Este librito nos ofrece dos relatos de doña Concha Espina, La llama de cera y El jayón. Ambos se desarrollan en unas montañas cántabras, maravillosamente descritas por la autora, a finales del siglo XIX.
Son historias rurales que describen la vida de la época, trufadas de amor, celos y muerte.
Pipo, el perro, narra su vida, el paso por diversos amos cada vez más crueles y cómo esto le va sirviendo de aprendizaje, le va enseñando a ser astuto y precavido…
Elisa y de Rosa son cuñadas y viajan a Madrid para asistir a una boda. En ese viaje Elisa se encuentra a su primo Javier, y al verle cree recordar al hombre que asesinó a sus padres durante la Guerra Civil.
Farruquiño es un niño que nace de la unión de su padre Fernando, un famoso capitán de barco, con una hija de una morena que fue concubina de un amigo suyo. El chico va creciendo lentamente en compañía de su padre, navegando por mares y viviendo historias y aventuras, aprendiendo de los marineros todas sus costumbres y formas de existencia, así como sus habilidades para el combate. Los marinos le toman gran cariño y lo miman entre ellos, dándole lo mejor y también brindándole todo el apoyo y comprensión que se le puede dar desde sus corazones duros de hombres del mar.
La vida cambia para Farruquiño cuando su padre es llamado por el gobierno para que se haga cargo de un buque de guerra y marchar a cuidar las flotas de su país…
Blanca vive en Madrid atosigada, en cierto modo, por el peso del pasado, de la honra, de las miradas de los demás, etc. y se va a Nueva York porque allí puede ser libre.
Contempla la ciudad desde un taxi y dice cómo es, cómo se vive, qué pensamientos y sensaciones suscita, etc.
A Blanca le amañan una boda con un alemán rico, Nelken, boda que colmaría sus ansias de triunfo en Nueva York porque si no, tal vez terminaría como una tal miss Pérez que trabajaba de domadora en una jaula de fieras y que se supone que también habría ido a conquistar Nueva York.
Un estafador, sometido a chantaje, asesina al chantajista.
«Iván Montiel» es el seudónimo de los hermanos Daniel y Antonio Baylos. Nacidos en Calahorra (Logroño) y Madrid, respectivamente, en 1917-1923.
Abogados, colaboradores literarios de la Emisora de Radio Madrid, popularizaron su seudónimo «Iván Montiel» en el programa radiofónico titulado «El criminal nunca gana».
Carolina se casa con su excuñado, Luis, quien acaba de quedarse viudo y al cargo de sus siete hijos. Carolina, ahora madre de siete niños, continua ayudando a los necesitados asistiéndoles en los hospitales. Es así como conoce a María, una mujer en estado terminal que le solicita que se haga cargo de su hija Olivia, algo a lo que Carolina no se puede negar.
Ana, argentina, va enseñando el campo argentino, Mar de Plata, las playas, los paseos, los caballos, etc. al inglés Donald; y tanto se vieron e intimaron que Donald le declara su amor.
Teresa Roca es la maestra de un pueblo asturiano durante la Guerra Civil. Teresa oculta a un rojo en su hogar, pero la cosa se complica cuando conoce a un miembro del ejército Nacional.
En la última cuarta parte del siglo XIX, mientras Porfirio Díaz afianzaba su dictadura y el país lamía las heridas dejadas por la guerra de Intervención, los mexicanos se consolaban cantando aquellas coplas de «Ya se fueron los franceses. Se llevaron las pesetas. / Y nos dejaron, / ¡tierra para las macetas!». En efecto se habían ido los franceses, mas en nuestras letras y costumbres empezaba a privar un afrancesamiento definitivo. Lo mismo ocurría en todo el mundo. Mala situación económica aparte, la gente no la pasaba tan mal. Había esperanza: alguien podía invitarlo a uno a comer, podía uno sacarse la lotería… Escritores y poetas, por su parte, habían perdido las inhibiciones heredadas de los autores más serios de principios de siglo. Así, eran capaces de soltar frases como «Oigo el canto de las cigarras virgilianas y el murmurio de la fuente Tibur» sin perder compostura. También les era fácil escabullirse a un país encantador donde las personas tenían un «sprit rociado de Veuve Clicquot»; «flanear» de «La Sorpresa» a la esquina del Jockey Club equivalía a hacer lo mismo en un bulevar «parisien»; donde se podía visitar a la bella Rosa-Thé, usar seudónimos como «Petit Bleu» y emplear palabras como oriflama, rosicler o neblí sin escuchar carcajadas feroces. A bordo de su tranvía, Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) nos pasea en sus cuentos por un México que terminaba en la Plaza de Regina —a diez cuadras del Zócalo— en compañía de su gracia y su talento y con habilidad tal que el lector puede exclamar con él: «Yo sigo en el vagón. ¡Parece que todos vamos tan contentos!».
«La novela en el tranvía» la incluye el autor dentro de las narraciones cortas que denomina «cuentos». Fue publicada por primera vez en «La ilustración de Madrid» a finales de 1871. Es considerada como curiosa en su factura, ya muy galdosiana, tal vez la mejor entre las primeras tentativas del autor en el campo de la ficción libre. Se trata de un divertido juego de composición, donde todo está esbozado y donde parece que nada se concluye. En este juego de elaboración podríamos ver, cómo la primera parte responde a técnicas más realistas, dando paso después al folletín, para concluir con un asomo de novela fantástica. La novela obedece en su estructura a la denominada novela-marco, es decir, una narración principal encierra otra secundaria estableciéndose muy diversas relaciones. El criterio que sigue B. Pérez Galdós para titular su narración «La novela en el tranvía», obedece a la estrategia de designar por un lado, un espacio en cuyo contexto va a tener lugar la historia y por otro, el objeto primordial de la misma que es la creación de una «novela corta». Este cuento está estructurado como un minicuento en un cuento, un estilo de escritura llamada metaficción. Narra la historia de cierta condesa mezclada con noticias de periódico, conversaciones de viajeros, imágenes del tranvía, etc., hasta componer un divertido disparate. En la presente edición se han mantenido las normas ortográficas de la edición de 1900, a partir de la cual se ha realizado esta.
Diez cuentos en los que se dan cita las más diversas temáticas, desde el comentario político hasta la ciencia-ficción, pasando por la crónica de sucesos, la farsa, la crítica social y el amor, o más bien, el desamor. Sin embargo, todos tienen un mismo denominador común: Taiwán, isla Formosa. Como si se tratara de un caleidoscopio literario y social, Iker Izquierdo desgrana su experiencia de más de diez años en Taiwán aunando el humor y el sarcasmo, pero también la ternura, el lirismo y la muerte mientras rinde homenaje a sus escritores de cabecera, a su juventud perdida y a una isla que vampiriza los sueños de todos aquellos que la han vivido.
El protagonista de ‘La nube de smog’ lucha sin ilusión contra una de las grandes amenazas de las sociedades industrializadas: la contaminación atmosférica. Decidido a conservar la lucidez, su actitud no le impide indagar en la opaca realidad que le rodea.
Un profesor de Egiptología interino obsesionado con la vida sexual de Nefertiti, un ser extraterrestre forofo de la Liga de fútbol, un gurú espiritual que alcanza la iluminación en un burdel, un pobre hombre traumatizado por su abuela que es incapaz de arreglar una simple cisterna, o un joven que mantiene una relación más que sospechosa con las arañas… Excéntricos protagonistas de unos relatos inclasificables cuyo nexo común, de existir alguno, podría residir en un posible desequilibrio mental que el autor camufla bajo una apariencia de normalidad y que le lleva a cometer ciertos excesos intelecto-onanistas en sus momentos de soledad. Queda a criterio del lector juzgar si ha hecho bien en airearlos…
El señor Rutin llevaba una vida tranquila y ordenada en su ciudad natal de Visby, en la isla sueca de Gotland. Trabajaba de recepcionista en un hotel, su hermosa mujer lo quería y sus hijos gemelos eran su alegría. Pero, de pronto, un día se dio cuenta que algo no funcionaba. Me aburro, se dijo, y a continuación decidió que necesitaba un cambio, un cambio que le proporcionaría una nueva vida.
Este relato breve y sabroso, que es en verdad una tensa novela, la de la lucha de años del pintor Frenhofer por atrapar la vida misma, acabó por ser una fábula: la del arte de hoy. Rodin, Cézanne o Picasso (cuyo encuentro con la obra de Balzac reseñan las ilustraciones de esta edición), pero también Rilke o Schönberg y Thomas Mann, todos ellos vieron en el juego de barajas en que se enfrascan los tres pintores, con una pintura y una mujer de por medio y la vida por prenda la cifra del acto de creación. El propio Balzac entendió poco a poco que había encontrado con ese relato la clave de su obra. Como bien muestra Francisco Rivera, Balzac conjura en él sus demonios, y echa al traste el obstáculo que la belleza antepone en arte a lo real: mejor fragmentos de obra, pedazos de cuerpo, un pie, vivos, que por supuesto una obra sin vida, un cadáver exquisito. Pero peor aún es la vida sin la obra. Porque la vida misma, «la vida sin el esqueleto», ¿no será una masa algodonosa (o libidinosa) que se cuela por doquier y se lo traga todo, el horror mismo? ¿No da acaso Frenhofer, en su «Belle noiseuse», con la nuez de lo nocivo? Antes de Balzac, las novelas se ocupaban de lindos sueños y de violencias del alma: aun Sade o Lacios escribían obras edificantes destinadas a educar a las jovencitas. «La Comedia Humana», quimera convertida en realidad tiránica, vida animal y hembra, se trocó en historiadora y Balzac en su secretario. Devoró al estilista mediocre, autor de obritas disparatadas, y engendró la novela de nuestros tiempos. ¿Realista? Más de lo que él imaginaba: figuración o no, el arte creador da con lo real.
Stella Bennett, una joven y talentosa pintora, expone un magnífico cuadro por primera vez en una galería de Manhattan. Allí conoce a Simon, un rico heredero de ascendencia griega aficionado al arte. La atracción entre ellos es instantánea y magnética. Mientras Stella se pregunta quién es el misterioso comprador de su primera obra maestra, la obsesión de Simon por ella crece a toda velocidad entre rencillas profesionales, expectativas insatisfechas y el ojo vigilante de un detective. ¿Sobrevivirá su amor a los ecos del engaño?
Los cuentos de Anthony de Mello, de origen sufí, occidental, tradicionales o modernos, llegaron a occidente en un momento en el que había empezado a enraizar cierta bancarrota espiritual, el dogma destilado, servido en seco y sin acompañantes, se había convertido en una pequeña cárcel más que una ventana entreabierta al misterio, al mismo tiempo que el absentismo religioso y el consumismo habían dejado la necesidad espiritual sin una vía de expresión. En este contexto, diversas mentes despiertas e inquietas reconocieron en los cuentos de Anthony de Mello toda la sabiduría escondida en miles de años de tradición espiritual, y que partía de la sabiduría popular del Oriente Medio.
En esta novela, la escritora francesa Annie Ernaux narra el recuerdo de su hermana muerta, ocurrido cuando ambas eran niñas en la región de Normandía. Guiada por ese relato de ausencia, la autora construye las bases de su escritura, además de la relación de la literatura con las pérdidas y la reconstrucción de la memoria. Una novela triste, autobiográfica, sutil, donde tendremos la oportunidad de leer a una de las mejores escritoras de esta época.