'ARGUMENTO' Branston, un paraje idílico al nordeste de Londres, parecía el escenario menos probable para un crimen pasional. Pero ¿de qué otra manera podría explicarse el descubrimiento del cadáver de una mujer desnuda enterrada apresuradamente en el bosque? Todas las pistas señalan a Antony, un profesor que tuvo una aventura con la víctima. Pero para Helen West, inquieta funcionaria del Ministerio Fiscal y controvertida detective empeñada en descubrir su propia verdad, las pruebas no son convincentes. Detrás de la apariencia de un pueblo tranquilo, Helen descubrirá un mundo oculto de envidia, lujuria e ira asesina que amenaza con destruirla.
Mientras que todas las emisoras de radio hablan de la proximidad de la guerra, Henry Gamadge está de regreso en Maine, esta vez por invitación del detective Mitchell, a quien tan acertadamente ayudó en Unexpected Night. Mitchell tiene un puzzle real entre manos: tres niños diferentes han sido envenenados con la letal hierba mora ( solanum nigrum ), y no hay nada que podría vincular los tres envenenamientos, al margen del hecho de que los niños vivían todos en la misma pequeña comunidad. ¿Podrían estar implicados los gitanos que estaban acampados cerca? ¿Y fue la muerte de un policía estatal, casi al mismo tiempo, una mera coincidencia? Gamadge y Mitchell eventualmente contestarán todas estas preguntas, a la vez que desentierran algunos escándalos. Elizabeth Daly pinta una imagen de una pequeña comunidad a finales del verano y justo antes de una guerra mundial.
A mediados de 1943, y comprometido por completo el trabajo de guerra, Henry Gamadge está deseando un fin de semana tranquilo. Pero cuando un compañero de clase medio olvidado solicita su ayuda, Gamadge no puede rechazar la petición. El problema, dice Sylvanus, se refiere a su tía Florencia. Había cosas extrañas en Underhill, la finca de la familia Hutter. Uno de los invitados de fin de semana culpó a los espíritus malévolos, desencadenados accidentalmente con un tablero Ouija. Gamadge estuvo de acuerdo en que los mensajes ominosos escritos en la copia manuscrita de la novela de Florencia eran malvados, pero sabía que no habían sido puestos allí por una mano espectral. Y temía que en algún lugar entre los jardines de fuera y los cuartos de los sirvientes de arriba de la imponente mansión, el asesinato estuviera a punto de suceder… porque mientras los fantasmas no matan, los humanos impulsados por la pasión, el rencor o la avaricia lo hacen con demasiada frecuencia.
Si nos situamos en una elegante mansión inglesa, hogar de varias generaciones formadas en la Universidad de Oxford, donde de pronto alguien aparece asesinado misteriosamente, tendremos la quintaesencia de la novela policiaca clásica. Pero si resulta que los herederos estudian en Yale y la propiedad se encuentra en Nueva York, con seguridad nos hallaremos ante su distintiva variante estadounidense, creada por Elizabeth Daly en los años cuarenta. Una dirección equivocada transcurre en Manhattan, donde el singular detective Henry Gamadge —escritor y bibliófilo experto— recibe unos extraños anónimos que parecen sugerir que algo macabro sucede en el conservador hogar de la familia Fenway... Además de su bien resuelta trama, que satisfará a los puristas del género, lo que dota de un halo especial a esta novela es su aguda mirada sobre la psicología de los personajes, pues no en vano se considera que Daly siguió la estela de Edith Wharton al ofrecer en sus obras una reveladora semblanza de la sociedad de su época.
El clan Clayborn ha estado esperando 25 años para dividir la fortuna de la abuela, guardada por voluntad de la anciana en una pequeña habitación en la mansión Clayborn. Mañana se abrirá la habitación, y los Clayborns no pueden esperar a meter mano a la colección de botones de la anciana, que no tiene precio. Harriet Clayborn, que no confía demasiado en su familia, le pide a Henry Gamadge que sea testigo de la apertura de la habitación, para asegurarse de que no haya ninguna acción deshonesta. Gamadge está de acuerdo, y es bueno que este detective magistral esté a mano: la habitación ha estado ocultando algo más espeluznante que los botones.
La señorita Julia Paxton tiene un misterio que sólo Gamadge podría resolver. El grabado enmarcado de Lady Audley siempre había colgado en el pasillo de la mansión Ashbury. La señorita Paxton lo recordaba desde su niñez, y ahora era una mujer de setenta y cinco años. Pero nunca en esos años había visto una palabra escrita en el retrato. De hecho, no había habido ninguna allí hasta después de la visita el pasado domingo de Iris Vance, medium profesional. Entonces apareció la inscripción, fechada en 1793. ¿Pero, cómo? Gamadge podía decir que la escritura era genuina, incluso podía explicar su presencia sin invocar lo sobrenatural… Pero no pudo evitar que el secreto de Lady Audley condujera a un horrible asesinato.
La acción se inicia cuando Ken Blake se encuentra con su viejo amigo, Dean Halliday, que le cuenta la historia de Plague Court (la casa señorial de la familia). Halliday explica que la casa está embrujada por el fantasma del propietario original, Louis Playge, verdugo de profesión. Halliday invita Blake y el inspector jefe Humphrey Masters a tomar parte en una sesión de espiritismo, dirigido por Roger Darworth y su medium Joseph. Sin embargo, Darworth es un fraude y está siendo vigilado por la policía. La noche de la sesión de espiritismo, Darworth se encierra en una pequeña casa de piedra, detrás de Plague Court, mientras que tiene lugar una sesión espiritista. Cuando Masters y Blake van a buscarlo, ha sido apuñalado hasta la muerte con la daga de Louis Playge. Pero todas las puertas y ventanas están cerradas y bloqueadas, y treinta pies de barro sin pisar rodean la casa. Además, todos los sospechosos han estado cogidos de las manos durante la celebración de la sesión de espiritismo. El único que puede resolver el crimen es el experto en habitaciones cerradas Sir Henry Merrivale.
En un pabellón rodeado de nieve sin pisar aparece el cadáver de una mujer. Las únicas huellas que se ven son las que ha dejado la persona que ha encontrado el cuerpo. Lo curioso es que el asesinato se cometió cuando ya había dejado de nevar. No hay más señales en el manto blanco del suelo, y el asesino tampoco estaba en el interior del recinto. ¿Un crimen imposible?
«¿Cree usted —había dicho sin preámbulo— que una habitación puede matar?». El doctor Tairlaine supuso que aquella pregunta, viniendo del director del Museo Británico, George Anstruther, hombre consagrado a la ciencia y dado a los discursos vehementes, servia de preludio a algún razonamiento filosófico. Pero luego, ya metido en la aventura, sabe de la existencia de un testamento que prohíbe abrir una estancia, cerrada desde la muerte de un antepasado, a riesgo de perder de una herencia.
Kenwood Blake es agente del Servicio Secreto Británico y tiene una relación sentimental con otra agente, Evelyn Cheyne. Junto con Sir Henry Merrivale, que se ven envueltos en una batalla entre Flamande, el criminal más pintoresco de Francia, y su archi-enemigo Gastón Gasquet de la Sûreté. Tanto Flamande como Gasquet son maestros del disfraz, y nadie sabe como se disfrazarán en esta oportunidad. Blake, Merrivale y un grupo variado de extraños en un avión que se vio obligado a aterrizar cerca del Château de l’Ile, donde el conde D’Andrieu parece esperar a los visitantes y les ofrece toda su hospitalidad. Uno de los pasajeros del avión cae al suelo con un agujero en la frente, como si hubiera sido corneado por un unicornio, y el área donde cayó estaba bajo la observación de testigos imparciales de tal manera que parece imposible que alguien haya cometido el asesinato. Sir Henry debe resolver el doble problema de quién es quién y quien lo hizo.
Sir Henry Merrivale (conocido como H. M.), solicita mediante un urgente telegrama la colaboración de sus jóvenes ayudantes, Kenwood Blake y su novia, que iban a casarse al día siguiente. Les pide acudan a Torquay para jugar un papel encubierto bajo un alias por el cual ya es conocido, “Robert Butler”. Inmediatamente se precipitan los hechos y el novio termina convertido en un fugitivo de la justicia. Finalmente, Sir Henry examina y descarta tres posibles soluciones complejas, revelando al asesino justo a tiempo.
Dos hombres son asesinados de un tiro a corta distancia, con una diferencia de un año de tiempo, en una casa desocupada. Ambas muertes intrigan al Scotland Yard, pues estos asesinatos fueron cometidos bajo circunstancias imposibles. Sir Henry Merrivale deberá enfrentar un caso de asesinato en un recinto cerrado. Un hombre es visto entrando en un cuarto. Se oyen tiros, el hombre está muerto, ¿pero por dónde se fue el asesino? Ciertamente no por la puerta o la ventana. Dickson nos ofrece el argumento de un crimen impenetrable y casi increíble. La solución del caso es tan impresionante como el argumento de este policía. Él es el experto en habitaciones cerradas Sir Henry Merrivale.
El Caso: Avory Hume es encontrado muerto con una flecha atravesándole el corazón —en un estudio con persianas de acero bajadas y una pesada puerta cerrada con llave desde dentro. En la misma habitación James Caplon Answell yace inconsciente, con la ropa desarreglada como si se hubiese peleado. El Abogado defensor: un viejo detective arisco y gruñón, Sir Henry Merrivale, que demuestra ser excelente en los juicios —aunque su túnica se rasga con gran estruendo cuando se levanta para exponer el caso. La Acción: antes de que H. M. pueda comenzar su defensa, Answell, su cliente, se levanta y grita que es culpable. Sir Henry no se lo cree. Pero las pruebas, las evidencias circunstanciales y su propia confesión apuntan a su culpabilidad. Así que el gran detective se pone serio y deja pasmado al público de Old Bailey con una reconstrucción del crimen lógica y convincente.
Cuatro personas inmóviles se hallaban alrededor de una casa cerrada desde el interior. El propietario, Felix Haye, había muerto apuñalado; los otros tres, sus invitados, se encontraban en gravísimo estado por ingestión de veneno. Las primeras pistas se hallaron en los bolsillos de los intoxicados. El cirujano sir Dennis Blytone poseía cuatro relojes de bolsillo; la crítica de arte Bonita Sinclair, un paquete con cal viva y fósforo; el egiptólogo Bernard Schumann, el herrumbroso mecanismo del timbre de un despertador. Demasiado equipaje para un viaje tan corto.
¡Usted ha leído muchas novelas policiales! No ha leído ninguna en la que el arma asesina pueda haber sido el pensamiento humano. Carter Dickson, el renombrado escritor inglés, resume en esta extraordinaria novela una tesis que lo asombrará. ¿Cómo y quién mató a Sam Constable?
Mónica Stanton —joven, hermosa e inteligente—, había vivido una pacífica existencia en un villorrio inglés. ¿De dónde, entonces, extrajo ese caudal de experiencia que le permitió escribir una de las más sensacionales y crudas novelas de la época? El pueblo murmuraba tras las cortinas… ¡Ninguna joven inocente podría haber escrito una novela tan escandalosa! Pero Albion Films no se preocupaba de la moral. Contrataron los derechos de filmación de la obra, porque había tenido éxito. También la contrataron a ella para que hiciese el guión cinematográfico. Durante su primer día en los estudios sucedieron dos cosas. Conoció al apuesto escritor William Cartwright, y en un set desierto fué objeto de un atentado contra su vida.Las cosas se empeoraron de ahí en adelante hasta que vino H. M. a solucionar uno de los más extraordinarios casos de su carrera.
La muerte navega a bordo del Edwardic. “¡Apaga esa luz!” gritó una voz casi en su oído. No se había dado cuenta de que estaba en medio de una pequeña multitud, hasta que una docena de movimientos agitaron el amargo aire. Algo duro, un hombro o una mano, lo golpeó debajo del omóplato izquierdo empujándolo hacia adelante. Entró en pánico al ver la barandilla precipitarse sobre él, balanceándolo lo suficiente para ver el fosforescente hervidero debajo. Justo delante de él, alguien salió de la oscuridad y golpeó la mano que sostenía el fósforo. Su luz se extinguió. “¿Cómo se te ocurre mostrar una luz en cubierta?” exigió la voz del tercer oficial. “Hombre al agua”, Hooper logró tartamudear. “Cayó al agua, con una bala en la parte de atrás de su cabeza. Incluso vi al tipo que le disparó. Por el amor de Dios, no se quede ahí preocupándose por fósforos. Hombre al agua”.
«Hombre de Oro», nos lleva a un mundo de intrigas donde todo está desquiciado. Los personajes que en ella aparecen tienen aspecto de fantasmas que gravitan en el aire sin lograr posarse nunca en tierra. El asesinato de Dwight Stanhope cuando intentaba robar en su propia casa es el tema principal de este relato, alrededor del cual gira toda la trama de la obra. ¿Quién apuñaló a Stanhope? El misterio que envuelve este asesinato lleva consigo el descubrimiento de otros hechos delictivos, que ponen en tensión el ánimo del lector. Escrita con la sagacidad propia de Carter Dickson, esta novela subyuga desde sus primeras páginas y hace que el lector no la abandone hasta llegar al final. Betty Stanhope, Nicolás Wood, Vincent James, Christabel Stanhope..., personajes extraños que se mueven cautelosamente en torno de un asesinato incomprensible. Intriga y emoción son las características de esta obra, que ha sido traducida a todos los idiomas y llevada al cine y al teatro.
El anciano Doctor Luke Croxley relata una historia que recoge un antiguo suceso que tuvo lugar en el pueblo inglés de Lynmouth. Rita Wainwright era una bella mujer de 38 años con una debilidad por los hombres jóvenes. Su marido Alec, veinte años mayor que ella, parecía estar más interesado en las emisiones de la radio sobre noticias de la Segunda Guerra Mundial que en la evidente relación sentimental de su mujer con un joven y atractivo actor norteamericano, Barry Sullivan. Rita y Barry deciden huir juntos pero una transmisión en la radio de Romeo y Julieta aparentemente les convence para llevar a cabo un romántico doble suicidio. Después de la emisión, sus huellas conducen hasta el borde un acantilado con vistas al océano, y no hay ninguna huella de vuelta. Sin embargo, cuando sus cuerpos aparecieron, se encontraron que ambos habían recibido un disparo en el corazón a muy corta distancia. ¿Qué tiene que ver con el drama Belle Sullivan, llegada de Londres esa misma noche en pos de su marido y a la que hallan medio trastornada por el terror en un abandonado pabellón de los alrededores, escenario de los amores de Rita? El doctor Luke cree en un asesinato realizado por un misterioso tercero, y el policía Craft mantiene su creencia en el suicidio -después de que uno de los amantes dio muerte al otro-, mientras que sir H. M., que está allí de vacaciones, sigue otra pista, entablándose un renovado torneo de hipótesis y deducciones alrededor del crimen que tiene aires de ser el perfecto, hasta que al fin surge la insólita solución del enigma.
«Empezó entre fieras» es una novela originalísima que nos hipnotiza materialmente. Empieza el relato con las fieras del parque zoológico rugiendo al fondo; es decir, empieza entre fieras, pero acaba con la flema de cualquiera. Míster Benton, además de director del parque zoológico de Londres, es un gran aficionado a los reptiles. Posee magníficos ejemplares, que cuida con pasión de coleccionista de obras de arte, enseñándoselos a sus amigos como si se tratara de hallazgos inapreciables. Una noche, cuando varios invitados a cenar llegan a su casa, la encuentran vacía. Benton no aparece por ningún sitio. Al fin lo encuentran en una habitación precintada por dentro, con las rendijas de las ventanas y de las puertas tapadas con papel engomado. La habitación está llena de gas venenoso y allí está muerto Benton, en compañía de uno de los ejemplares más valiosos de sus serpientes. Nadie ha podido salir de la habitación después de precintada. Sin embargo, la muerte de Benton no parece suicidio. ¿Se trata de un crimen? ¿Cómo, de ser así, pudo escapar el asesino? Este alucinante relato es difícil de leer con sosiego. El lector se ve envuelto en la trama, que llega a dominarle, a obsesionarle, a excitarle. La solución, sencilla, aunque parezca complicada, nos da idea de hasta dónde llega la habilidad del autor para embrollar un caso que, a todas luces, se presenta claro ante los ojos del lector.