Saltó del lecho y, descalzo, cruzó la estancia. Abrió la puerta y vio algo que le dejó petrificado por el horror.Parecía un montón de pasta grisácea, con algunos hilos rojos en su superficie, que lo surcaban como las venas en unos ojos congestionados. Aquella cosa se movía y palpitaba con ligeros pero rápidos estremecimientos, que recorrían su superficie, partiendo del centro hacia los bordes, a la manera de las ondulaciones provocadas en el agua por la caída de una piedra..Casi en la cúspide de aquella cosa, que parecía un montón de arena grisácea, divisó dos ojos enteramente humanos, que le miraban con expresión de súplica. Incluso creyó ver dos labios que se abrían y cerraban para proferir una demanda de ayuda, en completo silencio, sin emitir ningún sonido. ¡Y los labios y los ojos, lo adivinó en aquel momento, aunque no comprendía lo sucedido, eran los de ella…!
El amplio vestíbulo del Mirzam estaba repleto de público. Hombres de smoking y damas luciendo elegantes vestidos. Reinaba gran expectación ante el estreno cinematográfico de La barca de Satán, la última producción de Freeman Film. La crítica especializada que había asistido a la proyección privada era unánime en su valoración del filme. Las secciones cinematográficas de todos los periódicos de Los Angeles coincidían en catalogar a La barca de Satán como la película más terrorífica de toda la historia del Cine. La Freeman Film, productora de terror y ciencia ficción, había superado todos sus anteriores filmes.
Voy a morir… apenas me quedan fuerzas para escribir mis últimos renglones… Ya he dicho en las precedentes anotaciones quién es el culpable de mi situación… Confío en que este diario, escrito en mi tumba, sea hallado un día por alguien… y el culpable pueda recibir el castigo… que se merece… Se me nubla la vista… La pluma baila en mis manos… Todo se mueve delante de mis ojos… No pasaré de hoy… Mi hija… ¡Oh, Señor… acoge mi alma…!
A aquel jovencito le gustaba pescar en el riachuelo, y solía acudir allí, a su florida orilla, todos los días festivos. Tenía que ir a través del bosque, pero se sabía de memoria el camino y en menos de media hora lo cruzaba, o en poco más tiempo, pues en realidad no había mucho desde Macksontton, la pequeña localidad en la que vivía, y aquel riachuelo cantarín a ratos, murmurador a otros, manso y callado en el resto de su trayectoria. Aquel día, creyó que iba a ser un día como cualquier otro. Lo creyó, por lo menos, hasta que vio «aquello» que salía de la tierra. Era redondo. De lejos, o de tener poca vista, le hubiera parecido, quizá, una pelota.
Tendido en el suelo, sollozaba y se estremecía convulsivamente, invadido por un pavor que atenazaba todos sus miembros y le impedía la menor reacción. ¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí?, se preguntaba una y otra vez. Aquella maldita máquina del tiempo… Su invencible curiosidad… Había sido transportado a la época de los grandes saurios, no cabía la menor duda. Pero ¿qué hacía allí un hombre del siglo XX, acostumbrado a mil refinamientos y sin nada más que sus manos para defenderse de las mil fieras que pululaban por aquellos parajes?
El motor empezó a toser y el conductor del coche lanzó una maldición, después de examinar el indicador de la gasolina, que ya estaba a cero. Por fortuna, podía divisar las luces de una gasolinera a menos de doscientos metros y estaba en un trozo de la carretera que hacia pendiente en descenso, lo que le permitió llegar sin dificultades al poste. El cielo aparecía completamente negro. Por esa razón, se habían encendido las luces de la gasolinera, aunque todavía faltaba bastante para la llegada de la noche. Algernon Drooke paró el automóvil junto al poste y se apeó inmediatamente.
Debra Sagal. Una diosa de ébano. Cautivadora. Sensual… En una danza que parecía dotada de los más ancestrales ritos de la selva africana. Pero aquello no era África, sino Nueva York. Una jungla muy diferente. Más peligrosa que la mismísima selva africana.
A todos se les puso la carne de gallina, cuando recibieron la noticia de que Paul Moore había fallecido. O mejor dicho, cuando recibieron la notificación del notario, en la que les hacía saber que, siguiendo los deseos del propio fallecido, su testamento sería leído instantes después de haberse llevado a cabo el entierro. Su contenido sería dado a conocer en el despacho-biblioteca de la mansión en la que hasta entonces viviera el aludido Paul Moore. Mansión enorme, inmensa, inacabable, que quizá hubiese resultado hermosa a no ser por el lugar en que se hallaba.
Queremos información, muñeca. Datos de las patrullas del Vietcong que operan por esta zona. Número de hombres y armamento de que disponen.Dirigió una suplicante mirada al encapuchado rojo. Enfrentándose a sus ojos. A aquellas dos esferas de hielo.-Piedad… Piedad… -imploraba sin mucha convicción.Consciente de que en aquellos fríos e inhumanos ojos no existía sentimiento alguno.-¿Empezamos, compañero? Estoy impaciente.El encapuchado rojo asintió avanzando hacia el armario. Ella estaba sentada frente al mueble.De ahí su mueca de horror al descubrir el contenido del armario. Plagado de refinados instrumentos de tortura.Antiguos y modernos. Todo un muestrario…
—¿Por qué tuvieron que matarla?—El castillo y las tierras no caben en una maleta.Se quedó perplejo ante aquella sibilina respuesta.—¿Qué quiere decir? -preguntó.Los penetrantes ojos del anciano se clavaron en su rostro.—Hay en el castillo una joya de enorme valor, lo que pasa es que nadie sabe dónde está. Bueno, el conde sí lo sabía y, presumiblemente, también su hija. Y, para mí, eso es lo que están buscando.—¿Una joya? -se asombró el joven.—Sí, la corona de una Virgen. No sé de dónde es, pero la trajo el conde cuando acabó la guerra. ¿Sabe?, era de ellos, de los nazis, usted me comprende, y aunque no le hicieron nada, no fue precisamente de los que quedaron pobres. Cuando pasó la marea, vendió algunas joyas y mejoró las tierras. Pero la mejor de todas está allí, en el castillo.
Winston Graham Huckmaster y su acompañante permanecieron en el mismo sitio durante largo rato. Cuando la noche cayó, Huckmaster abandonó su observatorio y se acercó a la tumba recién ocupada.—Pronto, Storrel, empieza —dijo.El sujeto empezó a apartar la tierra con una pala. Estaba blanda y ello facilitó considerablemente su tarea. Antes de una hora, el féretro quedaba nuevamente al descubierto.Storrel desclavó la tapa del ataúd. Inclinándose, cogió en brazos a la joven que yacía allí y la levantó hasta el nivel del suelo, pasándola a los brazos de Huckmaster, quien se incorporó en el acto.—He de volver —anunció—. Procura dejar todo tal como estaba. No cometas imprudencias.—Descuide.Huckmaster se perdió en las tinieblas. Una vez se volvió y contempló la lúgubre escena que dejaba atrás. A la luz de un farol situado en el suelo, Storrel movía la pala aceleradamente, rellenando de nuevo una tumba que ahora estaba vacía.Los dientes de Huckmaster brillaron en una silenciosa carcajada. Luego, cargado con aquel cuerpo inerte, continuó su camino hasta fundirse con las tinieblas.
El cielo negro pareció desgarrarse brutalmente por un momento.Fue como si una gigantesca mano oscura acuchillara la masa de espesos nubarrones sombríos, arrancándole un destello lúgubre y cegador, mientras reventaba un estruendo estremecedor, rebotando Juego de eco en eco, y por la tremenda herida escapase a raudales la sangre celeste, que no era otra cosa que agua torrencial, descargando en tromba sobre la tierra.Trueno, relámpago y lluvia coincidieron en un formidable estallido que inició el temporal. Un temporal que duraría horas y horas, como era habitual en las regiones septentrionales de Inglaterra, especialmente en aquella época del año.
El hombre era de elevada estatura y vestía una cazadora de piel suave, de color leonado, pantalones y botas de tipo muy antiguo, que le llegaban a medio muslo, muy prácticas, evidentemente, en aquellos terrenos. En el cinturón, al lado izquierdo, se veía asomar la culata de un revólver.Debía de tener unos cuarenta y cinco años, calculó Parnum. Los ojos no se le veían, ocultos tras unas gafas de espejo en el cristal externo, la cara era alargada, aunque no chupada. Las manos quedaban cubiertas por unos guantes de manopla.Pero no fue la presencia del hombre lo que les impresionó, sino los dos animales que llevaban atraillados en la mano izquierda. Philippa, asustada, se acercó instintivamente a Parnum.Sendas cadenas de fino y resistente acero sostenían los collares de dos panteras negras, que enseñaban los dientes casi continuamente, a la vez que emitían sordos gruñidos de amenaza. Parnum adivinó que, de no ser por la fuerte mano del desconocido, los felinos habrían saltado ya sobre ellos.«Antes, un tiburón; ahora dos panteras. Todo son dientes en este lugar», pensó.
«Sea bien venido, señor... A sus pies, señora...Entren, por favor, en buena hora en esta su casa.El personal está a su servicio para todo. Durante las veinticuatro horas del día y la noche, nuestro esmerado servicio permanece a su disposición en todo momento.Pidan. Exijan. Ordenen. Y serán servidas sin protesta y sin demora.Este establecimiento es el más acogedor de toda la región. Sus huéspedes nunca encontrarán un hotel mejor donde alojarse, se lo garantizamos.Porque acaban de entrar ustedes en el Hotel de los Horrores.
Madeline empezó a chillar.A través de las llamas, Potter vio a la joven que se debatía furiosamente. Sus gritos eran estridentes.«Todo forma parte del número», pensó.Pero, de pronto, vio que Irvine parecía desconcertado.En el mismo instante, la larga cabellera de la ayudante se encendió con enorme llamarada. Sus gritos se hicieron horripilantes.Hedor de carne quemada se extendió por la sala. Potter, como otros muchos, se puso en pie.—¡Está abrasándose! —gritó alguien.Madeline se debatía frenéticamente. Su cuerpo era ya una masa rojiza, devorada por las llamas que se agitaban furiosamente.
Cuando Cary Craig volvía a casa de noche tras pasar un buen rato con una de las alegres chicas de cierto club de la ciudad, no podía imaginar la gravedad de los hechos que iba a presenciar. Tras detenerse para recuperar fuerzas, contempla una ominosa procesión de hombres encapuchados que llevan entre ellos el cuerpo lánguido, desnudo y sangrante de una chica. Horrorizado intenta escapar de los “monjes” que, al darse cuenta de que son observados, le persiguen.Mark Fisher, que esperaba llegar a su destino a primera hora de la mañana, se encuentra con el moribundo Cary Graig que le habla de la horrorosa visión que ha tenido. Magullado y roto por dentro, Fisher no puede hacer nada por él, y bastante tiene con defenderse ante el sheriff Conway de la acusación de atropello que pesa sobre él. Únicamente gracias al buen hacer del forense y de su abogada, la señorita Molly Chalmers, podrá salir de prisión. Y junto a esta última emprenderá una peligrosa investigación para descubrir quiénes están detrás del horrible culto de la carne sangrante.
Dio un respingo pegándose al muro divisorio. Abrió la boca para gritar, pero fue tal su terror que no tuvo fuerzas para ello. Una indescriptible sensación de horror que incluso le ocasionaba dolor físico. Su cuerpo sacudido por sacudidas. Por convulsiones de atroz pánico. Su mente atormentada e incapaz de asimilar aquello.Era Drácula quien le hablaba. Sí.Drácula, con sus afilados colmillos asomando por entre los labios, con la palidez de un cadáver, con su negra capa…
Todavía me pregunto si he hecho lo más correcto viniendo aquí en una noche semejante.Pero la oferta es demasiado tentadora para un hombre como yo, con serios problemas financieros y una boda tan inminente. A fin de cuentas, no puede ser tan grave aplazar esa boda unas semanas, unos pocos meses, y obtener asi el dinero que tanto necesito en estos momentos.No se trata de ningún engaño. La mejor prueba de ello es la suma recibida a cuenta, nada más firmar el contrato. ¿En qué trabajo, hoy en día, encuentra uno en Londres a alguien capaz de adelantarle nada menos que quinientas libras, sólo a cambio de una firma en un documento, con la garantía expresada en el mismo de recibir otras quinientas libras al final de la tarea, en un período de tiempo breve y con todos los gastos de vivienda y manutención pagados durante ese plazo?
Unos goterones de un líquido rojizo cayeron muy lentamente al suelo. Hohnill sintió que los pelos se le ponían de punta.Giró sobre sus talones. Entonces vio que las ramas de la higuera se habían inclinado por completo hasta tocar el suelo. Ahora formaban una especie de jaula intraspasable, como si el árbol mismo se hubiera convertido en una red para cazar a su presa.Saltó hacia adelante, para romper aquellos ramajes, pero rebotó con violencia, impulsado por una fuerza desconocida. Tambaleándose, trató de huir por el lado opuesto, pero la trampa se había cerrado por completo.Aún conservaba la hachuela con la que, en ocasiones, trazaba muescas en los árboles. Alzó la mano y descargó un golpe en la rama más cercana.La destral rebotó con fuerza indescriptible. Hohnill sintió que aquel desconocido poder le arrebataba el hacha de la mano, lanzándolo luego, como si fuese un ser inteligente, a través de la red de ramas.Volvió sobre sus pasos. Treparía por el tronco, alcanzaría la copa y luego, gateando por una rama lo suficientemente larga, llegaría a terreno despejado…Cuando se acercaba al tronco, vio que más ramas bajaban de las alturas. Dos gruesas como serpientes, se enroscaron en sus brazos y le izaron poco a poco hacia arriba.Hohnill chilló. Una rama ciñó prietamente su cuello y cortó el grito apenas iniciado. En los últimos instantes de su consciencia, recordó el grito que, sin duda, había sido proferido por Hollis.Luego, el apretón de la rama se hizo despiadado y dejó de percibir toda sensación. Ya no se enteró siquiera de que su cuerpo era brutalmente oprimido y que la sangre empezaba a brotar por múltiples sitios, y que era ávidamente absorbida por los extremos de las ramas del árbol maldito.
Charlotte supo que había «muerto» cuando quiso mover los brazos sobre el embozo de la sábana y no pudo hacerlo; cuando intentó encoger las piernas y siguieron estiradas a lo largo de la cama; cuando hizo lo imposible por mover los párpados y éstos siguieron inmóviles. Entonces, sí, supo que estaba muerta. Supo que había dejado de existir. Supo que todo había acabado para ella. Sin embargo, ella oía las voces a su alrededor y veía a través de sus párpados entreabiertos. Captaba perfectamente, pues, cuanto ocurría en su órbita visual y auditiva.