Dina cerró los ojos. Le estallaban las sienes.—Dina, hijita mía…, me encuentro en un callejón sin salida. Debo más de trescientas mil libras. ¿Sabes lo que eso supone? El descrédito. Soy un hombre honrado. He jugado demasiado. He fallado. Te aseguro que en otra jugada, si es que tengo la ocasión de efectuarla, te haré millonaria…—Papá…—Álex te ama. ¿Lo has olvidado ya? Recuerdo cuando te lo dijo hace seis meses. Aún vivía con nosotros. Él nunca quiso irse de nuestro lado.—Papá, no sigas —exclamó Dina perdiendo la paciencia—. No me casaré nunca con Álex, aunque sepa que se muere después de decir el sí.
—No te fijaste en los años. —Francamente, no. Estoy tan harta de niños endebles de la nueva ola, que encontrarme con un hombre de éstos me fascina.—¿No será ilusión de niña soñadora?Al cruzar un recodo de la calle para tomar la dirección de su casa, enclavada al final de la avenida residencial, se tropezó de manos a boca con el hombre en quien pensaba.—Hola, Carolyn —dijo él con la mayor sencillez, como si el encuentro tuviera lugar todos los días—. Hace una espléndida noche, ¿eh?—Ciertamente —replicó ella un tanto aturdida.Y es que a su lado perdía un poco su personalidad. Era precisamente, lo que más le asustaba. Aquella su total anulación ante él.
A los quince años, Leida se reveló como una joven preciosa. Fue entonces cuando él, que ya tenía veinticinco, y acababa su carrera de ingeniero agrónomo, empezó a sentir aquellas cosas... Él era un hombre reprimido, doblegado. Desde muy niño aprendió a dominar sus impulsos y sus deseos, no porque careciera de medios para complacerse a sí mismo, sino porque sus razonamientos de adulto le indicaban que el hombre caprichoso casi nunca llega a parte alguna.Dominó, pues, su apasionamiento, y nadie, ni siquiera sus mejores amigos, los padres de la joven, notaron jamás lo que sentía por su hija. Y muchísimo menos ésta, a quien César trataba con ternura, pero sin intensidad.
—¿No ha venido Kira?—Pero…, ¿por qué te preocupas tanto por ella, Lenox? —preguntó fríamente.—Porque mi doncella vio a Kira con el hijo del molinero.Lady Catalina se puso en pie con tal violencia, que el sillón que ocupaba se tambaleó.—¿Qué dices?—Eso. Puede que no tenga importancia alguna. Pero… dado tu modo de ser, es extraño que lo permitas.—Ciertamente, no pienso permitirlo.
—No he pensado llevaros a Nueva Jersey, Boby. Ni tampoco he pensado seriamente en casarme. Pero me digo que para vosotros sería mejor tener una segunda madre... No sabéis lo que es tener madre.—La nuestra ha muerto —rezongó el niño tercamente—. Ni Mimi ni yo queremos otra.—Bueno, yo creo que... no hay motivo para alarmarse.Boby no respondió, si bien parecía enojado. Jack se cansaba pronto de pelear o contemplar a sus hijos, como se cansaba de todo. Le dio un beso, apagó la luz y recomendó cariñosamente:—Duerme, hijo, duerme.
—Raúl.Raúl Dávila levantó la copa y miró.—Por... por... —su lengua torpe apenas sí se movía dentro de la boca—. Por...Un coro de carcajadas obligó a Raúl a mirar en torno con expresión estúpida.—Por...Un compañero, tan beodo como él, se aproximó balanceante, con una copa entre los dedos temblorosos.—Por tu madre —dijo abriendo y cerrando un ojo ante Raúl.—Por mi madre —admitió Raúl torpemente—, por mi padre y por ti.
Pero yo le amo. Es tan guapo, tan simpático, tan irresistible... Además, cuando salimos de paseo todo el mundo nos mira. Es un hombre famoso y aún no ha cumplido los veintitrés años. Hoy estuve en su estudio. Es una maravilla aquel ático, en un lugar comercial de la ciudad. Es un salón, abierto totalmente, sólo separado por los muebles. Está rodeado por ventanales y la claridad es tanta, que hiere a los ojos. Avis me dijo que me amaba. Me lo dijo con fervor, y yo..., yo he tenido que creerle. Me besó en la boca. Nunca me habían besado...”—Caro —susurró asustada Cecilia—, ¿no estaremos profanando un secreto?—Tal vez. Pero es un secreto que debemos conocer. Han transcurrido once años desde que Emma escribió esto y diez desde que desapareció del hogar. ¿Sabes por qué?
Cuando Salvador quedó viudo y con cinco hijos menores sus amigos Marcelina y Lorenzo se ofrecieron a cuidar de la más pequeña Fefa. De esta manera podía atender debidamente a los otros cuatro y Fefa también estaría atendida. Los años pasaron y Fefa siguió con sus padrinos. Cierto día, repentinamente, Marcelina muere y deja solos a Lorenzo y a Fefa que ya tiene 20 años... La familia Leina intentará sacar a Fefa de esa casa para evitar habladurías pero ¿Evitarán que se enamoren?
—Lo mejor será que no insistas, Félix. Estás quedando en ridículo. Todo el mundo conoce tu interés.—La conseguiré.—¿Cómo? ¿Por las buenas o por las malas? —preguntó Manolo, irónico.—Como sea. Si tengo que casarme con ella, me caso. Es cosa ya de amor propio.—Ten cuidado. Con la felicidad conyugal no se juega. Considero a Ida capaz de hacer feliz al hombre más exigente, pero... no a ti.—¿Y por qué no a mí? —preguntó con acento retador.—Porque tú eres un hombre frívolo. Vives hacia fuera. Como yo, como todos los amigos. Ella, Ida, es una mujer completa. No está formada para un hombre como nosotros. Ida está hecha, ni más ni menos, para hacer la felicidad de un hombre entero.—Por lo visto muy poca cosa te consideras.
Vestía un pantalón corto rojo y un jersey negro. Era gentil, esbelta, de pantorrilla y pierna perfecta. Tenía el pelo rubio y los ojos verdes, de un verde intenso, con tonalidades de un azulado oscuro. Aquellos ojos, entre melancólicos y altivos, ocultaban, bajo su fulgor, una ardiente mirada que expresaba el gran temperamento, casi siempre sojuzgado, de Claris Noriega. Su boca grande, de labios sensuales que, al cerrarse, parecían conocer el placer del beso amoroso. Su nariz era recta, de aletas palpitantes, lo que también contribuía a demostrar que nos hallábamos ante una joven de apasionado temperamento, de una fina y susceptible sensibilidad.
Paula, una chica morena, de azules ojos, lista, culta y educada, distinguida por naturaleza, vive con sus tres tías. Se siente sola entre ellas, y cree que lleva una vida demasiado monótona y carente de sentido. Sin querer, su bondad le conducirá hasta lo mejor que puede pasarle. Mientras, pasa la vida inmersa en los libros de la biblioteca de sus tías, que aunque anticuadas, tienen un auténtico tesoro entre los muros de su vetusta casa.
Espérame mañana avión mediodía. Siempre tuyo, Arturo.Lo leyó por segunda vez deletreando cada frase como si su significado le pareciera absurdo. Al fin alzó la cabeza y se quedó mirando a Leonor, interrogativa.—No entiendo nada —exclamó.—Tienes que ayudarme, Mag. Tienes que ayudarme sin remedio. Tú siempre fuiste inteligente. Yo… fui y soy tan torpe —rio.—Menos mal que lo reconoces, querida mía —rio tranquilamente, sin ruborizarse por el elogio—. Pero aún ignoro qué diablo…Dio la vuelta al telegrama entre los dedos, y esta vez exclamó extrañadísima:—¡Oh! Pero si viene dirigido a ti. —La miró fijamente—. ¿Quieres explicarte de una vez, Leo?—Sí, sí… —Tomó aliento—. Fue hace cinco años… Tú estabas en el colegio…
—No lo sé. Oye —preguntó con curiosidad—, ¿por qué eres tan serio?Juan se detuvo y la miró. Rápidamente desvió los ojos. Experimentaba una rara sensación cada vez que miraba a aquella muchacha. Furioso consigo mismo, porque ella no tenía la culpa, dijo malhumorado:—¿Tan serio soy?—Mucho. Siempre le digo a tu hermano: «Si tú fueras como Juan, nunca seria tu novia».—A lo mejor —dijo Juan, desdeñoso—, serías más feliz.
La enfermedad de Gustavo hace que Miguel regrese a casa después de quince años, durante los cuales ha hecho fortuna en Brasil. Todos esperan la llegada de Miguel. Gustavo se está muriendo y se van a quedar sin hombre que dirija la finca. Por ahora, Marta, la mujer de Gustavo, es quien gestiona las viñas durante la ausencia de Gustavo. Sin embargo, es joven y bella, necesitará de un hombre cuando Gustavo fallezca.
Sofía aspiró de nuevo. Era en ella un ademán irreprimible cuando algo la preocupaba realmente. Casi sin querer, entre las volutas del humo que se perdían en el aire, evocó los ojos de Kirk Scott. Unos ojos mirones, pecadores, descarados, cínicos. Ella no podía… No podía, no, rogarle a aquel hombre que apoyara la candidatura de su padre. Sería humillarse demasiado, y prefería humillarse ante un mundo entero a hacerlo frente a aquel hombre que la seguía con los ojos, como si ella fuera un pecado mortal, y aquel pecado le tentara.No. Antes prefería ponerse de rodillas durante una semana entera ante el mismísimo presidente, que pedirle un favor a Kirk Scott.
«No tengo corazón. ¿Qué diría mi madre, Bárbara, sus padres e incluso mis clientes, si supieran cómo soy en realidad?». Su madre consideraba que tenía el porvenir resuelto. Bueno, era lógico que lo pensara así. Ganaba un dineral. Una fortuna cada día, y no obstante apenas si tenía dinero suficiente para cambiar su coche. Se lo gastaba todo, tal como lo ganaba. El dinero, para él, no tenía mucha importancia. Tal vez algunos creyeran que se había prometido a Bárbara por los millones que tenía su padre. No, por cierto. Bárbara era... ¿Qué era Bárbara en su vida? Como un tubo de escape o como una tapadera para ocultar sus pasiones y sus vicios. Bueno, en realidad, él no era un vicioso ni un sádico. Era simplemente un hombre insaciable.
Will Lomax, acaudalado financiero londinense, recibe una carta de Thomas, su amigo de la infancia. Él también ha triunfado y es ahora un multimillonario que desea sentar cabeza. Le pide a su amigo que le encuentre una mujer a su medida: 'morena, alta y arrogante', con la que se casará por poderes. Beatriz Mac Whirter, una distinguida muchacha, acaba de ser abandonada por su prometido. Para evitar el escándalo accederá a casarse con un extraño. El encuentro de dos temperamentos indómitos, revolucionará la vida de ambos.
Ella estuvo a punto de colgarse de su cuello y pedirle a gritos qué no la olvidara, y que le pidiese que lo esperase toda la vida y toda la vida lo esperaría.Pero no hizo nada de eso. Con ademán automático asintió, moviendo apenas la cabeza. Juan se fijó en sus labios. Temblaban perceptiblemente. Los vio temblar muchas veces junto a los suyos. Era lo que más le fascinaba de ella. Aquella sensibilidad que casi se convertía en suave desmayo cuando la tenía en sus brazos.Desvió los ojos con presteza y huyó.Ya en el estribo del tren, aún dijo:—Adiós, Susana.
Tomaban el café en el salón. Lawrence Morris miraba a su hija a hurtadillas. Tenía algo que decirle, mas era obvio que no sabía cómo abordar el tema. Laura era una chiquilla deliciosa, ciertamente, pero lo que él tenía que comunicarle no era, ni mucho menos, un chiste.Hacía rato que aguardaba una oportunidad para iniciar el asunto. Laura se hallaba sentada ante la chimenea, y de vez en cuando, como abstraída, se inclinaba hacia el fuego y removía unos troncos con el hierro.—Laura —empezó.La joven levantó la cabeza.
El padre de Maridol, carnicero de profesión, ha montado un imperio gracias a su trabajo pero únicamente ha tenido una hija, que es caprichosa, egoísta, tenaz, ingenua y decidida. Para que siente la cabeza la quiere casar con un marqués, unión que además le dará un nombre a la familia. Sin embargo, ella se niega al matrimonio, huye y conoce a alguien. Finalmente ideará un plan para evitar el matrimonio, pero lo que no sabe es que será precisamente esa mentira la que le llevará ante el altar.