Características de los nuevos enfoques políticos y administrativos van a ser las Academias y las Reales Fábricas. Estas desempeñarán respecto a las Artes industriales un papel similar al de aquellas en relación al Arte, es decir, serán el exponente de un programa definido y dirigido de política artística. Su misión será la renovación del Arte español por medio de nuevas técnicas y métodos. Para ello no se regatearán esfuerzos, enviándose a artistas artesanos a estudiar al extranjero y trayéndose maestros foráneos a España.
El siglo XVIII es un período estéril de la pintura española, salvo la gran figura de Goya, el «monstruo», que va a llenar con su obra genial un gran vacío de cien años. Este hecho, repetido y confirmado por cien autores diferentes, es un poco extraño y hubiera debido despertar la curiosidad de los investigadores en búsqueda de las razones que lo hicieron posible. No ha sido así, sin embargo, y debemos contentarnos con las cuatro explicaciones tópicas: cansancio de nuestro espíritu creador, influencia de la dinastía borbónica y del extranjerismo que trae consigo, directrices de la Academia de San Fernando, creada a mediados de siglo, etc…
Nacido en Fuendetodos (Zaragoza) el 30 de marzo de 1746, Francisco de Goya y Lucientes llegó pronto a Zaragoza para estudiar en los Escolapios y formarse con el pintor José Luzán, muy diestro en la realización de los grandes lienzos de tema religioso, tan prodigados en el ultimo barroco. Años más tarde, en 1763, Goya paso a Madrid para intervenir en un concurso convocado por la Academia de San Fernando. Fracasó y decidió hacer un viaje a Italia; después de visitar Roma, llego a Parma, donde recibió un premio de aquella Academia.
El siglo XIX es uno de los más complejos y variados desde el punto de vista pictórico. Numerosas tendencias estilísticas penetran en nuestro país procedentes en su mayoría de Francia. Sus influencias son simultáneas y es muy difícil deslindar dónde terminan los brotes neoclásicos, por ejemplo, y empiezan los románticos. Porque no solo conviven y se hacen sincrónicos en el tiempo, sino que, a veces, son practicados por un mismo pintor. A mediados de siglo vamos a encontrarnos algunos pintores que se dejan llevar indistintamente por el romanticismo y por el realismo, e incluso por el impresionismo.
El movimiento neoclásico común a toda Europa no iba a ser una excepción en la España del rey Carlos IV. Decae ahora el tema religioso en pro de las figuras alegóricas más acordes con los modelos clásicos adoptados, figuras alegóricas que ya habíamos visto cómo hacían su irrupción en nuestra escultura con la decoración de los jardines de La Granja en tiempos de Felipe V. Abundarán los sepulcros como testimonio de culto a la persona, así como el retrato, que alcanzará cimas insospechadas, favorecido por el ambiente de la época, que exige la perpetuación del personaje.
El cambio que sufren las artes industriales o decorativas durante el siglo XIX es de gran importancia, por cuanto no se trata ya de conseguir obras de calidad artística como hasta entonces, sino de producir obras que encuentren fácil comercio por su bajo precio. Ya no van a servir únicamente para que los artistas y artesanos puedan plasmar en ellas su ingenio y valía, sino que se industrializa su producción para satisfacer las necesidades de la pujante burguesía que ahora se desarrolla.
Eduardo Rosales muere en 1873. Los cuadros de historia todavía encuentran pintores empeñados en cultivar el género, pero poco a poco van cayendo en el olvido y dejando el puesto a una nueva corriente pictórica. En el último tercio del XIX los pintores dejan de interesarse por los temas históricos y concentran su atención en la técnica del color y sus complejísimas posibilidades. Ya no suelen preocuparse del paradigma o la grandiosidad anecdótica del tema. Lo que interesa verdaderamente a la pintura del último tercio del XIX es la propia ejecución pictórica.
Eduardo Rosales muere en 1873. Los cuadros de historia todavía encuentran pintores empeñados en cultivar el género, pero poco a poco van cayendo en el olvido y dejando el puesto a una nueva corriente pictórica. En el último tercio del XIX los pintores dejan de interesarse por los temas históricos y concentran su atención en la técnica del color y sus complejísimas posibilidades. Ya no suelen preocuparse del paradigma o la grandiosidad anecdótica del tema. Lo que interesa verdaderamente a la pintura del último tercio del XIX es la propia ejecución pictórica.
A lo largo de más de setenta años de actividad creadora, es decir, durante todo el período de desarrollo del arte actual, Pablo Picasso ha sido el centro de la vida artística de su tiempo. Nunca ha seguido reglas ni normas determinadas. Para él, el arte ha sido siempre una aventura en busca de una pintura nueva: su producción ha sido una continua renovación. Por eso, encasillarle única y exclusivamente en las fronteras del cubismo es un grave error, ya que ha puesto su talento al servicio de la mayor parte de las tendencias pictóricas de nuestro tiempo.
A finales del siglo XIX comienzan a sentirse los primeros gritos de alerta. Si en el XVI el pueblo rector era Italia, en el XIX Francia ocupaba el sitio de honor reservado a los caudillos artísticos, concretamente París. Y en París comienzan a sonar nombres y a exponer pinturas unos artistas que se revuelven inquietos bajo el peso del esteticismo impresionista. Toulouse Lautrec y Van Gogh son dos de los más representativos que se orientan por el camino del expresionismo.
Salvador Dalí nace el 11 de mayo de 1904, en Figueras donde su padre era notario. Desde muy temprana edad muestra dotes excepcionales para el dibujo iniciándose en la pintura a la edad de 10 años, cuando conoce la obra de Ramon Pitxot, pintor influido por el impresionismo y el postimpresionismo francés y amigo de su familia. De 1917 datan sus primeras obras, que acusan esta influencia. Un año después presenta su primera exposición en el Teatro municipal de Figueras, recibiendo muy buenas críticas. A los 17 años ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, y se instala en la Residencia de Estudiantes, donde traba amistad con Lorca y Buñuel.
La gran polémica de nuestro tiempo es la tensión entre figurativismo y no figurativismo pictórico. Está claro que se trata de una polémica profana en la que no entran los entendidos ni los buenos aficionados. Pero la voz de la calle, la famosa «vox populi» es un síntoma muy digno de tomarse en cuenta, no tanto por lo que dice como por la conciencia colectiva que representa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, a medida que iban envejeciendo y desapareciendo los grandes maestros de la llamada Escuela de París, una oleada de jóvenes pintores se aprestaba a sucederles. Gracias a ellos, la pintura española sigue gozando de un puesto de honor en el arte universal, como se verá en este tema.
No vamos a tener, a partir de 1920, arquitectos geniales que creen algo impensado, pero sí van a surgir muchos constructores con ganas de reformar lo antiguo y de introducir una nueva sensibilidad estética en la pálida y enfermiza arquitectura española. Como el número de obras y de autores se multiplica por momentos y en la mayoría de los casos falta perspectiva suficiente para valorar la obra de los más recientes, hemos decidido hacer una selección provisional, que en ningún momento pretende ser canónica.
Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX no dejaban adivinar con facilidad cuál iba a ser la evolución inmediata de la escultura española, a causa de la carencia total de un orden estético y de la proliferación de monumentos conmemorativos de un extremado detallismo, pero faltos de inventiva y valía artística. Pero muy pronto, a medida que se iba penetrando en el siglo XX, la escultura volvió a recuperar su antigua consideración.
En la Historia del arte español, como en la de cualquier país, lo más difícil, y para muchos lo más facil, es recoger una serie de nombres, estilos, figuras, etc. que estudiar. Difícil porque no se sabe quienes son los mejores, ya que hablando de estilos artísticos es muy complicado llegar a determinar cual es la belleza por excelencia, cuando esta es algo subjetivo de cada espectador que la contempla y teniendo en cuenta que entran en litigio muchos elementos -y no todos objetivos ni igualmente valorables- que hacen recaer una mayor responsabilidad al efectuar esa valoración.
Conozca la vida íntima, anécdotas y peripecias singulares que vivieron los compositores e intérpretes más extraordinarios de la música clásica. Beethoven, Mahler, Mozart, Debussy, Chaikovski, Strauss, Chopin, Puccini, Bizet. Una obra llena de ingenio y datos sorprendentes que le descubrirá las facetas más desconocidas de la historia de la música. Un insólito acopio de risas, asombros y descubrimientos musicales.Si pensaba que los músicos clásicos son aburridos con este libro no dejará de sorprenderle hasta qué punto estaba equivocado.El mundo de la música está lleno de héroes y antihéores, de batallas cotidianas sin más escudo que el talento, de más puñaladas que caricias, de más despropósitos que propósitos. Ellos eran humanos y ocultaron ese carácter a su música, pero esos dioses se ponían las zapatillas al llegar a casa y cuando no eran la compañía más insoportable del mundo eran la más jocosa.Un lector podrá tararear una pieza porque le suene, pero nunca podrá experimentar del todo la intensidad de la música si no conoce al mago que está detrás, fabricándola mientras un dolor de muelas le consumía o venía de enterrar a dos de sus hijos.Historia insólita de la música clásica I le acercará a estos hombres por encima de su música, extraerá de estos sublimes desvergonzados y descarados (pero ángeles, sobre todo) el origen y el destino de todos sus males, de todas sus aberraciones, de sus manías y sus originalidades. Una obra que le ayudará a entender a esos seres maravillosos que creía conocer pero sobre los que estaba equivocado.
Descubra cómo se compusieron las partituras más sublimes de la música clásica. Los demonios, las circunstancias de pobreza y necesidad, las perversiones y las obsesiones de las que nacieron las piezas de Beethoven, Mahler, Mozart, Debussy, Chaikovski, Strauss, Chopin, Puccini, Bizet. Una obra que le descubrirá el increíble proceso creador de estos genios.Si pensaba que la música clásica es aburrida, le sorprenderá hasta qué punto estaba equivocado y cómo las composiciones reflejan la grandeza de unos genios por combatir sus complejos de inferioridad, sus debilidades, la tensión siempre recurrente entre la perfección de su música y el desastre cotidiano de sus vidas.Historia insólita de la música clásica II le acercará a las obsesiones de casi todos los compositores por vivir aislados del mundo para alumbrar sus obras. Sus episodios de nula inspiración y la desesperación consecuente o la sorprendente facilidad de algunos para crear, aunque estuvieran rodeados de gente o en lugares ruidosos.Alberto Zurrón, con una prosa cuidada y una demoledora ironía, le mostrará el proceso creativo de estos hombres y extraerá de estos sublimes portentos los mensajes codificados que enviaban al mundo con sus magistrales obras.
¿Es casual la muerte de muchos artistas a los 27 años, dando lugar incluso a un peculiar club? ¿Es cierto que el éxito de Led Zeppelin se debió a un pacto con el diablo de Jimmy Page? ¿Se esnifó Keith Richards las cenizas de su padre? ¿Por qué existen canciones de rock que incitan al suicidio? ¿Sigue vivo Elvis Presley? ¿Son tan inocentes los Beatles como parecen? En este libro encontrarás personas y grupos malditos, rock satánico, canciones de ultratumba, extrañas muertes y desapariciones, algunas leyendas urbanas y verdades que te dejarán sin palabras.
Arnold Hauser se constituyó en un clásico desde que apareció en 1951 su «Historia Social de la literatura y el arte». Pocos libros han tenido, en efecto, tal éxito de crítica y público en los últimos años. La perspectiva sociológica que Hauser aplicó a la historia de la cultura es ya parte del sistema conceptual de todo hombre que merezca llamarse “culto”. “El arte y la literatura, a partir del paleolítico, hasta el cine moderno y el arte de Picasso y Dalí, es considerado como florecimiento siempre imprevisible, pero condicionado por el ambiente y por una complicada combinación de premisas económicas y sociales.” El arte y la literatura son un producto social y no pueden estudiarse sino en relación con los demás aspectos de la sociedad en que vive el artista: religión, economía, política…