El apeadero ferroviario hervía bajo el sol ardiente. La mañana tenía un color dorado, casi rojo, y el leve vapor que subía al suelo calcinado deformaba a distancia las siluetas y el paisaje, haciéndole ondular como un espejismo asfixiante.En la distancia, muy en la distancia aún, silbó estridente la locomotora. El convoy era casi una simple mancha alargada en el horizonte, deslizándose como un gusano rojizo sobre las vías del tendido ferroviario.
Primero, estaba ya el yermo. Luego, los cactos, las chollas, los peñascos y los matojos, formando una masa gris y caliente. Más allá, otra vez el plano áspero y ocre reseco y quebrado.Sólo eso: tierra, piedras, yermos, cactos y matorrales hostiles, formando manchas agrias en el agrio panorama.
Desmontó la muchacha ante la vivienda principal y dejó el caballo, que solo, marchó al establo. Le tenía acostumbrado a hacerlo. Y el vaquero encargado de cuidar los caballos, se encargaba de quitarle la silla y los arreos. Y le ponía una buena ración de heno.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
—¡Eh, Cooper! —llamó Daisy—. ¿Quieres decir a Bill que venga?... ¡He de hablar con él con urgencia! El viejo Cooper, contemplando con fijeza a la joven y hermosa esposa de su patrón, sonrió maliciosamente, diciendo: —Tu pasión por ese muchacho, será tu desgracia. —¡Siempre pensando mal, viejo Cooper! —replicó Daisy sonriendo picarescamente.
El mayor Hay era una especie de mano derecha del general jefe militar de Wyoming. Y al entrar en el saloon de Aby a la que solía visitar con cierta frecuencia, contempló los restos de vasos y botellas, así como algunas sillas rotas y mesas dañadas por la pelea última.
James Hull era el ganadero que en la población era francamente temido. No era estimación como a veces solía decir él cuando veía que le saludaban o que le dejaban el paso libre si se encontraban con él.
Vestía como los cow-boys y los hombres de campo, pero lo hacía con una ostentación presuntuosa y sus camisas, por ejemplo, eran de seda. Las botas altas de montar, de charol, brillaban como si fueran metálicas. Y las espuelas eran de plata.
Los dos hombres cambiaron una mirada en silencio. Después, como de mutuo acuerdo, ambos desenfundaron sus revólveres. Al amartillarlos, los percutores emitieron un seco chasquido en el profundo silencio del lugar.Echaron a andar con cautela, sin dejar de escudriñar alrededor, en busca de algún posible signo de vida. No lo encontraron. Los edificios en torno suyo eran como sepulcros en un cementerio. Ni un ruido, ni una leve luz, ni un indicio de existencia humana o animal. Sólo la oscuridad y el silencio. Como en todo el pueblo. Repentinamente, algo crujió a su espalda.
Una semana más larde, sin que nadie se opusiera a la candidatura de Olson Kingman, era nombrado sheriff de Calexico de forma oficial y para un periodo de cuatro años.
Max Slowly celebró ese día una fiesta por todo lo alto en su local, presidida por el nuevo sheriff.
Todos los asistentes pudieron beber cuanto se les antojó, puesto que el whisky y toda clase de bebidas se servían con generosidad fabulosa.
Ross River no pudo contener la risa al escuchar las exclamaciones de su compañero de fatigas. Hacía más de dos semanas que un implacable sheriff, acompañado de cinco hombres más, les iban pisando los talones sin desistir lo más mínimo en su empeño de dar alcance a los dos cuatreros, como así los consideraban, que prometió colgar en Eureka, pueblo en el que representaba la ley. Sin embargo, los perseguidores, que no eran desconocedores del terreno que pisaban, viéronse obligados a poner una limitación en la marcha.
Las aguas del Pecos en las primeras millas de su nacimiento, bañaban las tierras del Fronterizo, propiedad de los Cramer, situado en la orilla oeste. En la opuesta, y con una extensión, en acres, muy similar, hallábase la propiedad de los Vernon. Esta se conocía con el nombre de rancho-Vernon. Desde la fundación de ambos ranchos las respectivas familias estaban en continua discordia. Formaban la primera familia, el padre, dos hijos y una hija que por cierto a ésta, se la consideraba como la mujer más bonita desde Las Vegas, pueblo situado a orillas del Pecos, hasta Santa Fe, capital del territorio de Nuevo México. Los nombres de los respectivos hombres, por orden de edades, eran los siguientes: Jack, Guy, Phill y Senta.
Un disparo silbó junto a su cabeza. Rozó las alas de su raído sombrero, perdiéndose luego la bala en el vacío. Espoleo con más fuerza a su caballo, y éste aceleró su cabalgada con un relincho de dolor.A Timothy le dolió hacer eso. Era incapaz de hacer sufrir a un animal, y quería a su montura como a un viejo amigo. Pero no podía hacer otra cosa. Se trataba de su vida. Y de algo más que su vida: también estaba en juego la de los suyos.
Billy se rascaba la cabeza pensativo. Lo que decía Linda podía ser verdad. No le gustaba Charles. Veía en él a un soberbio engreído y su equipo el que le respaldaba por la composición del mismo. Presumían de ser los mejores tiradores de «Colt». Y esta seguridad era la que había hecho de ese equipo el azote del condado. Y empezaba a estar de acuerdo con Linda. No le perdonaba que le rechazara en la forma que lo hacía, en público. Y le intrigaba ese deseo de hacerse con el rancho de la muchacha.
Los dos cowboys , con los rostros curtidos por el sol del desierto y el viento de la montaña, desmontaron ante el establecimiento que habían elegido para refrescar.
Sacudieron sus ropas, de las que se desprendió una verdadera nube de polvo, y entraron.
Tony, propietario del establecimiento o negocio que llevaba su nombre, les contempló con indiferencia desde el mostrador.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
El jinete caminaba sin prisa alguna y contemplaba los establecimientos que había a uno y otro lado de la calle, por la que caminaba, enterrando sus botas hasta los tobillos, en un verdadero mar de polvo.
Le hacían mucha gracia los rótulos que iba leyendo, y que respondían al bautizo de cada local, que eran más de los que pudiera suponer en esa ciudad. Había oído hablar mucho de ella.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
Un compañero de estudios de los cuatro les invitó a una fiesta que daba su padre por la mayoría de edad de una hermana suya. La hermana les era muy conocida, ya que solían saludarle con frecuencia y hasta paseaba con ellos y con otras chicas. Gonzalo pertenecía a las familias de abolengo en California. Y tenían propiedades extensas y abundante ganadería. También tenían una fortuna en valores. Se resistían los cuatro porque estaban seguros que irían los compañeros que pertenecían a los ricachones de California. Pero Gonzalo insistió y lanzó a su hermana Lupe sobre ellos, a la que no se atrevieron a desairar.
Una impresión de horror, más que de asombro, se apoderó de todos al comprobar que ambos habían sido alcanzados en el centro de la frente.
Todas las miradas estaban clavadas en los pequeños orificios que las víctimas presentaban en su frente y por donde habían perdido la vida.
Rock, con una expresión de dureza cubriéndole el rostro, contemplando a sus víctimas, comentó con voz sorda