Apiano carece del genio historiográfico creador de un Tucídides o un Polibio, pero la información que recopila y selecciona con tino es fundamental para conocer varios lances de la historia de Roma, de los que es el único testimonio o como mínimo el más importante: usó diversas fuentes de variado signo, según el episodio que se proponía relatar, muchas de las cuales se han perdido parcialmente o por completo. La «Historia» dedica cinco libros a las guerras civiles, y constituye nuestra única narración continua conservada del periodo que abarca desde los Gracos hasta Accio, lo que ha motivado el interés moderno por Apiano. Éste se interesa especialmente por las repercusiones de las guerras civiles en las provincias y la anexión de Egipto, y trata de dar a los variopintos hechos que refiere de un sentido unitario y global.
Apolodoro de Atenas es para nosotros un perfecto desconocido, pero le debemos este tratado de mitografía, probablemente compuesto en el siglo I o II d. C., que constituye una útil y esclarecedora catalogación de una gran cantidad de material legendario. En la elaboración del compendio el autor muestra su exhaustivo conocimiento de la tradición literaria que trasmitió el repertorio mítico. No tiene pretensiones estilísticas, pruritos filosóficos ni afectaciones poéticas, sino que con buena y transparente prosa se aplica a narrar las vicisitudes de dioses y héroes, con sus genealogías; los nombres se suceden y entrelazan en un entramado de mitos que transmite una visión arcaica del mundo divino y humano. Se trata de una rigurosa obra de erudición sobre un material que, por su lejanía en el tiempo, ha dejado de formar parte de las creencias y la religión, para integrarse en el bagaje cultural y en una herencia ya literaria. Escrita con notable precisión didáctica, la «Biblioteca» es un excelente manual de mitología.
Dionisio de Halicarnaso niega que la expansión y la hegemonía romanas se deban en buena medida a Fortuna, según el parecer de algunos historiadores griegos de su tiempo, y se muestra pragmatista o factual, pues expone la diversidad de causas que a su juicio la han llevado a ostentar el poder mundial: como Polibio, ensalza la bondad de su Constitución, y destaca también, entre los factores decisivos, aspectos objetivos como el número de sus soldados y otros de índole moral, como la virtud y la piedad tradicionales.
Este volumen incluye los dos últimos libros que nos han llegado prácticamente completos de la Historia de Dionisio de Halicarnaso, y los fragmentos que nos han alcanzado de los nueve libros siguientes (provenientes en su mayor parte de los resúmenes o extractos históricos que ordenó hacer en el siglo X el emperador Constantino Porfirogéneta). Entre las principales fuentes de Dionisio están los analistas (sobre todo la segunda analística del siglo I a. C., más centrada en la política interior que en la exterior) y algunos historiadores anteriores a él; cabe destacar a Polibio de Megalópolis y Marco Terencio Varrón. Dionisio se sirve de su obra para, de un modo crítico, elegir los materiales que más convienen a sus propósitos. Su teoría historiográfica ejerció influencia en la posteridad, como fuente y como modelo literario. Plutarco, Apiano y Dión Casio bebieron de ella.
Filóstrato incluye a Dión de Prusa (también llamado Dión Crisóstomo, «boca de oro») en el movimiento de la sofística, aunque aclara que por su personalidad y por su obra rebasa las categorías angostas. En efecto, este orador, filósofo e historiador griego del siglo I d.C., nacido en la pequeña ciudad de Prusa, en la provincia romana de Bitinia (noroeste de la actual Turquía), pronunció discursos en varias situaciones de las que atraían a los sofistas, y algunas de sus ochenta piezas oratorias conservadas son inequívocamente de lucimiento y exhibición retórica, sobre asuntos triviales ajenos a las grandes cuestiones del pensamiento. Incluso uno de sus discursos, Contra los filósofos, justifica la expulsión de los filósofos de Roma e insta al destierro de los seguidores de Sócrates y Zenón. Sin embargo, otra vertiente de sus discursos responde a los planteamientos de las filosofías cínica y estoica concernientes a la ética y, en general, al modo de vivir: una sencillez integrada en la naturaleza. También abordó temas de política. En esta faceta seria de su producción trató temas como la esclavitud y la libertad, el vicio y la virtud, la libertad, la esclavitud, la riqueza, la avaricia, la guerra, las hostilidad y la paz, el buen gobierno y otras cuestiones morales. El emperador Domiciano le expulsó de Roma (donde residió una temporada) y de Italia a raíz de una relación con conspiradores, lo que propició que Dión viajara por el Imperio, con una modestia y una pobreza extremas. El nuevo emperador, Nerva, revocó el castigo, y Dión trabó amistad con el sucesor de éste, Trajano, al que dirigió más de un discurso encomiástico, y quien se dice que le llevó en su carro en su triunfo dacio. Dión pasó los últimos años de su vida en su Prusa natal, donde participó activamente en la política.
Heródoto es el primer escritor en prosa con una obra extensa conservada: su «Historia», en nueve libros. Es además el fundador de la Historia como género literario y como perspectiva intelectual, lo que lo convierte en uno de los mejores representantes de la época dorada del siglo V a. C. Con un estilo directo y claro, nadie duda hoy de su amenidad, su inteligencia y su enorme capacidad para recoger, recontar y criticar los hechos más diversos. Éste es el cuarto y último volumen que culmina la obra con la narración de los hechos y batallas más destacados de la Segunda Guerra Médica, como las batallas de Salamina y Platea.
Debemos al griego Estrabón (Amasia, Ponto, c. 64 a. C.-c. 24 d. C.) buena parte de nuestro conocimiento de la geografía antigua: sólo Heródoto antes que él escribió una obra comparable, si bien en un ámbito mucho más restringido, y tampoco sus sucesores le igualarían en exhaustividad. Su Geografía no se limita a enumerar topónimos y localizaciones cartográficas, sino que proporciona noticias sobre paisaje, clima, formas de vida, recursos económicos, leyendas, acontecimientos históricos y un sinfín de noticias de cada lugar y país de todo el mundo habitado —noticias que han resultado de suma utilidad para la historiografía, la antropología y la etnografía—; el conjunto de tantas informaciones logra un feliz equilibrio entre aspectos físico-matemáticos y hechos humanos. La obra de Estrabón constituye una síntesis monumental del saber geográfico existente al inicio del Imperio Romano, y una rica visión panorámica de la ecúmene, o mundo entonces conocido (Europa, Asia y África), en un momento en que parecía que la expansión y el descubrimiento del orbe habían alcanzado sus máximas posibilidades.Los dos primeros libros, que forman este volumen, son prolegómenos al resto de la obra: tratan de cuestiones de geografía general, critican y rectifican a predecesores (Polibio, Posidonio, Artemidoro de Éfeso…) y defienden la validez de la geografía aparecida en la obra de Homero.
Los amplios conocimientos de Estrabón y su interés por la historia, así como la atención que presta al mundo en el que vivió, hacen de su Geografía un texto de sumo valor acerca de la cultura griega bajo el Principado. Sus destinatarios principales eran hombres cultos con cierta preparación filosófica implicados de lleno en la vida política, pues al entender de Estrabón la geografía no se reducía a una neutra descripción de rasgos y fenómenos, sino que era un instrumento para la acción de gobierno. En efecto, el autor subraya que su geografía está concebida para impartir conocimientos prácticos a los dirigentes políticos, si bien no aclara si éstos son los romanos o los griegos de su Ponto natal.Los libros III y IV describen Iberia, la Galia y Bretaña, en lo que constituye el inicio de un viaje por los tres continentes conocidos (Europa, Asia y África), siguiendo la dirección de las agujas del reloj, que nos llevará hasta las costas occidentales de África: de un lado al otro del Estrecho de Gibraltar. Con este inmenso arco, Estrabón ofrece una colosal visión de conjunto de todo el orbe conocido en su tiempo.
Zósimo, historiador griego de finales del siglo V d. C., compuso una historia el Imperio Romano desde Augusto hasta el 410 d. C., año en que el visigodo Alarico saqueó la capital. La obra, escrita en griego y dividida en cuatro libros, tiene como tesis central que el declive del Imperio se debió al abandono de las tradiciones patrias y las divinidades paganas. La «Nueva Historia» está dedicada en sus capítulos iniciales a Grecia y la Roma republicana, para centrarse a continuación en la Roma Imperial. Trata sobre todo del declive del Imperio, por lo que el propio autor se contrapone a Polibio, que narró su esplendor. La concepción pagana y providencialista de la historia lleva a Zósimo a sostener como tesis central que Roma entró en decadencia a causa del abandono de las tradiciones y las divinidades propias.
Josefo (c. 37-38-Roma, 101), historiador judío fariseo, nació unos treinta y cinco años antes de que los romanos destruyeran Jerusalén: en el año 66 estalló la Gran Revuelta Judía, y Josefo fue nombrado comandante en jefe de Galilea. Fue hecho prisionero, pero Vespasiano (a quien el primero pronosticó, con acierto, que él y su hijo Tito llegarían a emperadores) lo liberó, a raíz de lo cual devino Flavio Josefo. Al lado del Estado Mayor romano, pudo observar el resto de una guerra cuya enorme importancia entendió de inmediato. A su término (70) viajó a Roma, donde permanecería desde el 71 hasta su muerte. Fue manumitido y percibió la ciudadanía romana y una pensión anual que le permitió consagrarse a componer la historia de la guerra judía y otras obras. Su Autobiografía está en gran medida dedicada a justificar su paso al bando romano. Este texto breve da algunas noticias de tipo personal genealogía, educación, primer viaje a Roma, reacción frente a la revuelta judía, relaciones con los emperadores de la dinastía Flavia..., pero sobre todo se centra en su actuación en Galilea como delegado del gobierno de Jerusalén, para defenderse de ciertos reproches y acusaciones. Sobre la antigüedad de los judíos, aparecida en Roma hacia 93/94 d. C., aspira a ser una historia general del pueblo judío desde la creación del mundo hasta la gran rebelión contra Roma (66 d. C.), que el propio Flavio José narró casi veinte años después en La guerra de los judíos. También conocida por el título de Contra Apión (un filólogo alejandrino), constituye una encendida defensa de la religión y las costumbres judías.
Arístides rescata el concepto antiguo de que la música no es en absoluto una ocupación trivial, y que no sólo debe ser apreciada por sí misma, sino que también debe ser admirada por ser útil a las demás ciencias. Para él la música no es sólo un arte, sino que es capaz de modelar la propia manera de ser del hombre, su éthos: la música es ética, útil para toda la vida, es capaz de hacer de la vida una obra ordenada y bella. Ordena el alma con las bellezas de la armonía y conforma el cuerpo con ritmos convenientes. Es adecuada para los niños por los bienes que se derivan de la melodía, para los que avanzan en edad por transmitir la belleza de la dicción métrica y para los mayores explica la naturaleza de los números porque revela las armonías que mediante estas proporciones existen en todos los cuerpos. Además la música es capaz de lo más difícil para el hombre, comprender tanto su propia alma individual como el alma del universo.
Elio Arístides (117-189 d. C.) es uno de los principales autores de la denominada Segunda Sofística, secundado por Dión de Prusa (cuyos discursos ocupan cuatro volúmenes de la Biblioteca Clásica Gredos). En su época gozó de una fama enorme, y se le tuvo por uno de los grandes oradores de la Antigüedad, llegándosele a parangonar con sus grandes antecesores áticos de los siglos V y IV, incuso con Demóstenes. Fue un modelo principal para los oradores griegos posteriores hasta la era bizantina. Una de sus aportaciones más originales a la oratoria y la literatura griegas consiste en la composición en prosa de himnos a los dioses, cuando la práctica siempre había sido escribirlos en verso. Y no precisamente porque éste se le resistiera (en algún texto conservado Arístides hace gala de maestría en la versificación), sino porque juzga que la prosa es más natural, versátil, flexible y ajena a la rigidez de los esquemas métricos. Hay que destacar así mismo sus narraciones autobiográficas. Sus Discursos sagrados son una biografía espiritual inusitada en la literatura antigua: consisten en una descripción de la vida interior del autor durante su extensa permanencia en Pérgamo, cuando solicitaba al dios Asclepio una curación para una enfermedad, y refieren por extenso sueños y decisiones tomadas a partir de los mismos. El texto resulta de enorme interés por la profundidad y la intensidad de la introspección autobiográfica que efectúa Arístides. Como atractivos secundarios cabe citar las múltiples referencias al mundo de la vigilia, de donde brota un fresco de la clase alta de Asia Menor en el siglo II, y el entronque con la literatura de la oniromancia, en especial con La interpretación de los sueños, de Artemidoro (publicada también en Biblioteca Clásica Gredos).
Coripo, uno de los últimos poetas de la Antigüedad clásica, nos ha legado una epopeya sobre la conquista del norte de África en el siglo VI y una elegante descripción de la fastuosa corte bizantina.
El poeta Flavio Cresconio Coripo, del siglo VI d. C., compuso hacia el año 550 en lengua latina la épica Juánide, que relata la conquista del norte de África por los bizantinos bajo la dirección de Juan Troglita en 546. Poco sabemos de él salvo lo que aparece en sus poemas. Parece que, a raíz de su obra épica, fue invitado a Constantinopla, donde se le concedió un cargo oficial en la Corte y residió el resto de su vida.
En Constantinopla escribió, también en latín, el Panegírico de Justino II, que refiere la muerte de Justino I y la coronación de su sucesor, Justino II (quien reinó entre 565 y 567), con los primeros hechos de su periodo.
Cabe destacar de la Juánide las descripciones de los pueblos (bereberes y mauri) y de la geografía del África romana, que Coripo conocía bien. Los aspectos etnográficos se describen con una precisión superior a la de Procopio, la otra fuente para los acontecimientos bélicos del norte de África en el siglo VI. En el estilo toma como modelos a los clásicos de la epopeya latina: Virgilio, y Lucano, y aunque Coripo no era nativo de Italia, escribe en un latín elegante.
En cuanto al Panegírico, interesa la descripción de las ceremonias y la vida cotidiana dela corte bizantina, la capital del Imperio Romano de Oriente, con su lujo desmedido, el fasto, el ritual litúrgico de Santa Sofía, las intrigas. Un testimonio histórico de gran valor.
Josefo (c. 37-38-Roma, 101), historiador judío fariseo, nació unos treinta y cinco años antes de que los romanos destruyeran Jerusalén: en el año 66 estalló la Gran Revuelta Judía, y Josefo fue nombrado comandante en jefe de Galilea. Fue hecho prisionero, pero Vespasiano (a quien el primero pronosticó, con acierto, que él y su hijo Tito llegarían a emperadores) lo liberó, a raíz de lo cual devino Flavio Josefo. Al lado del Estado Mayor romano, pudo observar el resto de una guerra cuya enorme importancia entendió de inmediato. A su término (70), viajó a Roma, donde permanecería desde el 71 hasta su muerte. Fue manumitido y percibió la ciudadanía romana y una pensión anual que le permitió consagrarse a componer la historia de la guerra judía y otras obras relacionadas. La guerra de los judíos fue escrita en arameo (lengua materna del autor) y reeditada en griego en Roma: la primera versión se dirigía sobre todo a los judíos de Oriente; la segunda –escrita con colaboradores–, a los otros judíos de lengua griega, en especial a los de Alejandría. Dividida en siete libros, abarca desde el año 167 a.C. hasta el 74 d.C. En su libro I relata el intento de helenizar Palestina del rey sirio-griego Antíoco IV Epífanes y la subsiguiente revuelta de los Macabeos, así como la historia de los reyes de esta dinastía hasta la designación de Herodes el Grande como rey de Israel. El libro II se inicia en el 4 a.C., con la muerte de Herodes, y concluye en el 66 d. C.: reinado de Arquelao, conversión de Judea en provincia romana, sucesivos prefectores-procuradores. El libro III, que completa este volumen, incluye la primavera y el otoño del 67, cuando Nerón envía al general Vespasiano a apaciguar la provincia. Sin duda, Flavio Josefo tenía en esta obra un propósito apologético: ensalzar el poderío de los romanos y de la nueva dinastía de los Flavios, la que fundaron sus protectores Vespasiano y Tito, y en efecto el imperio se muestra como un engranaje casi perfecto y ambos emperadores como dechados de virtudes. Al mismo tiempo desea poner de manifiesto la heroicidad del pueblo judío. Pero a pesar de esta doble inclinación, y al margen del pensamiento teleológico del autor, que cree que la divinidad rige la historia, la Historia está repleta de información útil y no ha cesado de interesar a los estudiosos de la antigüedad.
Las obras de Eutropio y de Aurelio Víctor, junto con la de Amiano Marcelino, son una positiva nota de contraste en el alicaído panorama historiográfico del Bajo Imperio posterior a la obra de Tácito. Este volumen reúne dos textos de temática afín y muy próximos en el tiempo. De Eutropio, alto funcionario romano de la segunda mitad del siglo IV d. C., nos llega el «Breviario» o «Breviarium ab urbe condita» en diez libros, un panorama a vista de pájaro de la historia de Roma desde su fundación hasta la muerte del emperador Joviano y la subida de Valente al poder en el 364. Se trata de una obra concienzuda y rigurosa, que informa acerca de los hechos principales, sobre todo militares y del extranjero, en una narración cuidadosamente estructurada que no hace concesiones a excursos ni a preciosismos estilísticos. Eutropio es el mejor de los muchos autores de epítomes, y su obra gozó de gran popularidad durante siglos. «Libros de los césares», por su parte, es un compendio histórico de Sexto Aurelio Víctor, nacido en África hacia el año 320, de origen humilde, y gobernador de Panonia Segunda. La obra es un resumen de la historia de Roma desde Augusto a Juliano (360). Víctor trata la historia de Roma por reinados, con un método biográfico. Pero al mismo tiempo intenta rebasar los límites de la biografía y establecer relaciones de causalidad histórica, sin abstenerse de introducir juicios de valor morales y políticos. Así pues, su ambicioso propósito consiste en escribir una historia del Imperio Romano que combine el interés por la personalidad individual de los emperadores y una valoración moral general del Imperio.
El libro IV (años 67-69) narra el avance triunfante de Vespasiano por el norte de Judea y el bloqueo de la capital, su proclamación como emperador y su viaje a Alejandría y posterior desplazamiento a Roma. El libro V (primavera-junio del 70), dedicado al asedio de Tito contra Jerusalén, refiere la caída de los muros segundo y tercero, las exhortaciones de Josefo a los defensores para que se rindan y la decisión de los romanos de construir un muro de circunvalación para ahogar la ciudad. El libro VI (julio-septiembre del 70) relata la caída de la Torre Antonia, el incendio de los pórticos del Templo, el incendio final del Santuario y la toma de la ciudad. Finalmente, en el libro VII (70-74), Jerusalén es demolida, Tito se retira de Judea, desfila triunfalmente con su padre Vespasiano en Roma y caen los últimos reductos de la resistencia judía.
Este resumen de la magna y parcialmente perdida «Historia» de Tito Livio ha permitido llenar algunas importantes lagunas del texto de referencia, y por añadidura ha aportado nuevos conocimientos sobre el extenso periodo estudiado. Esta historia de Roma, compuesta a finales del siglo I d. C. o principios del II y que termina con Augusto, es a pesar de su título tradicional más que un simple resumen de la obra de Livio. Sin duda Livio es la fuente principal, directa o indirecta, pero se detecta la influencia de Salustio y César en los contenidos, y la poética de Virgilio y Lucano; además, se aparta de Livio por su escaso interés hacia la religión. No obstante, las afinidades de tratamiento justifican la filiación indicada en el título. Panegírico del pueblo romano, el «Epítome» no atiende tanto al rigor histórico cuanto a la voluntad de enaltecer y celebrar al «populus», verdadero héroe de la narración. Este interés fundamental por presentar materia digna de admiración y alabanza propició su éxito prolongado.
El historiador romano Gayo Veleyo Patérculo (h. 19 a. C.- h. 30 d. C.), descendiente de familia noble, sirvió varios años en el ejército de Germania, unas campañas que, junto con otras, le valieron puestos destacados en la administración. Su Compendio de la Historia romana cubre desde los primeros tiempos hasta el año 29 d. C., en dos libros. Se han perdido partes del primero, que concluye con la destrucción de Cartago; el segundo es más detallista y pormenorizado, en especial acerca de la vida de los Césares, hacia los que se muestra muy favorable (en especial con Tiberio). No es esta Historia una obra de gran profundidad ni perspicacia, ni ofrece revelaciones novedosas: el propio autor admite que la escribió de forma un tanto apresurada; sin embargo, resultan muy atractivas las caracterizaciones de los protagonistas, cuyos rasgos esenciales se muestran con acierto y certeza. Otro de sus elementos de interés es su exposición de la historia de la literatura latina, en unos capítulos que analizan con buen juicio crítico a los autores del periodo augústeo y a los posteriores.
Como el resto de griegos de su tiempo, Estrabón vivía en un mundo dominado por Roma. Nacido en la zona del Ponto (costa septentrional de Asia Menor), fue la suya la región que resistió con mayor tesón, hasta la victoria de Octavio sobre las tropas de Cleopatra y Marco Antonio en la batalla de Actio (31 a. C.). Al igual que tantos escritores helenos, Estrabón viajó a la capital cultural del mundo, sucesora de Atenas y Alejandría. Fue un sincero admirador de la pacificación augústea, que a su juicio reportó bienestar a los heterogéneos pueblos sometidos en la inmensidad de los dominios romanos. Precisamente gracias a esta paz pudo escribir historia para una nueva generación de griegos y romanos. En los libros V y VI describe la península Itálica y Sicilia; en el VII, el norte de la Europa que él conocía: Epiro, Macedonia y Tracia.
Estrabón poseía claras inclinaciones hacia la filosofía estoica, y creía en la unidad del mundo y la coherencia armoniosa y necesaria de sus diferentes partes, así como en una providencia que gobernaba la naturaleza en interés general de los seres inteligentes que la habitaban. A ello respondía su visión del Imperio Romano como primer paso hacia la sociedad universal de todo el género humano, y la defensa que hizo de su acción civilizadora. Sin duda Estrabón expuso con claridad sus concepciones en una obra que se ha perdido casi por completo, Esbozos históricos, en cuarenta y siete libros, un bosquejo de hechos acaecidos hasta el inicio del relato de Polibio y, después, desde el 146 a. C. (año en que finaliza Polibio) hasta como mínimo la muerte de Julio César. Los libros VIII, IX y X de la Geografía describen el Peloponeso, la Grecia septentrional y central y las islas del Egeo, es decir, lo que constituyó el centro de la Hélade.