De la noche a la mañana, Hereford se había convertido en un importantísimo poblado, solamente porque a alguien se le ocurrió un día alargar la ruta de los astados y dejar a su espalda Abilene para convertir en un mejor mercado el célebre Dodge City. Este alargamiento llevaba las reses a través de la divisoria de Texas con Kansas, ya que este último Estado se había convertido en un mejor cliente para la adquisición de reses. Y Hereford, por un capricho de la ruta, dejó de ser un pueblo manso y sin vida, para convertirse en un alto o descanso en la ruta. En las afueras del poblado podía el ganado tomarse un descanso después de saciar su sed en el río Castro y, luego, lanzarse a través de la divisoria camino de Dodge.
El llamado pomposamente Hotel Imperial de San Francisco en aquella época en que el «rush» del oro se hallaba en pleno estallido, era un gran barracón de madera casi improvisado para no perder el tiempo y ponerlo en explotación. Si bien como comodidad dejaba mucho que desear, precisamente porque su dueño sólo se había preocupado de, que construido sobre la marcha para no perder un día en sacarle el jugo prometedor que la escasez de alojamiento brindaba, era no obstante el mejor de cuantos se abrían de la noche a la mañana, con objeto de acoger de algún modo a los muchos mineros y aventureros o arriesgados hombres de negocios que acudían al improvisado Eldorado en busca de fortuna. Poseía dos pisos sobre la planta baja y unas ochenta habitaciones repartidas entre ambos. Quizá por esto, siempre se hallaba concurridísimo y su clientela era la más escogida del afortunado poblado, si por clientela escogida se entendía los que poseían más dinero para pagar los precios astronómicos que regían en sus tarifas.
El hotel Oregón, en Baker —el único poblado de importancia en aquella parte del Estado, a menos de cuarenta millas de la divisoria de Idaho— hallábase aquella mañana de mediados de mayo muy concurrido. Lugar estratégico para el comercio ganadero de las inmensas praderas que descendían hacia el Sur, era el punto de cita obligado, no sólo para ganaderos y peones, sino para traficantes, vividores, vagos, tahúres y gente dispuesta a vivir más del trabajo extraño que del esfuerzo propio. Sobre las once, un jinete, con la montura cansada, cubierta de polvo, acusando las huellas de una dura jornada, se detuvo ante el sombrajo del hotel, y apeándose dejó las bridas sueltas sobre el cuello del caballo. Luego, avanzando firme, taconeando con fuerza sobre el hueco maderamen de la falsa acera, fue a detenerse ante el pequeño mostrador del hotel. Se trataba de un joven flexible, alto, escurrido de caderas y moreno de tez; de rostro alargado, barbilla saliente, pómulos un poco pronunciados y ojos negros y brillantes. Su atuendo, vulgar y no muy bien conservado, le denunciaba como cowboy; un cowboy de piernas un poco arqueadas por el continuado uso de la silla, con altas botas, y espuelas largas y afiladas, rematadas por estrellas en los altos tacones.
La panadería de Morgan Lyttelton estaba situada en Kearney Street, en San Francisco. Era un establecimiento que, aunque denominado panadería, sirvió de comedor a cierta clase de clientela que acudía allí a las horas del almuerzo, a solazarse con la módica pero sabrosa cocina preparada por el propietario, un viejo ex soldado un poco cojo, que había luchado en la guerra civil retirándose después de terminada la contienda a San Francisco, donde instaló su modesto establecimiento del que no tenía queja alguna, pues le rendía lo suficiente para vivir sin ahogo.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
A Tomy Clark le había gustado la chica. Sabía ya que se llamaba Nellie West. Y que se dirigía sola hacia el Oeste, lo cual demostraba una dosis bastante elevada de valor, de audacia. El bello, grandioso y salvaje Oeste, con hombres tan salvajes como su propio paisaje. Y Tomy no contaba con los indios, los cuales se hallaban confinados en sus reservas, con escasas probabilidades para salir de ellas. Nellie West iba armada de rifle, un «Colt» del treinta y ocho, y una escopeta de dos cañones que habían sido aserrados. Un arma que debería resultar terrible a corta distancia.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
Días después fueron algunos de sus propios hombres los que, ignorantes de las secretas intenciones que abrigaba su jefe respecto a Bernardette, se permitieron ciertos excesos con ella. No fue precisamente beber y rehuir el pago, pero su actitud cruda y grosera fue una ofensa que encendió en ira a la muchacha. Encarándose a ellos, advirtió: —Midan su comportamiento si no quieren que yo también de muestras de que sé ponerme a tono con la situación. Si tuviesen de hombres algo más que la ropa que llevan les daría vergüenza no saber respetar a una mujer. Uno de los de la pandilla, repuso burlón: —Nosotros sabemos tratar a las mujeres con toda delicadeza y si lo dudas, te lo demostraré. Estate ahí quieta y verás con qué dulzura te daré un beso.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
Patrik Miller llenó las grandes copas de whisky por sexta vez y ofreciéndoselas a sus comensales, exclamó: —Beban, señores, podemos y no podemos entendernos en este asunto, pero no quiero que se diga que Patrik Miller, agota la garganta de la gente para vencerlas por cansancio, sin ofrecerle todas las garantías para que desarrollen su elocuencia. Patrik Miller era un ranchero gordo, colorado, fuerte como un toro, de cejas pobladísimas, crespo bigote un tanto canoso y ojos grises de mirar duro. Poseía un rancho a dos millas de El Paso y aunque su hacienda era valiosa y hacía pingües negocios con el ganado, gozando de una gran influencia en la región, se murmuraba que la base de su fortuna no era muy limpia y que en su blasón de ranchero había algunos cuarteles tan oscuros de descifrar, que si alguien hubiese podido limpiarlos quizá encontrase debajo ciertas escenas de abigeo y cuatrería, que deshonrarían su escudo de armas. Pero estos cuarteles los había enmohecido el tiempo cubriéndoles de una pátina piadosa de olvido, y la gente, atenta al momento, no se detenía a volver la vista atrás para exhumar recuerdos tristes y agrios, que acaso el ranchero podía impedir contando con su influencia y un equipo duro y pendenciero.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
Meeker era un poblado olvidado de la mano de Dios en el noroeste de Colorado, en un gran vano casi vacío, en el que el Witer River y el macizo montañoso de Danforth eran el salvaje y duro escenario donde habían de desarrollarse sucesos dramáticos a tono con la dureza del paisaje. En la parte llana desde el río, a la falda del monte y en las planicies que los, accidentes de la parte baja del monte lo permitía, se desparramaban las reses de unos cuantos heroicos rancheros que habían afincado en aquel terreno, casi hostil, al amparo de usufructuar las tierras libres del Gobierno mediante arriendos que les consentían criar ganado sin verse obligados a gastar un dinero que no poseían en adquirir en propiedad los terrenos de pasturaje. El total de rancheros asentados en aquel terreno de las reservas no llegaba a la docena y si se exceptuaba a George Bentley, que era el más rico, el más poderoso, el que más reses poseía y el que más terreno detentaba, el resto eran pequeños rancheros que vivían con bastante aprieto en la mayoría de los casos.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
BUCK JOYCE, sentado tras su mesa, en el amplio y bien amueblado despacho de su casa particular en Santa Bárbara, levantó sus lentes con armadura de oro, colocándoselos sobre la frente, como si por ella fuese a ver mejor al médico de la familia, que se hallaba sentado en un sillón a su derecha, y con voz que temblaba, a pesar de su intento de darle firmeza, pudo al fin balbucir: —¿De verdad, doctor, que… está usted seguro de… eso? El doctor, con acento paternal, se apresuró a contestar: —Escúcheme, señor Joyce; no trato de alarmarle como medida preventiva para después aumentar sus zozobras, al contrario, lo que trato es de prevenir ahora que es tiempo. Puedo asegurarle que lo que padece su hijo no es grave en este momento, pero, si se le abandona, si no se toma una medida drástica para atacar el mal y vencerlo, yo declinaré mi responsabilidad sobre el futuro.
OSCAR FARRELL, propietario desde hacía más de una docena de años de una ferretería en una de las calles del distrito 20 de Chicago, se asombró cierta mañana cuando al tomar su correspondencia se encontró entre ella con una carta que decía: «Al señor Oscar Farrell, para ser entregada a su sobrino Clay Kinney.» Oscar se rascó el entrecano y duro pelo dando vueltas a la misiva. A la espalda del sobre aparecían las señas del remitente, un tal Leo King, abogado y notario de Kendrick, en Colorado. El nombre del poblado trajo a su memoria ciertos recuerdos de familia casi olvidados. En Kendrick se hallaba establecido como ranchero un ciudadano llamado Kik Kinney, hermano de una cuñada suya ya fallecida. Kik, si las cosas no habían variado desde hacía muchos años que no tenía noticias de él, era un solterón adusto y agrio que en su juventud no encontró una mujer capaz de aguantarle y cuya familia, empezando por sus dos hermanos, James y Ana, estuvieron distanciados de él a causa de su carácter. Los dos habían muerto y de James había quedado un hijo, Clay, para quien iba dirigida la carta.
El cuadro que se desarrollaba a los ojos del curioso espectador ajeno a él, era pintoresco y bullicioso hasta marear. Toda la orilla del sucio y poco caudaloso Big Blue, al otro lado de Beatrice, en el sudeste de Nebraska, apareció superpoblada de carros entoldados, carretones de pesadas ruedas recubiertas de llantas de hierro sin engrasar, de carricoches destartalados que amenazaban ruina y se mostraban al parecer incapaces de realizar una caminata de una docena de millas y de otras clases de vehículos más o menos seguros y ligeros, que parecían reunidos allí para dar una sensación variada y extravagante del ingenio de los constructores de toda clase de medios de transporte.
Sin poder precisar cómo, medio censo de los habitantes que componían el poblado de Waynoka, a dos millas escasas del río Cimarrón, en el norte de Oklahoma, se había reunido como por encanto en la gran plaza del mercado, frente a las oficinas de Lebaron, el sheriff. La voz popular había corrido el rumor de que en plena plaza se iba a ventilar un asunto demasiado espinoso y los vecinos no querían perderse el espectáculo. Formando un ancho círculo frente al bajo edificio habían dejado libre un vano, dentro del cual podían distinguirse un ternero atado a una talanquera y cuatro individuos, que, al parecer, eran los protagonistas del drama. El cuarteto era muy variado; lo componían en primer término, Gary Salk, un muchacho de unos veintitrés años, alto, flexible, guapo, bien vestido, correcto de facciones, tímido de ademanes y, al parecer, demasiado azorado de verse allí rodeado de tanta gente.
Los turistas que en la actualidad sienten el capricho de viajar y hacer una visita a los dominios del Canadá, atravesando toda su extensión de Este a Oeste, desde Ottava o Montreal hasta Vancuver, en la Columbia Británica, pasando por Winnipeg, Regina y Edmonton, todo lo encuentran fácil y cómodo, amable y extraordinariamente organizado. No hay dificultades para nada, no hay obstáculos ni contratiempos, ni pegas. Los 4.200 kilómetros de banda de acero que unen el Atlántico con el Pacífico se deslizan majestuosos, bravíos, atrevidos, reptantes o descendentes, salvando toda clase de contratiempos que la naturaleza salvaje parece querer oponerle para su paso y la formidable organización de la Canadian Pacific Exprés Company todo se lo da resuelto con sus líneas aéreas que abarcan todo el país, su cadena de grandes y lujosos hoteles, sus 34.000 kilómetros de carreteras auxiliares, sus casas de cambio para toda clase de monedas, sus enormes servicios de autobuses, su cuarto de millón de líneas telegráficas que no dejan un solo rincón incomunicado y cuanto un hombre pueda soñar y necesitar para su máxima comodidad.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.