Menú



Buscar





Bolsilibros - Rodeo 2ª época 83. La muerte no admite bromas, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

MATTY Ferms era el hombre tranquilo, bonachón, falto de vibraciones nerviosas por excelencia. Sus veintisiete años habían transcurrido por cauces serenos, suaves, sin grandes complicaciones y a la par, sin grandes ambiciones. Matty parecía sentirse satisfecho con trabajar corno peón en los sembrados de Jesse «el Texano» y no ambicionaba más que mantener su puesto, cobrar su jornal y no verse metido en jaleos y complicaciones que alterasen el ritmo rectilíneo y sereno de su existencia.


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 88. Corazón de lobo, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

SENTADO en el reborde de un pequeño ribazo con la pala, la azada y el rastrillo a sus pies y el mentón apoyado en la palma de su callosa y ruda mano, cuyo codo descansaba en una de sus rodillas, Errol Hunter, parecía ensimismado y muy lejos del duro y aislado lugar en que se encontraba. En su rostro atezado por el sol y la lluvia, un rostro joven, agradable, simpático, pero velado por una tristeza que más se aproximaba al dolor y la desesperación, se observaban las huellas de un íntimo y violento sufrimiento, algo que estaba minando su juventud, sus ánimos, su espíritu fuerte de trabajador del agro, algo que amenazaba con sumirle en la locura o en la muerte.


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 90. El tigre de Tracy City, de M. de Silva

Aventuras, Novela

El polvoriento camino que conducía a la diminuta ciudad de Tracy City, que en aquella época de 1865 era la única barrera que separaba a Labanon de la peste de bandidaje que afluía del desierto, dominio de los acorralados comanches, era un hervidero de gente aquella memorable tarde de agosto en que tenía que hacer su histórica aparición el mil veces temido y al mismo tiempo admirado Dan Omaha, que pronto seria conocido como «el Tigre de Tracy City».


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 91. Oro negro en el infierno (2ª Ed.), de Fidel Prado

Aventuras, Novela

TODO el enorme vano que se abría al sudeste de Oklahoma teniendo por fronteras acuáticas los ríos Muddy Boggy a la izquierda y Kiamichi a la derecha, era un verdegueante y ubérrimo pastizal para el ganado. El esfuerzo combinado de los varios héroes del reparto territorial de dicho nuevo y último Estado de Norteamérica, había convertido tras ímprobos trabajos aquella tierra rojiza y rebelde en un principio al pasturaje, en un emporio de riqueza para el ganado y eran varios los ranchos que se habían levantado en la comarca incrementando la ganadería en un Estado que, por ser relativamente nuevo cuando se procedió a colonizarlo, precisaba, dado el incremento de población que había adquirido, de la ayuda de la ganadería para atender a la manutención de tantos cientos y cientos de aventureros como se habían establecido en el recién nacido Oklahoma.


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 94. La ruta de Abilene, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

TRES siglos y medio hacia atrás, aproximadamente, los conquistadores españoles llevaron a México y Texas entre otras muchas cosas, un par de centenares de astados, que en el transcurso de estas centurias se multiplicaron de una manera asombrosa. Estas reses conocidas más tarde con el calificativo de «cornilargos», fueron el origen del florecimiento ganadero en Texas.


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 98. Gentiles y mormones, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

La señora Judy Blair, poseía una modesta cantina en las afueras de Tucker, poblado a caballo sobre la línea férrea que descendiendo de Odgen, cruzaba Utah, casi por su parte media, para después, en un brusco viraje, derivar hacia la divisoria de Colorado. Lo que ahora era cantina, había sido algunos años atrás una pequeña, pero confortable casita, en la que Judy vivió muy feliz con su marido, jefe de la estación ferroviaria del poblado, el cual, una noche tormentosa, cumpliendo su piadoso v humanitario deber de atender a un sinnúmero de heridos y víctimas de un descarrilamiento a dos millas de la estación, murió aplastado por un vagón que en posición de dudoso equilibrio perdió la estabilidad cuando el heroico jefe trataba de extraer del interior a un herido grave, muriendo con el herido aplastado por el vagón.


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 105. Llovido del cielo, de Anthony G. Murphy

Aventuras, Novela

ACODADA sobre el alféizar de la ventana, Marilyn Kinley tendió la vista a lo largo de la senda que bajaba hasta su casa. En sus ojos, más que temor, se leía la extraña decisión de matar o ser muerta. Sabía que Peter Hale, el lugarteniente de Dan Talbot, alias «el Tuerto», y sus repugnantes pistoleros, podían aparecer de un momento a otro y no estaba dispuesta a dejarse sorprender por ellos. Aquella parte de Colorado, próxima a las Montañas Rocosas, estaba poco habitada.


Bolsilibros - Rodeo 2ª época 109. La máscara del pistolero, de A. E. Caprani

Aventuras, Novela

Sonó el disparo que todos esperaban y el proyectil perforó limpiamente el punto deseado. Una impresionante exclamación de alegría atronó en la explanada donde anualmente se celebraba el concurso de tiro. Era una añeja costumbre en Ogden, sencilla población del Estado de Utah. Durante el transcurso de los trescientos sesenta y cinco días se recaudaban fondos para establecer un premio al mejor tirador del poblado.


Bolsilibros - Rodeo 96. ¡Vengo a matarle!, de W. Martyn

Novela, Aventuras

Un jinete a todo galope entró en la polvorienta calzada que formaba la mejor calle de Fontenelle, en Wyoming, casi en las márgenes del Green River y detuvo el caballo frente a una de las tabernas de la calle. Se apeó casi antes de que el animal detuviese su loca carrera y penetró en el establecimiento preguntando: — ¿Está mi patrón? —Está ahí dentro, en el reservado. El peón cruzó el pasillo y empujó una puerta penetrando en el reservado, donde ante una botella con dos vasos, uno de ellos vacío, se encontraba el patrón por quien el jinete preguntaba. Se trataba de un hombre que aún no habría cumplido los cuarenta años. Era alto, bien proporcionado, guapo y de facciones enérgicas. Tenía un cigarrillo entre los morenos dedos y un vaso a medio llenar en el borde de la mesa. Vestía con bastante elegancia, acusando el traje su posición acomodada. Era un ranchero de la localidad llamado Babe Lucien. El peón, un poco agitado, exclamó: —Patrón, Tiger viene hacia aquí… ¿Manda usted algo? —Nada, puedes marcharte. — ¿No… me… necesitará…?


Bolsilibros - Rodeo 121. Contrabando en El Paso, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Dick Quimby no era muy del agrado de determinados elementos de El Paso, la ciudad turbulenta y viciosa de la frontera mexicana, y no lo era porque Dick poseía una odiosa cualidad que chocaba contra el sentir de determinados sujetos; esta cualidad era la de pretender ser decente y fiel cumplidor de su deber, hasta donde podía serlo en un lugar tan bronco como aquel. Y lo curioso era que nadie le podía tachar de perseguir agriamente el juego, aunque sabía que el ciento uno de las cien mesas que se empleaban, para él era una estafa al que se dejaba estafar, ni que se mostrase demasiado exigente con los ligeros de manos a la hora de dirimir diferencias. No, Quimby aceptaba como un mal endémico y de difícil extirpación —al menos para un hombre solo— semejantes lacras, lo que algunos elementos de El Paso no podían tolerar a Quimby; era su excesivo olfato para husmear en determinados negocios bastante peligrosos, que podían poner en peligro la tranquilidad de todo Texas y quién sabía si la de la Confederación. Quimby había sido nombrado sheriff de El Paso por un imperativo irrebatible de las autoridades del Estado.


Bolsilibros - Rodeo 139. Venganza vaquera, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

El equipo en pleno del rancho Bar-O-Bar se había despedido sin que ni un solo peón quedase en la hacienda. Incluso el capataz, que era quien más había aguantado a las órdenes de Max Taylor, se sintió harto de la tacañería y el mal trato que todos recibieran, y en un momento del mal humor colectivo se habían juramentado para pedir su cuenta y dejar al ranchero solo como un aligustre. En el fondo, Max se lo merecía. Hombre que había hecho buenos negocios aquel año, pagaba a su personal de una manera ridícula y en la última venta de ganado, en la que el peonaje había sudado de lo lindo para trasladarlo cien millas desde los pastos al lugar de la entrega, no había tenido un rasgo generoso asignándoles una gratificación por el esfuerzo. Así, cuando a su regreso de la conducción comprobaron que nada tenían que esperar de la generosidad ni siquiera del espíritu de justicia de su patrón, se sintieron tan humillados, que después de un ligero cambio de impresiones acordaron dejarle plantado despidiéndose en masa. Max montó en cólera ante la deserción y les insultó gravemente, pero los peones, sin hacer caso de sus voces y recreándose por adelantado en el grave perjuicio que le iban a causar, recogieron su equipaje y con la paga que acababan de recibir, se trasladaron al poblado a celebrar su emancipación bebiéndose unos vasos de whisky y a trazar planes para su vida futura.


Bolsilibros - Rodeo 142. Eve, el rebelde, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

EUGENE Nickson, el viejo y enérgico sheriff de Casita, cruzó su recia figura en el vano de la puerta de la taberna y con un gesto duro, aunque parecía suave y amistoso, detuvo en seco a un individuo que acababa de, desmontar en un empolvado caballo y con voz persuasiva exclamó: —Hola, Eve. —Hola, sheriff —fue la seca respuesta mientras buscaba un hueco por donde pasar sin tener que apelar a violencia para que no le estorbase el avance. Pero el sheriff, que no parecía dispuesto a que siguiese adelante, exclamó: —Llevaba algún tiempo sin ver tu preciosa figura, Estás más guapo y más moreno, y no te cae mal el atuendo de mexicano mixtificado. ¿Dónde escondes tu preciosa persona? —He estado viajando, sheriff, pero le observo demasiado curioso y un poco molesto. ¿Quiere dejarme pasar? —Seguramente, Eve. Este es un establecimiento público abierto a todo el mundo; se despachan bebidas bastante aceptables, aunque a veces se suban a la cabeza tontamente y hasta es un lugar tan bueno como otro cualquiera para reñir. ¿Cuántos años tienes, Eve? El aludido frunció su cetrino entrecejo y mirando torvamente al sheriff, replicó: — ¿Es algo muy importante eso? —Es una simple curiosidad.


Bolsilibros - Rodeo 144. La perla del Mississippi, de W. Martyn

Aventuras, Novela

LULI Kirnell captó la seca detonación del disparo cuando al agradable calorcillo de los troncos que ardían en el hogar, casi había quedado adormilada con la costura sobre el alda del vestido. Fué algo que en un principio no acertó a definir porque su estado de somnolencia no le permitió fijar con seguridad el lugar de donde el disparo procedía. Pero había sacudido sus nervios despabilándola completamente y, asustada, se levantó, dirigiéndose a la ventana para echar un vistazo fuera. Algo lejos de la casita, serpenteando oscura y fieramente, se deslizaba la rápida y tumultuosa corriente del Mississipí. El invierno que se resistía a ceder, aún mostraba en la rápida riada los últimos vestigios de su crudeza, en rotos témpanos de hielo que bailoteaban al deslizarse hacia el sur, entre las sucias aguas. Todo parecía tranquilo por allí. Por la ventana del lado contrario sólo acertó a descubrir las embarradas calzadas del poblado, desiertas a aquellas horas, y lejos, la masa desnuda de los altos y añosos árboles del bosque, mostrando sus esqueléticas ramas, ansiosas de volver a vestir sus galas primaverales. Una confusión tremenda se apoderó de ella. Alguien había disparado no lejos de allí y no acertaba a fijar el lugar exacto del suceso.


Bolsilibros - Rodeo 170. El rancho del gran cañón, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

El jinete desmontó un poco indolentemente dejando las bridas sobre el cuello del animal, mientras quitándose el sombrero, que sacudió sobre la rodilla derecha, asustó al caballo, que se alejó unas yardas para ponerse a pastar en el acto. Las altas botas del jinete estaban como el resto del cuerpo, cubiertas de polvo de distintas tonalidades, indicio de haber caminado muchas millas por carreteras y caminos, montañas y valles de distinta formación geológica. Con el pañuelo anudado al cuello, después de dejado el sobrero arrugado displicentemente sobre la cabeza, sacudió las botas, el pantalón, la camisa… teniendo que alejarse con rapidez del lugar en que se sacudía para no recibir de nuevo todo el polvo, que como nube policroma le rodeaba a cada sacudida. Desde la roca en que al fin se sentó veía a muchos pies de profundidad un poblado en el que entraría buscando algo de beber para su garganta reseca y una cama blanda de la que tenía noticias de su existencia solamente por referencias desde hacía varios meses. Miró después hacia su caballo y le vio tan entusiasmado con el hermoso pasto que tenía sin limitación a su antojo, que no se atrevió a continuar el viaje. Más por estar muy cansado desató la manta que llevaba en la silla y se echó con ánimo de descansar un poco, pero despertó tantas horas más tarde que habíase hecho de noche y veía al fondo el tenue parpadeo de algunas lucecitas como fuegos fatuos.


Bolsilibros - Rodeo 188. El gran rodeo, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

El tren de la divisoria llegaría con cuatro horas de retraso, que más bien podrían ser cinco, según les comunicó el jefe de estación del poblado de Republic con perfecta indiferencia, como si la llegada de los convoyes con semejante retraso fuese algo tan normal que no mereciese la pena asombrarse por ello. Dennis Litvak y su hija Ana no se mostraron tan conformes con la noticia como el jefe de estación. Resultaba una incomodidad y un fastidio perder en el poblado cuatro o cinco horas, cuando, sobre todo Dennis, tantas cosas tenía que hacer en muy poco tiempo. Dennis era un ranchero de la enorme cuenca del Omak en el Estado de Wáshington, a muy pocas horas de la frontera de la Columbia inglesa, en el Canadá. La época era precisamente la señalada hacía algunos meses para el gran rodeo que se celebraba anualmente en la cuenca y sus rebaños llevaban varios días moviéndose perezosamente por el terreno en busca del sitio que se le había asignado para la concentración. Pero este acontecimiento, el más grandioso e importante que podía producirse al año en la cuenca, había coincidido con el anuncio de la llegada a Republic de Christian Rock, novio de su hija Ana. Un muchacho muy activo e inteligente, ingeniero destacado que había sido contratado en el Estado fronterizo para tomar parte en el tendido de la línea Gran Trunk Pacific, del Canadá.


Bolsilibros - Rodeo 198. El pleno de la muerte, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

HABÍAN quedado bastante atrás los días trágicos de la célebre lucha en el corral OK. Los muertos descansaban tranquilamente para siempre en el celebérrimo cementerio de Tombstone, cuyos primeros monolitos habían sido levantados como un derroche funerario con cuarzo de plata, y la dinámica vida del poblado seguía tan bronca, turbulenta y agria como naciera. Tombstone, por muchos años, debía ser el pueblo bronco por excelencia de todo Arizona.A los que caían y a los que se iban, sustituían otros que en nada tenían que envidiarles, y así, en una loca rueda de caracteres ásperos, los hombres sucedían a los hombres, pero el espíritu era el mismo.


Bolsilibros - Rodeo 208. La banda de Barry Brennan, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Habíase corrido algunas millas arriba de Carson City el campamento minero. Dayton era casi el lugar intermedio entre Carson y Virginia City, donde el mineral de oro parecía afluir con prodigalidad y los buscadores cortaban la ruta entre ambos poblados interponiendo sus excavaciones que se llevaban a cabo con celeridad de locura. Y el poblado de Dayton había nacido como brotado de la tierra apenas las pepitas de oro se manifestaron en las callosas manos de los rudos mineros, un poblado de chozas mal trabadas para resguardarse del frío y de la lluvia, sin alineación, estética ni aspecto urbano. Algo tan anárquico como anárquico era el ambiente. Pero a prestarle fisonomía de algo específico, habían acudido los agiotistas de las minas. Tahúres y comerciantes, una plaga y una necesidad inherente a todo campamento, sin los cuales los mineros habrían sucumbido envueltos en oro.


Bolsilibros - Rodeo 219. Los Cartwright, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Fue a principios del pasado siglo, cuando después de la guerra de independencia todos los súbditos que tras pelear por su libertad quedaron afincados en el territorio libre americano, volvieron sus ojos hacia el Oeste, «La tierra virgen» del interior, acometidos de anhelos expansionistas que durante medio siglo habían de escribir las más heroicas y sangrientas páginas de la historia colonizadora de Norteamérica. La estrecha franja que dominaban a lo largo del Atlántico les sofocaba. Tierra adentro había mucho paisaje libre, salvaje y ubérrimo que conquistar, tierra productiva al esfuerzo del hombre, dominada por los búfalos, los indios y la feracidad del paisaje. Algo grande que haría aún más grande y rica la nación y valientemente, indiferentes a los peligros, a las fatigas, a las privaciones y aun a la incógnita de lo que el destino podía reservarles, desde los montes Apalaches a la costa salvaje del Pacífico, docenas y cientos de cazadores, tramperos y exploradores, se lanzaron por las rutas ignoradas deseosos de aventuras y de conquistas.


Bolsilibros - Rodeo 227. El secreto del muerto, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

La noche era fría y tormentosa. El cielo, cubierto de nubes plomizas desde hacía varios días, había reventado en cataratas de agua que caían sesgadas, batiendo la tierra y ahondándola furiosamente. Los campos acusaban la fiereza del temporal formando grandes lagunas y surcos amplios, que se deslizaban cenagosos, sin rumbo fijo, formando verdaderos lodazales y que ponían en peligro las cosechas. El río White, de ordinario bastante pacífico y pobre de caudal, arrastraba una corriente sucia y pesada que había desbordado sus cauces, extendiéndose por las praderas y sembrados; las sendas eran barrizales donde los caballos pateaban trabajosamente para avanzar y las ruedas de las carretas se hundían hasta los cubos, haciendo casi imposible el rodaje.


Bolsilibros - Rodeo 254. El descarriado, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

El terreno era onduloso, suave; la pradera, exuberante en hierba que crecía pródiga a una altura de más de medio metro, y las espigas, ondulando al viento como un extraño mar de esmeralda, cubrían casi hasta el cubo de las ruedas a las dos carretas que, tiradas perezosamente por dos parejas de bueyes, rodaban lentas hacia el norte, después de haber atravesado el curso del North Fork, al oeste del Estado de Oklahoma. Delante de los dos vehículos, erguido en el caballo como una poderosa estatua de carne bronceada, avanzaba Dick Suift, el jefe de la pequeña caravana. Dick era un hombre extraordinario; fuerte como un toro, alto y recio, de músculos de bronce y de cabeza grande, aunque bien proporcionada, en la que su amplia y rebelde melena negra, un poco rizosa, parecía un casco de guerra sobre aquel cráneo duro de hombre para quien todas las empresas le parecían fáciles ante su solo deseo de llevarlas adelante.