UN poco más al norte de Viadsma, recientemente conquistado, la Compañía del capitán Trauber se abría lentamente paso hacia la pequeña localidad de Tepluja.
Durante toda aquella noche, falsa por la incesante luz de las bengalas y los cárdenos relámpagos de los disparos, los hombres seguían pegador, a sus posiciones, sobre la nieve sucia por la lluvia que la había seguido, destrozados por el cansancio de las operaciones llevadas a cabo y deseosos de detenerse, un tanto, para poder, al menos, comprobar que existían.
Nick Hansen, recién ascendido a capitán por méritos de guerra, sintió que el rostro le quemaba, tal que si las palabras del coronel, disparadas con bastante violencia, tuviesen fuego. Sabía Hansen que, a pesar de su inocencia, la suerte estaba echada y que él duraría todo lo que tardase en reunirse el Consejo de Guerra para condenarle. Y quiso buscar un desahogo, ya que posiblemente sería aquella la última ocasión que se le presentaría para hablar con el coronel, del que le separaban viejas rencillas familiares a través de generaciones de militares.
Los americanos tienen pruebas de que el gobierno japonés de la postguerra está consiguiendo uranio en secreto para crear armas nucleares. El mayor Bob Tyler, que es el agregado militar en la embajada americana en Japón, está investigando este posible incumplimiento de los acuerdos de paz lo que le llevará a una serie de situaciones que pondrán en peligro su vida...
EN la extensa zona acotada del cabo Cañaveral se habían tomado medidas de excepción. Importantes unidades de la flota de los Estados Unidos patrullaban a lo largo de las costas y las rectilíneas playas de arena, incrustadas entre las escarpaduras rocosas, se hallaban guarnecidas por un considerable número de soldados.
También tierra adentro se habían reforzado las guardias y resultaba enormemente complicado transitar por la zona puesta bajo la jurisdicción militar.
Esta novela es, sin duda, una de las más interesantes de A. Thorkent, fuera del universo de su serie del Orden Estelar. Nos sitúa en un planeta Tierra devastado por una guerra nuclear e invadido por una raza extraterrestre («extres») que trata de aniquilar a los supervivientes humanos.La Humanidad, no muchos años antes, ya colonizaba la Luna, y su tecnología iba desarrollándose con normalidad, aunque vivía siempre bajo el peligro de una guerra atómica. De pronto, la llegada de unos pequeños seres de otro mundo, sin saber bien cómo, con un aspecto híbrido entre monos y aves, comienza a cambiar el panorama. Son acogidos como mascotas, pero con el tiempo los humanos se dan cuenta de que en realidad son «bebés» y que se trata de una especie muy peligrosa que se desarrolla hasta alcanzar el tamaño de un hombre y, lo más terrible, tiene instintos asesinos.Con el estallido de la guerra nuclear y la constante amenaza de los «extres», que resultan ser miembros una especie depredadora enviados en una nave por seres superiores para exterminar la vida en la Tierra, los humanos viven en comunidades aisladas en el campo –ya las ciudades fueron abandonadas años atrás–, sobreviviendo en un mundo asolado por la guerra y por los ataques de los «extres».
El sargento Jimmy Templer dio unos pasos, abriéndose camino en la espesa vegetación que habían encontrado nada más dejar la arena amarillenta de la playa donde habían desembarcado.
Se dirigieron hacia el portal, vigilado por dos agentes con uniforme. Otros policías formaban una muralla que detenía a la masa de curiosos. El calor y la curiosidad habían hecho huir de los pisos asfixiantes a la gente, que llegó a la calle como estaba, en ropa interior, los hombres en calzoncillos y camiseta, las mujeres en combinación, con la piel brillante por el calor y el sudor.
A bordo de su Starfighter, el capitán Patrick Bringham divisó las primeras luces del amanecer y el sol, como una enorme bola anaranjada, se elevó majestuoso en el horizonte. Debajo de la panza del avión, un verdadero tapiz de nubes blancas se asemejaban a un amplio e interminable desierto de arena. Pese a su larga experiencia como aviador de la U. S. Air Force, a Bringham siempre le había fascinado volar sobre las nubes y tener ante sí el cielo azul y despejado.
¡Se había quedado ciego! Estaba seguro por completo, sin que ninguna clase de duda llevase a su alma un atisbo de esperanza... ¡Ciego! Y no era el dolor del rostro quemado momentos antes lo que le producía aquella intangible angustia; ni la rabia de haber sido atrapado de forma tan estúpida. La angustia acababa de estallar en él como uno de esos cohetes de las fiestas de los pueblos; pero como un cohete que no hubiera producido la más pequeña chispa. Sólo un estampido...
Versión ligeramente recortada de Patrulla de Combate 202, pero en esta se incluyen notas al pie.
En los últimos días del Tercer Reich al teniente Karl Martin, un desengañado del régimen nazi, lo destinan al Berlín a punto de ser sitiado. Concretamente al bunker donde se refugia el mismísimo Hitler...
EL paisaje nevado de Corea, batido por los obuses, se extendía en torno al grupo de soldados que permanecía pegado a la tierra, esgrimiendo las armas. El joven capitán que los mandaba se pasó la mano por los ojos, convencido de que aquel era el fin. Sin embargo, no podía abandonar a la tropa que se le había confiado. Era preciso mantener la posición hasta el fin y combatir mientras tuvieran municiones.
SOBRE el embarcadero de tablas había diez o doce personas, de las cuales dos eran mujeres. Todos ellos miraban hacia el mar y sus caras reflejaban ansiedad. El océano ardía al sol del mediodía y sus reflejos sobre las crestas de las ondas apenas les permitían ver. Allá a lo lejos temblaban las siluetas de tres barcos. Detrás de los que esperaban, casi en el límite de la floresta, cientos de nativos se apretujaban y charloteaban en voz alta. Las palmeras movían suavemente sus copas a impulsos de una brisa que no llegaba hasta la playa.
PESE a que estaban en diciembre, el calor dentro de aquella habitación parecía hacerse inaguantable.
El único inglés de la reunión, Alec Bailey, se había pasado ya la lengua una docena de veces por sus resecos labios cuando apareció Palaniai.
Durante unos minutos, los que la joven tardó en subir las escaleras que conducían a la habitación ocupada por los guerrilleros, los cuatro hombres permanecieron inmóviles. Hasta que uno de ellos, Smail, reconoció los pasos de la joven.
Ella entró poco después a la pieza. Y los cuatro hombres miraron su mano.
El destino de uno de ellos, seguramente la muerte de uno de ellos, dependía en gran parte de los largos dedos de la muchacha.
RESULTA extraño que uno no se acostumbre a su nueva profesión cuando esta es obligada por las circunstancias.
Y ese es mi caso. Mi profesión fue, hasta 1939, ingeniero de minas. Y ya que mi padre había sido oficial de la Marina Imperial del Reich, yo escogí hacer mis prácticas militares en la Marina, de modo que terminé mi servicio militar de teniente de la Reserva, en 1937.
Apenas amaneció, un squad, que terminada su vigilancia nocturna volvía a su retiro en uno de las pueblecitos costeros del condado de Kent, se encontró con los restos carbonizados de un «Spitfire».La batalla de Inglaterra aún no había empezado. Noruega, Holanda y Bélgica, ya habían sido invadidas… Francia estaba quedando fuera de combate.Sola Inglaterra, ya con la magulladura de Dunkerque, miraba el mar con los músculos tensos. De un momento a otro podía producirse la invasión. Todo parecía posible en aquellos momentos. La «Wehrmacht» lavaba su fulminante lanza en las Alas más cerradas, y éstas se abrían como ante un poder diabólico. Hábiles barrenos perforaban los cimientos de los Estados, y en el momento del estallido estos se desmoronaban, convertidos en cascotes inservibles. La «Luftwaffe» cubría la comba del espacio, y el tremor de sus motores bastaba para que abajo los seres y las cosas pareciesen arrebatados por un huracán.
La cubierta negra de pelo de camello empezó a hincharse, tan pronto arreció el viento. Las estacas que sostenían el techo cuadrangular pareció que fueran a saltar de sus cimientos. Cuantos había en la tienda se quedaron mirando hacia un punto de la llanura, donde una polvareda de arena semejaba una carga de caballería que a todo galope se estuviese acercando a ellos.Dos de los beduinos, los que se hallaban sentados sobre una estera extendida en la parte donde el techo de la tienda se inclinaba, y donde la sombra era completa, después de mirar hacia la estepa, se volvieron para mirarse entre sí. Ambos llevaban el turbante de seda sujeto con un cordón de pelo de camello, bien inclinado sobre el rostro, y una especie de venda que les cubría desde la barbilla hasta la nariz.
Cuando el aparato se detuvo, infinidad de hilos de agua marcaron la silueta del avión sobre el emparrillado de la pista.Resultaba extraño. Enfocado por los reflectores de una camioneta, veíase el enorme avión de transporte echar agua por todos lados, como bajo una formidable lluvia. Y ocurría cuando en lo alto brillaba la noche limpísima, en un impresionante torbellino de estrellas.La tripulación saltó a tierra, dirigiéndose a la camioneta. El último en salir del aparato, al percibir la lluvia, se colocó junto al tren de aterrizaje, extendió una mano y acarició una rueda.—¡Buen chico! ¡Te has portado como los buenos! ¿Hace una buena ración de café caliente?…
El brigadier Gerard tiene —lo dice el propio Napoleón cuando le concede la Legión de Honor— la cabeza muy dura, pero el corazón más valiente de todo el ejército francés. La unión de tales atributos mentales y de una intrepidez a prueba de carga de cosacos da origen a singulares peripecias en las qué el humor se une de forma sumamente original a la emoción aventurera. Conan Doyle escribió las andanzas de su brigadier en los años que duró la muerte de Sherlock Holmes, su criatura más famosa, y puso en ellas lo mejor de su gran talento narrativo y un sentido del humor que las hace inolvidables. En la presente edición se incluyen también las ilustraciones originales de William B. Wollen que acompañaban a los relatos que se publicaron por primera vez en «The Strand Magazine» entre 1895 y 1903.
Durante 1920 el escritor Isaak Bábel participó como periodista en la campaña militar contra Polonia, durante la Guerra Civil Rusa. Fruto de esa experiencia escribió una serie de relatos que fueron publicados en diferentes revistas y finalmente recogidos es un volumen titulado Caballería Roja.
Pero Caballería Roja , más que un libro de relatos, puede considerarse una novela breve escrita de manera fragmentaria. Y es que las historias que forman el libro tienen en común no solo el tiempo y el espacio en los que suceden, sino también muchos de sus personajes y, por supuesto, la voz del narrador.
El volumen reúne una variedad de relatos sobre la vida en el frente: algunos dedicados a anécdotas de campaña, otros a personajes peculiares. El resultado es una visión descarnada y realista de la guerra. Hay en los relatos de Bábel heroísmo, pero también hay horror; valentía, pero también ira sanguinaria; ardor guerrero, pero también miedo. De alguna manera se presenta la guerra como un ente con voluntad propia: una realidad que los hombres ponen en marcha, pero que acaba por escapar a todo control, asemejándose a una fuerza de la naturaleza.
En vísperas del bicentenario de la batalla de Trafalgar, Alfaguara pidió a Arturo Pérez-Reverte un relato sobre su particular visión del combate naval más famoso de la historia, que enfrentó a la armada combinada hispano-francesa con la británica, mandada por el almirante Nelson, en las aguas españolas del cabo Trafalgar. La combinación de rigor histórico y acción espectacular, unida a la habilidad narrativa del autor, convierten estas páginas en una apasionante pieza clave para comprender la trágica jornada de aquel 21 de octubre de 1805 que cambió la historia de Europa y del mundo.