El muchacho del revólver cruzó silenciosamente el prado, hasta la sombra de los cipreses. Escudriñó la enorme casa y el sendero donde el Bentley Continental, de gran tamaño, relucía al sol. Junto a la casa había un laboratorio de tejado plano, donde se alzaba un mástil de acero y varias antenas, así como un aparato de radar. La ventana del laboratorio estaba abierta, mientras él se acercaba, y podía oír las voces del interior. Ponía el mayor cuidado, pues tenía que escoger el momento propicio, ya que se exponía mucho. No quería matar más que a una persona, a menos, que fuese absolutamente inevitable; sin embargo, si se veía obligado a hacerlo, dispararía.
George Walcott había creído siempre en Shepstone. Cierto que era un poco canalla y que bebía mucho, pero aun borracho era mejor periodista que cualquier otro sereno. Por eso le quería. Ambos se educaron en Cambridge. Mientras Walcott tuvo un camino difícil, para Shepstone todo fue fácil. Su padre era un funcionario del Gobierno sudanés. El mismo había nacido en Khatoum y aprendió el árabe antes que el inglés. Conocía el Orienté Medio como nadie: la gente, la política, su nacionalismo, todo. Si existía alguien capaz de hacer que el mundo occidental comprendiese a aquellos pueblos, ese era, para Walcott, Nigel Shepstone. Y si alguien podía averiguar la verdad sobre la muerte de Magraby, ese era, también, Shepstone.
Pat Costello era la oveja negra de la familia. Ya desde pequeño tenía fama de travieso y rebelde. Todo lo contrario ocurría con su hermanastro Dennis, que era el ojito derecho de su madre. Más no por ello se sentía Pat agraviado. Amaba a su madre y aceptaba como cosa natural que esta sintiera preferencia por su hijo menor. Sabía que era un chico malo como su padrastro, le repetía frecuentemente. El padre de Pat había muerto seis meses después de que él naciera.
Fue Tom Woolyer quien lo encontró. Como todas las mañanas iba tranquilamente a su trabajo, cruzando el río, estrecho y poco profundo, por el viejo puente. Ese día, algo le llamó la atención. A unos diez metros de él, flotaba el cuerpo de un hombre, boca abajo. Tom Woolyer pensó que lo mejor era traer a tierra “aquello”. No era fácil. Un metro de agua y el fondo cenagoso hacía incómoda la labor.
En el Club, Jordan se hizo servir, un whisky. De todos los locos que había conocido, Graham Frant era el más insensato. Estaba procediendo como un lunático desde que, una semana antes, puso los ojos en aquella maldita mujer. Pero aquella noche se pasaba de la raya. Plantar a Alladice para irse con una mujer india, de vida ligera, era el mayor de los disparates. Graham Frant, en el caro y lujoso coche americano, que había comprado para su estancia en el país, fumaba y sonreía satisfecho. Aquella “Rosa de Rajputan” era algo que sobrepasaba toda fantasía. Desde que la vio, se sintió transportado a un mundo de delicias, como si fuera un muchacho ante su primer amor. Solo podía pensar en ella. Y no le importaba a dónde podría conducirle.
El hombre les llevó al ascensor, y pocos minutos después estaban ambos sentados frente a Sir Evan, un hombre de aspecto frío y apagado, como todos y todo lo de aquella casa, se dijo Tinker. Se preguntó qué ocurriría si alguien sonriera allí dentro. «Parece un depósito de cadáveres», acabó pensando, al contemplar lo que le rodeaba. Solo el viejo Venner, del Yard, sonreía alguna vez, aunque fuese de sus propios chistes.
Una serie de asesinados inexplicables y la policía sin pistas... Un caso aparentemente sencillo, el homicidio de un estudiante de informática, se convierte en uno de los casos más difíciles para nuestro Comisario...
Un caso del enérgico Fiscal Douglas Selby, cuyas acusaciones y actuación en el Ministerio Fiscal es tan doctrinal, ingeniosa y sorprendente. Un caso, que todos creen suicidio; pero que el Abogado Fiscal califica, desde el primer momento de asesinato. Cuando en el transcurso de la causa, Douglas Selby se ve acorralado por sus enemigos y todo parece demostrar la inocencia del culpable, es cuando lucha mejor y su actuación es magnífica. El lector descubre entonces que todas sus suposiciones fueron falsas y que no dio importancia a hechos insignificantes en apariencia, pero que, resultaron capitales para el descubrimiento del asesino.
Douglas Selby, el joven y ambicioso fiscal de distrito del territorio alrededor de la ciudad de Madison, tiene ante sí a un joven culpable de malversación de una suma relativamente pequeña de dinero, que había gastado en el juego. Puede encerrado, y tal vez arruinar su vida. Pero prefiere investigar el cómo y el por qué de este juego de apuestas, tan perjudicial para los jóvenes. Las investigaciones de Selby lo llevarán a una víctima atropellada en accidente de automóvil, al chantaje, y a la puerta de De Witt Stapleton, el gran magnate local que maneja las cosas en esa parte del país por sí mismo.
El fiscal de distrito Doug Selby está investigando a un vagabundo que ha aparecido muerto, y resulta que es hermano de una persona adinerada.
El misterio del cadáver maltrecho del vagabundo, aumenta con el telegrama de un hombre que no estaba allí. Un contable que desaparece, y las huellas dactilares del hombre muerto, que están donde no deben estar, y no están donde deben estar.
Un caso de rutina se ha convertido en un thriller , y Doug Selby se encuentra metido hasta el cuello en pistas que parecen piezas de un rompecabezas.
Nadie identificaba el cuerpo. El cadáver fue encontrado cerca de la vía del ferrocarril, como a una milla al este del pueblo. Probablemente se trataba de un vagabundo atropellado por el tren. Desgraciadamente esas cosas suceden. Pero luego vinieron las complicaciones. En uno de los bolsillos del muerto encontraron una tarjeta de identificación que daba el nombre y dirección de un hermano, residente en Phoenix, para notificarlo en caso accidente. La policía así lo hizo. El hermano les mandó 500 dólares e instrucciones de incinerar el cuerpo y remitirle las cenizas por «express» aéreo. La policía decidió ahondar más las investigaciones y encontró que no existía tal hermano en la dirección indicada. Luego, la viuda de un prófugo tenedor de libros identificó el cadáver como el de John Burke, su esposo. Es una solución, pensó el fiscal Doug Selby, pero ¿por qué las huellas digitales del cadáver no son iguales a las de John Burke? Y el asesino asesto un nuevo golpe…
El argumento se desarrolla en Long Island, en Blessingbourne, una villa aislada junto al mar, propiedad de Claudia Bethune. El Dr. Basil Willing ha alquilado una pequeña cabaña en la costa para unas vacaciones y su patrona, Claudia, le ha insistido varias veces para que se una a su fiesta. Durante el fin de semana recibirá a amigos y parientes cercanos y Claudia ha inventado un nuevo cóctel para la ocasión. Claudia quiere saber la verdad de lo que piensan sus parientes y amigos de ella y conocer sus secretos, por lo que roba un suero de verdad y lo pone como ingrediente secreto del cóctel. En las primeras horas de la mañana, cuando regresa a su cabaña, el Dr. Willing ve lo que cree que es un incendio e investiga. Encuentra a Claudia cerca de la muerte, estrangulada con su propio collar de platino y esmeraldas, y oye pasos que se desvanecen por las escaleras. Alguien no quería que Claudia descubriera la verdad sobre ellos y el Dr. Willing se encuentra involucrado como sospechoso de asesinato
El castillo de Duchlan es un lugar sombrío e inhóspito de las Highlands escocesas. Una noche aparece en él el cadáver de Mary Gregor, hermana del terrateniente. La han asesinado brutalmente en su alcoba, pero la estancia está cerrada por dentro y las ventanas, atrancadas. La única pista sobre el culpable está en la escena del crimen: una escama de pez, que el asesino ha dejado sobre el cuerpo de Mary.
El inspector Dundas acude a Duchlan para investigar el caso. La familia Gregor y sus sirvientes se apresuran a afirmar, tal vez con demasiada profusión, que Mary era una mujer amable y caritativa. Pero al parecer la realidad es más compleja: la señora era cruel, y su carácter continúa impregnando la casa después de su muerte. Pronto ocurren más crímenes, igualmente imposibles, y la atmósfera se torna cada vez más oscura. Dundas, con la inestimable ayuda del doctor y detective aficionado Eustace Hailey, desentrañará una solución mucho más lógica, más allá de supersticiones de lugareños y habitaciones encantadas.
Anthony Wynne escribió algunos de los mejores misterios de la época dorada de la novela negra británica. Esta obra, astutamente tramada e inédita para el lector español, fue publicada por primera vez en el Reino Unido en 1931 y ahora ha sido rescatada de nuevo.
Una hermosa mujer, Carla Fulbergh se desplaza hasta la casa familiar del doctor Ludwig van Zigman donde el reputado psicoanalista está pasando unos días de reposo. La muchacha se presenta angustiada por la salud de su padre, el célebre compositor sueco Nils Fulbergh, y le ruega al doctor Zigman que intervenga en el caso; este decide hacerlo no tanto para curar al músico sino para indagar en la personalidad de Carla, que presume compleja y atormentada. A tomar esta decisión le ayuda su propia madre cuando insiste en que esa extraña señorita que ha llegado hasta su casa esconde bajo el abrigo una imposible mano de cristal. A partir de este planteamiento se inicia una novela singular en la que el protagonista se desplazará hasta Suecia para indagar en los secretos de la familia Fulbergh y se sumergirá en la atmósfera de tensión y violencia que envuelve el mundo profesional de la música clásica.
La Grafología es una ciencia cada día más popular, pero el interés que ofrecía «El caso de la grafología» era la personalidad de Jean Martin Lebonnais, un caso perfectamente definido en psiquiatría. Los análisis grafológicos fueron un medio de descubrir muchas cosas, pero la más interesante, sin duda, fue la enfermedad de Lebonnais. Los crímenes apenas rozaban la línea fundamental del argumento.
En el El doctor no recibe todo es irregular y todo es normal a la vez. Un anciano puede morir ahogado, pero lo que interesa al lector no es quién asesina, sino por qué Marta Westerbaen da muestras de inquietud las noches sin luna.
En esta novela, el autor nos confiesa:
«La primera obra de Freud se titulaba Psicopatología de la vida cotidiana. Al releerla sentí deseos de escribir una novela basada en los errores, olvidos equivocaciones, lapsus, etc…, es decir en los actos fallidos. Estos actos sintomáticos que cada uno de nosotros comete cada día sin darles importancia y que tanto revela al que sabe leerlos.
Ahora me dispongo a escribir. ¿He de insistir en que si hay algún crimen me interesa muy poco? Deseo saber quién es Andrés y por qué es como es. Situaré la acción entre tres familias fundamentales. Tres grupos de personas psicológicamente curiosos, pero tan dentro de lo normal que cada uno de mis pacientes lectores puede reconocerlas entre sus amistades».
J. Lartsinim
... El gerente de una importante joyería, muerto en un garaje
... Una cadena de contrabandistas que enlaza Londres y Amsterdam
... Sospechas de robo o de falsificación que afectan a una joya de modelo único.
... Y el inspector Manson de Scotland Yard en acción.
Tras siete años apartado de la carretera, Driver regenta un próspero negocio que le permite vivir honradamente junto a su prometida Irene. El que había sido uno de los mejores especialistas de Hollywood de día y mercenario al volante para todo tipo de criminales de noche, quizá haya conseguido alejarse para siempre de un oficio que casi le costó la vida. Pero la tan codiciada paz se desmorona cuando Irene es brutalmente asesinada. Driver, ciego de ira, deberá afrontar su destino: conducir como el mismísimo diablo hasta vengar la muerte de quien tanto le había amado. Su nuevo socio, un Ford Fairlane recién remozado, será su azote o su tumba.
Una población en víspera de elecciones…, evasión en una penitenciaría…, una «reina de los vicios»…, tres personas empeñadas en demostrar la inocencia de un acusado. En una ciudad del Estado de New York aparece un senador misteriosamente asesinado después de recibir un fragmento de cierto cofrecillo aserrado en tres partes. Las sospechas recaen inmediatamente sobre un pobre diablo, al que un viejo inspector, su encantadora hija y un «detective» aficionado pretenden salvar. Poco después es el hermano de la víctima quien muere en circunstancias parecidas. De nuevo, uno de los tres pedazos del cofrecillo aparece junto al la víctima. Todo sigue acusando al mismo sospechoso, que es condenado a la silla eléctrica. Se inicia entonces una carrera desesperada para salvar a un inocente, cuya inocencia no puede demostrarse con pruebas ante un tribunal.