A sus 44 años, Ricardo Blanco ha conseguido encauzar una vida sin norte montando en su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, una agencia de detectives con la ayuda del dinero de un amigo. El encargo que le hace una bella mujer de investigar el aparente suicidio de su novio lo sumergirá en dos mundos seductores pero al cabo peligrosos: los bares, los cruceros y las fiestas de los 'niños bien' de Las Palmas, con su insultante vocación de impunidad; y la atracción fatal de su clienta que amenaza el aparente desapego emocional del detective.
A Mario Bermúdez, un tipo oscuro y pusilánime, nadie le echó de menos cuando desapareció, un viernes de abril. Por eso su cadáver estuvo tres días descomponiéndose en el cuarto de baño. Por eso no hubo quien le explicara al inspector Álvarez qué hacía bajo la ducha con un sostén de encaje color teja y bragas y liguero haciendo juego. Pero cuando al viernes siguiente aparece otro hombre con los mismos síntomas de asfixia y también vestido de mujer, y más tarde otro, toda la ciudad de Las Palmas se conmueve. Segunda novela del Ricardo Blanco, el detective canario amante del jazz, las mujeres, el cine y la novela negra.
Esta nueva entrega de las aventuras del detective Ricardo Blanco se inicia con la súbita muerte del primer violín de la Filarmónica de Nueva York durante un concierto en el Auditorio de Las Palmas. La trascendencia internacional del caso y la necesidad de una gran discreción hacen que la policía recurra a los servicios del detective Ricardo Blanco para investigar lo que resultará ser un asesinato. Las sospechas se centran pronto en torno a uno de los miembros más recientes de la orquesta, la viola canadiense Juliette Legrand. Sin embargo, a medida que va escarbando en su pasado, Blanco se sentirá irremediablemente atraído por ella, lo que le producirá más de una complicación.
Un rastro de sirena es la cuarta entrega protagonizada por el detective canario Ricardo Blanco. En esta ocasión, el cadáver de una muchacha aparece descuartizado en la Playa de La Laja, en Las Palmas. Con un tatuaje y un collar como únicos elementos para desentrañar el crimen, Blanco debe adentrarse en el mundo de la prostitución y el tráfico de drogas vehiculado, principalmente, por la mafia rusa, que en pocos años se ha asentado en la isla de Gran Canaria.
Volvió a nacer la noche del siete de septiembre, víspera del Pino, durante una ola de calor sofocante. Al hombre, por supuesto, le importaba un bledo su renacimiento, ¿quién sabe si lo que buscaba era precisamente acabar con todo de una vez para siempre? Una aparición, la de un hombre que deambula solo y desnudo por una carretera, y una desaparición, la de un periodista que pregunta demasiado, se entrecruzan en mitad de septiembre. Ambos caminos conducen a un valioso cuadro del siglo XVII del que nadie quiere hablar. El calor es huraño. El aire irrespirable. Todos mienten. En este escenario, a Ricardo Blanco le toca descifrar el enigma de Nuestra Señora de la Luna, en un momento de su vida en el que todo parece desmoronarse. Por si fuera poco, cada huella conduce a un lugar diferente (el Museo Diocesano, el Convento de las Ursulinas, el Obispado) pero igual de confuso.
El día de los Inocentes es tan buen día como otro para morir. Eso debió pensar Gervasio Álvarez cuando le dieron la noticia de la aparición de un cadáver. Andrea Mérida, viuda de militar, madre de tres hijos, pensionista, ha sido envenenada con un compuesto de cianuro. Nadie ha oído ni visto nada. Nadie puede explicar la causa del crimen. Nadie parece ganar con esa muerte. Por eso Álvarez decide rescatar a un buen amigo de su retiro voluntario.
Todos los muertos deberían valer lo mismo. Sin embargo, en tiempo de crisis hay muertos y muertos. Cuando aparece en un callejón de la Isleta el cuerpo sin vida de un extranjero con un agujero de bala en la nuca la policía de Las Palmas de Gran Canaria no tiene por dónde empezar. Si, además, resulta que ese extranjero no es americano ni alemán ni inglés y que ese cuerpo no lo reclama nadie, la investigación se va ralentizando hasta casi el marasmo. Así que, tras una cena en la que la mujer del inspector Álvarez le lanza el guante, Ricardo Blanco regresa a la investigación de un crimen. Por el camino se topará con los restos de una guerra que se remonta a veinte años atrás entre bosnios y serbios. La identidad del muerto, la extraña voladura en una obra en construcción, la aparición de un viejo veterano del sitio de Sarajevo y la desaparición de un poeta libanés que asiste a un Congreso de Literatura son los ingredientes con los que José Luis Correa construye la séptima entrega de la saga de su detective canario. En esta ocasión, resurge la figura de una agente de policía que colaborará en la resolución del caso. De fondo, la ciudad en agosto, el estilo socarrón y desenfadado y la forma de narrar tan personal de Correa rematan El verano que murió Chabela.
Cuando el cuerpo sin vida de una estudiante aparece en un zaguán de Las Palmas, y el supuesto asesino solicita su ayuda, Ricardo Blanco no sabe que se enfrenta a uno de los casos más complejos de su carrera. A medida que se adentra en la investigación, no está seguro de que su cliente se merezca el tiempo y el esfuerzo que requeriría librarlo de una condena que todos dan por segura.
Estamos ante una nueva novela negra de la serie de Ricardo Blanco, pero, en este curioso caso, el protagonista es también la víctima de la historia. Efectivamente, nada más empezar, el detective es atacado y herido por un desconocido en la entrada de su casa. Ricardo Blanco ha sobrevivido pero necesita averiguar quién lo quiere muerto, a quién ha hecho tanto daño. Empieza así un misterioso viaje por la isla de Gran Canaria, que es también un viaje interior. La obra, que mantiene todos los rasgos de la literatura de Correa, es esta vez, más que una novela negra, una reflexión sobre la condición humana y un tratado íntimo sobre el miedo.
Cuando el detective Ricardo Blanco recibe la visita de Niágara Caballero denunciando el secuestro de su padre, un fotógrafo retirado, está lejos de imaginar las implicaciones que esa desaparición lleva consigo. Comenzará una lucha desaforada por encontrar con vida a Humberto Caballero y mantener el ánimo de una hija que cada día que pasa se hunde más en la desesperanza. Lo que se inicia con una simple búsqueda deriva en una maraña de complots y desencuentros que desemboca en una guerra entre colombianos y libios. La intriga y el peligro van siempre de la mano en esta novela a través de una investigación que lleva a la Noche de Finados, la fecha en que Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad protagonista de las novelas de José Luis Correa, podría quedar arrasada.
Cuando al detective Ricardo Blanco le proponen investigar el asesinato de una influencer en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, no las tiene todas consigo. Las redes sociales son un auténtico galimatías para él. Desconocedor de ese mundo de poses, seguidores y megustas, tiene la sensación de bucear en un mar profundo y misterioso, lleno de trampas. «Las dos Amelias» es un nuevo caso (ya el decimoprimero) del detective canario, que tendrá que nadar a contracorriente para desentrañar un crimen horrendo. José Luis Correa presenta una historia ágil, electrizante, con un trasfondo de personajes oscuros y vengativos que no repararán en nada con tal de ajustar viejas cuentas. Y, sobrevolándolo todo, la ciudad de Las Palmas, la calima, la panza de burro, la noche en las Canteras. Las dos Amelias es, más allá de una novela policíaca, una reflexión sobre las relaciones humanas, la soledad y la violencia.
Que una patera llegue a las costas canarias no es, por desgracia, un hecho insólito. Pero, cuando naufraga un cayuco en la playa de Maspalomas con más pasajeros de los que embarcaron, todo se descompone. Y el olor de dos cadáveres lo impregna todo. Dos cuerpos mustios, inmóviles, con las caras hundidas en la arena caliente, sus manos hechas garras como quien busca agua. En Para morir en la orilla, el detective Ricardo Blanco se enfrenta a uno de sus casos más dolorosos. En él, va a arriesgar no solo su vida sino la de aquellos a quienes más quiere. Esta nueva entrega esconde una oscura historia de tráfico de personas, prostitución y violencia policial.
La paz y el equilibrio de un pueblo de pescadores se resquebrajan con la desaparición, primero, y el asesinato, después, de una joven irlandesa que pasa sus vacaciones en la isla. El hallazgo del cadáver en los bajíos atormenta a la dueña de un hostal que no se atrevió a hacer una llamada a la Guardia Civil. La vergüenza y la culpa la empujan a buscar ayuda en «un conocido de la época de la universidad: un tipo con una mirada franca, un andar desgarbado y un oficio estrambótico». De esta manera azarosa, como la vida misma, el detective Ricardo Blanco acaba en un pueblo dejado de la mano de Dios. Y, a cada paso que da en su investigación, la trama se va enredando más. Cada peldaño que conduce al fondo del crimen esconde un nuevo enigma. La estación enjaulada es la decimotercera entrega de la saga de Ricardo Blanco y supone otra vuelta de tuerca en la producción literaria de José Luis Correa. Aquí el autor grancanarino se adentra en la oscuridad de las sectas, un mundo tenebroso con personajes siniestros, intenciones aviesas y ausencia de escrúpulos que se apilan en una novela que estremece y abruma. En esta nueva entrega el lector se encontrará con un Ricardo Blanco cada vez más hondo y reflexivo, más cercano a Maigret que nunca. No obstante, la riqueza verbal y la socarronería siguen siendo las inconfundibles del estilo de José Luis Correa.
A finales de junio, pocos días después del confinamiento, aparecen dos cadáveres en la calle la Naval. Elías Almeida y Ángel Estupiñán han sido asesinados a puñaladas en la buhardilla que comparten desde hace cinco años. Como suele suceder en estos casos, nadie acierta con una explicación. Son dos hombres queridos y respetados en sus oficios, Ángel como modisto y Elías como profesor y escritor. La madre de Almeida, ante la opacidad de la policía, acude a «un detective algo estrambótico al que se le dan bien los enigmas». Así comienza la decimocuarta entrega de la serie de novelas que tienen como protagonista a Ricardo Blanco. Una historia de ambigüedades y silencios, un asesino que llena la escena de pistas contradictorias y un móvil confuso que a veces se vence hacia la pura homofobia y a veces hacia la cruda venganza. Perdedores, antihéroes, personajes variopintos a quienes hostigan los errores del pasado se encuentran, como en un escenario, en un tiempo en el que los relojes parecen haberse detenido. Las noticias funestas del COVID lo ensombrecen todo y la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, como todas, se ha convertido en un tanatorio.
Tras ser apresado por contrabando de tabaco y después de pasar un tiempo en la cárcel, Ricardo Cupido sale en libertad condicional y decide marcharse a Tenerife a ver a Siro, un amigo de la mili. Allí se ve involucrado en un asunto de tráfico de drogas. Al ser considerado sospechoso, Cupido inicia su carrera como detective y resuelve el caso.
En la reserva natural de Paternóster muere una mañana, salvajemente asesinada, la joven y bella pintora madrileña Gloria García Carvajal. Para esclarecer los motivos de tan horrible asesinato, el abogado Marcos Anglada, prometido de Gloria, contrata al detective privado Ricardo Cupido. Poco después aparece el cadáver de una excursionista adolescente asesinada de la misma manera y en el mismo lugar. En sus pesquisas, Cupido topará con una variopinta galería de personajes: desde un antiguo profesor de Gloria, de cuya ruptura matrimonial ella es la causa, hasta doña Victoria, que lucha para que le sean devueltas unas tierras. Pero un casual descubrimiento suscitará en Cupido de repente una terrible sospecha.
Aturdido por el abandono de su mujer, Julián Monasterio vive solo con su hija Alba, una niña en exceso callada a la que cuida de modo entrañable. Al morir su madre, recibe en herencia, entre otros objetos, una pistola cuya procedencia resulta intrigante. Más misteriosamente aún, la pistola desaparece de la caja fuerte de un banco donde estaba depositada. Y, poco después, un profesor del colegio de Alba muere de un disparo en la nuca. Julián recurre a un detective, Ricardo Cupido, para que le ayude a desentrañar el misterio y a disipar las sospechas de que la bala asesina pudiera proceder de su pistola.
Escrita con el mismo rigor que una tragedia griega, con el predominio de los personajes sobre la acción, La sangre de los ángeles constituye un penetrante estudio psicológico de las pulsiones que nos inclinan al bien y al mal y de lo enigmático de algunas reacciones del hombre.
Como en tantas ciudades en pleno crecimiento, en Breda una modesta empresa constructora quiere aprovechar los nuevos tiempos para construir una urbanización de lujo en el extrarradio. A pesar de que entre los socios hay discrepancias y temores ante una operación tan ambiciosa, los suculentos beneficios previstos los animan a emprenderla. Pero de repente aparece el cadáver de uno de ellos en uno los chalets recién construidos. Un torvo pianista fracasado, dedicado a completar sus humildes ingresos eliminando animales y mascotas incómodos, parece estar detrás de todo ello. El detective Ricardo Cupido se sumerge en una investigación apasionante, donde no importan tanto las coartadas cuanto la turbia y desolada descripción de la condición humana.
Samuel observa cada día desde su ventana a una mujer que deja a los niños en la parada del autobús escolar. Fascinado por ella, una tarde en que él está ausente programa su cámara para hacerle varias fotos. Pero además de las imágenes de la mujer, la cámara capta un hecho inesperado: ese día y en esa esquina unos adolescentes provocan al perro de una casa vecina, este salta la verja, muerde a uno de ellos y lo mata.
Samuel prefiere ocultar esas fotos y, sobreponiéndose a su natural timidez, acaba presentándose a la mujer que ve cada mañana. Es Marina, hija de un militar, el comandante Olmedo, encargado de desmantelar el cuartel de la ciudad. Olmedo, hombre estricto y cumplidor de su deber, aparece en su domicilio con un tiro en el pecho de su propia pistola. Pero Marina no cree la versión oficial del suicidio de su padre y contrata a Ricardo Cupido, detective descreído y pacífico que, en su investigación, descubrirá lo mucho que ocultan las vidas de estos personajes y las tensas relaciones que establecen entre ellos. Desde los compañeros de cuartel, hasta el exmarido de Marina, todos tienen razones para ser sospechosos.
En la cuarta etapa del Tour de Francia, Tobias Gros, el favorito e imbatible ganador de las cuatro últimas ediciones de la carrera, muere asesinado mientras descansa en un hotel tras una jornada agotadora. Uno de los primeros sospechosos es Santi Mieses, corredor del equipo rival que habló con Gros poco antes de que este fuera asesinado. Para atajar las habladurías, Luis Carrión, el director del equipo donde pedalea Mieses, contrata al detective Ricardo Cupido, mero espectador de una de las etapas reinas, el ascenso al Tourmalet. En su investigación, Cupido se adentra en el mundo de los ciclistas y conoce de primera mano los manejos entre equipos, los papeles que se reparten los corredores en cada etapa, las disputas y enemistades entre ciclistas o los escurridizos equipos médicos que proporcionan el dopaje en dosis exactas. Pero también el protagonismo callado, pero no menos crucial, de los «gregarios».