—¿A qué vienes a Madrid?—A…, a…, a trabajar.Tenía unos ojos como las aguas de un río. Claros y transparentes. Una nariz recta, palpitante. Una boca grande, de dientes nítidos. El color de su piel era más bien mate, tersa, como suave terciopelo. Su talle era esbelto como el de una bailarina de ballet y sus pies menudos. Tenía también unos senos túrgidos, no muy abundantes, y unas caderas de línea suave y armoniosa. También tenía un pelo negro, brillante, liso.—¿Te lo han permitido tus padres?—No tengo padres.
—Duerme. Ahora Beatriz va a vivir con nosotros.—Por su hijo.—Admitamos que sea por eso, querido. Pero lo esencial es que estará aquí, que podrá conocer a otros hombres, que tal vez… se enamore de uno que nos agrade a todos.—Si han transcurrido diez años sin encontrar la pareja adecuada, ¿crees que ahora podrá hallarla? Ahora que ya es una mujer, que ama a su hijo, que guarda un recuerdo apacible del pasado… No. La vida para Beatriz no fue bella. No ha vivido. No conoció a los hombres, no quiso conocerlos, porque Vicente fue un monstruo, y ella consideró que todos eran parecidos.
Ingrid estaba dispuesta a ser una de esas mujeres que, según Red Lynley, eran mujeres vacías, absurdas, vanidosas, caprichosas. Ella era débil pero se mostró siempre fuerte, estaba enamorada pero mostró dureza. Y es que estaba dispuesta a dejar de lado la felicidad por el pasado amoroso de Red.
¿Un matrimonio de conveniencia?, ¿la unión de grandes fortunas?, ¿algo aprendido desde la infancia? o ¿será amor? Catalina tendrá que descubrirlo por si sola o con ayuda de su primo Japp.
—Cambiemos de disco. Oye, ¿no te ha seguido hoy el desconocido?Marieu se echó a reír.Era muy hermosa. Tenía el cabello negro y brillante peinado, a la moda, corto y ahuecado. Los ojos verdes, de un verde oscuro y penetrante, la boca más bien grande, firme el busto, erguido y arrogante. Esbelta, muy femenina. Vestía a la última moda y nadie al verla hubiera pensado en sus dos hijos, ni en su puesto de secretaria en una oficina.—¿De qué te ríes?—De tu pregunta. Sí, me siguió como todos los días. Desde que una mañana lo vi aparecer en la puerta del café.
—Pues Max Evans regresó a casa de la cárcel, hace exactamente tres meses.—¡Oh!—Y ahora padece una bronquitis crónica, complicada con el corazón. Si no se cura —hizo un gesto significativo— le ocurrirá lo mismo que a su mujer.—Tienes que forzarlo, Rex.—Te cedo el caso, mi querida Ela —rio burlón—. A mí me tiró por la ventana el primer día que fui a verle, requerido por la señora que se ocupa de los niños. Creo que cuida de la casa desde que era pequeño.
—Como os decía, Mirta Lomax ha muerto, y deja una hija. Una muchacha, según dice aquí, llamada Bundle Lomax. No dice la edad, pero sí que ha terminado el Bachillerato este año, por lo que hay que deducir que ya es una mujer.Hubo un parpadeo en los ojos de miss Lora. Un total desconcierto en Joanna y una absoluta indiferencia en Aimée, pues esta última continuó revolviendo el fuego de la chimenea. En cuanto a Hugo, chupó fuerte el pitillo y descruzó las piernas, para cruzarlas de nuevo.Nadie hizo preguntas, pero Camelia Saint Mur añadió al rato:—No somos ricos. Vivimos de una renta y ya tenemos recogida en casa a una pariente pobre.
—¿Cómo va nuestro enfermo?Cristina ya sabía a quién se refería. «Nuestro enfermo» era Cornel Kruger, el millonario que jamás discutía una factura. Ella bien sabía que Van Winters era hijo de millonarios, pero tampoco ignoraba que, pese al gran capital de su padre, un banquero importante de la ciudad y relacionado en Nueva York con las Bancas más importantes, Van Winters era médico de los ricos. Nunca atendía a los pobres. A decir verdad, pocos se presentaban en su clínica. Ya nadie ignoraba la ambición del famoso y joven doctor. Su clínica era un dechado de perfección. Los elementos clínicos más modernos los poseía él. Desde que se estableció en la ciudad, pocos médicos podían competir con él.
Anne, por su condición económica, es adulada por todos los que la rodean. Ella intenta rodearse de personas honestas y sinceras, pero es difícil. De todos los que hacen llamarse sus amigos, sólo Hung, su secretario, y Nadine son francos con ella. Para la gente Hung es una persona difícil de tratar, muy personal, reservado. Pero Anne ve algo en él que le demuestra confianza, y él, aunque odie los interrogatorios que ésta le hace cuando le place, siente algo que aún no sabe descifrar, pero que le impide abandonar su cargo, y abandonarla a ella…
—Doctor Cray, el señor director le ruega que pase usted por su despacho.—Gracias —murmuró Arthur Cray, pasando ante la enfermera.Cruzó el ancho y largo pasillo y se dirigió al ascensor. Las enfermeras Anne y Silvia, que se hallaban en mitad del pasillo, se miraron maliciosas.—Guapo, ¿eh? —rezongó Anne.Silvia se alzó de hombros.—Lástima que sea tan serio. Anne se echó a reír.
Caminando y charlando la acompañó a casa. Todavía no sabía su nombre y se lo preguntó:—Magdalena —dijo ella dentro de su reserva habitual—. Magdalena Velasco.—Yo me llamo César Larios. Trabajo en una oficina técnica.Quince días después, César fue a buscarla al instituto y desde entonces iba todos los días.
—He visitado a la madre de Tab.—¿Y bien?Sus preguntas eran cortantes, como su mirada.Pero todos sabían la gran humanidad que había bajo aquella cerrada expresión.—Considero que es grave. La tengo aquí, al otro lado, en mi consultorio.—¿De qué se trata?—No puedo asegurarlo, pues no me han enviado los análisis del laboratorio.—Adelante, Walker. ¿Qué diagnostica usted sin análisis?—Leucemia, señor.—Me lo temía. Voy para allá, Walker. Hay que encamar a esa mujer. Tal vez lleguemos a tiempo.—Me temo que no, señor.
Era una muchacha larguirucha. No era bella. Sólo un poco atractiva. Se diría que aún estaba sin formar debidamente. Apenas si tenía formas. Su pelo era rojo y sus ojos verdes. Era lo único hermoso de aquella muchacha. Aquellos ojazos grandes, insondables, que unas veces parecían grises y otras verdes, y algunas, como en aquel instante, casi negros. Además tenía una boca grande, y bajo ella unos dientes nítidos e iguales. Pero vista así, entre las demás, apenas si destacaba.—Creo que no volveré nunca, Paula —siguió Max—. Será mejor que me olvides.Era cruel. Aquellas palabras, para Paula, eran como si le desgarraran las entrañas.—Ni tú eres rica, ni yo tampoco. Pero tú aún tienes la esperanza de tu abuela. Yo no tengo nada.
Muchos se atrevían a juzgar a Frank por no verle rodeado de mujeres. Pero él no podía olvidarla, no podía sacarla de su cabeza. Un día aparece un viejo amigo y vuelve a rememorar su relación con Ang. Más tarde, revisa la lista de nuevas enfermeras —es el director del hospital— y se da cuenta de que figura el nombre de «Ang Watkins». ¿Era ella? ¿Su… todavía amada Ang?
Ocurrió al regreso del veraneo.Al principio, ella no se percató, mas, pasado algún tiempo, comprendió que algo se rompía entre ellos.Gerard siempre fue un esposo amante. Un esposo maravilloso, sin duda alguna. No pasaba un aniversario, un santo, una fecha señalada, que no le hiciera un valioso regalo. Desde hacía un año, en cambio, Gerard parecía vivir muy lejos de ella. Se diría que si acudía a casa a comer y a dormir, era por rutina.
—Es una joven fina. Vivió siempre con una tía.—De acuerdo —se impacientó, propinando otro puñetazo a la mesa—. Estás acabando con mi paciencia, Owen. Te digo que traigas a esa joven. Yo le expondré mi deseo. Si no accede, es menor de edad. Su padre se encargará de venderla por unas cuantas libras. ¿Qué esperas? ¿Es que no me has entendido? ¿Ignoras acaso que hace más de un año que busco esposa?Owen huyó hacia la puerta. Pero antes de abrir ésta, aún se atrevió a decir:—En Wenlock hay muchas mujeres que darían algo por casarse con usted, señor.
—Eres demasiado celoso —dijo ella—. Nené no es mujer que soporte…—¿Mis celos? —atajó con una sonrisa cínica—. ¿Y tú me dices eso? ¿Tú, que conoces a Nené y sabes que es capaz de coquetear hasta con su padre?—Eres despiadado para juzgarla.—Pienso marchar, ¿sabes? Que la parta un rayo. No soy un muñeco. No seré capaz de soportar por mucho tiempo esta situación. Nené desea un marido rico. Puede que me ame a mí —sonrió desdeñoso— quizá porque no soy un hombre junto al cual pasen las mujeres sin advertirme —hizo un ademán muy suyo, levantó la cabeza y miró a lo lejos con expresión dura—. Tendrá dinero sin duda. Encontrará un marido rico como desea. Puede que llegue a tener un auto y un palacio y hasta hijos preciosos. Pero no tendrá al hombre que necesita. Ese hombre que busca de vez en cuando y que soy yo…
A veces, la noticia de un embarazo, aunque en algún momento haya sido buscado y más que deseado, irrumpe en nuestras vidas para romperlas en pedazos. No por la llegada de una nueva vida, si no por lo que implica. Cuando la llegada de un niño al mundo te obliga a dejar escapar tu felicidad, te rompe en pedazos. Ambos se verán obligados a redirigir sus vidas, a cambiar la dirección que habían decidido seguir. Llegará un momento en que, aunque el pasado duela, quedará lejos. El presente habrá que vivirlo, y ellos, todos, sabrán hacerlo.
—¿Y qué dices? Pero toma el café —añadió, amable—. No permitas que se enfríe.Ella tomó un sorbo. Daniel la contempló con los ojos medio entornados. No era una belleza. Era una joven atractiva nada más. Tenía unos ojos azules, muy grandes, bajo los cuales era fácil adivinar su temperamento emocional, nada pacífico, aunque ella pretendiera, con una suave sonrisa, dominarse. Él era buen conocedor del alma humana. Sabía demasiadas cosas de mujeres.Tenía un pelo rubio de un rubio oscuro, abundante, sin ondas, peinado con sencillez hacia atrás, formando una melena cortita.
Él había besado a muchas mujeres, si bien jamás estuvo verdaderamente enamorado de ninguna. A ella no la había besado aún y, sin embargo, era a la única que amaba.Lo hizo aquella tarde. Fue casi sin darse cuenta. Se diría que Berta lo esperaba y lo deseaba. Se sentaron en el diván como en aquel momento. Ella fue a decirle algo. Usaba un perfume suave, casi voluptuoso. Inesperadamente, sin violencia, suavemente, le rodeó la cintura. Ella musitó:—Joe…Sus labios se movieron de un modo especial, como si pidieran el beso. La besó largamente. Ella se estremeció en sus brazos y confiada, suave, volviéndole loco, se oprimió contra él y aprendió a besar en su boca.Desde aquel día…, fueron muchos y muy intensos.