Cale y sus amigos han conseguido la primera de las seis semillas que necesitan para que los árboles parlantes vuelvan a crecer. Rídel les revela que la siguiente está en el laberinto del Baobab, un entramado de raíces subterráneas que lleva agua a las cosechas. Entrar en el laberinto es muy peligroso, pero ellos están dispuestos a arriesgarse. Lo que no saben es que dentro del túnel alguien o algo les está esperando…
Cale y sus amigos tienen que buscar la tercera semilla para salvar el Bosque de la Niebla, pero cuando Cale va a las dragoneras, ¡descubre que Murda y su primo Nidea han raptado a Mondragó! Para ello, Arco se pone la armadura de Cale y se enfrenta a Nidea. ¿Conseguirá vencer a los malvados primos y recuperar a Mondragó? ¿Dónde está la tercera semilla?
Cale consigue descifrar el mensaje en clave que había encontrado en la cabaña de Curiel. El curandero le pide que vaya a verle inmediatamente a las mazmorras. Sin embargo, su misión fracasa nada más empezar. Una vez en el castillo del alcalde, ¡Wickenburg y su hijo le descubren y le encierran en la misma celda que el curandero!
¿Conseguirá escapar y encontrar la siguiente semilla?
Tras el incidente de las Cuevas Invernadero, Cale y sus amigos intentarán recuperar la quinta semilla. Rídel les indica que está en el Parque del Tule. Pero al llegar cerca del árbol del Tule, ven que hay mucha gente mirándolo. Por ello, acuerdan volver después de la cena. Pero antes, Cale contará con una ayuda inesperada… ¿Será una ayuda o tendrá peores consecuencias de las que esperaba?
Cale está castigado en su castillo y, esa misma noche, debería ir con sus amigos al Bosque de la Niebla con las seis semillas. ¿Pero cómo va a recuperar la sexta semilla si no puede salir? Para colmo, en Samaradó ha comenzado la operación de búsqueda y captura de Curiel y Cale oye disparos y dragones que se acercan peligrosamente. Ha llegado el momento de tomar la única decisión posible.
Después de los terribles acontecimientos ocurridos en Moneda Maldita 1 (novela breve contenida en ‹‹El sendero del horror››), Abelardo intenta reponerse de las consecuencias mientras lidia con la Policía y trata de asumir que ahora es sólo un ‹‹medio hombre››. No es capaz de hacerlo y cae en una depresión que paga con su entorno más cercano. Pero todo se complica aún más cuando descubre que la maldición no ha desaparecido sino que se ha transformado Y ahora las consecuencias van mucho más allá . Ahora, la maldición es él
Sandra era una joven normal y corriente. Estudiante universitaria de magisterio. Ávida lectora en su tiempo libre. Y escritora en sus noches más amables. Pero desde luego, su vida era mundana. O al menos, hasta que conoció a Víctor. Todo cambió al conocer a ese sujeto. Aunque nada pareciese especial… Un Viernes por la noche. Un bar de rock con sus amigas. Una chica fuera de lugar. Y un depredador de caza. Víctor, con su tez pálida y ojos azules. Alto, fuerte, masculino. Cazadora de cuero. Botas militares. Olor a tierra. Dientes afilados. Y Sandra era su presa. No fue difícil seducirla. No fue difícil llevarla a su terreno. No fue difícil morderla. Pero sí fue difícil transformarla. Convertirla. Enseñarla.
«Monstruos parisinos» recrea, con una sugerente y refinada prosa, los esplendores y miserias de la vida galante en los estertores del París decimonónico. Un mundo elegante y crepuscular en el que se entrecruzan las vidas de artistas, escritores, actrices, críticos y aristócratas que han hecho de la perversidad, el placer y el fingimiento un refinado arte. Como escribió Maurice Barrès: «una especie de «Comedia humana» decadente que refleja, en miniatura, la sociedad contemporánea en su declive». Mediante la distancia de la ironía, entre el horror y la fascinación, Catulle Mendès sigue los pasos de estas criaturas mundanas y sensuales, perfilando una atractiva galería de retratos conectados entre sí. Pero su caracterización deja entrever un secreto deleite, como si tampoco él pudiera sustraerse al magnetismo de las desmesuradas pasiones que terminan por arrastrar a sus personajes al abismo.
Alan Parker se ve obligado a hacer autostop para llegar al hospital donde su madre convalece de un grave accidente. Sin embargo, no imagina que durante el trayecto se enfrentará a la experiencia más terrorífica de su vida. En efecto, los sucesivos conductores que le recogen encarnan macabras fuerzas del más allá capaces de anticipar e incluso modificar el destino de Alan y de su madre. La clave del pavoroso enigma radica en un parque de atracciones, concretamente en una atracción llamada «la bala», similar a una montaña rusa y que, para horror de los lectores y el protagonista, detenta un inexplicable poder sobre la vida y la muerte… Un relato en el que la cotidianidad más absoluta se convierte en escenario del espanto más innombrable.
Cuba es un país de dos estaciones y dos monedas; de cubanos de adentro, y de afuera; de negros, de blancos, de dulce y salado. Es lugar de apenas norte y sur, de ciudad y campo, de La Habana y Oriente, de lluvia y sequía, de dos discursos. Y de dos literaturas: la lúdica, escapista, y la del desencanto y la realidad descarnada. A esta última pertenecen estos cuentos de Alex Heny
Nuevos relatos inéditos de Fitzgerald: dieciocho textos tan cómicos como oscuros, de acentos inesperados, que resignifican y expanden la obra de su autor. Empresarios atrapados en un psiquiátrico por error; guionistas reconvertidos en vagabundos para encontrar la inspiración perdida; soldados capturados y colgados por los pulgares; seductores legendarios por quienes se suicidan todas las mujeres; pero también herederas tan ricas como torpes a las que resulta imposible encontrar marido; jóvenes cuya hermosura no para de acarrearles problemas; adolescentes que descubren la gran ciudad por primera vez, y un buen número de chicos que conocen a chicas y viceversa: sobre estos y otros personajes escribía, entre 1920 y su muerte en 1940, F. Scott Fitzgerald en el puñado de relatos que se reúnen por primera vez en «Moriría por ti y otros cuentos perdidos». Textos recientemente descubiertos y también textos repetidamente descartados por editores que no reconocían en ellos la marca registrada de uno de sus autores más identificables, aquí embarcado en la exploración de nuevos tonos y temas, en más de una ocasión moldeados sobre materiales autobiográficos: lo son los que inspiran «Pesadilla», «Qué hacer» o «Ciclón en la tierra muda», cuentos respectivamente ambiguos, excéntricos y cómicos sobre hospitales psiquiátricos como los que albergaron a la esposa de Fitzgerald, Zelda; lo es la anécdota de partida de la cruda pareja «Pulgares arriba» y «Cita con el dentista», extraída de la historia oral familiar; y lo son, desde luego, las múltiples referencias cinematográficas que permean estos cuentos, que incluyen tres esbozos en los que el Fitzgerald guionista trabaja a caballo entre el slapstick, la screwball comedy y el melodrama familiar. Textos que abrazan la sátira, el humor físico y otras múltiples formas de la comicidad junto a textos que al estilo chispeante y agilísimo de Fitzgerald, a su ingenioso despliegue de réplicas y contrarréplicas y a la ligereza luminosa y elegante, la desafiante libertad, que envuelve sus personajes y escenarios, añaden notas de oscuridad imprevista y osada: la de la locura, la de la guerra y la del suicidio; la del alcohol, la enfermedad y el desamor. Textos, en fin, en ocasiones muy caros a su autor, que se abstuvo de limar sus aristas más incómodas para que encajaran en el retrato oficial de Fitzgerald, incluso a costa del injustificado destierro al que se vieron sometidos, y del que ahora los rescata este volumen primorosamente anotado y presentado por Anne Margaret Daniel, capaz de dialogar con toda la obra de Fitzgerald al tiempo que la resignifica y expande.
Una joven visita la aldea de su padre en Medio Oriente. Las idas y vueltas de la vida en una mesa de pool. Un falso curandero, un artista enfurecido y una chica capaz de cualquier cosa con tal de retener a su amor... Estas son algunas de las piezas que componen el mosaico de Mosquita Muerta, una colección de narraciones breves que nos conducen a los más insospechados escenarios. Con un fino manejo del humor y un ritmo que no decae, Di Tata Roitberg nos presenta un abanico de historias en las que lo cotidiano y lo inesperado se dan cita en cada una de sus páginas. Testimonios de vida, aventuras amorosas e intentos de estafa se entrecruzan en esta obra en tono de comedia que es a la vez un fresco de sutiles matices sobre la condición humana. Una obra imperdible de la nueva narrativa argentina. Incluye los relatos: El ratón Pérez Turquita Una chica prolija Allá arriba Un héroe del turf Rayada o lisa La inauguración El abuelo Gualeguaychú Mosquita Muerta
El viaje de su vida. Susana había perdido sus sueños. Con una pila de ex-novios en su historial, asumía que al final no existía ningún príncipe azul. El hombre más cercano a ello, Roberto, desapreció sin dejar rastro hace 7 años. Ahora solo le queda una hija, a la que a duras penas puede mantener con su trabajo de camarera en Los Angeles. Sube y agárrate fuerte. Roberto llevaba años desaparecido. Sin saber que Susana, su primer amor, estaba embarazada, no tuvo más remedio que seguir los pasos de su padre y unirse a los Ángeles Negros, un club de motos clandestino conocido por traficar con armas y proteger negocios locales frente a otras bandas criminales. Sin embargo, todo cambia cuando aparca su Harley frente al restaurante donde trabajaba Susana y se la encuentra siendo extorsionada por un matón; dinero o destrozar el local. Y no mires atrás. Una pelea, un reencuentro, y una noche de sexo. No hace falta más para poner tu vida patas arriba, pero todo se hunde cuando Roberto se encuentra con su hija. Desde ese momento aquello ya no se trata de él, ni de Susana, sino de poner las cosas en orden… algo que no resulta fácil estando tan hasta el cuello.
«Movimiento perpetuo» se escribió en 1972, y más que una novela, es una compilación de reflexiones, pensamientos y relatos que parecen estar conectados por una temática común invisible. Tiene una extensión muy ajustada, pero sólo por la densidad de su contenido merece mucho más la pena que infinidad de novelas de 500 páginas o más que tanto se venden en las librerías últimamente. Y es que Monterroso hace del dicho “lo bueno, si breve…” la principal virtud de su creación, de manera que la imposibilidad de seguir leyendo cuando uno llega al final, implica una rápida segunda lectura, como si fuera un libro de consulta. Lo más destacable de esta obra es el tono con que se cuenta todo, un tono que al fin y al cabo puede ser el hilo conductor del conjunto, sin que el lector se dé verdaderamente cuenta de qué puede provocar la unidad implícita de la obra. «Movimiento perpetuo» es una de las obras cumbre de la ficción breve, y por ello injustamente cuasi-desconocida, a pesar de que es y ha sido intenso objeto de estudio de cómo la prosa de corta extensión puede calar tan hondo como lo consigue, y con extraordinaria solvencia, Augusto Monterroso.
Poderoso, maduro y mi jefe. Una combinación letal… Que me satisface mucho. Profesional, y personalmente. Manuel no es un hombre típico. Musculado, educado, formal. Confiado, agresivo, comprensivo. Dominante. Multimillonario. Al principio lo llamaba Manuel. Ahora lo llamo Maestro. Y todo comenzó con una cena. Él me invitó. Yo acepté. Nunca debí. Era su empleada. Pero fue decisión suya… Y su voluntad son mis órdenes.
Muchacha punk fue escrito de un tirón, en tres horas, como al dictado de una voz —ajena—, al cabo de una noche de diciembre de 1978. Aunque estuve semanas corrigiéndolo, dudo que la última versión haya perfeccionado en algo lo que había ido desgranándose aquella madrugada de calor. El relato venía sobrecargado de propósitos teóricos y abunda en guiños, anagramas, provocaciones al Estado policial de la época e insidias a escritores de moda. Como suele ocurrir, todo eso pasó inadvertido a los lectores y al jurado que le concedió el primer premio en el certamen más concurrido de 1980. Paradojalmente, los auspiciantes del concurso —una fábrica de gaseosas— quisieron publicar este relato bajo el lema «Cómo crean en libertad los jóvenes argentinos». Yo era argentino, pero ya no era joven y por entonces la noción de libertad me resultaba tan hueca y banal como ahora. Creo que el relato es elocuente al respecto. Por efecto de éste y otros textos contemporáneos más, yo, un hombre grande, comprometido en una carrera empresaria, terminé creyendo que era un escritor y que debía escribir y cambiar de oficio. Visto desde la perspectiva de la especie, puedo atribuir a Muchacha punk el origen de una trama de malentendidos y desgracias a la que la presente publicación viene a agregar un nudo. R. F.
En «El hombre hueco» de John Dickson Carr, una de las mejores novelas policiacas que se han escrito, un personaje identifica al género policial con la magia y pasa a describir cómo puede hacerse desaparecer a una persona, al aire libre, sin los trucos a los que recurren los profesionales en el teatro: a un campo abierto llega un jinete ataviado llamativamente y acompañado de un grupo de ayudantes a pie y uniformados como pajes; éstos, en un momento, forman un círculo alrededor del caballero quien, cuando se separan, ha desaparecido. La ejecución es muy simple: el traje del caballero es de papel y, al cubrirlo sus ayudantes, se lo quita, lo dobla y lo esconde en sus ropas que son el mismo uniforme de los demás, a los que se une. Así se «desvanece en el aire» ante los espectadores. Éstos, comenta Carr, no alabarían el ingenio del truco sino que se sentirían «defraudados» de saberlo, sensación parecida a la que experimentan algunos lectores cuando en el capítulo final se da la solución a un problema embrollado. En una novela policiaca se parte de lo maravilloso a lo racional, situación inversa a la que se da en el cuento de terror. Bien sabe esto María Elvira Bermúdez (1912), autora de los seis relatos detectivescos de este volumen y aficionada de «hueso colorado» al género. Bermúdez considera que si la explicación del crimen «imposible» satisface los requerimientos de la lógica, se cumplen las rigurosas normas de esta literatura, «la más difícil de escribir: saber quién fue el asesino y conocer sus motivos constituyen un reto a la imaginación y a la capacidad intelectual del lector». Por supuesto que un buen relato debe ajustarse al «juego limpio» y el autor debe dar todos los elementos necesarios para que se descubra el misterio.
Un caballo que agoniza tras un accidente, una pareja que no se atreve a quererse, un adolescente. En Muerte de un caballo, como si en una pequeña nouvelle de cámara se tratase se articula, con esos simples elementos, todo un discurso acerca del amor y la muerte. El miedo a amar, la experiencia de la muerte y del accidente, el lento descubrimiento interior del otro y de uno mismo frente al otro. La escena es inmóvil en realidad, como en una fotografía, pero el movimiento interno de los pensamientos y las voluntades de sus protagonistas giran en torno al caballo que agoniza, no sólo tratando de entender lo que ha sucedido, sino tratando de entender lo que verdaderamente desean. El caballo moribundo se convierte al fin en una especie de centro de gravedad frente al cual ya no es posible mentir ni mentirse, un centro blanco que empuja a los protagonistas a asumir lo que sienten y desean.
De expresión inmensamente triste, rara belleza y vida trágica, Annemarie Schwarzenbach no dejó indiferentes a cuantos la conocieron, como Thomas Mann y sus hijos, André Malraux y Carson McCullers, quien le dedicó su libro «Reflejos en un ojo dorado». Viajó a Persia una y otra vez atraída por su pasado, los desiertos, los jardines paradisíacos, los valles solitarios. Escrito en 1936, este «diario impersonal», como ella lo definió, es una mezcla de autobiografía, crónica de viaje y ficción, en que la voz desgarrada de la narradora se funde con la grandeza turbadora de unos paisajes convertidos en espejo de sus miedos, su soledad y su amor por una joven turca.
Unos matrimonios disfuncionales parecen atrapados en sus propios dramas interpersonales durante un viaje a Egipto, a pesar de que todo apunta a que algo va terriblemente mal. Con «Muerte en el Nilo» Connie Willis ganó en 1994 los premios Hugo y SF Chronicle Readers. Fue asimismo finalista de los premios Nebula y Bram Stoker.