—Siéntate, Sam. Primeramente quiero que escuches lo que voy a decirte, después haz lo que consideres conveniente. —Si lo que intentas es convencerme, pierdes el tiempo. Yo no deseo terminar como Roger y sus hombres. Hay que ver lo adornado que estaba el pueblo. —Roger tenía muchos enemigos. Hasta el sheriff considera que se trata de un ajuste de cuentas. —Yo no opino así. Roger y sus hombres han sucumbido bajo el peso de la ley. Los «sabuesos», como él definía a los federales, venían pisándole los talones hacía tiempo. Pero, ¿qué importancia puede tener todo esto? Lo cierto es que les han colgado a todos y que harán lo mismo con nosotros en la primera oportunidad que se les presente. He decidido marcharme cuanto antes.
Las obras en el Tendido de Trenton avanzan muy despacio, llevan 10 semanas de retraso. Parece que hay interés en que vaya lento, por eso el director de la compañía quiere poner al mando a su sobrino Nick Endicott. Pero no será tan fácil para Nick, el «director novato» como le empiezan a llamar en la cantina, ganarle el terreno a Brady y Norman, si es que consigue llegar…
—¿Cansado?
—¡Agotado! Temí no poder llegar hasta estos árboles. ¡Es horrible el calor que hace!
—Eh, cuidado. Son mis pies los que están debajo.
—Perdo… na… Ha sido involuntario.
—¿Te ocurre algo? Estás muy pálido. Y no es la primera vez que vengo observando esto en ti.
—Carece de importancia. Es lo que me dijo el doctor Cox en la última visita que le hice… Ya se me está pasando. ¿A que tengo mejor aspecto ahora?
Cuando el tren se detuvo, entre un chirriar de hierros, la joven que iba asomada a la ventanilla, se volvió hacia los que estaban en el departamento y dijo: —No creo que sea un gran recibimiento... No se ve a nadie. ¿Sabían que llegabas hoy? —Desde luego. Lo hizo saber el periódico de esta ciudad. —Es posible que te esperen fuera de la estación. ¿Poiqué sonríes, Chester?
Los jinetes se apearon de sus cabalgaduras, todos ellos llenos de sudor y polvo. Dejaron los caballos ante la vivienda y entraron en ella hablando por grupos. Una vez en el comedor, se dejaron caer en los asientos con verdadera satisfacción. Seguían hablando en la misma forma, por grupos.
La noticia recorrió la ciudad como una descarga eléctrica. Varios representantes de la ley presentáronse en la granja de los Ross con intención de detener a Jim. Este había explicado a sus padres lo sucedido antes que se produjera este hecho. La madre de Jim vivió unos días de verdadera angustia.
Emily Carradine, que así se llamaba la joven, perdió el conocimiento intentando evitar lo imposible. Comportándose como lo que en realidad era, ¡una bestia! consumó Frank Wayne su propósito. Y una vez satisfechos sus deseos la liberó de las ligaduras que sujetaban sus pies y manos.
Los dos jóvenes discutían sin demasiado acaloramiento. —Mira, Phill. No me interesa si estás cansado o no del cargo que mi tio te obligó a aceptar. Y eso de que te obligó, habría que discutirlo. Tú sabes mejor que yo que te ha gustado siempre la aventura y, desde luego, lo que me han referido de ti no está de acuerdo con tu manera de ser. ¿Recuerdas a aquel estudiante tranquilo y sosegado, que cuando aparecía un conato de violencia se ponía enfermo y trataba de razonar a base de filosofía y proverbios para convencer a los demás de que la violencia la fomentaban solamente las mentes enfermas y ávidas de venganza? ¿Te acuerdas de él?
Los trozos de tronco que se quemaban en la gran chimenea daban una temperatura muy agradable al enorme salón del rancho Bighorn, donde el propietario del mismo conversaba con su capataz. Si alguien les observase a través de una ventana desde el exterior, no tardaría mucho en comprender, a juzgar por la expresión de sus rostros así como por sus gesticulaciones y nerviosismo, que el tema de conversación que debían debatir era preocupante para ellos.
La diligencia se detuvo ante la posta. Los curiosos se arremolinaban en tomo a ella, esperando ver algún conocido bajar de la misma. Ann Morton descendía del carruaje, con la esperanza de que alguien cercano a ella la estuviera esperando, aunque dudaba de que así fuera, ya que no pudo avisar con mucha antelación, y temía que no estuvieran informados en su casa de su llegada.
Con la brida echada sobre el hombro, el jinete caminaba lentamente entre la montaña que daba principio a una serie de alturas innumerables.
Iba descendiendo en busca del río, que había visto brillar desde lo alto, para que el caballo se saciara de agua y él pudiera bañarse.
Hacía un calor sofocante y aunque la vegetación no era insuficiente y abundaban los bosques, deseaba bañarse porque hacía mucho tiempo que no se metía en el agua.
En el estrecho pescante iban sentados un hombre y una mujer. El vestía con elegancia un traje claro y alto sombrero de copa color gris. Ella, envuelta en sedas y encajes, mostraba su rostro precioso cubierto de una sonrisa de satisfacción. Los que estaban cerca del cow-boy se descubrían a su paso sonriendo con la sonrisa más servil que el cow-boy había visto.
Los barcos se mecían suavemente con las velas arriadas y un gran silencio en sus cascos. La lluvia pertinaz, baldeaba la cubierta de estas naves. De los muelles llegaban apagadas las canciones acompañadas por acordeones la mayoría. El sol iba escondiéndose tras el monte Olympus. El agua caía, rauda por los palos mayor, trinquete y mesana en busca de un remanso donde descansar.
Los dientes del Kansas Saloon interrumpieron sus conversaciones para fijarse en un joven que acabará de entrar en el local, al que nadie conocía. Era un joven de gran estatura que vestía a la usanza ciudadana con sumo gusto y elegancia. Maud, la propietaria del saloon, mientras observaba al joven elegante que avanzaba hacia el mostrador con curiosidad y atención cuanto le rodeaba, pensaba que como hombre era un ejemplar magnífico.
El ganadero, que poseía el mayor rancho del Estado, era el que con la mano les estaba haciendo salir del comedor de la gran casa. Los vaqueros que estaban frente a la casa se dieron cuenta de lo que sucedía y miraban sonriendo al abogado. Este saltó sobre su caballo y se alejó. Estuvo muy cerca de ser desmontado al clavar las espuelas en el animal, debido al enfado que sentía. Llegó á la ciudad en menos tiempo del que invirtiera otras veces en su visita a aquel rancho.
—Anthony Sheridan está en el saloon , Leonard. Preguntó por ti en el mostrador.
—¡Caramba! Hacía tiempo que no nos visitaba. Algún nuevo negocio querrá proponerme. Déjame solo. Desde que discutiste con su hijo, Anthony no puede verte.
Echóse a reír el visitante.
—Estoy arrepentido de no haberle roto la cabeza… Tengo buenas noticias para ti. Sé dónde se encuentra Bob Connell. Cinco dólares me ha costado la información. Cinco dólares y una botella de whisky que se ha bebido el minero que me ha confiado el secreto.
Ellsworth es una pequeña ciudad situada entre la bulliciosa Dodge City y la ganadera Abilene, entre los ríos Saline y Smoky Hill. Es una ciudad tranquila, pero al mismo tiempo animada por la proximidad del ferrocarril y ser paso obligado entre aquellas ciudades y estar próxima también a Newton y Wichita. El saloon de Joel Conti era el más frecuentado de la ciudad.
Mina Palmer, arrastrando con mucho esfuerzo una pesada maleta, ascendía hacia la cubierta del barco por el portalón. Vestía de modo sencillo, pero su sombrero y ropas eran ciudadanas y conservaban un sello de distinción que, en las miradas de los demás, podía observar que era mal interpretada. Los hombres que vestían con cierta elegancia la sonreían maliciosamente y la invitaron algunos a formar sociedad.
—Si buscáis diversión os habéis equivocado de establecimiento. Al otro lado exactamente de la calle está el Sonora. Si andáis sobrados de dinero… —Sírvenos un trago —dijo uno de los dos forasteros qué se habían apoyado sobre el mostrador. —Me llamo Wolf. Pronto oiréis hablar de mí. Soy el dueño de este establecimiento. ¿Whisky? —Dos dobles. —Aquí tenéis. Servíos vosotros mismos.
El sheriff, que conocía perfectamente lo que sucedía y que era una de las cosas que más le preocupaban, decidió guardar silencio. Frederic Peck, segundos después de entrar en el local, salió corriendo del mismo. En la puerta del saloon apareció un hombre vestido a la usanza ciudadana, mientras disparaba sus armas sobre los pies del ranchero.