— ¿Dices que ha muerto, Dilcey? ¿Y eso qué es...? Quiero verla otra vez. Ya verás como cuando yo la llamo me contesta. Mamaíta siempre me ha contestado.La negra suspiró tan ruidosamente que la pequeña Fanny la contempló asustada con sus ojos grandes y expresivos, llenos de interrogantes...—Ahora no podrá contestar, señorita Fanny. Ha cerrado los ojos para siempre y se halla al lado de su papá, que está en el cielo.
El lujoso comedor presentaba un aspecto muy agradable, acogedor, familiar, dulcísimo... Ricardo Herraiz dejó el cubierto sobre la mesa, utilizó la servilleta y bebió un vaso de oporto. Después elevó un poco los ojos y miró a su hija a través de la montura de sus lentes de oro.—Mary, tengo que darte una sorpresa.—¿De veras, papá?—De veras, hijita.
—Sí no tomaras las cosas tan a pecho… —le decía ella, enojada.El ímpetu dominador de Meri volvía a despertar. Relucían sus maravillosos ojos, tan extraños como seductores y hermosos.—No digas eso, me molestas. Todo he de vivirlo así, pues de otra forma no le llamaría vivir.—El día que te enamores, será fatal.—¿Enamorarme? —desdeñó, fríamente—. Sería absurdo que tratándose de una muchacha como yo, creyera en esas tonterías del amor que cuentan las novelas rosas. No, querida, no amaré jamás, jamás. Nunca creeré en los hombres, nunca me subyugaré a ellos. Jamás creeré en sus promesas.—¿Y piensas vivir de ese modo?—Hasta la muerte, y seré infinitamente feliz.
Betty le había confesado a su hermana que estaba profundamente enamorada de Len, que si no se casaba con él no sería de otro. Pero hasta después de su matrimonio no supo que ellos se amaban y que Helen le exigió a Len se celebrara el enlace para que su hermana pudiera ser feliz.Conoció la verdad demasiado tarde... cuando ella no sabía cómo poner remedio a la situación. Y su innata rebeldía chocaba con el carácter enérgico de un hombre que se rendía a sus encantos...
Iris Braun enderezó el busto tras haber cerrado la pequeña maleta, y sus ojos grandes, rasgados, de un verde azulado, vagaron un momento por la desolada estancia.—Ya no queda nada, Iris —comentó con voz monótona la vecina que la había acompañado hasta aquel momento—. ¡Ah, queda este retrato! ¿No lo llevas?—¿Para qué? —preguntó la joven, con desgana—. Eso pertenece también al pasado y he de comunicarte, mi querida Marta, que el pasado ha muerto esta noche.—Pero este rostro, Iris, debe ir dentro de tu corazón.Iris movió la cabeza repetidas veces. Después elevó los ojos, y una sonrisa apenas perceptible los empequeñeció considerablemente.
Joan no tiene sentimientos, es fría y congela con su mirada a cuantos la rodean. Demasiada frialdad para tan poca edad, pero su padre, lord Swinnerton, conoce bien a su hija. Tras su altanería se esconde algo que con los años aparecerá ante los ojos de Edgar, quien la observa desde niña. Ella ignora dónde nace el amor, si en el corazón, en el alma o en los sentimientos, porque jamás ha sentido nada... El secreto de esta historia lo guarda Edgar sin saberlo.
Don Teófilo se atusó el bigote gris, mientras sus ojos penetrantes lanzaban una mirada burlona sobre el grupo de jóvenes amigos que, con el taco en la diestra, trataban de robarle la bola de marfil.—¡Ajajá! Luis José, apuesto cinco contra ochocientos a que no haces una. —Sonrió, al tiempo de calar sobre la nariz sus lentes de oro—. Si no sabéis más que andar entre faldas... El juego de billar es para vosotros una cosa inédita.—¡Alto ahí, don Teófilo! —gritó, indignado, Javier Monreal, blandiendo el taco—. Las faldas..., ¡ay!, son deliciosas, pero el billar, para nosotros —y señaló irónicamente a los dos amigos que en derredor de la mesa contemplaban divertidos la escena— es una cosa tan vieja como el vino.
Hunde las manos en los bolsillos de la chaqueta del pijama al pasearse furiosa de uno a otro lado. ¡Es horrible lo que le sucede! ¡Horrible, horrible! Aquel estúpido viejo con cara de lechuguino, se las pagará. ¡Vamos, que sí! ¿Por qué no puede una mujer, por el simple hecho de serlo, hacer lo que le dé la gana? ¡Ah! ¡Pues no, señor! Se saldrá con la suya, aunque para ello tenga que enamorar al ridículo vejete. No, otro medio más rápido y eficaz tendrá que hallar. De lo contrario, dejará de ser Koti Santistejo, la exótica millonaria, caprichosa y antojadiza hasta el paroxismo.
Hellen, una guapísima azafata, no ha encontrado el amor todavía. En su vida se cruzará con Pablo Kent, el cual ya tiene una novia formal pero de la que todavía tienen muchas dudas para casarse con ella.
Alida es huérfana y vive acogida en casa de su tía y su padrino. Una casa humilde donde se desconoce su relación con un magnate quién simplemente quiere aprovecharse de ella. Pero esa relación se rompe y alguien ocupa su lugar en el corazón de Alida.
—¡Es inaudito, inconcebible! ¿Qué representa aquí mi autoridad? Juro por Dios que antes te deseo ver muerta que unida a ese vividor llamado Juan Torres… ¡Maldita sea mi estampa! No lo consentiré, ¿me oyes? ¡No lo consentiré! Y don Ernesto Aller sacudió la encanecida cabeza, al tiempo de dar un formidable puñetazo en la mesa. Su nieta Ana pareció crecer ante la ira del viejo, pero, sin embargo, no osó pronunciar palabra. —Es extraordinario que después de haber repetido en todos los tonos mi parecer sobre ese mentecato de Juan Torres, aún te atrevas a llegar con él hasta la puerta. No consentiré más burlas —gritó con su voz potente, tan bronca que Enrique encogióse imperceptiblemente de hombros, como si fuera a recaer sobre él toda la ira del enfurecido abuelo—. Esto se acabó, ¿lo oyes? ¡Se acabó! No vuelvas a salir de casa mientras no me prometas bajo palabra de honor rechazar rotundamente a ese hombre. ¿Enterada? No faltaba más —añadió roncamente, mientras con gesto de furia llevaba el tenedor a la boca— que, después de estar criándote como si fueras una reina, viniera un holgazán por ahí a comerse todo lo que yo he conservado.
Siempre allí, sentada tras el mostrador con la cabeza baja inclinada sobre la primorosa labor. Las manos largas y suaves, finas y blancas, moviéndose ágiles, llevando la aguja de un lado a otro. Los ojos grandes, soberbios guardadores de una intensidad impresionante, quietos sobre el bastidor... Alzólos ahora, y la divina luz de sus iris fascinadores se fijó apasionadamente en el cuerpo de un hombre de complexión atlética, que, ajeno a todo lo que no fuera la muchacha, avanzaba lentamente en dirección a ella.—Hola, cariño —saludó dulcemente, buceando avaricioso en aquellas pupilas ardientes que mostraban un amor grande, infinito, sin reservas—. Tardé ¿verdad?
No era bonita Mary, no; pero tenía, en cambio, algo en su persona que atraía y subyugaba. Su rostro de óvalo perfecto, aunque con pómulos un tanto agudizados, poseía un sello tan personal que nadie, después de contemplarla, se hubiera atrevido a negar su atractivo, que se manifestaba en los menores gestos y rasgos de la carita de epidermis blanca, donde la boca grande dejaba ver unos dientes irregulares, salpicados con dos gotas de oro que hacían resaltar aquellos labios sensuales, siempre húmedos y entreabiertos como pidiendo, vehementes, una caricia. Enmarcaba el exótico rostro una cabellera rojiza, sedosa y brillante, donde se perdía la mirada codiciosa del apasionado varón.
¿Es que no había más hombres en el mundo que Arturo Sotamayor y Franco de la Torre? Claro que sí. No se explicaba por qué tanto su madre como su padre deseaban a todo trance que se prometiera con su primo cuando ella… no lo amaba en modo alguno. Y nunca lo amaría, ¡qué demonio! Arturo era un excelente muchacho, había terminado la carrera de ingeniero naval con un éxito imponente, era rubio, tenía un capital inmenso y unos ojos azules muy simpáticos. Pero eso no era bastante para enamorarla a ella.—María Eugenia…, Arturo, tu primo, es muy agradable. ¿Aún no te has dado cuenta?—Sin duda.—A Arturo le interesas.—¿Interesarle? ¿En qué sentido?—Como mujer.
—Flor María, alcánzame esas medias. La joven que se cubría con un amplio delantal de cretona tomó las medias y, ágil, subió la escalinata para entregarlas a su prima. Por otra puerta asomó el rostro de Mary.—Flor María, ¿has sacado lustre a mis zapatos?—Lo haré al instante, Mary.—Bien has podido hacerlo, ya hijita. ¡Qué criatura ésta!
—Papá está satisfecho de esta boda. —Se volvió rápidamente y clavó sus vivos ojos en la faz inalterable de Marisa—. ¿Y tú, querida, lo estás?Marisa desplomándose sobre el sofá, apretó las manos entre las rodillas y dijo nerviosamente:—Papá está satisfecho, Sofía. Lo demás, ¿qué importa?—¡Cielos! —saltó Sofía, fuera de sí—. Lo único que importa eres tú —No. Papá me dijo que Nicky me amaba y deseaba hacerme su esposa. Yo le dije que no le amaba y Dale repuso que el amor era una soberana bobada.Sofía, de pie en medio de la estancia, parecía un juez severísimo.—¿Y te callaste?
—¿Qué miras, Martine?—El yate de Mark Mansfield, que acaba de anclar en el puerto.—Otra vez lo tenemos aquí —dijo Ann Williams, suspirando—. ¿Crees tú que se quedará en Troon mucho tiempo?Martine Morgan, heredera del muy noble lord Konen, se volvió con lentitud. Era una linda joven rubia, de grandes ojos claros, los cuales contemplaron ahora a su aristocrática amiga con cierta ironía mal disimulada.
¿Estás ahí, Dexter?El hombre entró en la alcoba y avanzó sin prisas hacia el balcón en cuya balaustrada se apoyaba su esposa.—Acabo de llegar —dijo Dexter, pasándole un brazo por los hombros—. ¿Cómo va ese corazón?—Muy bien, querido. Me siento mejor que nunca.—Me alegro, Laura.—¿No has ido al Círculo?—Claro que sí.—Has venido muy pronto. Ana aún no nos avisó para cenar.—Pero estoy a tu lado. ¿O es que no lo deseas?Laura se arrebujó contra él y le miró a los ojos.
—Y has de obedecer —dijo Alicia, con picardía.María Nicolasa de Nialer se echó a reír. Reía con frecuencia y era por naturaleza una joven alegre y dichosa que detestaba los protocolos rigurosísimos de palacio.—Debieran borrar de la lengua esa palabra odiosa —rio divertida—. No me agrada obedecer, pero el rey manda y mi padre no es un hombre ligero de los que admiten rebeldías. —Suspiró—. Lo siento, Ali. Lo siento infinitamente. Quisiera ser como tú, como Isabel, como Milly de Lolerbe… Pero soy una princesa y tengo deberes que cumplir. —Suspiró más hondo, agitó las manos desolada y lamentó lánguidamente—: Adiós, mis paseos domingueros, mis salidas furtivas, mis charlas con vosotras… Una vez que vengan a buscarme, todo quedará atrás convertido en un recuerdo nostálgico.
Michele Vlady es una famosa abogado criminalista, admirada en los ambientes más selectos de Nueva York. Parece haber alcanzado la cima del éxito pero en su interior guarda la sombra de una desgracia. Su padre, un aristócrata arruinado, la casó por conveniencia con el famoso explorador Kirk Garret, guapo y libertino millonario, quien no supo valorar el amor y la pureza de Michele. Tras ser acusado del asesinato de una bailarina, su esposa accedió a defenderlo pero su corazón y su matrimonio ya estaban rotos. Ahora, tras cinco años de separación, Kirk vuelve reclamando sus derechos como padre... y como esposo.