Todo Dakota escuchó el canto de la pistola cuando dos gigantes del campo de tiro se declararon la guerra el uno al otro. Estaba Carse Boling, que gobernaba la extensión de Coffin y Sam Jedrow, que sacó a Coffin de un pasado que ningún hombre se atrevía a cuestionar. Se conocieron y pelearon por un rancho y una mujer que no les pertenecía.
Seudónimos utilizados por el escritor estadounidense Dudley Dean, Owen Dudley, Hodge Evens). (1909 - 1986)
Mark Malloy mordió la punta del largo cigarro y caminó por la carretera, no se parecía mucho a los vaqueros rudos de la ciudad. La camisa que llevaba Malloy era de lino blanco y suave, con cuello blando, y quedaba completada por una corbata negra, no parecía que perteneciera a ese lugar, y empezaba a preguntarse si había llegado el momento de despedirse de Saunderstown. El jugador había perdido tres veces seguidas y su alijo estaba disminuyendo. Pero la oportunidad de recuperarlo todo era demasiado buena para dejarla pasar. El juego mejoró cuando llegó un extraño borracho y se sentó a la mesa. En el proceso de perderlo todo, el forastero, desesperado, arrojó una escritura a un pedazo de tierra desértica que presumiblemente tenía mucha agua. Malloy se fue con el dinero y la escritura. Lo que parecía ser un maravilloso golpe de suerte fue el comienzo de la peor pesadilla de Malloy.
Dwight Newton escribió setenta novelas, 175 cuentos y cuarenta guiones de televisión. Escribió el primer guión para televisión y creó varios personajes para la serie de televisión "Wagon Train".
La lluvia y la ventisca habían azotado con fuerza el toldo de lona de la carreta durante toda la tarde grisácea e invernal. Jack Stuart, instalado confortablemente en un cómodo hueco, entre dos sacos de grano, había dormitado durante la mayor parte del viaje. Seguía aún medio amodorrado cuando un brazo velloso asomó por la tapa trasera y le tiró de la bota.
Dan Temple quería dedicarse a la ganadería y olvidar su pasado. Pero necesitaba una apuesta, y fue su destreza con las armas lo que le proporcionó un trabajo como guardia con escopeta en una compañía de apuestas.Tras dos atracos, Temple se dio cuenta de que se enfrentaba a un hombre que se jugaba mucho.
D. B. Newton nació en Kansas City (Misuri), obtuvo un máster en Historia en la Universidad de Misuri y comenzó a publicar relatos y novelas del Oeste a finales de la década de 1930. También escribió bajo los nombres de Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan, Hank Mitchum y Dan Temple.
La ciudad de Coldbrook estaba herméticamente cerrada, con el despiadado viejo Troy Coldbrook dirigiéndola, y su testarudo hijo, Wes, listo para destruir a todos los que llegaran. Y Steve Benson era su objetivo especial. Él y Wes tenían mucho en común: ambos querían el mismo tramo de pastizal y la misma chica.
Dwight Bennett Newton (14 de enero de 1916 - 30 de junio de 2013[1]) fue un escritor estadounidense de westerns. También escribió bajo los nombres de Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan, Hank Mitchumy Dan Temple. Newton fue uno de los seis miembros fundadores de los Escritores Occidentales de América. Fue escritor y consultor de historias para varios programas de televisión, incluidos Wagon Train y Tales of Wells Fargo.
De pie en el balcón corrido de Casa Bonita, Mike Bastrop arrojó un puñado de monedas de oro entre los jinetes de su brigada volante y contempló con aire divertido, cómo bregaban unos con otros para conseguir aquel dinero.
Eran hombres endurecidos por la silla, a los que prolongadas renuncias habían ido inclinando hacia el salvajismo. Se trataba de seres andrajosos, que tenían el estómago tan hambriento como el de un lobo, después de la ruta de ida y vuelta hasta Kansas.
Dallas Querland, comisario de Fort Sand, en el Territorio de Arizona, había dormido cuatro horas, lo máximo que conseguía descansar de una vez, cuando Ed Brant, el carcelero, le despertó, sacudiéndole por un hombro.
—Jarboe me dijo que le despertase a las cinco —explicó el hombre.
Querland se incorporó, bostezando en medio del calor pegajoso de aquella habitación trasera, perteneciente al edificio que hacía las veces de cárcel y de oficina del representante de la ley. Mientras recogía las botas, preguntó:
—¿Está aquí Lasher, Ed?
La noche era como una inmensa mancha negra que emborronaba los agudos perfiles de las montañas circundantes. Aquél era un país montañoso y, de no ser por las sendas y las luces de la ciudad que se columbraban al frente, uno hubiera tenido la sensación de saberse perdido. El aire de las montañas era frío y mordiente a aquella hora de la noche, y el jinete se estremeció y se arrebujó en su pelliza. Había efectuado un largo viaje, y no le hubiese importado regresar. Estaba acostumbrado a las llanuras de Tejas, donde nada rompía la monotonía del paisaje hasta donde alcanzaba la vista, donde el viento de septiembre no calaba hasta los huesos.
Giles Alfred Lutz (marzo de 1910 - junio de 1982) fue un prolífico autor de ficción en el género western. Nacido en marzo de 1910 en Missouri, Estados Unidos, Lutz escribió durante muchos años novelas sobre el Oeste americano que se publicaron en revistas pulp. Su novela "Get a Wild Horse Hunter", un ejemplo de su escritura de ficción pulp, apareció en la edición de junio de 1952 de la revista Western Novels and Short Stories. A mediados de la década de 1950, Lutz hizo la transición a las novelas completas y, hasta su muerte en junio de 1982, publicó numerosas historias sobre el Oeste americano. En 1962, Lutz ganó el Premio Golden Spur de los Escritores del Oeste de América por su novela The Honyocker.
Lutz escribió bajo varios seudónimos durante su carrera en la ficción pulp, incluyendo los nombres: "James B. Chaffin", "Wade Everett (con Will Cook)", "Alex Hawk", "Hunter", "Hunter Ingram", "Reese Sullivan" y "Gene Thompson". Bajo el seudónimo de "Brad Curtis", Lutz escribió tórridas novelas pulp en el género erótico. También escribió una gran cantidad de ficción deportiva para las revistas pulp, en títulos como Ace Sports, Complete Sports y Football Stories.
Serie Jim Bannister 5 de 11.
Jim Bannister no parecía alguien en la evasión que hubiera visto su forma de vida destruida y acosado por todo el poder de una cosechadora de un millón de dólares. Por ahora, bajo el nombre falso de Jim Bryan, fue alguacil temporal en Morgan Valley, hasta que encontró su propio cartel de "Se busca" tirado en el piso de su oficina.
Dwight Bennett Newton (14 de enero de 1916 - 30 de junio de 2013) fue un escritor estadounidense de westerns. También escribió bajo los nombres de Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan Hank Mitchum y Dan Temple. Newton fue uno de los seis miembros fundadores de los Escritores Occidentales de América. Fue escritor de historias para varios programas de televisión, incluidos Wagon Train y Tales of Wells Fargo.
Los Hardeman son los propietarios de la empresa automovilística Bethlehem Motors. Loren Hardeman, el nonagenario fundador, alberga un audaz sueño que comparte con Angelo Perino, un as del volante tan inclinado a correr peligros como a experimentar pasiones. Ambos pretenden producir el automóvil del futuro, un coche con una tecnología tan innovadora que haría que sus competidores aparecieran como ridículamente obsoletos. El coche se llamaría Betsy, en honor a la biznieta de Loren. Pero Betsy engulle millones de dólares y el presidente de la compañía, el nieto del patriarca, considera que puede causar la ruina de la empresa. La acción de «Betsy» avanza y retrocede en el tiempo. Asistimos al nacimiento de Bethlehem Motors y a su desarrollo de la mano de los miembros del clan Hardeman, en el entorno de la época dorada de la ciudad de Detroit.
Traducción en verso de la obra de Homero. Las andanzas y aventuras de Odiseo, vividas en el lapso de diez años que duró su regreso al hogar tras una activa participación en la guerra de Troya, conforman la apretada trama, casi novelesca, de uno de los grandes monumentos de nuestro patrimonio intelectual. Probablemente compuesta a fines del siglo VIII a. C., la Odisea nos adentra en un mundo real, el Mediterráneo antiguo, pero repleto de peligros y poblado por seres fabulosos: magas, ninfas, gigantes, monstruos… Los avatares marinos del héroe en esta segunda gran epopeya griega alejan a Odiseo (Ulises desde los romanos) de los escenarios de la épica, para situarlo en un ámbito fantástico, más próximo al mundo maravilloso de los cuentos de misterio. Y ellos se encargan de poner a prueba la astucia y la audacia del protagonista, retratado con sutileza en sus matices, al tiempo que configuran los jalones de un viaje que es paradigma de crecimiento personal.
Prácticamente nada se sabe de Cayo Valerio Flaco, salvo que a finales del siglo I, en plena Edad de Plata de la literatura latina, reescribió en metro heroico la antiquísima leyenda de los argonautas. La fabulosa travesía de la nave Argo, la busca del vellocino de oro, los funestos amores de Jasón y Medea habían sido objeto de continua reelaboración por parte de numerosos autores griegos y romanos, pero Valerio supo buscar nuevos perfiles a personajes de sobra conocidos, nuevos significados a la historia contada, alterada y enriquecida por sus precursores. No sólo releyó las «Argonáuticas» griegas de Apolonio de Rodas a la luz de la «Eneida» de Virgilio, sino que integró en la gran tradición épica que va de Homero a Lucano la sombría tradición trágica que va de Eurípides a Séneca. El resultado es una deslumbrante epopeya que, por su trabajada complejidad, por su ironía y erudición, delata en cada verso la voluntad de emulación del epígono; un poema que ha sido calificado de clásico o neoclásico, pero también de romántico, barroco, manierista o parnasiano.
Cuando Buck Taylor abandonó su celda de la prisión de Flagstaff para acudir a la llamada del jefe de la cárcel, se llevó ambas manos a la cintura tratando de contener el peso de sus pantalones, que se le escurrían por las estrechas caderas y pasándose la mano por la boca reseca, avanzó por el pasillo, mirando con curiosidad a todos lados y preguntándose qué diablos le querría Pete Harrison para requerir su presencia cuando se encontraba en plena digestión.
Aquella tarde de principios de primavera, Cherri Stuart, después de franquear el Río Nueces, en su confluencia con el Pecos, caminaba por un pino y estrecho sendero bordeado de setos espinosos, que le obligaban a renegar a media voz de tan inhóspito paisaje, pues “King”, su magnífico caballo ruano, un soberbio animal de patas finas pero poderosas, ancho y dilatado pecho y cabeza coronada por una espléndida mata de crin, veíase precisado a caminar con precaución para proteger sus brillantes flancos y no dejar parte de la piel en aquel traicionero mar de espinos.
Caía la tarde en un, apoteosis dorado de rayos de sol, que irisaban entre oleadas de polvo reseco, cuando el sargento Turley, seguido de cuatro rurales, todos montados sobre unos caballos fibrosos, delgados y cubiertos de mugre, se detenía ante el cuartelillo de policía de San Pablo y echaba pie a tierra con gesto mohíno y cansado.
El teniente Omalley, que leía una novela de aventuras sentado en un estrecho banquillo a la puerta del puesto, se levantó con viveza al descubrir a su subordinado y acercándose a él, preguntó con vehemencia:
—¿Qué noticias, trae usted, Turley?
La mañana había amanecido fría y áspera. El cielo, de un gris plomizo, extendía su denso manto de nubes sobre las cresterías de la Meseta Negra y un viento crudo y cortante arrastraba a las veces, agudos copos de nieve arrancados de la sierra, donde la masa blanca caía espesa, formando como un velo tupido que cortaba bruscamente la inmensidad del paisaje.
Por la estrecha y accidentada garganta del “Cañón de Kams”, en la parte Norte de Arizona, casi rayando con la divisoria de Utah, avanzaban dos jinetes reciamente envueltos en sus mantas de viaje y con la amplia ala de sus sombreros caída hacia los ojos, para resguardarlos de las tolvaneras de polvo y arena que como un invisible látigo flagelaba el fondo del cañón.
En la tarde azul plena de luz, bajo la caricia de un sol de oro que pintaba rosetones de fuego amarillo en el verdor de las hojas de los pinos y encendía el aire en el que flotaba un polvillo áureo que velaba la inmensidad desierta del paisaje, dos jinetes inclinados anhelantes sobre los cuellos de sus monturas para facilitar a éstas una más veloz carrera, galopaban por la seca y amarillenta llanura en dirección sudeste, buscando en una línea tangente una mancha gris, árida, que se distinguía a algunas millas de distancia.
Cuando el sargento Ned Jasper de la Real Policía Montada penetró en Ottawa luciendo su empolvado y descolorido uniforme, en el que la guerrera roja parecía amarilla en fuerza de haber absorbido el sol y la lluvia, y los azules pantalones semejaban haber sido grises para convertirse en pardos, respiró como si le acabasen de quitar del pecho una enorme losa, mientras sus ojos, que habían perdido la costumbre de captar la vida y el movimiento tumultuoso de las capitales, se cerraban para evitar a su cerebro la vorágine de un marco que le obligase a caer del caballo.
El tableteo de los Colts al estallar secos y rabiosos, empezaba a ser recogido por las estribaciones del Monte Hoad y las cortadas, turbado el silencio augusto que reinaba en ellas aquella tarde de pleno verano, escupían los estampidos, haciéndoles rebotar sobre sus duras paredes, para multiplicarlos en docenas de ecos que hacían más impresionante el tiroteo.
La cuadrilla de Jake Lamb, acosada fieramente por los rurales desde Dallas, se batía en retirada buscando seguro refugio en las fragosidades del monte y defendíase fieramente contra el acoso persistente de los policías que, decididos a darles alcance, llevaban un montón de horas pisando los talones al temible y célebre forajido.
Biondy Dunn, dueño del rancho “Tres Estrellas”, conversaba animadamente con su visitante, Love Croker, indolentemente recostado sobre el sillón frailuno respaldado de cuero en el que solía pasar horas enteras entregado al repaso de las cuentas del rancho y a contestar la bastante extensa correspondencia que recibía con ofertas, más o menos interesantes, para la venta de su ganado.
Dunn era un hombre fuerte, ancho de espaldas, con las manos grandes y callosas, las piernas muy arqueadas a causa de un continuado ejercicio a caballo por sus dilatados pastos. Tenía la cabeza grande, coronada por un pelo áspero y rebelde, en el que ya empezaban a lucir las hebras plateadas de algunas canas.