Fue prisionero de su famosísima madre, de su felizmente desaparecida esposa y, por último, cayó en manos de los alemanes. Cuando, arrastrado por un compañero que le dominaba, logró escapar del stalag alemán y volver a Francia, no alcanzó la tan deseada libertad, sino que se metió en las fauces de unas verdaderas lobas, capaces de despedazarse y despedazarle. Quizá el amigo Bernardo hubiera sabido ahuyentarlas. Pero ahora Bernardo era él y no había escapatoria posible.
A qué negarlo: era un tipo violento y pendenciero, y además su mente no podía presentarse, desde hacía tiempo, como un modelo de claridad. Pero eso no quería decir que fuera dejando por el mundo un reguero de cadáveres femeninos artísticamente estrangulados con decorativas corbatas, tal como parecían indicar todas las pruebas. Eso era lo que pensaba la policía, la justicia y todos los relacionados con el caso. Sin embargo, él sabía tan bien como el verdadero asesino que no era culpable. El único problema consistía en demostrarlo.
Fuera de alguna desafortunada incursión en el género humorístico, la palabra pesadilla es aplicable a casi todas las narraciones de Poe. Para este libro hemos elegido 5 de sus más apasionadas piezas y el relato policial La carta robada. A diferencia de los ulteriores cuentos de Wells, El pozo y el péndulo es una exaltación gradual del terror.Los relatos que comprenden este libro son:La carta robadaEl pozo y el pénduloGuillermo WilsonLa máscara de la muerte rojaTú eres el hombreLa incomparable aventura de un tal Hans Pfall
El inspector Vardier tenía una idea fija: caer sobre el hombre que había asesinado a su compañero Lebouvier. Y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ponerlo en manos del verdugo. Pero no sólo el cazador estaba alerta: su pieza, el asesino, pese a estar marcado, disponía de extraordinarios recursos y preparaba un golpe que le permitiera ponerse, al menos momentáneamente, fuera de la circulación. Mientra, la vida de la policía y la del hampa seguían sus rutinas cotidianas.
El forense, a primera vista, opinó que la chica había sido estrangulada. Habían encontrado el cadáver en el maletero de un viejo coche, abandonado junto a un descampado. Parecía obra de un obseso sexual que hubiera perdido los nervios al resistírsele su víctima. Y el caso se hubiera tenido que archivar, sin solución, de no ser porque el forense investigó a fondo: la chica había sido estrangulada después de hacerle beber veneno suficiente como para acabar con un elefante. Había que buscar la pista del asesino en círculos más selectos que el de los violadores solitarios.
Su trabajo consistía en darle a la manivela para poner en funcionamiento la esclusa. Era un trabajo que le permitía ir viviendo, pero que no auguraba ningún brillante porvenir. Y ese futuro se oscurece hasta volverse trágico cuando en medio de una maniobra la esclusa se atasca por culpa de un cadáver.
El paracaidista Ulisse Ursini fue licenciado a pesar de su solicitud de reenganche. La razón: carácter cerrado y difícil. y además una peligrosa inclinación a seducir menores. El paracaidista Ursini mide dos metros, es rubio, fuerte, siempre gana al póker y no tiene donde ir una vez deje de ser para. La única salida para Ursini es la aventura: se convertirá en un mercenario no por una causa sino por el dinero que le paguen.
Una paloma no puede salir del ojo del huracán sin perder, al menos, buena parte de sus plumas. Y Elsa, blanca y pura paloma de la Inglaterra de principios de siglo, se encontraba en pleno epicentro de un brutal huracán que dejaba un rastro de cadáveres a su paso. Así las cosas, no es de extrañar que la pobre Elsa perdiera también sus plumas, porque detrás de todo ello se encontraba el hombre siniestro, o uno de tantos hombres siniestros que trataban de dominar el tráfico mundial de drogas.
Una casa abandonada por su dueño casi el mismo día en que la estrenó; los cadáveres de dos mujeres; varios ciudadanos de apariencia respetable; cuyo turbio pasado se va desvelando paulatinamente; y a través de todo este magistral relato, un permanente suspenso gobernado por una estupenda habilidad para mantener al lector en un estado de fascinación casi mágica.
Nadie sabe, hasta la última página de esta extraordinaria novela, quién mató al anciano y acaudalado Augustus Lefever. ¿O es que no lo mató nadie? El viejo sufría del corazón y todo parecía confirmar que se trataba de un ataque cardíaco. Y, sin embargo, el médico de cabecera se negaba obstinadamente a firmar el certificado de defunción. Fué necesaria toda la habilidad y discreción de un gran detective como John Bent —y el talento y la penetración de un gran escritor como H. C. Branson— para desentrañar la enredada madeja de este Callejón sin salida.
Para un detective retirado, y por añadidura amante de la pesca, la costa del Pacífico tiene un explicable encanto. En todo caso, Stephen Summers siempre va a buscar allá el placentero refugio de su barco, la grata compañía de un buen amigo, el merecido descanso de cada año… Pero esta vez no habrá reposo para el ex detective: el buen amigo ha muerto. Despierta el sabueso que dormía en Stephen Summers y encuentra un tanto extrañas las circunstancias de esa muerte; el apacible comienzo de vacaciones se convierte en complicada trama y en agitada e intensa acción: y así, en tensión creciente, culmina en la revelación, dramática, electrizante, insospechada.
«Odio a mi madrastra». Tan pronto como comienza esta magistral novela, nos enteramos de que April, la sofisticada, se ha denunciado a sí misma con aquella frase definitoria. Y sin embargo, el clima de suspenso, el interés absorbente que distinguen a esta estupenda creación, mantienen al lector fascinado a través de todo el relato, hasta el desenlace mismo, tremendo y sorprendente.
Comenzar denunciando al criminal, revelar sus propósitos e iniciar así, justamente donde otros terminan, una novela de apasionante lectura, es proeza que sólo puede esperarse de un maestro.
Y Brett Halliday es un verdadero maestro del género.
El crimen se agazapa esta vez en un coqueto hotelito ubicado en las apacibles colinas de Sussex. Y hasta allí va a descubrirlo un ex oficial de la Marina de Su Majestad Británica. Las sorprendentes aventuras de este marino metido a detective lo conducen a descubrir dos asesinatos donde sólo buscaba uno. ¿Podía acaso imaginar que persiguiendo al asesino del hotelero hallaría también al raptor de su felicidad? Pero la vida vence a la muerte, y al cerrarse su herida renace para el marino detective, la perspectiva de una dicha comprada al precio de su anterior dolor y sus azarosas aventuras pasadas.
Un gato persa que araña muchachas bonitas y un violín Stradivarius que ejecuta melodías en clave de crimen, dan su nombre a un aristocrático club nocturno del centro de Londres. Un detective privado contratado para investigar una cosa acaba buscando otra. Los cadáveres se van multiplicando a la par de los violines y el detective recorre en su pesquisa todos los ambientes de Londres, desde los lujosos hoteles del centro, hasta los vericuetos de los barrios bajos. Antes de terminar de resolver este misterio, el detective Bradley tendrá que cumplir muchas tareas riesgosas y besar muchas mujeres bonitas, ¡Pero los diamantes del collar de la Reina lo valen!
¿Cuántos crímenes no cometería usted por apoderarse de las planchas de la más perfecta falsificación de billetes de cinco libras que hubiera conocido el Imperio Británico? Un crimen, dos, tres, cuatro, cinco… Un puñado de crímenes. Todos arrojados sobre los débiles hombros del pobre Donald Ivy, el hombre que hasta había sido condecorado por el Rey de Inglaterra a causa de sus habilidades. Y a Don no le queda otro recurso que improvisarse en detective para lograr salvarse de la horca y poder seguir viviendo tranquilo en su casita de Nueva Inglaterra.
Una mujer ha sido asesinada en el femenino marco de una casa de belleza. Es una mujer la víctima, mujeres los testigos. ¿Será también una mujer la asesina?
Una moderna Pandora busca la respuesta a este enigma en un sorprendente Buenos Aires de contornos reales y clima de maravilla.
Con este libro, María Angélica Bosco confirma las relevantes condiciones que le hicieron conquistar una importante distinción con su primera novela, “La muerte baja en ascensor”, y al probar que el género detectivesco no es privativo de más nacionalidad que la del talento, se sitúa en la primera línea de los novelistas argentinos.
Floyd Anthony estaba abrumado por múltiples preocupaciones. Decidió olvidarlas en un parque de diversiones. Subió a dar una vuelta en la “vuelta al mundo”. Cuando el giro tocó a su fin, Floyd Anthony estaba muerto. La rueda iluminada siguió girando: llevaba una carga macabra. Entre las sombras —cercanas o lejanas— se movían expectantes tres mujeres: Nola Kent, Eulalie Vargas y Joyce Paget. Junto a ellas estaban los hombres que eran sus acompañantes, sus amantes… sus cómplices, quizá. En el parque de diversiones, mientras el cadáver de Floyd Anthony seguía dando la “vuelta al mundo”, también la muerte hacía su paseo en un carrousel enloquecido de rostros de mujer .
Cuando ella se encontró con el cadáver de ese hombre asesinado no sabía, no podía saber, que ese encuentro cambiaría su vida.
Pero así sucedió. Porque entonces recibió la visita del miedo. Y había venido para quedarse. Desde ese momento, cada sombra encerró para ella una amenaza. En cada desconocido que atravesaba su camino se agazapaba un potencial asesino.
Y fue necesario que un detective, Matt Hughes, se empeñara a fondo en la batalla para poder desalojar al terror que había venido a enseñorearse del alma de esa muchacha.
La caravana de autos, cabinas y camiones que constituía el Parque de Diversiones de Ed Ferron entró en Bay Bayou una madrugada brumosa.
Ed Ferron no quería más que hacer buenos negocios y ganar mucho dinero; ya estaba harto de aventuras, de mujeres, de enredos.
Pero poco podía imaginar que el solo hecho de ir a la estación a retirar una carga habría de complicar su vida, justamente con los elementos que temía.
La rubia que bajó del tren era cancionista, aunque tenía una figura de bailarina, pero no era eso lo peor que de ella se sospechaba en esa aldea, llena de habladurías pequeñas, pequeños rencores y ambiciones pequeñas. Cuando la caravana —con una nueva pasajera— partió de Bay Bayou en un mediodía radiante, los cadáveres y un mundo de valores derrumbado habían señalado su paso por el pueblo.
El crimen implicaba a su mejor amiga. A la mujer que acaso llegara a ser algo —mucho— más que eso.
Y por ello Philip Cavanagh, el joven médico y abogado londinense, «tenía» que resolverlo.
El asesinato era como una perfecta obra de arte. Un delicado tapiz en cuya trama se mezclaban varios hilos: el amor, los celos, las drogas, la degeneración…
La ronda de los sospechosos se bailaba en el elegante Club Apolo, cuyos habitués eran mucho peores de lo que parecían ser, pero también mucho mejores de lo que ellos mismos se creían.
Philip Cavanagh logró tirar uno a uno los hilos de esa trama. Y al hacerlo se encontró a sí mismo. Y encontró la dicha que la vida le debía.