Testimonio de Ferdinand Ossendowski sobre su huida de Siberia en los años 1920-1921, perseguido por los bolcheviques, y el posterior itinerario a través de Mongolia, Tibet y China. En su viaje se encontrará con hombres, con bestias y con dioses, a veces en una misma persona. Tras su publicación, surgieron refutaciones sobre el relato y la revista Journal Litteraire organizó un tribunal singular para dirimir su veracidad. En él, Ossendowski declaró: «Bien pude haber escrito este libro sin haber visitado como hice la Mongolia o el Tíbet; no se trata de un texto científico, ciertamente es literatura, pero esta literatura tiene una base de verdad, de experiencia, de certeza en lo explorado y en las circunstancias vividas; hay en mis páginas misterios no desentrañados y situaciones fantásticas, cierto, pero le pertenecen a la existencia en esos lugares remotos».
«Bibliomanía» transcurre en Barcelona. Es un relato de misterio y un gran tributo de Flaubert al libro en sí, al libro como objeto, a través de su protagonista, el enigmático Giácomo, quien vive solo por y para los libros, y es capaz de llevar su pasión hasta el límite.
Libro infinidad de veces editado, Facundo o Civilización y barbarie (que comenzó a publicarse como folleto en 1845), recibe en la presente edición un tratamiento especial gracias al estudio preliminar realizado por el profesor Noé Jitrik, complementado por una cuidada cronología y la modernización de las grafías correspondientes a la reforma ortográfica de Domingo Faustino Sarmiento (Argentina, 1811-Paraguay, 1888), facilitando así su lectura, operación que ha sido realizada con un meticuloso criterio histórico, lingüístico y sociológico que hace posible la comprensión de las innumerables alusiones del autor, al tiempo que nos introduce al debate histórico y político en torno al que Jorge Luis Borges ha calificado como el primer libro argentino.
Ciencias sociales, Crítica y teoría literaria, Historia, Otros, Ensayo
Junto al Uslar Pietri (1906-2001) narrador, figura estelar de la novela y el cuento, hay el ensayista de casi medio centenar de libros en los que se medita constantemente sobre el modo de ser de los hispanoamericanos con su peculiaridad racial y ética de criollos, pero asimismo, acerca de cómo la aparición de estas tierras americanas en el mapa de la Europa renacentista, todavía un poco medieval, cambió para siempre la conciencia que el mundo occidental tiene de sí mismo desde entonces. Su conciencia diferente nos alcanza a los nacidos en esta parte del mundo. De ahí que el ensayista Uslar Pietri recorra momentos claves de nuestra historia, de nuestra psicología y civilización para profundizar en lo que es y ha pretendido el ser latinoamericano. En este libro se dan cita trabajos como «Lo criollo en la literatura», «Las carabelas del mundo muerto», «Un juego de espejos deformantes» o «Realismo mágico» entre otros treinta y siete ensayos. La cronología y bibliografía del autor ha sido actualizada por Horacio Becco especialmente para esta edición.
A pesar de las dudas y dificultades que planean sobre la figura de Petronio, refinado aristócrata del tiempo de Nerón muerto en 65 d. C., «El Satiricón» (que vendría a traducirse como «historias de sátiros») continúa siendo una de las composiciones de la Antigüedad que mayor interés despiertan en el lector moderno. Una vez superada la sensación de desconcierto que produce el estado fragmentario en que nos ha llegado y las dificultades para reconstruir el argumento central, este único testimonio (junto con «El asno de oro») del género novelesco en Roma nos depara la cautivadora y dinámica narración en primera persona de las peripecias del joven Encolpio, un pobre diablo que se busca la vida junto a sus amorales amigos en un mundo corrupto y libertino, en los bajos fondos de las ciudades semigriegas del sur de Italia. Marcado por un realismo directo y sin ornato, «El Satiricón» refleja el lenguaje popular de la época, y divierte con su humorismo descarado. De ser cierto que Petronio fue la persona a quien se refiere Tácito en «Anales», 16.18, hay que situarlo en el círculo de Nerón, que le habría nombrado «árbitro de la elegancia»; acusado de participar en una conspiración contra el emperador, habría sido obligado a suicidarse.
Teniendo en cuenta su enorme labor en la Biblioteca de Alejandría, ordenando y catalogando miles de textos, y su refinamiento en la composición literaria, es sorprendente lo mucho que escribió Calímaco, poeta y erudito a la par. Nacido en Cirene (de Libia) hacia el 310 a. C. y muerto hacia el 240, trabajó en la Biblioteca compilando los ciento veinte libros de sus «Pínakes» (tablillas del registro) durante los reinados de Ptolemeo II Filadelfo y Ptolemeo III Evérgetes. Y allí escribió sus obras en prosa, muestra de su vasta erudición (que se nos han perdido por completo), y sus poemas, de los que aquí están todos los versos que nos han llegado, bien en trasmisión secular (los «Himnos» y los «Epigramas»), bien a través de diversos hallazgos papiráceos (los fragmentos desus «Aitia», sus «Yambos», su «Hécale», y otros poemas). Poética refinada, arte alusiva, matizada y variopinta poesía, donde la tradición y la innovación colaboran con singular frescura y habilidad, gracias al sutil dominio del maestro helenístico que despreciaba el gran poema cíclico y el gusto popular de la grandilocuencia. Fino y sensible, Calímaco es, sin duda, el mejor exponente del arte helenístico, de la gracia y el artificio en la lírica y el epigrama. Los «Himnos» se introdujeron en una colección que contenía también los «Homéricos» y los «Órficos», pero contrastan con unos y otros por su dramatismo complejo y sus toques lúdicos. Sus «Epigramas» figuraban en la «Antología palatina». Y los numerosos fragmentos recuperados nos ayudan a completar nuestra visión de su personalidad poética, muy destacadamente, y son de un gran interés. Introducciones precisas y abundantes y espléndidas notas contribuyen a ofrecer una imagen completa de su obra poética. L. A. de Cuenca es investigador en el CSIC. M. Brioso, que ha traducido y anotado los fragmentos, es catedrático de Filología Griega en la Universidad de Sevilla.
Herodas, tal vez de Cos, es un poeta helenístico (siglo III a. C.) que se sirve de la tradición mímica para componer breves cuadros de costumbres con un refinado arte y un efecto literario propio. Los «Mimiambos» nos presentan escenas y tipos propios de la comedia y del entremés. Personajes prototípicos como el maestro de escuela, la alcahueta, el zapatero y el amo de burdel parecen brotar de las calles de una ciudad helenística, de Cos o de Alejandría. El poeta se muestra atento a los vocablos precisos y populares, y caricaturiza a los personajes mediante su propia forma de hablar. Compuestos en una lengua de colorido jonio, estos poemas son una muestra singular del arte helenístico en su faceta de pintura de tipos y escenas populares. El volumen se completa con «Sufrimientos de amor», de Paternio de Nicea, gramático y poeta alejandrino del siglo I a. C., de quien apenas conservamos escritos, pero que según Macrobio fue el maestro de Virgilio, y que gozó de enorme éxito entre los romanos (como muchos otros griegos cultos de la época, se trasladó a la capital, donde entró en contacto con los cenáculos poéticos latinos). Es el eslabón final de la multiforme poesía helenística, en la que lo erudito tiene un papel primordial. Los «Sufrimientos» son una colección de narraciones cortas, treinta y seis, sobre aventuras amorosas desastrosas y peripecias mitológicas extraídas de autores antiguos y compiladas para formar un manual destinado a la composición de poesía elegíaca.
Aquejado de una credulidad excesiva o bien deseoso de hallar lo asombroso y lo bizarro, Claudio Eliano (siglos II-III d. C.) relata extravagancias como las de animales que se enamoran de humanos —una grajilla, un elefante, un áspid, una foca, ánsares…—, e incluso incurre en relatos de bestialismo y canibalismo abyectos; describe seres fabulosos que en la Edad Media se impondrían en la fantasía literaria y popular, como el unicornio y los grifos; compila supersticiones —remedios contra hechicerías, magia simpatética…— y hechos inverosímiles —los lobos cruzan los ríos mordiéndose la cola unos a otros en fila india, el gallo asusta al león y al basilisco, la zorra mata a las avispas para arrebatarles su miel…—. Tales descripciones, desprovistas por completo de cualquier valor científico, son el precio que el autor pagó al gusto de su época por lo curioso y lo exótico, que tuvieron su mejor acomodo en la literatura paradoxográfica, muy característica del período.
Esquilo ha sido llamado en ocasiones «padre de la tragedia», pero no por ser el primero en componerla, sino por darle una impronta de seriedad que no tenía. Interesado por la naturaleza del carácter humano (crimen, venganza, reconciliación, etc.), con él se cierra la primera etapa de la historia del teatro occidental: la de su constitución.
Es ésta la primera versión española de una obra gramatical tan renombrada como difícil, raramente traducida (sólo una vez al alemán y otra al inglés). Este Apolonio, que se ganó el sobrenombre de «dýskolos» («difícil») por lo conciso y denso de sus explicaciones, fue el más importante tratadista de sintaxis en la tradición filológica antigua. Y escribía en el siglo II d. C. Solamente la «Téchne Grammatiké» de Dionisio Tracio (siglo I a. C.) rivalizó en prestigio con esta «Sintaxis». Pero son dos obras de distinto nivel y estilo. La «Gramática» de Dionisio Tracio es un manual breve y de uso escolar, un compendio básico de las principales definiciones y términos de la ciencia gramatical. En contraste, el tratado sintáctico de Apolonio es un estudio amplio, crítico, y bastante personal, sobre los conceptos fundamentales de la construcción gramatical. Qué es la oración, sus partes, las funciones de los pronombres, los significados de las formas verbales, y otros temas sintácticos, son estudiados aquí a fondo, con muchos ejemplos, en buena medida homéricos, de acuerdo con la labor filológica habitual en los círculos alejandrinos. Apolonio tiene atisbos de sorprendente modernidad, y recoge y critica la tradición anterior. Vicente Bécares, profesor en la Universidad de Salamanca, ha realizado una excelente traducción, la ha anotado, y la ha prologado con actual erudición y buen conocimiento de las teorías lingüísticas antiguas y modernas a fin de hacer su lectura fácil y del todo comprensible para el lector español.
Nacido en la Misia oriental en 117, Elio Aristides vivió largamente en la costa jonia, en Esmirna, Pérgamo y Éfeso, viajó a Roma, y gozó de una extensa fama como sofista y retórico hasta su muerte en 180 d. C. Su primera biografía la encontramos en las «Vidas de los sofistas» de Filóstrato. Es, sin duda, una de las figuras más destacadas de esa época que algunos han caracterizado como un primer Renacimiento del mundo clásico griego. Bajo la dinastía de los Antoninos el mundo cultural griego recobra una singular efervescencia. La retórica, el aticismo, la mímesis de los modelos clásicos, expresan ese renacer de los antiguos ideales, bajo renovadas formas. Es una época de grandes prosistas, que copian los modelos clásicos y comentan a los autores del período áureo de Atenas, desdeñando los logros menos puros de la época helenística inmediata. Como Dión de Prusa, Elio Aristides ha dejado una extensa obra que revela su talento retórico y sus inquietudes intelectuales y espirituales. Fue un gran escritor muy de su tiempo, y también una personalidad muy representativa por su religiosidad, muy de su siglo también. Devoto de Asclepio, leal al Imperio de Roma, celoso proclamador de la grandeza espiritual y cultural de Atenas, Aristides es, como Alcifrón, Luciano, Dión, Filóstrato, y algunos más, como el famoso Galeno, médico y filósofo, un testigo excepcional de ese Renacimiento. En estos cinco volúmenes se recoge todo lo que nos ha quedado de la pluma de Aristides: el primer volumen incluye el «Panatenaico» y «Contra Platón: en defensa de la retórica»; el segundo, «A Platón: en defensa de los cuatro» y el «Tercer discurso platónico: A Capitón»; el tercer tomo está integrado por las doce declamaciones; el cuarto incluye los «Discursos XVII al XXXV», entre los que se encuentran los discursos de Esmirna y su discurso «A Roma»; el quinto y último volumen contiene el «Discurso Egipcio, los Himnos, los Discursos Sagrados y el Panegírico al acueducto de Pérgamo», con el que se cierne la serie. En total, cincuenta y tres discursos, vertidos por primera vez al español por cinco especialistas que han intentado reflejar fielmente en sus traducciones la habilidad retórica y la ideología cultural de Elio Aristides.
Que en la Antigüedad se parangonara a Baquílides con Píndaro atestigua la enorme talla del primero como lírico de las grandes ocasiones triunfales. Este poeta lírico griego nació a finales del siglo VI a. C. en la isla de Ceos, y murió hacia el 450 a. C. Viajó por buena parte de Grecia y residió en la corte de Siracusa, donde rivalizó con Píndaro, lo que da muestra de su importancia. Durante mucho tiempo sólo se conoció su obra a partir de las citas que de ella hicieron otros autores; un papiro descubierto en 1896 ofreció 14 de sus epinicios y 6 ditirambos, con algunas lagunas, y varios fragmentos. Los epinicios, grandiosas odas triunfales corales, celebran a los vencedores en unos grandes Juegos mediante abundantes referencias a la mitología y a los dioses y con un estilo rico en epítetos, coloreado y suave. En los ditirambos, composiciones corales dedicadas a Dioniso, Baquílides hace también gala de su talento singular, al tiempo que se revela como uno de los grandes hitos de la tradición lírica helena.
Se ofrecen aquí dos escritos sobre materia mitológica, uno de carácter hermenéutico-interpretativo y el otro una compilación de los más variados mitos relacionados con metamorfosis. Con «Alegorías de Homero», el autor se propone defender a Homero de sus detractores, y ve en la interpretación alegórica la mejor estrategia defensiva, que ya había tenido sus precursores en el siglo VI a. C., frente a los ataques de quienes censuran la creación de una serie de mitos sacrílegos e impíos. Este brumoso autor, llamado Heráclito el Homérico, vivió al parecer en el siglo I a. C. Desconocemos el motivo por el cual realizó Antonino Liberal (siglo II o III d. C.) su recopilación de metamorfosis, pues ni él mismo lo manifiesta ni poseemos otro tipo de fuentes que nos permita averiguarlo. En cualquier caso, nos ofrece una gran cantidad de datos sobre ritos y sacrificios, sobre motivos etiológicos tan del gusto helenístico, sobre extrañas leyendas, algunas incluso con pretensiones históricas, pero, sobre todo, un inmenso material mitográfico de difícil clasificación a veces.
Filóstrato incluye a Dión de Prusa (también llamado Dión Crisóstomo, «boca de oro») en el movimiento de la sofística, aunque aclara que por su personalidad y por su obra rebasa las categorías angostas. En efecto, este orador, filósofo e historiador griego del siglo I d.C., nacido en la pequeña ciudad de Prusa, en la provincia romana de Bitinia (noroeste de la actual Turquía), pronunció discursos en varias situaciones de las que atraían a los sofistas, y algunas de sus ochenta piezas oratorias conservadas son inequívocamente de lucimiento y exhibición retórica, sobre asuntos triviales ajenos a las grandes cuestiones del pensamiento. Incluso uno de sus discursos, Contra los filósofos, justifica la expulsión de los filósofos de Roma e insta al destierro de los seguidores de Sócrates y Zenón. Sin embargo, otra vertiente de sus discursos responde a los planteamientos de las filosofías cínica y estoica concernientes a la ética y, en general, al modo de vivir: una sencillez integrada en la naturaleza. También abordó temas de política. En esta faceta seria de su producción trató temas como la esclavitud y la libertad, el vicio y la virtud, la libertad, la esclavitud, la riqueza, la avaricia, la guerra, las hostilidad y la paz, el buen gobierno y otras cuestiones morales. El emperador Domiciano le expulsó de Roma (donde residió una temporada) y de Italia a raíz de una relación con conspiradores, lo que propició que Dión viajara por el Imperio, con una modestia y una pobreza extremas. El nuevo emperador, Nerva, revocó el castigo, y Dión trabó amistad con el sucesor de éste, Trajano, al que dirigió más de un discurso encomiástico, y quien se dice que le llevó en su carro en su triunfo dacio. Dión pasó los últimos años de su vida en su Prusa natal, donde participó activamente en la política.
He aquí el más famoso manual de oniromancia del legado griego. Artemidoro de Éfeso, o de Daldis, experto en el oficio de interpretar los sueños, compuso este tratado completo y bien estructurado que fue un útil libro de consulta en lo concerniente a tales asuntos. La oniromancia, con sus aspiraciones científicas, venía de lejos: ya la menciona Homero, y hubo sacerdotes que rastreaban en los ensueños signos enviados por los dioses, antes de que médicos hipocráticos y filósofos como el propio Aristóteles se interesaran por la cuestión interpretativa.Artemidoro, en el siglo II d.C., es heredero de tal tradición, y la combina con su práctica personal en este tratado Oneirocritica, en la que asienta los principios de su doctrina con innumerables y pintorescos ejemplos extraídos de su experiencia profesional.
El bordelés Ausonio fue el más notable poeta latino de la segunda mitad del siglo IV, una época que los tratadistas consideran como el último renacimiento de la literatura antigua, tras el yermo cultural que acompaña a la crisis del siglo III y antes de la decadencia que en la siguiente centuria trae consigo la desintegración del Imperio de Occidente. Además, aunque Ausonio era cristiano, no se puede decir que lo sea su poesía, la cual representa más bien la postrera reviviscencia de una musa frívola y pagana, en un ambiente en el que ya es palpable una intensa cristianización de la vida y de la cultura romanas. De la poesía de Ausonio se ha dicho —y no a título de elogio— que tiene un carácter marcadamente escolar; es una poesía de profesor. En efecto, profesor de retórica fue Ausonio durante la mayor parte de su vida, y entre sus alumnos contó al que luego sería el emperador Graciano, discípulo agradecido que habría de colmar de honores a su maestro. Pero tampoco faltan en la obra de Ausonio destellos de auténtica inspiración; por ejemplo, de un cierto sentimiento romántico del paisaje en su famoso «Mosela», o de un lirismo sincero en los versos en que, ya anciano, recuerda a la esposa perdida. La presente traducción es la primera completa que se publica en lengua española.
La retórica fue uno de los mayores logros de la literatura griega, y los oradores del siglo V a. C. como Antifonte y Andócides crearon su estilo y capacidad para los matices. Antifonte (c. 480-411 a. C.) fue el orador ático cuyos discursos son los más antiguos en su género que conservamos. Escritos por encargo para que los pronunciaran otros, le reportaron gran fama. Fue condenado a muerte debido a su implicación al frente de la revolución oligárquica que estableció el gobierno de los Cuatrocientos en la Atenas de 411. Uno de los fragmentos conservados pertenece al discurso que pronunció en su propia defensa; los demás discursos que nos han llegado de él corresponden a casos de homicidio y a ejercicios retóricos para acusador y defensor en imaginarios procesos por asesinato. Antifonte ocupa un lugar destacado no sólo en el desarrollo de la técnica retórica, sino en la historia literaria: él y su contemporáneo Tucídides crearon la prosa literaria ática, que llevaría a los logros artísticos de Platón, Isócrates y Demóstenes. Andócides (c. 440-c. 390 a. C.) fue uno de los primeros oradores áticos. A raíz de acusaciones de profanación abandonó Atenas y perdió sus derechos civiles; pasó el exilio, entre 415 y 403, principalmente en Chipre, dedicado al comercio. Sus tres discursos que poseemos conciernen a este proceso (dos) y a una exhortación a hacer la paz con Esparta, adonde encabezó una fracasada embajada en 392-391.
Forman el volumen dos tratados sobre estrategias militares, distanciados por seis siglos, que muestran la evolución de las prácticas bélicas en el mundo griego. Este volumen reúne dos textos atípicos, ajenos a la tradición literaria. En primer lugar, «Poliorcética» o comentario táctico sobre cómo deben defenderse los asedios (o plazas fuertes), probablemente de un general arcadio del siglo IV a. C. llamado «Táctico» por sus tratados militares, de los que nos ha llegado éste, que es el primer tratado sobre estrategia militar que se ha conservado de la literatura occidental. Además de su importancia histórica, cabe destacar que refleja las condiciones sociales y políticas de su tiempo en Grecia. Complementa a este primer estudio otro muy posterior, del siglo II d. C., obra del macedonio Polieno. Estas estratagemas de guerra, escritas en griego y divididas en ocho libros, están dedicadas a los emperadores Marco Aurelio y Vero, a quienes pretendían ayudar en el enfrentamiento contra los partos.
Marco Cornelio Frontón (h. 100-176 d. C.), nacido en el norte de África, se trasladó a Roma, donde fue considerado el principal orador de su tiempo y se le nombró tutor de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero. Muy poco se supo de su obra hasta que, a principios del siglo XIX, apareció una colección de sus cartas, parcialmente en griego. Este volumen reúne dichas epístolas, muchas de ellas dirigidas a miembros de la dinastía en el poder, con varias respuestas de éstos. Aparte de los abundantes cumplidos, siempre sobrios y comedidos, a estos personajes públicos, las misivas contienen lo que fue la pasión del autor: el lenguaje, la literatura y la retórica. El lector hallará en ellas valoraciones razonadas sobre autores de la tradición latina, como Ennio, Catón, Séneca y Cicerón. El interés principal de la correspondencia reside en el estilo, expresión del alto valor que el autor y su época conferían a la cultura y la erudición.
Claudio Claudiano es el último gran poeta latino de la tradición clásica. Nacido en Alejandría a finales del siglo IV d. C., se trasladó a Italia y pasó a componer en latín. Pronto cosecharía gran éxito como poeta de corte: un poeta profesional y oficial laureado, que hacía panegíricos sobre acontecimientos públicos. Labró su posición con piezas en honor del emperador Honorio y de sus ministros, así como un célebre panegírico del general y regente Estilicón. Cabe mencionar también, en su producción, ataques contra los enemigos de Honorio. Aunque la corte del emperador era cristiana, la poesía de Claudiano está adherida a la antigua religión pagana. No era un pensador político original, ni sus mecenas esperaban que lo fuera, pero sabía elegir bien en el bagaje de la tradición literaria latina aquello que más convenía para realzar cada pasaje. Hace gala de una sentida admiración por el Imperio Romano, expresada con maestría retórica, gran manejo de la oratoria y un empleo excelente del lenguaje tradicional de la épica latina. En sus panegíricos e invectivas abundan las alegorías y las referencias mitológicas. Aportó nuevo vigor a la poesía latina con su propia brillantez y los nuevos planteamientos que llevó del mundo griego.