Reinaldo Cortés era el terrateniente más poderoso de San Miguel, un país de Centroamérica que casi no figura en el mapa y donde sus habitantes son explotados por los más ricos.
Cortés poseía las plantaciones más importantes de café y de azúcar del pequeño país. Era un hombre inmensamente rico en contraste con la terrible pobreza de sus trabajadores a los que explotaba sin compasión.
La Bestia, como se le conocía a Cortés entre su gente, era un hombre alto y flaco y de buena figura, con algunos cabellos blancos y ancho de hombros. Llevaba un sombrero de caña que caía sobre unos ojos astutos y fríos. Solía pasear a caballo por sus plantaciones llevando un látigo en una mano y un largo puro cubano en la otra y en su cintura un revólver.
Y eso es lo que hizo aquella mañana...
Los dos individuos penetraron a punta de pistola en la legación norteamericana acreditada en México D.F.
—Tranquilo no más —le dijeron al policía de la puerta, mientras le empujaban hacia el interior—. No pasa nada.
Tras desarmarle, le encerraron en una habitación donde una mecanógrafa morena se lavaba las manos, pues había hecho un pis. Por lo tanto, se trataba de los servicios femeninos de la primera planta.
—¿Cómo entran así? —exclamó la sorprendida muchacha—. ¿Qué buscan ustedes?
La tormenta quedaba atrás.
Había sido una dura prueba para el viejo barco de cabotaje. Aquel mar, ahora tranquilo y terso como un espejo, reflejando las brillantes estrellas y constelaciones de la noche austral, había sido poco antes una furia embravecida y violenta, capaz de volcar y hundir para siempre al viejo cascarón que ahora flotaba mansamente sobre el mar apacible y oscuro, pasado ya todo peligro.
—Creí que no lo contábamos esta vez, capitán —comentó pensativo el contramaestre Gallagher, chupando su pipa con lentitud, asomado a la borda.
El mundo se ve amenazado por la tercera guerra mundial cuando el avión del presidente de Estados Unidos desaparece misteriosamente en el Triángulo de las Bermudas. Las acusaciones entre rusos y americanos no se hacen esperar, y la cuenta atrás para el ataque nuclear comienza. Los americanos envían a Damon Kent, agente de inteligencia, al mar de los sargazos con la misión de encontrar las pruebas que indiquen que los rusos no han tenido nada que ver con la desaparición del avión presidencial. ¿Podrá Kent cumplir la misión antes de lo que sería el fin del mundo?
Estaba sentado con un vaso de whisky en la mano, pensando en lo estúpido que puede ser el descanso, cuando este es forzado.
No me fijé en ella hasta que la tuve frente a mí. Era una real hembra de pelo rubio artificial y ojos verdes. Caminaba con seguridad, una seguridad que le daba todo lo que necesitaba su cuerpo bien formado. Se sabía hermosa y se aprovechaba de ello.
—¿Roy Hendric? —me preguntó, aunque en su tono de voz se notaba que estaba segura de no haberse equivocado.
—Yo mismo —le respondí, a la vez que me levantaba y le ofrecía un asiento en mi mesa.
Un noche lluviosa en Londres, sir Dorian Clemens salva a una mujer que iba a suicidarse. Resulta que esta mujer padece amnesia, no recuerda ni su nombre. Únicamente se sabe que apareció en una avioneta en las costas de Australia. Sir Dorian se propone entonces averiguar el misterio que se oculta tras esta mujer.
—¿Conseguiremos encontrar la fragata, Herbert?
—Por los estudios realizados —dijo—, se halla enterrada a Quinientos pies de profundidad en los alrededores de Port Antonio. Así que es cuestión de buscarla, Collins.
El llamado Collins prendió fuego a la cazoleta de su pipa.
Se habían hecho a la mar después de permanecer fondeados en el Golfo de Marrasquino durante dos meses. Tiempo suficiente para preparar la expedición.
—¿Te hago una pregunta, Herbert?
—Hazla.
A sus cincuenta años, Julio Mencos Chávez era un hombre alto, fuerte y pletórico de salud. Residía desde los veinte en Buenos aires, y sus ingresos —múltiples y diversificados— procedían, mayoritariamente, de las factorías comerciales del sur, ya ubicadas en el continente, como la de San Julián, ya sobre el mar argentino, como la de Port Stanley, en la Isla de la Soledad, dentro del grupo de las Malvinas o Falkland.
El doctor Ryan y el profesor Hunter planifican un viaje de investigación al África profunda, que será financiado por el joven excéntrico Tony Logan. Tras partir acompañados por la novia de éste, Ana Calper, y su amigo de toda la vida, Adam Starck, llegan a África donde son guiados por el afamado Max Morgan en busca de un secreto que validará las aseveraciones de los científicos.
Sin embargo, el viaje resultará más movido de lo esperado. Tras perder a los porteadores, el grupo se separa y es atacado por una manada de elefantes que huye despavorida. Adam tendrá que armarse de valor para encontrar a su grupo, así como el amor.
Dustin Keller, reportero y aventurero a partes iguales, se encuentra filmando una importante rueda de prensa en la que el profesor y también aventurero Neil Bascomb, recién llegado de África, va a hacer una revelación de gran importancia. Pero el acto es interrumpido dramáticamente por la muerte súbita del profesor provocada por un misterioso escorpión cubierto de polvo de oro. El reportero, junto con la joven viuda del profesor y una amiga, viajaran al continente africano para descubrir el misterio que quería revelar el profesor y la posible causa de su muerte...
La trata de blancas ha sido siempre un magnífico y repugnante negocio al que se han aplicado muchos clanes mafiosos. Con la droga, comparte la primacía de la criminalidad mundial.
Cho-Chu-Lai era el jefe de uno de estos clanes.
En el barrio de Ngau-tau-koc, de la cosmopolita ciudad de Hong Kong, Cho-Chu-Lai tenía arrendado un discreto edificio marinero, que, por dentro, era una Babel del placer.
En los sótanos del inmueble había instalado un fumadero de hierba. En los bajos, un cabaret y un dancing.
Estaba muy claro que el profesor Dashiell Woods había sido raptado del Club South Africa, ubicado en una de las más céntricas calles de Johannesburgo.
Tampoco ofrecía duda que el móvil del secuestro era el descubrimiento de un importante filón diamantífero, que Dashiell Woods realizó en la meseta de El Cabo a unas cuarenta millas del famoso Kimberley.
Pero lo complicado de la operación residía en que el profesor no hubiera hecho ninguna declaración de su descubrimiento, fuera de su sobrina Annette Vogue, y de su ayudante, el joven geólogo Michael Denehy.
¿De dónde había partido, pues, la filtración?
Siempre me he considerado un tipo con suerte, tal vez por eso me encuentro ahora en esta isla desierta que ignoro si tan siquiera está habitada.
Todo empezó hace una semana cuando decidí embarcarme en el Géminis, un superbarco garantizado contra naufragios.
Desde luego el barco naufragó, y por suerte para mí, pude llegar hasta esta isla, de la que lo ignoro todo, salvo que es ahora mi casa y mi refugio. No sé cuántos de mis compañeros de naufragio han podido salvarse si es que lo ha hecho alguno. Fue todo tan rápido y cundió con tanta velocidad el pánico que muchos de los que subieron a los botes salvavidas no hicieron más que hacerlos volcar en su afán por salvar el pellejo.
Me encontraba en una miserable cama de un miserable hotelucho de la miserable ciudad de Toktu (a cuarenta kilómetros de Hawái) y durmiendo una no menos miserable mona después de una miserable noche de juerga con una miserable individua de la que ni siquiera recuerdo su nombre, cuando alguien llamó de pronto a la puerta de mi miserable habitación.
—¡Adelante!
La puerta se abrió y penetró un elegante caballero que vestía totalmente de blanco; chaqueta, pantalones, zapatos y corbata, blancura que contrastaba poderosamente con su piel bronceada. Fumaba utilizando una elegante boquilla dorada y en su mano derecha lucía un grueso anillo con un sello azul.
2ª Guerra Mundial. Un paracaidista alemán se lanza en tierras griegas en una misión secreta y por casualidad da con un importante descubrimiento. Tras la guerra se pone de acuerdo con un arqueólogo estadounidense para contarle su gran secreto y le envía un enigmático geroglífico. Este oculta la extraordinaria noticia hasta los años 80 cuando decide darla a conocer al mundo pero es asesinado instantes antes de la rueda de prensa. La hija del académico se pone en contacto con un detective privado para arrojar luz sobre este gran misterio. Historia muy entrentenida y que hasta el último instante tiene en ascuas al lector/oyente. Altamente recomendable.
Lord Percival Ashcroft respiró con fuerza y pasó el pañuelo por su rostro. Lo retiró empapado de sudor. Un sudor frío y copioso que daba un brillo casi grasiento a su ancha faz rubicunda, saludable y risueña habitualmente. Ahora estaba demasiado pálida y contraída para reflejar la jovialidad cordial de siempre. Los canosos cabellos estaban despeinados, en desorden, pero eso no parecía preocuparle demasiado, cosa nada usual en una persona tan pulcra y correcta como ella.
Estaba asustado. Más aún: aterrado. Le temblaban las manos cuando estrujó el húmedo pañuelo y miró angustiosamente en torno suyo a la amplia habitación. Tantas y tantas cosas traídas de remotos lugares del mundo en sus incontables viajes, de las que siempre se sintiera orgulloso, casi le dieron ahora una sensación de agobio y de pavor. Las luces indirectas y tamizadas, realzaban de repente con tétricos perfiles las mascarillas funerarias, las carátulas guerreras africanas, las armas e instrumentos rituales de Oriente, los objetos de porcelana, jade, marfil o ámbar en las vitrinas, las cabezas reducidas de los jíbaros amazónicos o las estatuillas egipcias conseguidas clandestinamente a través de ladrones de tumbas o traficantes de obras de arte e historia de países ricos en arqueología.
Estaba sentado en la mesa de aquel bar, al que había entrado por primera vez, víctima de un terrible dolor en mi pierna lesionada. Pierna que maldecía varias veces al día desde que sufrí aquella lesión que me retiró de la práctica del baloncesto activo y me llevó a ejercer como comentarista deportivo en el periódico de mis amores.
—Un whisky con mucho hielo —pedí.
—Enseguida, señor —me dijo el viejo camarero intentando esbozar una sonrisa que por forzada casi no era capaz de salirle.
Adam Nolan estaba caminando por las desiertas calles de la gran ciudad, sin que supiera cuál era el lugar de su destino. Desde hacía un par de semanas no era el mismo. Acababa de perder a su mejor amigo en un estúpido accidente aéreo, del que se sentía responsable. Todo el mundo lo había intentado consolar sin conseguirlo. Él tenía que haber tomado aquel avión con Albert, pero no lo hizo. Pensaba que debía estar muerto con su amigo y eso nadie se lo iba a sacar de la cabeza.
Tropezó con un cuerpo que no había divisado, debido a su estado de absoluta abstracción.
¿Os acordáis de "Cuentos del Mono de Oro", la serie de televisión acerca del piloto de un hidroplano y sus aventuras indianajonescas en unas islas paradisíacas? ¿En la que el protagonista tenía un perro con un parche en un ojo? Pues el piloto de esta novela, Percy Cole, tiene una cobra (Vicky, por más señas) que comprende el idioma humano y que actúa exactamente igual que uno de esos perros listos de las películas (algo así como una versión ofidia, verdosa, bífida y bastante entrañable de Lassie): vamos, que Vicky salva la situación más de una vez y más de dos.
¿"El templo de los siete ídolos" es una novela de aventuras cojonuda, de las de toda la vida, y muy, muy divertida. De hecho, tiene una referencia lovecraftiana (la única que hasta la fecha he conseguido encontrar en la obra de Garland; ya veremos qué sucede en "El libro negro del horror", que ya reseñaremos) al célebre relato "El color que cayó del espacio" y que, obviamente, está relacionado con el misterio que se plantea en esta divertidísima historia. Contamos con un supervillano llamado "El Señor de la Muerte" (una suerte de monstruoso Fu Manchú con superpoderes), y con un ídolo conocido como "El Dragón de Oro" que puede (o no) estar relacionado con los otros tres "Dragones de Oro" de Garland, budokas protagonistas de las novelas que Juan Gallardo escribió para la colección Kiai.