Era otro bar más para la gente que salía de trabajar, donde los profesionales de los negocios se relajan con unas copas… hasta que sucedió algo terrible. Después de doce minutos de caos y violencia, ocho personas yacen muertas. La teniente Eve Dallas intenta comprender los inexplicables sucesos. Los testigos supervivientes dicen que han visto cosas, monstruos y enjambres de abejas. Describen repentinos y abrumadores sentimientos de miedo, ira y paranoia. Cuando los forenses presenta su informe, los delirios de la gente tiene más sentido: todo parece indicar que los clientes del bar se vieron expuestos a un cóctel de sustancias químicas y drogas ilegales que podrían haberles llevado de forma temporal a la locura… si no matarlos en el acto. Pero eso no explica quién provocó dicho horror… ni por qué. Y si Eve no lo descubre pronto, podría suceder otra vez, en cualquier momento y lugar. Porque está en el aire…
Desde la ácida crítica a la lucha por la presidencia de Estados Unidos, pasando por los rings donde dejan la vida y buscan la fama los boxeadores mexicanos o la habitación donde quedan violentamente sesgados los sueños de una adolescente, hasta llegar a los relatos intimistas y autobiográficos, James Ellroy plasma su percepción de un mundo desquiciado en el que no siempre es posible hallar «La Verdad».
¡Que lo linchen! El cadáver de la frágil Fanny Adams todavía está caliente cuando la sed de venganza se apodera del pueblo de Shinn Corners. La única artista y benefactora del pueblo ha aparecido con el cráneo destrozado y sus vecinos exigen 'ojo por ojo'. Poco importa que no haya huellas dactilares, ni manchas de sangre, ni testigos. Todas las sospechas recaen sobre Josef Kowalsky, un vagabundo forastero que es detenido con una cantidad de dinero en los bolsillos idéntica a la que la víctima guardaba en su casa. Sólo dos personas parecen no haber sucumbido a la horda vengativa: el juez Lewis Shinn y su sobrino Johnny. La cosa apesta a montaje. Ambos organizarán el teatro judicial más absurdo para exonerar a un Kowalsky que ya está con un pie en el patíbulo.
Daisy Fielding Harker es una mujer que disfruta de su tranquila y algo aburrida vida junto a su esposo en la pequeña localidad californiana de San Félice, hasta que empieza a tener un sueño recurrente en el que, mientras pasea a su perro, descubre una tumba en la que se leen su nombre y las fechas de nacimiento y muerte, esta ultima datada cuatro años antes del inicio de sus pesadillas. Su desasosiego aumenta cuando descubre que esa tumba con la que sueña existe de verdad. Ante unas evidencias que parecen imposibles, Daisy se obsesiona con el misterio su muerte y quiere ahondar en el pasado para resolver algunos interrogantes sobre su identidad.
Lucille Morrow, la protagonista de Las puertas de hierro, era una mujer feliz. Segunda esposa de un médico acaudalado, vivía con su cuñada y sus hijastros. Un día al recibir un extraño paquete, desaparece inexplicablemente. Es hallada días después, totalmente desquiciada y con un miedo rayano en la locura. Es recluida en un sanatorio. Al investigar la causa de su huida, el inspector Sands sigue un largo rastro que le conduce a un abismo de horror. Una vez más, Margaret Millar, maestra del suspense, nos transporta por un camino alucinante, manteniendo la intriga hasta el final.
En los años cincuenta de nuestro siglo, nos encontramos de lleno en lo que se dio en llamar «La Guerra Fría». Un eminente científico británico, Thomas Betterton, desaparece misteriosamente después de un congreso celebrado en París. Al parecer, no se trata de un caso aislado, sino de la continuación de una serie de episodios parecidos que han sucedido reiteradamente en los últimos tiempos. Siempre se trata de hombres de ciencia que desaparecen sin ningún tipo de violencia y van a parar voluntariamente al otro lado del Telón de Acero.
¡Ha llegado el momento DE RESOLVER LOS CRÍMENES?
Descubre la clave de estos aborrecibles actos criminales con la ayuda del excéntrico millonario que asegura ser el tataranieto de Sherlock Holmes.
¿A cuál de los hijos de Harold Kipling quiere interrogar Sherman en relación con el asesinato de su padre y qué pista le hizo sospechar? ¿Quién robó la joyería y cómo lo supo nuestro detective aficionado? ¡Agudiza tu ingenio y encuentra la respuesta!
El señor Martínez, un aclamado escritor gracias a su última novela, acude a un programa de televisión para hablar de esta. Tras varias preguntas de rigor, finalmente desvela que la novela no la ha escrito él, sino que un ser espiritual llamado "Causa" se lo relató en sueños. Tras esta declaración, el escritor cuenta la historia de ese ser para que, según él, desaparezca y lo deje en paz. Después de esto, se suceden una serie de experiencias paranormales en las que los protagonistas son personajes totalmente diferentes y que a través de los ojos de la Causa ve sus vidas para aprender sobre el verdadero sentido de la vida: el amor".
El señor Martínez, aprovechando que su familia está de vacaciones, acude al videoclub para alquilar una película. Allí se cruza con un extraño personaje que lo persigue por las calles de la ciudad. Esto lo llevará a meterse en un descampado en el que se cruza con un joven que hará que su vida dé un giro inesperado. A partir de ahí, tendrá que hacerse pasar por un asesino despiadado para salvar su pellejo".
Robin Dalton se miró en el espejo. Estaba orgulloso de sus orejas azules, su ojo semicerrado, y otras tumefacciones. Eran huellas gloriosas de su triunfo por «K. O.», en el séptimo «round» sobre el duro pegador negro que la noche anterior deliberó con él, entre cuerdas, para averiguar cuál de los dos hacía más méritos para ser el finalista del torneo cinturón de oro, aficionados, peso medio. Robin Dalton, de ancho cogote, rostro chato y fornida anatomía, no aceptaba consejos de nadie. Era, por naturaleza, agresivo, aunque sin maldad. Pidió con autoridad: —Un doble de coñac, tú.
Eché el cuchillo y el tenedor ruidosamente dentro del plato, y me dirigí hacia la puerta. Mi piso ha sido siempre estrictamente el piso de un soltero. Lo considero como un deber hacia la redacción del Evening World, de la que, por mis pecados, soy reportero de crímenes. Hacía tanto tiempo que el timbre no había sonado, que ya no podía acordarme de quién llamó la vez anterior. Con lo cual estarán ustedes enterados de que no me visita mucha gente. Y comprenderán que fué con curiosidad, a la vez que con el disgusto de tener que esperar para entrar en un contacto más íntimo con el bistec, cómo abrí la puerta. Mi primera intención había sido la de derramar un torrente de palabras terriblemente cáusticas, lo cual, según dicen, es mi especialidad. Pero no lo hice. Me quedé mirando con los ojos muy abiertos. Lo que vi me hizo apoyarme sobre mis talones y produjo en la máquina parlante Channing, es decir, de un servidor, un efecto…, un efecto paralizador.
El clima del estado de Wisconsin, es considerado muy saludable por sus habitantes, porque es fresco en verano y de un seco cortante en invierno. Los numerosos turistas del típico estado, consideran que más que un frío seco y cortante, en invierno son agujas frigoríficas las que se inyectan en el rostro del desprevenido visitante. Para Simon Foster, nacido en Madison, la capital del Wisconsin, no había belleza que pudiera superar al lento aparecer de la primavera, cuando las nieves sonrosadas por el sol, iban fundiéndose. Tenía la ventaja sobre muchos de sus conciudadanos, de no ser ferozmente localista. Había viajado a partir de sus veintidós años, cuando se alistó en la infantería rasa, provocando, con ello la repulsa de varios honorables miembros de la familia Foster.
Edwin Parks era buen bailarín, y Norah Morley, ignorándolo, porque según la paterna visión que oyó a los cuatro años, su madre se había ido al cielo, llevaba en la sangre el alado espíritu de la danza. Lo cierto es que cuando Norah Morley intentó tomar lecciones de danza clásica, chocó con la rotunda negativa de Cecil Morley. Y ella, plenamente sumisa a la paterna autoridad, se contentó con seguir un curso de dibujo y pintura en compensación.
Un hombre aparece con un puñal clavado en la nuca flotando en los pantanos que rodean la ciudad de Nueva Orleáns. Es el segundo caso en pocos días y la policía encarga el caso al lince Graham Colbert, un brillante policía apodado el Judas por ser hijo y hermano de hampones de renombre en la ciudad.Colbert empieza su investigación y ello le lleva a visitar diversos tugurios y a enfrentase a su hermano Fox que, aunque delincuente —un simple contrabandista—, es un tipo noble que no perdona a su hermano su cambio de bando. Todo ello cambia cuando Graham, investigando el caso de los puñales y advirtiendo que las ya tres víctimas tenían algo en común, recibe una brutal paliza que le deja malherido e irreversiblemente ciego. La ceguera de Colbert le lleva a las puertas del suicidio pero su hermano asume su cuidado con la ayuda su actual amante, la bella artista Carolina Depré, que canta como la Piaf y la Greco y que emociona con su versión de «Les feuilles mortes». Los dos hermanos, uno como mente pensante y el otro como brazo ejecutor, empiezan a desarrollar su investigación y ello les lleva descubrir que los tres asesinados formaban parte de un grupo de siete náufragos que se salvaron de un extraño hundimiento; en la investigación que dirige desde su ceguera Graham, Fox queda fascinado por la figura y sensualidad de Marian Bellamy, también cantante, y descubre que tras el naufragio había una compleja trama de contrabando de lingotes de oro que empezaba en Australia, seguía en Colombia y culminaba en Nueva Orleáns. Tras diversos avatares en los que Fox actúa bajo diversas máscaras, se desvela toda la trama y se descubre que Carolina era una cómplice de los contrabandistas y que Marian era una policía australiana que estaba siguiendo el caso. Graham resuelve, pues, el caso, y Marian y Fox inician una relación amorosa.
Ned Carleton pasó desde el diminuto cuarto de baño a su alcoba. Silbaba una tonadilla que oyera no sabía dónde. Pensó que había músicas que se retienen en el oído durante cierto tiempo y después se olvidan. Y vuelven a retenerse otras, fácilmente. Le pasaba lo mismo con las mujeres. Atrajo hacia sí el cajón de la cómoda, y sacó una automática de su funda de flexible cuero negro, que deslizó entre su camisa y el pantalón, al lado derecho del estómago. Era zurdo. Se miró complacido en el espejo al ajustarse las solapas de la americana azul.
Archer Brumel provoca una reyerta en un bar de Nueva York en Nochevieja. Él es un detective que acaba de salir de la prisión donde estaba cumpliendo una pena por homicidio; mató involuntariamente y en defensa propia a su socio cuando descubrió que éste escondía bajo su negocio un red de tráfico de drogas. En el «Trocadero» encuentra a un viejo amigo, Adrián Wilcox, acompañado de la bella Silvia Marcy; Brumel le reprocha que deje a su esposa —una antigua prometida suya— en noche tan señalada y eso provoca el rifirrafe. Todo se resuelve cuando Wilcox explica que Silvia es una amiga de la familia y que él está felizmente casado. Al día siguiente Archer recibe la visita de Silvia quien le informa que Wilcox se ha suicidado y de cómo sospecha de que todo ello se trata de una trama asesina urdida por los Marcy, que, al no poder declararla loca, quieren matarla y han envenenado a Wilcox para que no desvele un secreto que podría hundir su fortuna y su reputación. Ésta no la única vista que recibe Archer; poco después es acosado por dos rufianes, Minelli y Marloy, antiguos compinches de su socio muerto, quienes le quieren obligar a que desvele dónde guardó el fallecido un alijo de marihuana. La trama se complica aún más cuando Silvia desvela a Archer que ella tiene una enfermedad cardiaca congénita que la matará en breve pero que tiene guardado el secreto de los Marcy en la consulta del médico que lleva su caso, el doctor Elliot. Archer es secuestrado y torturado por los rufianes —aunque consigue escapar—. Silvia muere en extrañas circunstancias y el detective recibe su legado, una lápida de mármol rosa donde se desvela que los Marcy han hecho su fortuna a partir de una gran estafa. La visita a los ricos Marcy parece demostrar la corrupción de esta rica familia pero finalmente se desvela que en realidad Silvia estaba trastocada, Wilcox se suicidó inducido por ésta y ella murió a causa de su enfermedad. Minelli y Marlow son detenidos, Archer confiesa a la policía el paradero del alijo demostrando así que en ningún momento tuvo que ver con los tratos de su socio. Finalmente Archer recibe una invitación para formar parte de la policía al tiempo que inicia una relación con la viuda de su amigo Wilcox, Ann, a la que siempre había amado.
El anuncio era breve, tajante. Lo descubrí en las columnas agony[ [](../Text/notas.xhtml#nt1)1] del «Evening World» y lo leí un par de veces antes de decidir que podía ser interesante. Decía así:
> «Se necesita socio para casa de alta costura. Preferible un hombre con licencia de arma. Dirigirse a Lana Gowns[[](../Text/notas.xhtml#nt2)2]. Tercera Avenida. New York City».
Hay cuerpos y cuerpos, pero cuando un hombre encuentra uno como el de Jeanie, puede ponerle la etiqueta de «trabajo de artesanía». Hasta corre el riesgo de caerse de espaldas. Verdaderamente, es muy posible que le haga cambiar de aspecto por toda una semana. Ustedes sabrán, por supuesto, lo que me ocurrió en San Francisco. Es ésa una ciudad en la que se tiende la niebla por la noche, en la que el barrio chino adquiere una fisonomía nueva y todavía más siniestra y en la que el sonido de las sirenas de los buques y el de las bocinas de los guardacostas de la policía atraviesan la amarillenta lobreguez como para hacerle patente a uno que, más allá, en cierto punto de la bahía, se levanta la fortaleza insular de Alcatraz. ¡Y amigos, vaya pensamiento éste para albergarlo en el pecho de uno en una noche obscura!
El alborozo contagioso con que los habitualmente comedidos londinenses habían acogido el final de la guerra, fué decreciendo y dos semanas después volvió a dominar el ritmo acostumbrado. Un ritmo monótono para muchas personas, y sobre todo para Cinthya Sutton, dependienta de la sección de perfumería de los «Grandes Almacenes Davies». Estaba ahita de oírse decir que era un clásico ejemplar de inglesita deliciosa. Ahita, porque si bien era halagador, el madrigal procedía casi siempre de cincuentones elegantes o de jóvenes galanes con intenciones igualmente pérfidas.
De los cinco distritos que componen la ciudad de Nueva York, Manhattan, Bronx, Brooklyn, Queens y Richmond, el matrimonio Lindsay había elegido para residir el distrito de Queens. Era una elección acertadísima, comentaban todos los habitantes del distrito de Queens. Bastaba atravesar el puente de Blackwall sobre el East River, y se encontraba uno de lleno en el centro de Manhattan, con su tumultuoso dinamismo.