dará cuenta de que hace tiempo ha perdido el dominio total sobre su vida sino también de que hay sentimientos de los que jamás podrá deshacerse. Y es que, con cada día que pase allí, la atracción por su secuestradora crecerá y la tensión sexual entre ambos será tan avasalladora que incluso mirarse el uno al otro les hará faltar el aire. Ava, sin embargo, lo negará. Y lo hará por una simple razón. A pesar de sentirse terriblemente atraída por su prisionero, ella creerá que lo que él está experimentando es producido por un síndrome. Específicamente, por el síndrome de Estocolmo.
“Estocolmo: Cautiva es una lectura imprescindible. La autora, por medio de su relato, ha sabido darle su propia esencia a cada uno de los protagonistas: Taewon y Ava. En esta segunda parte, nos transporta a vivir junto a ellos la continuación de una historia llena de romance y retos. Los detalles al relatar la historia hacen que la misma sea simplemente atrapante. Una lectura que no debe faltar en tu biblioteca.”
Por lo general se cree que la mejor manera de ayudar a los pobres a salir de su miseria es permitir que los ricos sean aún más ricos. Si los que tienen más dinero pagan menos impuestos entonces todos estaremos mejor, un análisis que se concluye afirmando que la riqueza de unos pocos nos beneficia a todos. Sin embargo, estas creencias entran en flagrante contradicción con nuestra experiencia diaria, con el resultado de numerosas investigaciones y, por supuesto, con la lógica. Esta extraña discrepancia entre los hechos y las opiniones populares nos inducen a preguntarnos: ¿Por qué estas opiniones gozan de tanto predicamento y permanecen inalterables frente a las, cada vez mayores, pruebas de lo contrario? Este libro es un intento de responder a esta cuestión. Bauman enumera y examina los supuestos tácitos y las convicciones irreflexivas en las cuales se fundamentan estas opiniones, y nos muestra que todas y cada una de ellas son falsas, fraudulentas y engañosas. No podrían sostenerse ni perdurar en el tiempo si no fuera por el papel que desempeñan a la hora de defender el actual e indefendible crecimiento de la desigualdad social y de la brecha entre la élite y el resto de la sociedad.
Amor líquido continúa el certero análisis acerca de la sociedad en el mundo globalizado y los cambios radicales que impone a la condición humana. En esta ocasión, se concentra en el amor.
El miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones. Los lazos de la solidaridad, que parecen depender de los beneficios que generan. El amor al prójimo, uno de los fundamentos de la vida civilizada y de la moral, distorsionado hasta el temor a los extraños. Los derechos humanos de los extranjeros y los diversos proyectos para «deshumanizar» a los refugiados, a los marginados, a los pobres.
El concepto “daño colateral” fue agregado en tiempos recientes al vocabulario de las fuerzas militares para denotar los efectos no intencionales ni planeados de una acción armada. Calificar de “colaterales los efectos destructivos de una intervención militar supone una desigualdad existente de derechos y oportunidades, ya que acepta a priori una distribución desigual de los costos que implica emprenderla. Sin embargo, es en el campo del análisis social donde el concepto adquiere las dimensiones más drásticas de la desigualdad: en nuestro mundo contemporáneo los pobres, cada vez más criminalizados y marginizados, son privados de oportunidades y derechos y, de este modo, se convierten en los candidatos “naturales” al daño colateral de una economía y una política orientadas por el consumo. En los diferentes ensayos que componen este libro, Zygmunt Bauman -uno de los pensadores más audaces e influyentes de nuestro tiempo- explora la íntima afinidad e interacción entre el crecimiento de la desigualdad social y el aumento de los “daños colaterales”, sus implicancias y sus costos.
En nuestra sociedad individualizada todos somos artistas de la vida, ya sea por propia elección o por imperativo social. Y esto es así lo creamos o no, nos guste o no. Esta sociedad espera de nosotros que dediquemos nuestros recursos y capacidades a dar sentido y dirección a nuestras vidas, aunque para ello no tengamos las herramientas y materiales de los que sí disponen los artistas en sus estudios para concebir y ejecutar su obra. Y somos alabados o censurados en función de los resultados que obtenemos, por lo que hemos conseguido o no, por aquello que alcanzamos y perdimos. En esta nueva obra, ZYGMUNT BAUMAN realiza una brillante descripción de las condiciones en las que elegimos cómo queremos vivir y de las limitaciones que pueden imponerse a dicha elección. Por último, pero no por eso menos importante, nos ofrece un estudio sobre las maneras en que nuestra sociedad, la sociedad líquida e individualizada de consumidores, influye (aunque no determina) la manera en que construimos y narramos nuestras trayectorias vitales. ZYGMUNT BAUMAN es catedrático emérito de Sociología en las universidades de Leeds y Varsovia. Es autor de La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones. La cultura como praxis, Vidas desperdiciadas, Vida liquida y Miedo liquido.
«Toda la argumentación de este libro se encuadra dentro de la idea de que la libertad individual sólo puede ser producto del trabajo colectivo (sólo puede ser conseguida y garantizada colectivamente). Hoy nos desplazamos hacia la privatización de los medios de asegurar-garantizar la libertad individual; si esa es la terapia de los males actuales, está condenada a producir enfermedades iatrogénicas más siniestras y atroces (pobreza masiva, redundancia social y miedo generalizado son algunas de las más prominentes). Para hacer aun más compleja la situación y sus perspectivas de mejoría, pasamos además por un período de privatización de la utopía y de los modelos del bien. El arte de retramar los problemas privados convirtiéndolos en temas públicos está en peligro de caer en desuso y ser olvidado; los problemas privados tienden a ser definidos de un modo que torna extraordinariamente difícil “aglomerarlos” para poder condensarlos en una fuerza política. La argumentación de este libro es una lucha (por cierto inconclusa) por lograr que esa traducción de privado a público vuelva a ser posible». De este modo define Zygmunt Bauman el propósito central de En busca de la política. El primer capítulo trata acerca del significado de la política y en el segundo se analizan los problemas que aquejan a la práctica política y las razones de su declinación. Por último, en el tercero y más controvertido, Bauman esboza, a contrapelo de la visión conformista que hoy se reduce al credo de «no hay alternativa», ciertos puntos de orientación cruciales que podrían guiar una reforma: el modelo republicano del Estado y la ciudadanía, el establecimiento universal de un ingreso básico, y la ampliación de las instituciones de una sociedad autónoma para devolverles capacidad de acción e igualarlas con poderes que, en la actualidad, son extraterritoriales. En este nuevo libro, Zygmunt Bauman —profesor emérito de sociología en las universidades de Leeds y Varsovia, y uno de los más lúcidos y originales pensadores de nuestro tiempo— desarrolla un análisis incisivo y provocador sobre la sociedad posmoderna que no conduce a una visión escéptica o desencantada sino, al contrario, a la valorización de la acción política como medio para llevar adelante los urgentes y necesarios cambios.
En formas de entrada de diario, los textos aquí recogidos no son solamente una reflexión personal, sino también un intento de captar el signo de nuestros tiempos a través de los acontecimientos que se producen cotidianamente: una posibilidad en el inicio, en una fase en los que apenas eran perceptibles y, en cualquier caso, antes de convertirse en parte de esos temas demasiado manidos y banales que pronto caen en el olvido. Algunos de estos acontecimientos formarán parte de nuestras vidas durante mucho tiempo, otros se desvanecerán antes de poder ser observados y estudiados en profundidad. En este mundo cambiante, proteico y caleidoscópico, es muy complicado predecir el curso de los acontecimientos y decidir de antemano cuáles de ellos lograrán proyección e importancia y cuales pasarán desapercibidos. El autor, siguiendo la máxima de William Blake, se propone “contemplar el universo a partir de un grano de arena” y, a partir de ahí, alertarnos de aquello que nos sucederá, o puede sucedernos, en nuestras vidas privadas: formas de solidaridad, perspectivas compartidas, las maneras en que percibimos a los demás y nos relacionamos con ellos, las fuerzas que configuran nuestras vidas, oportunidades e itinerarios, y las formas en las que tratamos de controlar, o cuando menos influir o incluso reformar para mejor alguna de estas dimensiones de nuestra existencia.
En la posmodernidad, el comportamiento ético correcto, antes único e indivisible, comienza a evaluarse como «razonable desde el punto de vista económico», «estéticamente agradable», «moralmente adecuado». Las acciones pueden ser correctas en un sentido y equivocadas en otro. ¿Qué acción debería medirse conforme a un criterio determinado? Y si se aplican diversos criterios, ¿cuál deberá tener prioridad? La «agenda moral» de nuestros días abunda en asuntos que los estudiosos de temas éticos del pasado apenas tocaron, ya que entonces no se articulaban como parte de la experiencia humana. Basta mencionar, en el plano de la vida cotidiana, los diversos problemas morales que surgen de las novedosas relaciones de pareja, sexualidad y relaciones familiares, notorias por su indeterminación institucional, flexibilidad y fragilidad; o bien la gran cantidad de «tradiciones» que sobreviven, han resucitado o se inventaron, para disputarse la lealtad de los individuos y reclamar autoridad para guiar la conducta. Y, en el trasfondo, el contexto global de la vida contemporánea presenta riesgos de una magnitud insospechada, en verdad catastrófica: genocidios, invasiones, «guerras justas», fundamentalismo de mercado, pogromos, terror de estado o de credo.
«Las migraciones masivas no tienen nada de fenómeno novedoso: han acompañado a la modernidad desde el principio mismo de esta». Zygmunt Bauman En este breve libro, Zygmunt Bauman analiza los orígenes, la periferia y el impacto de las actuales olas migratorias. El autor muestra cómo los políticos se han aprovechado de los temores y ansiedades que se han generalizado, especialmente entre aquellos que ya han perdido mucho: los desheredados y los pobres. Sin embargo, sostiene que la política de separación, de construcción de muros en lugar de puentes, es un error. Esta política puede traer un poco de tranquilidad a corto plazo, pero está condenada a fracasar a largo plazo. Nos enfrentamos a una crisis de la humanidad, y la única salida es reconocer nuestra creciente interdependencia como miembros de la misma especie y encontrar nuevas maneras de convivir en la solidaridad y la cooperación, en medio de extraños que puedan mantener opiniones y voluntades diferentes de las nuestras.
Como el título indica, Zygmunt Bauman analiza en este libro los cambios que se han producido en la noción de identidad en nuestro mundo moderno. En el medio líquido de consistencia lábil en el que transcurren las vidas de los hombres en la actualidad, dicho concepto de identidad se ha vuelto completamente ambiguo, hasta convertirse en una idea contestada, que sólo se esgrime en el contexto de un conflicto, en el campo de batalla: se trata de un concepto que, queriendo unir, divide, y queriendo dividir, excluye, de tal manera que, si alguna vez sirvió como estandarte para la emancipación, hoy puede resultar una forma encubierta de opresión. Este doble filo de la identidad se pone de manifiesto, sobre todo, cuando se ve en qué ha quedado la humanidad, esa identidad que nos iguala por encima de cualquier otra identidad circunstancial. Seguramente, la humanidad se halla hoy en la cola de las identidades, postergada por afinidades menores, más circunscritas y menos universales, carcomida por auténticas identidades de ocasión, de las que se participa con el mismo espíritu con el que se exhibe una prenda de moda. Zygmunt Bauman advierte, con sus convincentes argumentos, de que la necesidad del ser humano de buscar sus raíces, de identificarse con un nudo familiar, de sintonizar amistosamente con otros, no puede instrumentalizarse como un bien de consumo, como un producto dictado por la coyuntura. De otro modo, el hombre no logrará sanar nunca del desconcierto existencial que hoy parece aquejarle.
En este libro, uno de los principales teóricos sociales de la actualidad acomete el tema que más ha fascinado a los científicos sociales durante los últimos años: la cultura. Bauman pretende clasificar los significados de la cultura distinguiendo entre la cultura como concepto, la cultura como estructura y la cultura como praxis. Analiza, por consiguiente, las diferentes formas en que se utiliza en cada uno de dichos ámbitos. Enfrentado al enfoque relativista, Bauman recela de aquellos tratamientos que abordan la cultura en forma de reportajes. Para Bauman, se trata de un aspecto vivo y cambiante de las interacciones humanas, por lo que se debe entender y estudiar como parte integral de la vida. En el fondo de esta aproximación subyace una propuesta según la cual la cultura es intrínsecamente ambivalente. En consecuencia, para Bauman, la cultura es tanto un agente de desorden como una herramienta de orden, tanto un factor que envejece como una condición atemporal. Es a la vez un espacio de creatividad y un marco de regulación normativa. Bauman ilustra cómo aquellos enfoques que priorizan una faceta de la cultura en detrimento de las otras corren el peligro de producir una comprensión sesgada de la cuestión. Esta nueva edición del libro de Bauman incluye una acertada introducción que demuestra la relevancia de La cultura como praxis en la obra más reciente del autor en torno a la modernidad, la posmodernidad y la ética. El libro se convierte así en un eslabón crucial en el desarrollo del pensamiento de Bauman. Tal como él mismo admite, se trata de la primera de sus obras que intenta tantear un nuevo tipo de teoría social, en contraste con las falsas certezas y los burdos teoremas que dominaron buena parte del período de posguerra. En él hallamos al mejor Bauman: el más insolente pero también el más sutil. La cultura como praxis constituirá una lectura fundamental para todos aquellos que se interesen por la teoría social y los estudios culturales.
Bauman examina el momento en que la cultura pasó de ser el de un agente de cambio y se ha comportado como un medio de seducción al quedar marcada por la globalización, las migraciones y la mezcla poblacional. Mejor ejemplo de ello es Europa, en donde la cultura se revitaliza y comprende a través de la diversidad de razas, lenguas e historias.
La «globalización» está en boca de todos —nos dice Bauman en la introducción de su libro—, pero la palabra se ha transformado rápidamente en un fetiche, en un conjuro mágico y en una llave destinada a abrir las puertas a todos los misterios presentes y futuros. Algunos consideran que la «globalización» es indispensable para la felicidad; otros, que es la causa de la infelicidad. No obstante, muchos consideran que es el destino ineluctable del mundo, un proceso irreversible que afecta de la misma manera y en idéntica medida a la totalidad de las personas. Nos están «globalizando» a todos, y ser «globalizado» significa más o menos lo mismo para los que están sometidos a ese proceso. Este libro se propone entonces demostrar que el fenómeno de la globalización es mucho más profundo de lo que aparenta; al revelar las raíces y las consecuencias sociales del proceso globalizador, tratará de disipar los malentendidos que rodean a un término supuestamente clarificador de la actual condición humana. La globalización. Consecuencias humanas constituye pues un importante aporte a esta polémica y en tal sentido interesará a estudiantes y profesionales de la sociología, la geografía humana y los problemas culturales.
Hay pocos textos que sinteticen con mayor lucidez la condición del individuo en la sociedad de consumo del siglo XXI que estas páginas escritas por Zygmunt Bauman. En ellas se delimitan con precisión los contornos de un estado de cosas en el que los individuos, convertidos en consumidores, han perdido contacto con todas las referencias ideológicas, sociales y de comportamiento que habían determinado su actuación en siglos anteriores. En este orden nuevo la vida «se acelera» por la necesidad, casi obligación, de aprovechar tantas oportunidades de felicidad como sea posible, cosa que nos permite ser «alguien nuevo» a cada momento. La identidad se construye por medio de accesorios comprados, que aparecen en el mercado en número que se multiplica hasta hacerse incontrolable, al igual que la oferta de información con que nuestro criterio es bombardeado desde todas partes. Ello tiene influencia sobre nuestra manera de relacionarnos con el saber, el trabajo y la vida en general: la educación, en la época de la modernidad líquida, ha abandonado la noción de conocimiento de la verdad útil para toda la vida y la ha sustituido por la del conocimiento «de usar y tirar», válido mientras no se diga lo contrario y de utilidad pasajera. Sin embargo, para Bauman, la formación continuada no debería dedicarse exclusivamente al fomento de las habilidades técnicas y a la educación centrada en el trabajo, sino, sobre todo, a formar ciudadanos que recuperen el espacio público de diálogo y sus derechos democráticos, pues un ciudadano ignorante de las circunstancias políticas y sociales en las que vive será totalmente incapaz de controlar el futuro de éstas y el suyo propio.
Hasta ahora se creía que la modernidad iba a ser aquel período de la historia humana en el que, por fin, quedarían atrás los temores que atenazaban la vida social del pasado y los seres humanos podríamos controlar nuestras vidas y dominar las imprevisibles fuerzas de los mundos social y natural. Y, en cambio, en los albores del siglo XXI volvemos a vivir una época de miedo. Tanto si nos referimos al miedo a las catástrofes naturales y medioambientales, o al miedo a los atentados terroristas indiscriminados, en la actualidad experimentamos una ansiedad constante por los peligros que pueden azotarnos sin previo aviso y en cualquier momento. «Miedo» es el término que empleamos para describir la incertidumbre que caracteriza nuestra era moderna líquida, nuestra ignorancia sobre la amenaza concreta que se cierne sobre nosotros y nuestra incapacidad para determinar qué podemos hacer (y qué no) para contrarrestarla. En esta obra, Zygmunt Bauman —uno de los pensadores sociales más influyentes de nuestra época— nos presenta un Inventario exhaustivo de los temores de la modernidad líquida y nos explica cómo podemos desactivarlos o hacer que se vuelvan inofensivos.
La era de la modernidad sólida ha llegado a su fin. ¿Por qué sólida? Porque los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo: duran. En cambio los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Por eso la metáfora de la liquidez es la adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de la modernidad. La disolución de los sólidos es el rasgo permanente de esta fase. Los sólidos que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad líquida, son los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas. Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, de la liberalización de todos los mercados. No hay pautas estables ni predeterminadas en esta versión privatizada de la modernidad. Y cuando lo público ya no existe como sólido, el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen total y fatalmente sobre los hombros del individuo. El advenimiento de la modernidad líquida ha impuesto a la condición humana cambios radicales que exigen repensar los viejos conceptos que solían articularla. Zygmunt Bauman examina desde la sociología cinco conceptos básicos en torno a los cuales ha girado la narrativa de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo. La pregunta es si su resurrección —o su reencarnación— es factible; y, si no lo es, cómo disponer para ellos una sepultura y un funeral decentes.
El Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un “Barbarismo” persistente, fue un fenómeno estrechamente relacionado con las características de la modernidad. El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura, es, por lo tanto, un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura.«Un libro profundo, brillante… de lectura altamente recomendada». Political Studies«De planteamiento amplio y análisis penetrante, conmovedor como exige el asunto tratado, logra mantener la distancia reflexiva de la que se desprenden nuevos y más certeros conocimientos». Tunes Higher Education Supplement.Modernidad y Holocausto obtuvo el Premio Europeo Amalfi de Sociología y Teoría Social del año 1989.(El Premio Europeo Amalfi de sociología y ciencias sociales (Premio Europeo Amalfi per La Sociología e le Scienze Sociali) es un prestigioso reconocimiento que entrega anualmente la asociación italiana de sociología.El premio fue creado en 1987 por iniciativa de la sección de Teoría Sociológica de la asociación y es entregado al autor de un libro o un artículo, publicado durante los dos años anteriores, que haya hecho una aportación notable en el ámbito de la sociología.Más info Wikihttp://es.wikipedia.org/wiki/Premio_Europeo_Amalfi_de_Sociología_y_Ciencias_Sociales) (Gracias por la información 'aquienme lahafacilitado')
¿Quién fue Zygmunt Bauman? ¿Cuáles de sus ideas calaron más hondo en el imaginario colectivo de nuestra sociedad? Los enunciados expuestos en Reflexiones sobre un mundo líquido dan cuenta de sus aportaciones a la conceptualización de la posmodernidad, a la que él denominó «modernidad líquida», y en cuyo análisis centró su obra con tanto acierto. Con vocación eminentemente introductoria, presentamos una obra que se convertirá en la mejor toma de contacto con un autor sencillamente imprescindible.
Hace tiempo que perdimos la fe en la idea de que las personas podríamos alcanzar la felicidad humana en un estado futuro ideal, un estado que Tomás Moro, cinco siglos atrás, vinculó a un topos, un lugar fijo, un Estado soberano regido por un gobernante sabio y benévolo. Pero, aunque hayamos perdido la fe en las utopías de todo signo, lo que no ha muerto es la aspiración humana que hizo que esa imagen resultara tan cautivadora. De hecho, está resurgiendo de nuevo como una imagen centrada, no en el futuro, sino en el pasado: no en un futuro por crear, sino en un pasado abandonado y redivivo que podríamos llamar retrotopía.Fiel al espíritu utópico, la retrotopia es el anhelo de rectificación de los defectos de la actual situación humana, aunque, en este caso, resucitando los malogrados y olvidados potenciales del pasado. Son los aspectos imaginados de ese pasado reales o presuntos los que sirven hoy de principales puntos de referencia a la hora de trazar la ruta hacia un mundo mejor.
La caracterización de la modernidad como un «tiempo líquido» es uno de los mayores aciertos de la sociología contemporánea. La expresión, acuñada por Zygmunt Bauman, da cuenta con precisión del tránsito de una modernidad «sólida» —estable, repetitiva— a una «líquida» —flexible, voluble— en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos. Pero la incertidumbre en que vivimos se debe también a otras transformaciones, entre las que se contarían: la separación del poder y la política; el debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo, o la renuncia al pensamiento y a la planificación a largo plazo. La expresión «tiempos líquidos», acuñada por el gran sociólogo Zygmunt Bauman, da cuenta con precisión del tránsito de una modernidad «sólida» —estable, repetitiva— a una «líquida» —flexible, voluble—, en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario ni pueden servir como marcos de referencia para la acción humana. Pero la incertidumbre en que vivimos se debe también a la separación del poder y la política, el debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo o la renuncia al pensamiento y a la planificación a largo plazo. Este nuevo escenario implica la fragmentación de las vidas y exige de los individuos que estén dispuestos a cambiar de tácticas y abandonar compromisos y lealtades.
En «Trabajo, consumismo y nuevos pobres», Bauman reconstruye el cambio de la condición de la pobreza desde la «ética del trabajo» propia de la revolución industrial hasta la «estética del consumo» de la sociedad actual, y las consecuencias de este proceso; sobre todo en relación con los pobres, auténtico «ejército de reserva para nutrir las fábricas según la necesidad». El paso de la sociedad de trabajadores a la de consumidores significa que esos pobres, antes reserva de mano de obra, han pasado a ser consumidores expulsados del mercado. A juicio de Bauman «esta diferencia cambia la situación radicalmente y afecta tanto la experiencia misma de la pobreza como a las oportunidades y perspectivas de resolver sus penurias». También aporta luz para analizar la comprensión de las hoy llamadas «clases marginadas», producidas como concepto por el mismo poder que las presenta como «problema social». Por último, plantea una serie de consideraciones sobre el futuro de los pobres y apunta una posibilidad para dar un nuevo significado a la ética del trabajo, más conforme a la condición actual de las sociedades desarrolladas.
Nuestra modernidad se ha tornado “líquida” las estructuras sociales son efímeras y ya no sirven de marco de referencia para los actos humanos. Una consecuencia de este fenómeno es que la sociedad de productores se ha transformado en una sociedad de consumidores; para alcanzar el codiciado reconocimiento social cada sujeto debe reciclar su Identidad y presentarse como bien de cambio, un producto capaz de captar la atención, atraer clientes y generar demanda. Vida de consumo demuestra que, con el advenimiento de esta modernidad liquida, los individuos son a la vez vendedores y artículos en venta; todos ellos habitan un mismo espacio social que conocemos como mercado y las visiones del mundo hechas a la medida del mercado invaden la red de relaciones humanas; a la luz de este reconocimiento, Zygmunt Bauman —el pensador social más original y agudo de la actualidad— analiza e interpreta las normas sociales y lacultura de la vida contemporánea.
La «vida líquida» es la manera habitual de vivir en nuestras sociedades modernas contemporáneas. Esta vida se caracteriza por no mantener ningún rumbo determinado, puesto que se desarrolla en una sociedad que, en cuanto líquida, no mantiene mucho tiempo la misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre constantes. Así, nuestra principal preocupación es el temor a que nos sorprendan desprevenidos, a no ser capaces de ponernos al día de unos acontecimientos que se mueven a un ritmo vertiginoso, a pasar por alto las fechas de caducidad y vernos obligados a cargar con bienes u objetos inservibles, a no captar el momento en que se hace perentorio un replanteamiento y quedar relegados. Teniendo en cuenta todo esto, y dada la velocidad de los cambios, a vida consiste hoy en una serie inacabable de nuevos comienzos, pero también de incesantes finales. Así se explica que procuremos por todos los medios que los finales sean rápidos e indoloros, sin los cuales los nuevos escenarios serían impensables. Entre las artes del vivir líquido moderno y las habilidades necesarias para ponerlas en práctica, librarse de las cosas cobra prioridad sobre el adquirirlas. Una vez más, Bauman nos brinda un diagnóstico de nuestras sociedades certero, agudo e inmensamente conmovedor.
La producción de «residuos humanos» —es decir, las poblaciones «superfluas» de emigrantes, refugiados y demás parias— es una consecuencia inevitable de la modernización. También es un ineludible efecto secundario del progreso económico y la búsqueda de orden, característicos de la modernidad. La propagación global de la modernidad ha dado lugar a un número cada vez más elevado de seres humanos que se encuentran privados de medios adecuados de subsistencia, y a la vez el planeta se está quedando sin lugares donde ubicarlos. De ahí las nuevas inquietudes acerca de los «inmigrantes» y de quienes piden «asilo», así como la creciente importancia del papel que desempeñan los difusos «temores relativos a la seguridad» en la agenda política contemporánea. ZYGMUNT BAUMAN desentraña el efecto de esta transformación en la cultura y la política contemporáneas, y muestra que el problema de hacer frente a los «residuos humanos» brinda una clave para comprender algunas peculiaridades por lo demás desconcertantes, de nuestra vida en común, desde las estrategias de dominación global hasta los aspectos más íntimos de las relaciones humanas.
Hoy en día la crisis está en boca de todos y son frecuentes las comparaciones con la Gran Depresión de la década de 1930, pero hay una diferencia crucial entre ellas: y es que, en la actualidad, ya no confiamos en la capacidad del estado para resolverla y trazar un rumbo nuevo que nos haga salir adelante. Muchos de nuestros problemas tienen su origen en la esfera global, pero el volumen de poder del que disponen los estados-nación individuales para afrontarlos es a todas luces insuficiente. La impotencia de los gobiernos suscita el cinismo y la desconfianza crecientes de los ciudadanos y por ello la crisis actual es, a un tiempo, una crisis de la capacidad de acción, una crisis de la democracia representativa y una crisis de la soberanía del estado.
Hoy en día, los detalles más insignificantes de nuestras vidas son registrados y examinados como nunca antes, y a menudo quienes son vigilados cooperan voluntariamente con los vigilantes. Desde Londres y Nueva York hasta Nueva Delhi, Shanghái y Río de Janeiro, la presencia de cámaras de vídeo en los lugares públicos ya es algo habitual y aceptado por la población. En la actualidad, los viajes aéreos implican el paso por escáneres humanos y controles biométricos que se han multiplicado a raíz del 11-S. Diariamente Google y los proveedores de tarjetas de crédito apuntan el detalle de nuestros hábitos, preocupaciones y preferencias, y con ellos van elaborando estrategias de marketing personalizadas con nuestra activa y, en algunos casos, entusiasta cooperación. En este libro el análisis de la vigilancia de David Lyon confluye con el mundo líquido moderno que Zygmunt Bauman ha descrito con su característica agudeza. ¿Nos encontramos ante un futuro lúgubre de vigilancia continua o existen aún espacios de libertad y esperanza? ¿Cómo podemos ser conscientes de nuestras responsabilidades para con nuestros semejantes, perdidos como estamos con frecuencia en discusiones sobre datos y categorizaciones? Nos encontramos ante temas del poder, la tecnología y la moral, este libro constituye un análisis brillante de lo que implica ser observado —y estar observando— en la actualidad.
El mal no es algo novedoso; ha estado con nosotros desde tiempos inmemoriales. Pero sí hay algo nuevo en el tipo de maldad que caracteriza nuestro mundo contemporáneo líquido-moderno. El mal se ha vuelto más penetrante, menos visible, se oculta en el tejido mismo de la convivencia humana y en el curso de su rutina y reproducción cotidiana. En su forma presente, el mal es difícil de detectar, desenmascarar y resistir. Nos seduce por su ordinariedad y luego salta sin previo aviso, golpeando aparentemente al azar. El resultado es un mundo social que es comparable a un campo minado: sabemos que está lleno de explosivos y que las explosiones ocurrirán tarde o temprano, pero no tenemos ni idea de cuándo ni dónde ocurrirán. En «Maldad líquida», Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis guían al lector a través de este nuevo terreno en el que el mal se ha vuelto más ordinario y más insidioso, amenazando con despojar a la humanidad de sus sueños, proyectos alternativos y poderes de disentir en el momento en que más se necesitan.
A través de cuatro diálogos mantenidos con el ensayista suizo Peter Haffner, el célebre sociólogo repasa los hitos más decisivos de su carrera profesional y su vida privada. Bauman reflexiona acerca de episodios cruciales de la historia polaca y europea, pero también sobre el amor y la felicidad. Además, brinda una serie de iluminadoras explicaciones a las ideas motrices de su pensamiento: la modernidad líquida, el trato a los desfavorecidos de la historia, el auge de los fundamentalismos y la dualidad de carácter y destino a la hora de conformar una vida realmente humana. El sociólogo que cambió nuestra manera de entender el mundo actual. En febrero de 2014 y abril de 2016, el gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman mantuvo una serie de reveladores diálogos con el ensayista y periodista suizo Peter Haffner. Recogidas en el presente volumen, estas conversaciones son un privilegiado modo de acceso a los principales temas de su pensamiento, además de regalarnos interesantísimos aspectos personales e inéditos de este influyente intelectual de nuestro tiempo. A lo largo de estas páginas, Zygmunt Bauman aborda cuestiones tan candentes como la modernidad «líquida» y sus consecuencias, la creciente precarización de la vida humana, el odio al diferente y la creación de chivos expiatorios como permanente amenaza en las sociedades de nuestro tiempo. También nos habla de su dura experiencia como soldado en la Segunda Guerra Mundial o rememora la represión que, como judío, sufrió en su propio país. Y no renuncia a brindarnos jugosas opiniones sobre el sexo, el amor y la construcción del propio destino en un mundo que se desmorona; ideas que expresa en esta amenísima obra, fundamental para comprender su pensamiento y el conjunto de su trayectoria, escrita con envidiable lucidez y un contagioso sentido del humor.
Conversación epistolar entre el eminente sociólogo Zygmunt Bauman y el editor y traductor italiano Riccardo Mazzeo sobre la relación «líquida» entre sociología y literatura, entre las ciencias sociales y las artes en general.Según Bauman y Mazzeo, para interpretar nuestra realidad y nuestro mundo es necesario entrelazar literatura y sociología, psicoanálisis y filosofía, antropología y política; disciplinas complementarias que además de compartir argumentos, objetivos y campos de investigación, se alimentan recíprocamente con su compleja red de metáforas y discursos.En este sentido, el libro está repleto de referencias culturales y reflexiones inspiradas en autores como Calvino, Camus, Littell, Proust, Freud, Goethe, Perec o Kundera, que ayudan a entender y explicar el declive de la sociedad, la importancia de la educación, el valor de la libertad, la crisis de paternidad o los riesgos de la tecnología.
En «Sobre la educación en un mundo líquido: Conversaciones con Ricardo Mazzeo», de Zigmunt Bauman, autor de otras obras clasificadas en la materia de teoría sociológica como «Vida líquida» o «La sociedad individualizada», el autor nos invita de nuevo a reflexionar esta vez acerca de la difícil situación en la que se encuentran los jóvenes en la actualidad, y también sobre el papel de la educación y de los educadores en un mundo que, desde hace tiempo, ya no cuenta con las certezas que confortaban a nuestros predecesores. La capacidad descriptiva de sus conceptos de «modernidad líquida», «vida líquida», «miedo líquido» o «amor líquido» han traspasado el ámbito de la sociología para convertirse en expresiones empleadas a menudo en los medios de comunicación, en la política e incluso en el lenguaje coloquial. Desde los inicios de Zigmunt Bauman en la década de 1970, su visión de la sociología ha reivindicado para esta disciplina un papel menos descriptivo y más reflexivo. Sus aportaciones a la conceptualización de la posmodernidad, a la qué el denomina «modernidad líquida» han sido plasmadas en diversos ensayos que le han valido el reconocimiento internacional. Bauman ha sido galardonado con el European Amalfi Prize for Sociology and Social Science en 1992 y el Theodor W. Adorno Award en 1998. En 2010 le fue concedido, junto con Alain Touraine, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Enfrentados al desconcierto propio de nuestra sociedad líquida, muchos jóvenes sienten la tentación de quedarse al margen, de no participar en la sociedad. Algunos de ellos se refugian en un mundo de juegos «on line» y de relaciones virtuales, de anorexia, depresión, alcohol e incluso de drogas duras, pretendiendo con ello protegerse de un entorno que cada vez más se percibe como hostil y peligroso. Otros adoptan conductas violentas, uniéndose a bandas callejeras y al pillaje protagonizado por quienes, excluidos de los templos del consumo, desean participar en sus rituales. Una situación que se produce bajo la mirada ciega e indiferente de nuestros políticos, y ante la que es preciso reaccionar.
Estas son las páginas en las que estaba trabajando Zygmunt Bauman en el momento de su muerte, un diálogo con un joven que tiene exactamente sesenta años menos que él. En la conversación con Thomas Leoncini, Bauman aborda por primera vez el universo de las generaciones nacidas después de los primeros años ochenta, aquellos que en una sociedad líquida y en continuo cambio forman parte de ella en calidad de nativos. Una breve y fulgurante obra pop, capaz de entusiasmar tanto a quienes, por diversas razones, tienen relación con los jóvenes, como a los numerosísimos lectores de Bauman.
En este lúcido, estimulante y original libro, Zygmunt Bauman y Tim May exploran los supuestos subyacentes y las expectativas tácitas que estructuran nuestra visión. Los autores dilucidan conceptos clave en la sociología: por ejemplo, individualismo versus comunidad, y privilegio versus carencia. Dibujando un recorrido a través de las principales preocupaciones de la sociología, Bauman y May examinan también la aplicabilidad de la sociología en la vida diaria. Este volumen es una edición completamente revisada y aumentada, que incluye nuevo material en el tema de la salud y aptitud física, intimidad, tiempo, espacio y desorden, riesgo, globalización, identidad, organizaciones y nuevas tecnologías. Fue escrito para beneficio y disfrute de los estudiantes, sociólogos profesionales y científicos sociales, y de cualquier otra persona interesada en la dinámica y las cuestiones que estructuran la vida diaria.
Un domingo de primavera, en un antiguo monasterio de Varsovia, se celebra una terapia de grupo. La tranquilidad dura poco tiempo ya que uno de los participantes aparece muerto con un asador clavado en el ojo. El fiscal Teodor Szacki asume las riendas de este «Caso Telak», que casi acabará por superarlo y que lo distraerá de la rutina de su trabajo, de las noticias de Varsovia y del mundo y de su monótono matrimonio. La mecánica de la terapia «de constelaciones» es el punto de partida: ¿puede alguno de los participantes haber caído preso de su propia ficción?
Pronto dará comienzo la primavera en Sandomierz, la pequeña y pintoresca ciudad de provincias donde el fiscal Teodor Szacki ha decidido trasladarse para dar un vuelco a su fulgurante carrera en Varsovia, después de poner punto final a su matrimonio. Szacki ansía una nueva vida, aunque se aburre y echa de menos la acción de su antiguo puesto. Sus días de aparente placidez se verán interrumpidos por un nuevo caso de asesinato: el cuerpo de una mujer desangrada de acuerdo con los ritos de sacrificio judíos ha sido hallado delante de la sinagoga. Cuando el marido de la víctima corre la misma suerte, los vecinos reviven temores de hace décadas. Frente a un aumento sin precedentes de antisemitismo, Szacki tendrá que ahondar en un pasado con ecos dolorosos para encontrar la verdad de una historia que despierta demasiadas pasiones.
El fiscal Teodor Szacki no está en su mejor momento. Desde que abandonó Varsovia, siente un perpetuo desajuste tanto en su vida de pareja como en las relaciones con su hija adolescente. Tal vez ese sea el motivo de que un día no adopte todas las medidas necesarias ante una queja por violencia doméstica con consecuencias terribles para la esposa maltratada. O quizá ande afectado por una extraña investigación por asesinato que implica a un esqueleto cuyos huesos pertenecen a varias víctimas. Pero pronto sospecha que ambos casos pueden estar vinculados y se va dibujando la pista de un escurridizo justiciero: alguien que trabaja en la sombra, claramente decidido a paliar la negligencia de la policía.