Tres jóvenes amigas, Marta, Celia e Irene, comparten piso desde hace varios años ya que sus sueldos no les permiten nada mejor. En éste libro, cada una de ellas vivirá su propia historia de amor.
—Detesto a tu merengue, Maricé.—Si supiera que le llamas eso...—Con su traje impecable, su bigote recortado, su pajarita y su bastón me parece una imitación de Charlot haciendo de señorito.—Tía Dora...—¿Le quieres mucho?La joven se atragantó. Di —apremió la solterona—; ¿le quieres mucho?—Bueno... yo...—Tú, que eres una tonta, que siempre fuiste alegre y divertida, por hacer caso a tu madre te echaste un novio que no soportaría yo aunque de este noviazgo dependiera mi vida.—Si te oye mamá...
Patricia apareció en el comedor a las diez en punto de la mañana. Era una joven de unos veinte años. Morena de piel, cabellos color caoba, alta y esbelta, con unos ojos melosos de acariciadora expresión. Los ojos de Patricia Kruger eran famosos entre sus muchos amigos. De una limpidez extraordinaria, de una expresión suave, tal vez un poco melancólica, pero ante todo, encerraban al mirar una ternura tal, qué cuando Kurt Hurst los miraba, tras una de sus múltiples fechorías, se arrepentía, se llamaba idiota y pedía perdón a su novia con tal sinceridad, que ella, suave y tierna como sus ojos, no tenía más remedio que perdonar.
—Es raro que no hayas tenido novio nunca.—¿…?—Lo digo —sonrió— porque eres mujer para amar y para que te amen. —Muy observador. —¿No lo crees? —No lo sé. Nunca me analicé hasta ese extremó. —¿No has sufrido ningún desengaño amoroso?Ella, por primera vez se echó a reír. A Octavio le gustó aquella risa juvenil de mujer. Era muy femenina. Tremendamente femenina. Con gran asombro pensó que le hubiera gustado tomarla en brazos y decirle muchas cosas, y besarla muchas veces…
—Hija mía, hace muchos días que no te pregunto nada con respecto al inconsolable viudo.—¡Bah!—Se consolará —rio Alice Quimper—. Todos los viudos llegan a consolarse. Sandra es muy bonita.Esta alzándose de hombros.—Estoy desistiendo de ello.—Merece la pena insistir, querida —intervino el padre—. Ten en cuenta que sus millones son tan numerosos como sus penas.—Precisamente por eso, papá. No será posible quitarle esa pena del corazón.—No creo que sea diferente de los demás hombres —objetó la madre—. Y a todos les pasa.—La quiso demasiado. —Y con rabia, añadió—: Estimo que hasta casado de nuevo compararía, y sería terrible.—No lo creas. Una muerta es un pasado, y no hay pasado que llegue a vencer a ningún presente. Tú estás viva y lo amarás.
—Si pretendes decir que Arturo se casó con Leonor por su dinero…—Mujer... —volvió a atajar otra vez pacíficamente—. No trates de engañarte a ti misma, ni a mí. Te estoy diciendo algo que sabe todo el mundo, excepto la interesada.—Arturo estaba enamorado de Leonor.—Ya —rio—. Como yo era gato. —Le envió un beso con la punta de los dedos y susurró—: Hasta luego, mi vida.Se dirigía a la puerta. Mercedes, despechada, fue tras él...—Eladio, me duele que pienses eso de Arturo.
—Quiere cobrar.—Me lo imagino.—Laura… ¿Qué podemos hacer? Le debemos seis meses de casa. Puede llevarnos al juzgado de un día a otro y nos echarán a la calle.—¿Pero es que ese hombre no tiene corazón?—No se lo he visto. Asegura que tendremos que largarnos dentro de esta semana.—Elisa, debiste decirle que cobrara el mes en curso y que lo atrasado lo iríamos pagando poco a poco.Elisa hizo una mueca.
—Me gusta.—¡César!—Me gusta y la quiero. Sí, la quiero. ¿Es pecado querer?—Claro que sí. En ti es pecado.César hinchó el pecho.—¿Qué tengo yo para ser diferente a los demás?—Puedes amar a una mujer del pueblo y casarte con ella, falta te hace llevar una mujer a tu hacienda. Tu hermana se casará también algún día. Y tú necesitas mujer. Pero no Yola Villalta.
—Yo realizaba un viaje por Alemania cuando me enteré de la boda. No pude evitarla.—¿Y por qué la hubieras evitado?—Blanca lleva una tara, ¿no lo comprendes? Su madre murió en un manicomio. La madre de su madre, o sea su abuela, falleció a causa de un ataque de enajenación mental. Puede ser desde un principio el final de ésta. Una tía, hermana de su madre, falleció asimismo a causa de un súbito ataque de locura.—Y temes...—No lo temo, Nicanor. Lo sé. Precisamente hoy te hablo de ello, porque recibí una carta de mi madre en la cual me notifica que Blanca empieza a dar muestras de demencia.—¡Cielos!
—Hay que tener en cuenta, querida María, que es una niña.—Sí, sí, Esteban. ¿Cómo no lo voy a comprender? Pero ya sabes lo que dice el refrán: «El árbol joven...».—Hay tiempo, María, Ana sólo tiene siete años. Ha vivido mucho tiempo sola. Yo no podía ocuparme de ella, y esa vecina... Bueno —añadió con voz cansada—. Ya sabes...—Por eso mismo, Esteban. Ahora la amoldaremos a los demás hermanos.El hombre se puso en pie. Era alto y fuerte, de señorial porte. Vestía correctamente, y si bien no era un hombre rebuscado, había en él una elegancia innata que no radicaba en sus ropas, sino en algo que emanaba de su ecuánime persona. Contaría cuarenta años, y su pelo negro estaba veteado de hebras plateadas; las arrugas de su frente, muy pronunciadas, le daban aspecto de más edad. En aquel instante se disponía a salir. Tenía la cartera de piel bajo el brazo y el sombrero en la mano.
Se diría que estaba celebrándose un consejo de familia. Pero no ocurría así. Pedro Martínez amonestaba a su hijo, y éste hundido en un sofá, le escuchaba filosóficamente. No lejos de él la madre refunfuñaba, aprobando lo que decía su esposo. Al otro extremo del salón, Pilar, la hermana del amonestado, se pulía las uñas tranquilamente, sin reparar, al parecer, en la discusión que tenía lugar entre sus padres y su hermano. Don Pedro Martínez era un señor grueso, de rubicundo rostro, ojos ratoniles y nariz prominente. Vestía deportivamente, si bien se notaba en él al nuevo rico que desea hacer ostentación de su caudal. Lucía una descomunal cadena de oro colgada del chaleco y atravesándole el abdomen, y un anillo con un brillante de varios quilates. La esposa, muy recompuesta, muy repintada, parecía una carnicera en una boda elegante.
Susana es una jovencita de dieciocho años. Risueña y pícara, parece conseguir siempre lo que desea. Incluso sabe cómo tratar a su autoritario padre, con el que el resto de la familia tiene serios enfrentamientos. Su receta es clara: una medida de diplomacia y un pellizco de simpatía. Sin embargo, Susana tiene un problema: ama a su profesor. ¿Le servirá también su particular receta para conquistar el corazón de su estimado maestro?
—Dice mi tío que Antonio llegó aquí con unas miles de pesetas. Nadie explotaba la pesca en este lugar y él lo hizo. Al cabo de unos años tenía la fábrica de conservas y manejaba toda la flota. Años después la flota era suya. Más tarde le fue fácil adquirir la fábrica de conservas y luego el taller de mecánica... Construyó ese palacio a orillas del mar, que según mi tío es como el de las mil y una noches. Y al poco tiempo llegaron su madre y su hermano. No se instalaron en el palacio. Dicen que Antonio necesita libertad para sus vicios. Porque ya sabrás que es un vicioso.Paula se echó a reír regocijada.—Mujer —exclamó—. Eso lo sabe todo el mundo.—Bueno, pues Pedro se empleó en la fábrica de su hermano, si bien nunca tuvo parte en la Compañía.
Burt, junto con el socio de su tío, Li-Chan-Yen, llevará acabo una venganza contra lord Crowther después de lo sucedido hace quince años y que Burt nunca ha olvidado.
Arturo Sanromán se agitó en el asiento. El tren iba a marchar y se llevaría a Isabel por tres meses hacia una tierra desconocida... Y él la amaba. Él no era hombre que diera al cariño un nombre falso. Quería a Isabel para casarse con ella. Y la invitaba a quedarse en la Sierra con su hermana, entretanto sus alumnos de invierno disfrutaban del verano y retornaban a su vida madrileña y a las clases con la profesora particular. Pero Isabel, orgullosa y terca, siempre dueña de sí, y tan celosa de valerse por sí misma, desdeñaba aquella invitación. Con suavidad, pero la desdeñaba.
Anne siente que tiene el mundo bajo sus pies. Vive ajena a los sufrimientos de quienes la rodean, y no muestra ni una pizca de sensibilidad. No hay nada que se le ponga por delante y siempre consigue lo que quiere, ante la preocupada mirada de sus padres, que no saben qué hacer con esa chica altiva y orgullosa. Algo inesperado cambia su vida bruscamente...Esta historia se desarrolla en una familia rica y aristocrática, en un ambiente de lujo y poder, a caballo entre Londres y Nueva York.
César Martínez es un médico vocacional que vive dedicado a sus pacientes en una consulta que atienden él y su enfermera Ana María, una mujer dispuesta y muy joven que observa cada día la crispación y el cansancio de su jefe por la incomprensión de Maruja, su mujer, una persona frívola y ambiciosa que tiene abandonado a su marido y a su hija, y que sólo vive para las fiestas en sociedad.
César Santamarina de la Fuente tiene que hacerse pasar por su hermano gemelo para desencantar a una muchacha que inicia su carrera de modelo y que está saliendo con Eduardo, su hermano. Esto se debe a que, sus padres, acomodados en la alta sociedad de Cádiz, buscan para sus hijos unos matrimonios acorde con su estatus social. Esto provoca que Marta Rita, ajena a los tejemanejes de los padres de su pretendiente, se sienta confusa con la manera de actuar de Eduardo, efusivo y divertido en ocasiones, parco y serio en otras, lo cual no evita que se enamore profundamente de él. Lo que no cuenta César es que, al engañar a Marta Rita, lo va a llevar a enamorarse locamente de ella a pesar de las disposiciones de sus padres.
—Señor cura…—No terminé. Tienes treinta y siete años. Tu vida no acabó, empieza ahora. O al menos debe empezar.—Padre…, ¿qué le parece si dejamos esto? —se puso en pie—. No me vaya a salir usted con el cuento de las dos viejas solteronas.—No creas —rio el sacerdote acompañándolo hasta la puerta—. A veces pienso que esas dos solteronas son lo bastante inteligentes para ver lo que yo veo y lo que ven todos en el pueblo. Tu gran soledad pese a estar tan acompañado.—Escuche, padre —dijo ya llegando al quicio de la puerta—. Tengo más de lo que un hombre puede ambicionar. Tengo una hija, un hijo, una hacienda rica, criados a mi servicio, salud y fortaleza. No creo que se pueda pedir más.—¿Y amor?
La muerte de su madre le lleva a abandonar la casa donde vivía. Siempre había estado bajo su yugo y ahora quería libertad. Daniel se define como un pobre ser errante que huye de la soga, por eso, rehúye la invitación de Titi de quedarse con ella y su madre, una decisión que no le convence del todo.