El Encapuchado fue un folletín policiaco de calidad que gustaba al lector por su estilo elegante. Contenía ingredientes que siempre atraen al lector: intriga, emoción, amor, acción y enmascarados. Los hechos transcurrían en Baltimore en los años cuarenta, época de mafias y malhechores. Los protagonistas eran yanquis. En esa ciudad había una justiciera llamada La Antorcha; un millonario, Milton Drake, aburrido con ganas de hacer el bien que se convertirá en El Encapuchado y un inspector que va tras ellos. El protagonista se debate entre el amor de dos mujeres. Una narrativa sencilla y virtuosa que nos trasladaba a ambientes de película de cine negro americano. El Encapuchado fue un éxito y todo un logro teniendo en cuenta que eran novelas que se tenían que escribir muy rápidamente. Tanta fue su popularidad que en 1947 su personaje salto al cómic con dibujos de Adriano Blasco. De hecho, El encapuchado de Hipkiss compitió en popularidad con El Coyote de José Mallorquí Figuerola.
Oliver Grimm, inspector de la policía, se propuso hacer un viaje de placer en el CARlBBEAN QUEEN, pues tenía la seguridad de que «La Antorcha» viajaría también en aquel barco. Y añadió que cuando su amigo Milton Drake iba a algún sitio, la misteriosa «Antorcha» aparecía poco después. Todo fue bien hasta que desaparecieron «Las Perlas» de la señora Shandon, robadas, según aseguró la víctima, por «El Encapuchado».
Se ganaba mucho dinero con los chinos que deseaban entrar ilegalmente en los Estados Unidos. Pagaban un pasaje exorbitante y desembarcaban en el interior de grandes cajones de madera que según se creía, contenían maquinaria Pero los guardacostas sorprendían al barco que llevaba a los chinos, entonces…ERAN ECHADOS AL MAR. Se amasaron grandes fortunas y perecieron millares de Infelices, sacrificados por sus verdugos, hasta que «EL ENCAPUCHADO» y su extraña y misteriosa compañera, aquella mujer enigmática y valerosa, es decir: «LA ANTORCHA».
Marvis ha sido secuestrada. El Encapuchado investiga el último lugar donde se sabía que iba a ir, el restaurante de Tedeschini, un tipo sospechoso por sus negocios oscuros. El Encapuchado ayuda a un tipo en apuros, Bill Garth, que se covierte en su aliado.
En la gran habitación, sólo un punto se veía iluminado: la superficie de una mesa de despacho. Sólo un ruido se oía: el rasgueo de una pluma al deslizarse sobre el papel. Aun este murmullo se apagó de pronto. El hombre sentado a la mesa se inmovilizó. La pluma quedó suspendida sobre la escritura.
Sonó un chasquido en la oscuridad. Una franja de penumbra se dibujó en las tinieblas; se obturó en parte, como si un cuerpo opaco se hubiera interpuesto, y desapareció, totalmente, de nuevo. No se oyó más sonido que los acordes del tango que tocaba la orquesta en el salón, al otro extremo de la casa, para solaz de los invitados de Kenneth Clarkson.
Los dos hombres fueron charlando animadamente casi todo el camino. Brand parecía muy familiarizado con el mundo de las finanzas. Sealwood, cajero de un importante banco, encontraba la conversación muy de su agrado.
El doctor McKinley ha sido secuestrado. El Encapuchado acude en su ayuda. El secuestro se resuelve felizmente, pero al inspector Oliver Grimm, se le ocurre como tenderle una trampa al Encapuchado para capturarle.
La Antorcha encuentra robando fórmulas en unos laboratorios secretos, a Yvonne Sobraski. Consigue recuperarlas y se las entrega al responsable del laboratorio Wrangle, quien le encarga viguilar de otros dos laboratorios. La antorcha reclama ayuda al El Encapuchado.
Ivy Ledborn, secretaria de confianza del Fiscal del Distrito, es asaltada en su casa por Bruce Cardigan, alias «Gentleman» Bruce. Desea que destruya unos documentso que el fiscal tiene en su despacho, para ello le presiona secuestrando a su hijo. La Antorcha acude en su ayuda.
En una casa de los alrededores de Baltimore se alza una casa, que parece desierta, y nadie ha visto desde hace años, hay sentados cinco hombres trazando un plan para hacer caer a La Antorcha en una trampa. Está les esta aruinado los negocios. Empiezan secuestrando a Garth...
Milton Drake echó a fondo el acelerador. Aún le faltaba la mitad del camino por recorrer. Washington había quedado muy atrás. Las primeras casas de Laurel se divisaban ya en la distancia. Quería estar en Baltimore aquella noche y el sol tocaba a su ocaso.
Las tres de la madrugada. Noche obscura, sin luna. Las tinieblas poblaban la alcoba. Milton Drake, cansado, dormía. Un leve chirrido, tan leve, que a pesar del silencio casi hubiera pasado inadvertido. Silencio de nuevo. La acompasada respiración del durmiente no se alteró.
Milton saboreó la taza de excelente café y miró, con una sonrisa, a su anfitrión. Estaban de sobremesa. El multimillonario había aceptado la invitación del amigo al que, desde hacía tiempo, no había visto.
Milton seguro Drake se despertó bruscamente sin saber qué era lo que le había sacado de su sueño. Estaba de que había soñado algo, de que, subconscientemente, había llamado su atención algún ruido extraño. Aguzó el oído, sin decidirse a encender aún la luz.
Fuerzas siniestras trabajan en la sombra. Osados atracos. Robos inauditos. Concurridísimos locales, desvalijados en plena fiesta. Un reguero de sangre señala el paso del ENCAPUCHADO que parece haber enloquecido. El inspector Grimm, con incredulidad primero y rindiéndose a la evidencia después, emprende la persecución ¡del ENCAPUCHADO, convertido ya en vulgar asesino con renovados bríos. LA ANTORCHA interviene, cae en una emboscada y está a punto de perder la vida. Sonia Larding llega a tiempo para salvarla; pero la encuentra herida y sin conocimiento y descubre su verdadera identidad al curarle la herida. Entretanto el inspector Grimm sigue la pista del ENCHAPUCHADO y se introduce en la casa de Milton sin darse cuenta de que La muerte acecha. Y cuando, indefenso y herido, está a punto de recibir el tiro de gracia, es Milton, precisamente, quien se presenta y le salva de lo que él había considerado una muerte cierta.
La casa Malcolm & Dredger no busca deslumbrar a los que pasan por delante de su único escaparate. Éste es pequeño y rara vez se exhiben en él joyas de gran valor. La joyería ha huido de Broadway, refugiándose en una de las bocacalles donde parece querer ocultarse, porque su iluminación es discreta y no hace alarde de, como otras de su género, de grandes muestras con tubos neón.
La mujer no habló. Ni parpadearon sus ojos. La mano izquierda, inmóvil, sujetaba la lámpara de bolsillo que poco antes apagara. Parecía convertida en piedra. Sólo una cosa delataba la enorme tensión a que se hallaban sujetos sus nervios: los dedos de la mano derecha, cuyos nudillos blanqueaban. El hombre miró los papeles que dicha mano sostenía.
Durante diez minutos la mujer no se atrevió a respirar siquiera. Estudiaba, con temor, todos los cambios de fisonomía de su esposo y, cada vez que éste la miraba, se encogía otra vez, como si hubiera recibido un latigazo. Conocía por experiencia los accesos de cólera de Kenneth Clarkson y no ignoraba que cualquier movimiento, cualquier gesto, podría provocar un estallido que adquiriría caracteres homicidas.