Hace pocas semanas la prensa extranjera publicaba una noticia bastante chocante. En la escueta nota se decía que a raíz de una serie de encuestas se ha podido comprobar que la juventud irlandesa actual es menos racista que sus padres y abuelos, y acepta con más naturalidad a las personas de color gracias a… ¿un programa de concienciación social?, ¿el esfuerzo del gobierno por integrar a las diferentes razas en la sociedad “irish”? ¿una huida en masa de los negros hacia otras tierras? Nada de eso, la respuesta al enigma tiene nombre y apellido: Philip Lynott. Curioso ¿no? ¿desde cuándo las estrellas del Rock’n’Roll influyen positivamente en la sociedad? Al parecer, la admiración que sienten miles de irlandeses por Phil Lynott ha acabado con muchas actitudes racistas. Y en el fondo es algo que tiene su lógica. Si eres irlandés y amas el R’N’R inevitablemente tienes que sentir un enorme orgullo por pisar cada día la tierra que vio nacer a este hombre, y sería un poco estúpido mirar a los negros con recelo cuando uno de tus mayores héroes es de color. Tal vez si Phil se hubiese empeñado en profundizar en sus raíces negras, sus conciudadanos no se habrían identificado tanto con él, pero se dio la paradoja de que a pesar de ser hijo de un negro sudamericano, Phil se consideraba un irlandés de la cabeza a los pies, un verdadero patriota obsesionado por las leyendas y los mitos de su país, y su ejemplo ha ayudado a la larga a terminar con muchos prejuicios. Es un dato interesante, uno más dentro de la trayectoria (todavía bastante infravalorada) de este gran compositor e incansable rockero. Pero si estoy hablando ahora de Phil Lynott no es por ese motivo. Yo no soy irlandés y su amor por Irlanda no me toca tan de cerca. Si hablo de Phil es porque él y su banda de toda la vida, Thin Lizzy, consiguieron hacer llegar su música hasta los rincones más oscuros y cutrones de la esfera terrestre (Spain, maravillosa Spain), y en su día viví inolvidables momentos escuchando aquellos grandiosos discos. No fueron exactamente los precursores del Grunge, ni son citados por los Chili Peppers como una influencia básica, tampoco representan una referencia existencial para los grupos poperillos británicos que triunfan ahora, y el jodido Morrissey seguramente no le reserva un papel estelar a Phil Lynott en sus sueños húmedos. No, supongo que no están de moda, pero sólo hay que arañar un poco la superficie para encontrar verdaderas sectas de fans enfermizos de Lizzy, y admiradores secretos tan sorprendentes como el mismísimo Bob Dylan.
Recientemente comentábamos en las secciones de Correo y Apéndice lo bien que va la ciencia ficción para borrar de tu vida la mediocridad cotidiana, te rodeas de basura irreal y mandas a tomar por culo todo lo que te agobia cada día, solo has de elegir la dimensión de la que deseas formar parte para, seguidamente, fundirte en ella, y de eso trata el No Me Judas de este mes, de entrar en contacto con otros mundos paralelos, en este caso el de las miniaturas, las marionetas televisivas que llenaron de fantasía las vidas de miles de niños, teenagers y adultos en los 60’s, y que en la actualidad son objeto de culto las creaciones legendarias del matrimonio Anderson, aquellos inolvidables “Thunderbirds”, “Captain Scarlet”, “Joe 90”, “Stingray”, “Fireball XL5”, “Supercar” y “Secret Service”, series emblemáticas que reflejan la inocencia de la era que vio nacer a Beatles, Stones, el Agente 007, la segunda generación de superhéroes Marvel (Spiderman, Silver Surfer, Los Cuatro Fantásticos, etc.), la serie “The Twilight Zone” y tantas otras referencias más que algunos tenemos muy presentes. Intentemos, pues, olvidar la realidad durante un buen rato, y viajemos a Supermarionation, el planeta minúsculo, en donde un puñado de marionetas con vida propia pilotan extraños artefactos espaciales y visten las ropas más horteras de la galaxia.
El Glam vuelve al No Me judas. No el glam-Rock, sino el Glam a secas. Desde aquel tributo de hace unos cuantos meses a las pin-up’s de los años 50, las mujeres legendarias de otra era no habían vuelto a asomarse por estas páginas. Han desfilado últimamente por la sección iconos rockeros (Jimmy Dean y Phil Lynott), encantadoras aberraciones cinematográficas (la Blaxploitation) y marionetas con vida propia (las criaturas de Gerry Anderson). Es un buen momento, pues, para retomar el tema del Glamour y rendirnos a los pies de una de las primeras Diosas de Hollywood, la rubia platino Jean Harlow, una de esas figuras míticas que vuelve a la vida cada cierto tiempo a través de canciones populares y homenajes literarios o cinematográficos, pero que no significa prácticamente nada para la juventud actual, tal vez porque nos dejó hace ya demasiado tiempo (casi sesenta años), antes de que naciese el R’N’R como movimiento, y antes también de que se produjese la revolución del Be-bop. Madonna la citó no hace mucho en su canción “Vogue”, y se disfrazó de Harlow para una de sus sesiones de fotos, pero supongo que eso no ayuda demasiado. La gente oye el nombre de Jean, les suena a algo desconocido, y pasan a otra cosa. Tampoco es que tenga excesiva importancia, a mi desde luego me trae sin cuidado que no se hable de ella: mientras pueda conservar sus películas en lugar seguro, en mi videoteca, el resto me importa bien poco. Aunque no deja de resultar chocante observar cómo cambian las cosas en este mundo, y la poca relevancia que tiene en los 90 una mujer que significó tanto en Hollywood seis décadas atrás.
Lo comentábamos en el Correo el mes pasado. No es fácil ser fan de Robert De Niro en estos tiempos que corren. Aquella fuerza de la naturaleza que en su día encarnó personajes ya legendarios como el Johnny Boy de “Malas Calles” o el Travis Bickle de “Taxi Driver”, no tiene reparos en rodar películas tan vacías como “Nunca fuimos ángeles”, “Llamaradas” o “Night and the City”, chapuzas indignas de alguien con semejante historial a sus espaldas. Por supuesto no todo son fiascos, todavía demuestra en contadas ocasiones que, si lo desea, no tiene rival posible en la pantalla (no hay que olvidar aquel tremendo Max Cady de “El cabo del miedo”), y sigue protagonizando films modestos pero interesantes (“Jacknife”, “Guilty By Suspicion”...). Sin embargo, su nombre ya no garantiza una gran película, ahora antes de desplazarte al cine a ver un film de De Niro debes tener en cuenta otros factores: director, compañeros de reparto, guión, etc. Se acabaron los tiempos en que preparaba cada personaje con una minuciosidad enfermiza, poniendo a prueba su cuerpo y su mente; desde que controla la productora Tribeca, está obligado a involucrarse en proyectos menos ambiciosos. Y no por ello merece que maldigamos sus huesos, De Niro se ganó el cielo hace muchos años y está en su derecho de tomarse las cosas con más calma. De todas formas es imposible no sentir nostalgia del pasado, su trayectoria desde principios de los 70 hasta mediados de los 80 es casi perfecta, pocos actores en la historia del cine han conseguido encadenar películas de un nivel tan alto durante un plazo de tiempo tan largo.
En el Popu utilizamos a menudo el término “freak”, es una palabra muy útil para definir a distintos tipos de personas. Quienes vivimos la música y el cine con mas pasión de lo normal tenemos una naturaleza bastante freak; nos guste o no, somos diferentes del ciudadano medio. Pero si queremos ser rigurosos a la hora de aplicar el término, la verdad es que existen otros seres más merecedores de la citada etiqueta, gente con deformaciones físicas y mentales que están condenados a vivir al margen de la sociedad, o que se integran con dificultad pero jamás logran encajar del todo en su respectiva comunidad. De ellos, y más concretamente de quienes han triunfado en el cine, va a tratar este capítulo. En las siguientes páginas reviviremos las glorias y las miserias de los protagonistas del mejor film que se ha rodado hasta ahora sobre esos seres tan especiales, “Freaks” (“La parada de los monstruos”, 32) de Tod Browning, y de paso recordaremos a otros freaks cinematográficos del pasado y el presente.
“El hombre tiene una siniestra sonrisa, ahí abajo junto a la carretera 666 (…) Mis brazos son ruedas, mis piernas son ruedas, mi sangre es asfalto/Vamos a ir a la abadía de Thelema”. “Misery Machine”, Marilyn Manson A muchos os sonará el nombre de Crowley por su relación con el Rock. Este legendario brujo y satanista inspiró a Ozzy, Bob Daisley y Randy Rhoads para componer su famoso tema “Mr. Crowley” y marcó de forma especial la vida de Jimmy Page, quien le idolatró hasta el punto de adquirir una de sus casas (la Boleskine House, en Escocia, junto al Lago Ness) y realizar ritos crowleyanos ataviado con ropas que habían pertenecido al viejo mago. Su influencia en el mundo del R’n’R siempre ha estado muy presente y, de hecho, en la actualidad los grupos siguen rindiendo culto a su figura. Tres ejemplos cercanos: Marilyn Manson le dedicaron su tema “Misery Machine”, varios miembros de Pearl Jam son grandes fans suyos (Eddie Vedder habla de él a menudo y Jeff Ament suele salir a escena con una camiseta que muestra el temible rostro de Crowley), y Down incluyeron en la carpeta interior de su primer disco una foto de una de las enigmáticas compañeras de Crowley, Leila Waddell. Es lógico que mucha gente sienta curiosidad por la leyenda de Aleister Crowley a causa de estos detalles, pero sería ridículo reducir el mito Crowley a eso, porque su influencia llega bastante más lejos. Aparte de ser el primer rockstar de la historia, con todo lo que eso implica (drogas, sexo desmedido, egomanía sin límites), Crowley será recordado como el brujo más relevante de este siglo, alguien que fue capaz de manejar las fuerzas del mal a su antojo. Por supuesto no todo el mundo comparte esta opinión, pero ahí están sus vivencias y experimentos para inquietar incluso a los más escépticos. Probablemente ni yo ni la mayoría de vosotros vamos a seguir las enseñanzas diabólicas de Crowley para averiguar si la base sobre la que se erigía su imperio satánico era real o no, pero muchos discípulos que han conocido su Obra años o décadas después de su muerte, afirman que el hermano Perdurabo (nombre por el que también se conoce a Crowley), no fue en absoluto un fraude, sino un ser privilegiado que poseía poderes mágicos y dedicó su vida a experimentar con peligrosos ritos de sexo, sangre y drogas, que le permitieron traspasar las fronteras de la realidad y descubrir fuerzas desconocidas por el hombre.
Definitivamente en este mundo ya no hay nada sagrado. Los pequeños objetos de adoración adolescente que guardas celosamente en privado, convencido de que nunca serán masacrados por ninguna corporación multimillonaria camuflada de estudio cinematográfico, casa de discos o sponsor publicitario, son elegidos un buen día como objetivos a explotar, y antes de que te hayas dado cuenta los mocosos de media humanidad visten como aquel personaje de ficción que marcó tu vida o las pijas pastilleras de cualquier ciudad tararean una de tus canciones doradas, transformada de la noche a la mañana en el hit de moda por obra y gracia de un anuncio televisivo. Es algo que sucede continuamente, y que en ocasiones resulta muy difícil de encajar. Y bien, ahora que un himno inmortal como “My Generation” ha sido reducido a cenizas gracias al anuncio de un refresco, ¿cuál es la siguiente víctima elegida?, pues algo que yo no habría imaginado ni en un millón de años: ¡la saga de “El Planeta de los Simios”!
Hacía tiempo que el No Me Judas no estaba dedicado a una mastodóntica superbanda de los 60 o los 70. Después de pasearnos por el enloquecido mundo de Aleister Crowley y de visitar el planeta de los simios, es un buen momento para rememorar una de esas grandes historias rockeras que a todos nos gustan en la tradición de Zeppelin o Beach Boys, con los ingredientes adecuados: Rock’n’Roll, violencia, sexo, drogas, alcohol, accidentes, asesinatos, Mafia, acosos policiales, egomanías fuera de control, maldiciones del más allá y extravagancias propias de mega-estrellas con complejo de semidioses. Un cúmulo de deliciosa carroña que adorna el historial de la banda sureña pionera por excelencia: The Allman Brothers Band, los hippies más peligrosos que surgieron del verano del amor.
Vistámonos de gala para recibir a uno de los seres más diabólicos que han pisado la Tierra. Lo que viene a continuación es, por decirlo de alguna forma, como fusionar las historias de Frank Sinatra y Aleister Crowley en una única odisea humana (inhumana, en realidad), en la que la degradación y la decadencia triunfan por K. O. absoluto. Un drama con víctimas célebres (John Wayne, Susan Hayward…), escándalos políticos legendarios (Watergate), mucha carroña sexual, derroches económicos espectaculares, excentricidades delirantes y una megalomanía que no ha sido igualada por nadie en años recientes. Con todos vosotros, nuestro anfitrión para esta extraña y tenebrosa cita: Howard Hughes. Magnate multimillonario, héroe aéreo, fornicador malabarista, amo y señor de las vidas de sus protegidos, desestabilizador de gobiernos, víctima de los ataques de insectos y gérmenes, y recluso voluntario entregado al consumo de galletitas de chocolate y a la conservación de su propia orina en cápsulas de cristal.
25.000 niñas han sido bautizadas con el nombre de Joan este año. La mitad como tributo a mí, y la otra mitad por Juana de Arco. ¿No es maravilloso?". Joan Crawford, 1940. Bonita frase. Pocas personas en el mundo se habrían atrevido a formular semejante comentario sin temor a quedar en ridículo. Pero nuestra protagonista de este mes no tenía complejos en lo que al ego se refiere. Si enumerásemos a las criaturas más asquerosamente egomaníacas y egoístas de la historia de la humanidad, ella, la divina Joan Crawford, probablemente ocuparía un lugar destacado de la lista. Fue sin lugar a dudas la estrella de cine por excelencia, la actriz más ambiciosa y más volcada en el culto a su persona que ha pisado la tierra. Mientras otras de sus contemporáneas se quitaban la máscara de "movie stars" como mínimo de vez en cuando y trataban de comportarse como seres humanos, Joan se empeñaba en ejercer de mega-estrella a todas horas. Marilyn se sentía agobiada a menudo con la responsabilidad de satisfacer a los fans, Greta Garbo aseguraba no importarle en absoluto el cine y cuando una situación no era de su agrado rápidamente amenazaba con volver a Suecia, Bette Davis disfrutaba siendo actriz, no estrella de cine, Jean Harlow necesitaba ser una persona normal cuando no estaba delante de una cámara. Todo esto le resultaba incomprensible a Joan Crawford. Para ella la adoración de sus seguidores y el glamour de Hollywood eran las cosas mas importantes en la vida. Y, con una actitud así, es fácil imaginar la enorme cantidad de anécdotas escabrosas que generaría a lo largo de su carrera. Hablar de Joan Crawford es hablar del Hollywood más majestuoso y decadente que ha existido. Olvidad a las patéticas Sandra Bullocks de este mundo y retroceded la mirada a los días en que ser una estrella de cine significaba marcar distancias con el resto de la humanidad, hasta el punto de comprar casi la inmortalidad.
“Cuando a la gente no le gusto, realmente me detestan, pero no pueden hacer nada contra mí, de la misma forma que no pueden hacer nada contra la muerte o los impuestos”. Bette Davis Después de hablar de Joan Crawford, lo obligado es dedicarle unas líneas a su gran rival Bette Davis. Sus vidas se desarrollaron de forma paralela, ambas alcanzaron el mismo status legendario y, evidentemente, la historia del cine habría sido menos apasionante sin su aportación. Cada una fue la mejor en su terreno: Joan logró ser la estrella de cine por excelencia, la más egomaníaca y vanidosa de todas (para ella, siempre fue más importante ser estrella que actriz), y Bette se convirtió en la actriz definitiva, la más respetada y temida de la historia (en todo caso, sólo Katharine Hepburn pudo equipararse a Bette Davis en cuestión de prestigio y profesionalidad). Por ello, porque fueron igual de poderosas y carismáticas, resulta fascinante conocer detalles de la extraña relación que mantuvieron a lo largo de los años.
El Popu americano ya ha quedado atrás, y, como habréis visto, todo parece haber vuelto a la normalidad en el presente número. Pero es inevitable encontrar reminiscencias de nuestra odisea americana en este No Me Judas. Por increíble que parezca, 52 páginas no fueron suficientes para condensar todo el material acumulado. Podríamos haber basado un Popu entero sólo en Los Ángeles, de modo que, como mínimo, dedicaré las cinco páginas de este NMJ a la Meca del cine y el vicio. Se trata de repasar las direcciones más morbosas e interesantes para todo aquel que conecte con la revista y desee conocer el lado oscuro de esa ciudad. Los lugares en donde se produjeron los asesinatos y los suicidios más terribles, las tiendas más extrañas, los puntos de reunión de los mayores mitos Hollywoodenses, los antros de sexo más esperpénticos... Una guía para aquellos que no deseen limitarse a pasear por Hollywood Boulevard e ir a los estudios de la Universal. ¿Queréis que os hagan una reproducción a tamaño natural de vuestro pene? ¿os interesa comprar trozos de animales muertos? ¿soñáis con echar una meada en el museo de Richard Nixon? Seguid leyendo.
1915. Un cementerio cercano a Santa Ana, California. Varios periodistas rodean con impaciencia una sepultura a primera hora de la mañana. Frente a ellos, unos tipos cavan en la tierra hasta alcanzar una profundidad de dos metros. Puede ser un día histórico para el mundo de la magia y el escapismo. Un pequeño hombrecillo con una mirada penetrante va a desafiar a la muerte, permitiendo que le entierren vivo, para, acto seguido, escapar del féretro y alcanzar la superficie con la única ayuda de sus manos. Todos los allí reunidos saben que semejante reto puede llevar a ese extraño individuo a una muerte terrible. Lo que empezó como una hazaña morbosa está perdiendo su encanto conforme avanza el tiempo. Los periodistas le piden que abandone su objetivo: ya ha demostrado tener suficiente valor como para intentarlo, no es necesario llevar el reto hasta el final y arriesgarse a fenecer bajo dos metros de tierra. Pero el temerario escapista está decidido: será el primer hombre capaz de liberarse de una tumba. Se introduce en un féretro, es enterrado y mientras la multitud espera a que regrese a la superficie, el mago entra en estado de pánico. Es evidente que ha llevado su temeridad demasiado lejos. Como un acto reflejo grita pidiendo ayuda, pero la boca se le llena de tierra. Sin embargo, logra extraer fuerzas impulsado por la desesperación, y tras arañar y golpear se abre camino hacia el exterior. Lo ha conseguido, pero casi fenece en el intento. Al respirar por fin aire fresco, declara que nunca más lo probará: "El peso de la tierra es asesino". Pero estamos hablando de un personaje famoso por su naturaleza kamikaze. Es cierto que aquella mañana tragó suficiente tierra como para no desear repetir jamás semejante número. Sin embargo, la posibilidad de hacer algo similar bajo el agua comienza a rondar su cabeza. 1926. El pequeño hombrecillo ha cumplido 52 años, ya no debería jugarse la vida tan alegremente. Pero ¡qué diablos! ¿de qué sirve estar vivo si la amenaza de la muerte no revolotea sobre tu cabeza diariamente? El nuevo reto consiste en permanecer más de una hora encerrado en una caja rectangular, en el fondo de la piscina de un hotel. Esta vez, el escapista actúa con más precaución y pide que le instalen un teléfono dentro de la caja para avisar si las cosas se ponen feas allá abajo. Transcurre una larga hora y el mago se empeña en seguir más tiempo bajo el agua. Una hora y quince minutos.. Intentará aguantar un poco más. Una hora y treinta minutos. La caja empieza a llenarse de agua y, por fin, el valiente escapista ordena que le liberen. Está satisfecho, ha batido un nuevo récord. Economizando el aire y procurando no moverse en absoluto, ha conseguido aguantar una hora y media encerrado en una incómoda caja situada en el fondo de una piscina. Es su última gran hazana. Dos meses después morirá a causa de otro reto aparentemente menos peligroso. Su nombre es Harry Houdini, también conocido como The Great Houdini. King of the Handcuffs and Prison Breaker, el mago y escapista más temerario de este siglo. A él esta dedicado con admiración y respeto este NMJ.
Existe una antigua creencia, según la cual una existencia cómoda y segura no equivale a una vida satisfactoria, mientras que una existencia incómoda y peligrosa puede permitir que el individuo logre realizarse como persona y llegue a materializar todos sus deseos y fantasías. Se trata, desde luego, de un tema fascinante que podría dar pie a discusiones interminables entre los que defienden la rutina y la comodidad y los que prefieren colocarse en situaciones extremas que les ayuden a escapar del aburrimiento de nuestra sociedad. Los métodos para huir del agobio cotidiano y alcanzar estados de alteración de la conciencia son muy variados. El más típico de ellos es el uso de drogas, pero la cosa no acaba ahí ni mucho menos. En este NMJ vamos a explorar las posibilidades de alterar los sentidos y la conciencia a través de las modificaciones corporales, y de paso repasaremos también los casos de personajes que han modificado sus cuerpos por motivos religiosos, estéticos o económicos, freaks hechos a sí mismos que decidieron hurgar en su físico para sentirse más cómodos con su apariencia exterior, o para acercarse al Todopoderoso, o bien para triunfar en el mundo del circo.
Después del desfile de trepanados, fakires y entusiastas de los corsés asfixiantes que circularon por el último NMJ, el tema que ocupa la acción este mes difícilmente podría ser más apropiado: el Mal Gusto. Alguien podría replicar que ése es en realidad el tema de casi todos los NMJ, exceptuando casos aparte como Tintín o el Rock 50’s, y hasta cierto punto tendría razón, pero después de hablar de tantos personajes extremos a lo largo de los tiempos, era necesario centrarse en el nexo que los une a todos ellos. Mal Gusto en el sentido que se le da a las obras del primer John Waters o a las escabrosas imágenes de Fakir Musafar clavando ganchos en su torso. Como recordaréis, Waters ya tuvo su NMJ en su día y Musafar fue uno de los protagonistas de la sección el mes pasado, por lo tanto quedan excluidos en esta ocasión, pero la lista de personajes, films o libros que elevan el concepto de Bad Taste hasta transformarlo en un arte es interminable. De algunos de esos individuos y artefactos sucios y dañinos se hablará en estas páginas tanto este mes como el que viene.
“Estoy sentado solo, con una bala en mi pistola. En ella pone el nombre de todos. Os odio, os mataré uno a uno. Inútil carne humana que asesino. Soy un animal salvaje. ¿Siento amor? ¡No! ¿Siento compasión? ¡No! El sabor de la sangre me empuja a seguir”. “Fuck Off, We Murder”. No, no se trata de una canción de Natalie Merchant. Su autor es nada menos que G. G. Allin, el punk rocker más pasado de vueltas de las últimas dos décadas, y estas enternecedoras estrofas sirven como introducción para un nuevo NMJ dedicado al Mal Gusto y a G. G. en particular. Casi seis años después de su muerte, nadie ha logrado superar sus demenciales hazañas ni parece probable que surja en el futuro algún pedazo de escoria equiparable al bueno de G. G. Este individuo fue un caso bastante único en la historia del Rock. Otros se autodestruyeron con estilo antes que él, pero ¿cuánta gente recordáis que llevase un tipo de vida tan duro durante tantos años? No estamos hablando del típico punk que vuela en pedazos en dos años, G. G. se dejó los huevos en escena durante quince años, ofreciendo cada noche las actuaciones más físicas y viscerales que uno pueda imaginar. Shows de no más de 15 minutos en la mayoría de los casos, pero que incluían todo tipo de actividades extremas: palizas con miembros de la audiencia, buena basura escatológica (mujeres defecando en la boca de Allin, nuestro hombre degustando tampones ensangrentados, etc.) y las propias lesiones que G. G. se infringía a sí mismo, como la noche que salió a escena y se rompió seis dientes golpeándose con el micro. Sus detractores pueden poner en duda la calidad de su música, pero nadie puede negar que este tipo se comportó como un verdadero punk desde el principio hasta el final.
Un individuo trajeado y bien parecido observa con asombro cómo una delirante Katharine Hepburn, en el papel de una ricachona malcriada y arrogante, coge uno de sus preciados palos de golf y lo parte por la mitad: él alza su puño con la intención de estrellárselo contra la cara, pero en el último momento cambia de idea, y simplemente la derrumba de un empujón como si se tratase de un maniquí, en una de las secuencias más cómicas que han sido llevadas a una pantalla de cine. Un tétrico vaso de leche, quizá envenenado, casi adquiere vida propia en una de las escenas más inquietantes del séptimo arte. Lo lleva sobre una pequeña bandeja, mientras sube los peldaños de una larga escalera, un sujeto cuya figura se confunde con la oscuridad. En lo alto, recostada sobre su cama le espera una aterrorizada Joan Fontaine, consciente de que ése puede ser su final. Un personaje inocente típico de Hitchcock, envuelto en una maquiavélica trama, es citado en un campo, en medio de la nada. De pronto mira al cielo y divisa un avión que, aparentemente está fumigando, pero alguien le informa de que en esa zona no hay nada que fumigar. Instantes después nuestra víctima inocente deberá correr para salvar su vida, mientras es tiroteado desde el aeroplano en cuestión. Tres secuencias para la historia. Tres personajes radicalmente distintos: el divertido amante de Hepburn en “Historias de Filadelfia”, el hermético y manipulador marido de Fontaine en “Sospecha”, y el pobre diablo atrapado en un laberinto de intrigas en “Con la muerte en los talones”. Un solo protagonista: Cary Grant. Después de cinco meses de Mal Gusto, cinco NMJ escabrosos por los que han desfilado G. G. Allin, Robert Crumb, H. G. Lewis, gorilas galácticos, hombres que defecan cuadros y asesinos con inclinaciones artísticas, es momento de relajarnos un poco y abandonar el mal rollo y la suciedad. Y no hay mejor antídoto contra el aspecto desagradable de la vida, que el glamour del Hollywood clásico. Obviamente, tratándose de esta sección, es fácil relacionar la era dorada de Hollywood con los asesinatos de la Black Dhalia o de la bonita Thelma Todd, y caer de nuevo en el agujero negro de la muerte y el mal. Pero no. Este mes no. Preparaos un Martini, pinchad un precioso disco de Gershwin y disponeos a soñar con la belleza de Ingrid Bergman en “Encadenados”, los adorables gags de “Vivir para gozar”, las atmósferas absolutamente “high class” de “Atrapar a un ladrón”… Cary Grant es nuestro protagonista de este mes y se exige lucir rigurosa etiqueta para asistir al ritual. Viejos conocidos de esta sección, como Errol Flynn o Howard Hughes, asumirán papeles secundarios en el relato que iniciaremos a continuación, pero sólo una persona acaparará el merecido papel principal de esta historia a lo largo de este mes y el siguiente: nuestro querido Cary, una de las personas más populares de este siglo, y una de las más desconocidas también por lo que respecta a su vida privada. El eterno galán, el profesional infatigable curtido en mil y un rodajes... pero también el agente de inteligencia británico enemigo secreto del régimen nazi, el hábil manipulador que controlaba desde la sombra las carreras de estrellas como Greta Garbo, Marlene Dietrich o Rita Hayworth sin que éstas se enterasen, y, cómo no, el alegre bisexual más descarado de su tiempo, que vivió largas temporadas con su amante oficial Randolph Scott sin temor a ser considerado homo, ya que su reputación de galán absolutamente heterosexual era tan sólida, que ningún periodista se atrevería jamás a divulgar su secreto en vida, pese a que todo el personal de Hollywood (actores, directores, productores, maquilladoras, etc.) estuviesen al corriente de sus correrías sexuales. Cary Grant, una de las personalidades más interesantes que ha producido la Meca del cine a lo largo de su historia.
Una elegante fiesta congrega a las figuras más representativas de la vida social madrileña de los años 50, en su mayoría personajillos horteras muy típicos de la España cañí de entonces. En medio de tanta chusma, destaca un rostro anónimo pero especial, y un cuerpo que en los siguientes años calentará a los hombres de media humanidad. Se trata de una preciosa italiana llamada Sophia Loren. Pese a sentirse por lo general muy segura de sí misma, esa noche no puede evitar que le traicionen los nervios, y es que la ocasión no es para menos: en breves momentos se prevee la llegada de uno de los grandes colosos del Hollywood clásico, el mismísimo Cary Grant. Juntos rodarán un film en tierras españolas denominado “Orgullo y pasión”, una peli del montón para el divo americano, que sin embargo representa la oportunidad de su vida para Loren. Finalmente, tras una inexplicable hora de retraso —Cary Grant se caracterizaba justo por su escrupulosa puntualidad—, el actor se dirige a la pobre novata con unas palabras claramente ofensivas: “¿Cómo va, Miss Lolloloren o es Lorenigida? Soy incapaz de pronunciar estos nombres italianos”. Por supuesto, el astro hollywoodense conoce perfectamente el nombre de su compañera de reparto, pero se siente a disgusto por tener que rodar con una recién llegada, y disfruta restregándoselo en la cara. La noche podría haber sido suya, de no ser porque media hora después haría su aparición Frank Sinatra, que se había asegurado de llegar media hora más tarde que Cary, para que quedase claro quién era el jefe ahí. Definitivamente, la película en cuestión no podía empezar peor. Un rodaje en un lugar remoto como nuestra querida España, una futura sex symbol deseosa de escalar puestos en la industria del cine, un mito de Hollywood a disgusto por verse obligado a cederle un rincón de la pantalla a una desconocida, y para terminar de liarlo todo, el histérico de Sinatra creando docenas de problemas por minuto; bonito cóctel molotov. El rodaje de “Orgullo y pasión” se convertiría, a partir de ese party inicial, en una sucesión de incidentes delirantes que culminarían con la huida de Sinatra, antes de que el director Stanley Kramer hubiese tenido tiempo de finalizar el film; en definitiva, un caso de puro Spinal Tap cinematográfico. El principal causante de los problemas en esa accidentada película, sería por supuesto Sinatra. La Voz vivía en un continuo “ego trip”, él era el centro del universo y todos debían girar a su alrededor. Los responsables del film le pusieron un Mercedes a su disposición, pero él se sintió insultado y lo rechazó: lo correcto era que le trajesen su jodido Thunderbird desde Hollywood (!!!), cosa que al final no fue posible. Exigía regresar cada noche a su hotel a las 24.00h. en punto, y cuando le comunicaron que eso podía suponer un inconveniente, declaró: “Entonces tendré que mear sobre Stanley Kramer”. Para tocar más los huevos, invitó a su novia de entonces, Peggy Connolly, y cargó al estudio los gastos de ropa y joyas para la niña. Su respeto por Cary Grant era nulo, de hecho se burlaba de él abiertamente llamándole Madre Cary. Y el trato que le dedicaba a Sophia no era mucho mejor. Aprovechando las dificultades de la actriz para entender el inglés, Sinatra solía reírse de ella delante de todo el equipo, comentando: “Sophia, you’re gonna get yours” (“Sophia, tendrás lo tuyo”). Ni que decir tiene que, al pronunciar la expresión “lo tuyo”, Frank se refería a su polla de chulo italoamericano. Las primeras veces que Sophia escuchó esa frase en los labios de Frank, se limitó a sonreír, creyendo que se trataba de alguna expresión inofensiva. Sin embargo, cuando alguien le explicó el significado de la bromita, la actriz esperó a que Sinatra repitiese la frase de rigor, y le obsequió con una exhibición de furia italiana, respondiéndole: “No de ti, italiano hijo de puta”. Como veis, un bonito ambiente de trabajo, que alcanzó su punto culminante cuando Frank se hartó de las incomodidades de España, y abandonó la producción, tras obsequiar a Kramer con una frase de las que no se olvidan: “Tú tienes un abogado y yo tengo un abogado”, eso fue todo, sin entrar en discusiones acaloradas, Frank cogió de la mano a su guarra consentida y regresó a Las Vegas. Fin de la historia. ¿Y cómo sobrellevó nuestro admirado galán esta sucesión de incidentes?, pues con una calma y una profesionalidad absoluta, por supuesto. Ese rodaje refleja de qué material estaba fabricado Cary Grant. Su arrogancia y su carácter de estrella no le impedían conservar la educación en todo momento, como un verdadero caballero. Una película como “Orgullo y pasión” supuso, en cierta forma, un punto de inflexión en la vida de Cary, no tanto a nivel artístico como humano. Se vio obligado a aceptar su edad, al verse enfrentado a una actriz mucho más joven, pero la incomodidad inicial derivó en romance, cuando él y Loren comenzaron a disfrutar de cenitas románticas a la luz de la luna. Por otra parte, los continuos desplantes de Sinatra le obligaron a trabajar más duro de lo normal, sobre todo cuando La Voz abandonó España para no volver y Cary tuvo que rodar secuencias extra para tratar de salvar el film. Pero de eso ya hablaremos más adelante. El mes pasado repasamos la trayectoria de Cary Grant hasta el estreno de la emblemática “Historias de Filadelfia”, y ahora es momento de retomar el relato donde lo dejamos.
Tan sólo han transcurrido un par de meses desde la publicación del Popu dedicado a California, y obviamente mi cabeza sigue allí, de modo que este NMJ no es más que otra excusa para hablar de la tierra de Uncle Sam. La idea es sencilla: un viaje mental a la América oscura, a la América enferma. Por supuesto en unas pocas páginas resulta imposible destacar todos los lugares esperpénticos que pueblan la geografía americana, pero podemos repasar algunos de los más curiosos. Si deseáis saber dónde se encuentra enterrado el cadáver de Leo, el león de Metro Goldwyn-Mayer, y Cheetah, la mona de Tarzán, dónde ha ido a parar la máquina de escribir de Hitler o qué ha sido del hacha de Lizzie Borden, seguid leyendo. El abanico de posibles destinos para el viajero enfermo es muy variado, tenemos desde exposiciones de cucarachas, hasta museos dedicados a la menstruación, pasando por mini-golfs situados en funerarias. Here we go!