Como el resto de griegos de su tiempo, Estrabón vivía en un mundo dominado por Roma. Nacido en la zona del Ponto (costa septentrional de Asia Menor), fue la suya la región que resistió con mayor tesón, hasta la victoria de Octavio sobre las tropas de Cleopatra y Marco Antonio en la batalla de Actio (31 a. C.). Al igual que tantos escritores helenos, Estrabón viajó a la capital cultural del mundo, sucesora de Atenas y Alejandría. Fue un sincero admirador de la pacificación augústea, que a su juicio reportó bienestar a los heterogéneos pueblos sometidos en la inmensidad de los dominios romanos. Precisamente gracias a esta paz pudo escribir historia para una nueva generación de griegos y romanos. En los libros V y VI describe la península Itálica y Sicilia; en el VII, el norte de la Europa que él conocía: Epiro, Macedonia y Tracia.
Estrabón poseía claras inclinaciones hacia la filosofía estoica, y creía en la unidad del mundo y la coherencia armoniosa y necesaria de sus diferentes partes, así como en una providencia que gobernaba la naturaleza en interés general de los seres inteligentes que la habitaban. A ello respondía su visión del Imperio Romano como primer paso hacia la sociedad universal de todo el género humano, y la defensa que hizo de su acción civilizadora. Sin duda Estrabón expuso con claridad sus concepciones en una obra que se ha perdido casi por completo, Esbozos históricos, en cuarenta y siete libros, un bosquejo de hechos acaecidos hasta el inicio del relato de Polibio y, después, desde el 146 a. C. (año en que finaliza Polibio) hasta como mínimo la muerte de Julio César. Los libros VIII, IX y X de la Geografía describen el Peloponeso, la Grecia septentrional y central y las islas del Egeo, es decir, lo que constituyó el centro de la Hélade.
Nacido a principios del s. I a. C. en la ciudad siciliana de Agirio, al pie del Etna, su condición de ciudadano acomodado permitió a Diodoro Sículo (o de Sicilia) viajar por Europa y Asia y dedicarse a su monumental proyecto: la composición de la Biblioteca histórica, un enorme compendio de Historia Universal con Roma como centro que incluía desde los orígenes de la humanidad hasta la época contemporánea al autor (concretamente, las campañas de César en las Galias). La intención de Diodoro, erudito formidable, era no sólo describir las grandes guerras y los imperios políticos, sino también aspectos geográficos, etnológicos, mitológicos, etc. La Biblioteca histórica responde, por tanto, a una concepción global de la Historia y de la cultura, concepción con la que Diodoro, hombre de ideas estoicas, quería demostrar que el devenir histórico de la humanidad responde a un proyecto, a un plan preconcebido por la divinidad. Esta visión de la Historia caló en el cristianismo y ha sido la predominante durante siglos en Occidente. Por otra parte, ese carácter universal de la Biblioteca la convierte en una obra de inmenso valor documental sobre los distintos pueblos de la Antigüedad (egipcios, persas, griegos, romanos, etc.). El primer libro trata casi exclusivamente de Egipto, cuyas historia y costumbres trata por extenso (con una descripción de la crecida del Nilo que es de las más completas que conservamos del pasado). En el II —Mesopotamia, India, Escitia, Arabia— y el III —norte de África— se abre mucho más el abanico temático, aunque también tienen cabida algunas incorrecciones.
Esquines puso sus enormes dotes de orador al servicio de la idea de alcanzar un acuerdo con Macedonia a fin de alcanzar la paz, y por ello se enfrentó enconadamente al antimacedonio Demóstenes, el gran orador ático. Esquines (Atenas, c. 360 - Rodas, c. 322 a. C.) fue, en el campo de la oratoria, el gran rival de Demóstenes. Su fama se basa en los tres únicos discursos que de él hemos conservado: «Contra Timarco», en el que reclama una ley que prohíba dirigirse a la asamblea ateniense a los ciudadanos disolutos; «Acerca de la embajada fraudulenta», en el que Esquines se defiende de la acusación hecha contra él por Demóstenes, en un discurso homónimo, de haber pactado una paz perjudicial con Macedonia; y «Contra Ctesifonte», donde impugna una propuesta de otorgar una corona de oro a Demóstenes en reconocimiento a su labor, y deplora los efectos que la actividad de éste ha tenido para Atenas. De los dos últimos discursos conservamos también los enfrentados de Demóstenes (publicados en esta misma colección). La comprensión cabal tanto de los escritos de Esquines como de la enconada animadversión entre éste y Demóstenes requiere el contexto histórico. En el siglo IV a. C., la amenaza de Filipo II de Macedonia se cernía sobre toda Grecia, y no tardaron en formarse un partido favorable y otro adverso al rey macedonio. El conflicto llegó al ágora ateniense, donde ambos ardorosos oradores se enfrentaron dialécticamente: Demóstenes, al frente del partido antimacedónico, y Esquines, partidario de llegar a un acuerdo con Filipo. Aunque la tradición posterior se inclinó a favor de Demóstenes, pues lo veía como una especie de héroe nacionalista, la crítica actual tiende a ser más objetiva y a poner a Esquines en el lugar que le corresponde dentro de las letras griegas.
«Sobre el orador» (completado en el 55 a. C.) es el más valorado de los tratados que Cicerón dedicó a la materia de la oratoria, de la que describe los principios generales para instrucción de los jóvenes que vayan a desempeñar cargos públicos en el estado. Está estructurado en varios diálogos, situados en la villa que Craso poseía en Túsculo y en los que los principales participantes son Craso, Marco Antonio, Q. Mucio Escévola el Augur (gran abogado como Cicerón), el cónsul Q. Cátulo y el orador C. Julio César Estrabón. Craso sostiene que el orador debe poseer un amplio conocimiento de las ciencias, de la filosofía y, sobre todo, del derecho civil (un ideal ambicioso que sin duda expresa el criterio de Cicerón); Antonio, menos exigente en sus demandas y según un planteamiento utilitarista, se contenta con que sea capaz de agradar y convencer, sin que por ello precise de grandes conocimientos, y se extiende sobre los métodos para persuadir a los jueces (aunque al día siguiente reconoce que sólo ha contradicho a Craso por el gusto de discutir); César trata del ingenio y el humor, que le habían dado gran fama, con un repertorio de chistes que refleja los gustos y la mentalidad de los romanos, y una clasificación de recursos humorísticos en setenta y cinco capítulos (216-90); Craso, por último, se ocupa de los estilos y las figuras de dicción (de especial interés es el tratamiento de la metáfora): se advierte en estos razonamientos que Cicerón valoraba el lenguaje en relación con la poesía. En conjunto, se concluye que el perfecto orador ha de ser un «hombre íntegro» formado en una educación liberal sin precedentes.
Galeno —junto con Hipócrates el principal médico de la Antigüedad— nació en Pérgamo en 129-130 d. C., de familia acaudalada. Estudió en Esmirna y Alejandría (anatomía y fisiología). Tras ejercer tres o cuatro años la medicina en la escuela de gladiadores de Esmirna, a partir de 162 se instaló en Roma, donde sería el médico de Marco Aurelio y su hijo Cómodo, entre otras personalidades de la corte imperial. Fue uno de los escritores griegos más prolíficos de su época. Murió en Roma en el año 200. Su influencia en el mundo bizantino, en Oriente y en la Edad Media occidental es enorme, y es sin duda uno de los grandes médicos de la historia. En este volumen se reúnen escritos de Galeno sobre temas diversos, pero que tienen en común no ser obras técnicas de medicina. Hay que recordar que Galeno —que recibió una educación muy esmerada, pues estudió filosofía, arquitectura, astronomía y agricultura— se interesó por una gran variedad de materias, y que se consideraba a sí mismo tanto filósofo y filólogo como médico. «Exhortación a la medicina», «Que el mejor médico es también filósofo» y «Sobre las escuelas de medicina» son obras deontológicas que muestran la concepción que tenía Galeno del médico y la medicina, en absoluto ajenas a los saberes abstractos. «Sobre mis libros», «Sobre el orden de mis libros» y «Sobre el pronóstico» tienen carácter autobiográfico y abundan en acontecimientos y experiencias personales del médico de Pérgamo; además cumplen la función de preparar un registro de las obras auténticas de Galeno, cuya enorme fama había motivado la atribución errónea de multitud de escritos. «Sobre mis propias opiniones» y «Sobre la mejor doctrina» son una muestra de las ideas filosóficas de nuestro autor. Por último, «Sobre los sofismas del lenguaje», refleja el interés de Galeno por la filología, la lógica y su exigencia de una terminología precisa.
Dionisio de Tracia (s. II a. C.), representante significativo de la escuela filológica alejandrina, escribió este breve tratado técnico para describir la lengua de los autores clásicos. Aunque se centra exclusivamente en éstos, la «Techne grammatike» es el primer texto teórico sobre una lengua en la cultura occidental, la gramática más antigua que nos ha llegado. Recoge y sistematiza estudios anteriores sobre el análisis lingüístico (asunto ya tratado por sofistas, peripatéticos y estoicos) y concede la máxima importancia a la morfología, al margen de la sintaxis: Dionisio reconoce ocho clases de palabras (nombre, verbo, participio, artículo, pronombre, preposición, adverbio, conjunción), en una clasificación que sería retomada casi sin cambios en las gramáticas latinas y durante la Edad Media. Su influencia se extendió a través de las adaptaciones sirias y armenias, y abundaron los comentarios en torno suyo. De hecho, esta «Gramática» ha sido el fundamento de multitud de otras, de varias lenguas, hasta bien entrado el Renacimiento. Las características especiales de esta obra han hecho necesaria su presentación trilingüe, con el texto griego y sus versiones al latín y al castellano. También se incluyen en el volumen los comentarios, anotaciones y glosas más importantes que los gramáticos bizantinos hicieron a la «Gramática».
Galeno —junto con Hipócrates el principal médico de la Antigüedad— nació en Pérgamo en 129-130 d. C., de familia acaudalada. Estudió en Esmirna y Alejandría (anatomía y fisiología). Tras ejercer tres o cuatro años la medicina en la escuela de gladiadores de Esmirna, a partir de 162 se instaló en Roma, donde sería el médico de Marco Aurelio y su hijo Cómodo, entre otras personalidades de la corte imperial. Fue uno de los escritores griegos más prolíficos de su época: a las muy numerosas obras conservadas hay que añadir una cantidad sustancial de escritos perdidos descubiertos en traducción al árabe. Murió en Roma en el año 200. Su influencia en el mundo bizantino, en Oriente y en la Edad Media occidental es enorme, y es sin duda uno de los grandes médicos de la historia. Galeno mostró, durante toda su vida, un amplio interés por la anatomía. A sus demostraciones públicas asistían, además de médicos y estudiantes, filósofos, políticos y ciudadanos cultos interesados en el conocimiento de su propio cuerpo. Procedimientos anatómicos es una de las obras capitales de Galeno sobre esta disciplina. Escrita tras un largo proceso de investigación que le ocupó durante varios años, describe las distintas partes del cuerpo, así como su forma, función y relación con las demás. La influencia y el prestigio de Galeno fueron enormes en Bizancio, el mundo árabe, la Edad Media y el Renacimiento. Sus prácticas anatómicas sentaron las bases, a través de Von Andernach, Vesalio y Miguel Servet, entre otros, de la anatomía moderna. De los quince libros de Procedimientos anatómicos sólo se han conservado en su lengua original, el griego, los nueve primeros, traducidos íntegramente al español por primera vez en este volumen.
Estrabón se sirvió tanto de los conocimientos librescos como de la experiencia directa —viajes, sobre todo por la cuenca oriental del Mediterráneo (Asia Menor, Grecia y las islas del Egeo)—, aunque el estudio de las obras de predecesores es lo que tiene un mayor peso y confiere al conjunto de la Geografía su carácter literario. Entre sus fuentes principales cabe citar a Eratóstenes, a quien cita para las fechas. En los libros XI-XIV de su Geografía, Estrabón describe tierras y pueblos de Asia: Escitia, el Cáucaso, Bactria, Sogdiana, Media, Armenia y península Anatólica e islas adyacentes; es decir, lo que más o menos equivale a los actuales Afganistán, Irán, norte de Irak, Chipre, gran parte de la Grecia insular, Turquía y las repúblicas ex-soviéticas de Asia.
El «Corpus Hippocraticum» es un conjunto de más de cincuenta tratados médicos de enorme importancia, pues constituyen los textos fundacionales de la ciencia médica europea y forman la primera biblioteca científica de Occidente. Casi todos se remontan a finales del siglo V y comienzos del IV a. C., la época en que vivieron Hipócrates y sus discípulos directos. No sabemos cuántos de estos escritos son del «Padre de la Medicina», pero todos muestran una orientación coherente e ilustrada, racional y profesional, que bien puede deberse al maestro de Cos. Más importante que la debatida cuestión de la autoría es comprender el alcance de esta medicina, su empeño humanitario y su afán metódico. Este corpus resulta esencial no sólo para la historia de la ciencia médica, sino para el conocimiento cabal de la cultura griega. Éste es el primer intento de verter al castellano todos estos tratados, y se ha hecho con el mayor rigor filológico: se ha partido de las ediciones más recientes y contrastadas de los textos griegos, se han anotado las versiones a fin de aclarar cualquier dificultad científica o lingüística y se han añadido introducciones a cada uno de los tratados, con lo cual se incorpora una explicación pormenorizada a la Introducción General, que sitúa el conjunto de los escritos en su contexto histórico. El octavo y último volumen de los «Tratados hipocráticos» reúne textos menores, hipocráticos «lato sensu», junto con un texto acreditado, pero que sabemos escrito por un discípulo de Hipócrates, Pólibo, el tratado «Sobre la naturaleza del hombre», y algún texto tardío, pero de enorme interés para la historia médica, como es «Sobre el corazón».
Galeno –junto con Hipócrates el principal médico de la Antigüedad– nació en Pérgamo en 129-130 d.C., de familia acaudalada. Estudió en Esmirna y Alejandría (anatomía y fisiología). Tras ejercer tres o cuatro años la medicina en la escuela de gladiadores de Esmirna, a partir de 162 se instaló en Roma, donde sería el médico de Marco Aurelio y su hijo Cómodo, entre otras personalidades de la corte imperial. Fue uno de los escritores griegos más prolíficos de su época. Murió en Roma en el año 200. Su influencia en el mundo bizantino, en Oriente y en la Edad Media occidental es enorme, y es sin duda uno de los grandes médicos de la historia. Este volumen incluye dos nuevos tratados del médico más importante de la Roma imperial. Sobre las facultades naturales es una de sus obras fundamentales. En ella, el médico de Pérgamo expone su teoría del carácter unitario del cuerpo animal; cada órgano posee su propia función y ésta es la causa de que el órgano tenga una constitución u otra. Como en todos sus tratados, Galeno lleva a cabo un intento de racionalización y una crítica de las restantes escuelas médicas. En Las facultades del alma siguen los temperamentos del cuerpo Galeno desarrolla una explicación de la relación entre medicina y filosofía y realiza una contundente defensa de su doctrina, influida tanto por Platón como por Hipócrates. Es éste, por tanto, un volumen interesante tanto para filólogos como para filósofos y para los historiadores de la medicina.
El filósofo neoplatónico sirio Jámblico, que vivió entre los siglos III y IV d. C., tuvo como interés especial la magia. A raíz de sus diferencias con su maestro Porfirio, el discípulo, editor y biógrafo de Plotino, fundó y dirigió su propia escuela en Siria (primero en Apamea, después en Dafne). A su muerte, le sucedió en la dirección de la escuela su discípulo, Sópatro de Apamea, el cual fundó después una escuela en Constantinopla y fue condenado a muerte por practicar la magia. Jámblico aportó a la escuela neoplatónica la práctica de la teúrgia, magia divina y benéfica, que permite entrar en comunicación con el propio yo divino y con los altos seres espirituales, para lo cual se requiere una exigente pureza de vida y profundo conocimiento esotérico. De sus escritos quedan varias partes de un extenso estudio sobre la filosofía de Pitágoras, una Exhortación a la Filosofía y la defensa de un ritual mágico, De mysteriis, que contiene abundante información sobre las supersticiones en el siglo IV. Lo más significativo de sus obras conservadas es la intención de relacionar las doctrinas pitagórica y platónica con la tradición filosófica egipcia, así como el intento de armonizar a Platón y Aristóteles, y el interés por la sabiduría caldea.Una parte muy importante de la obra de nuestro filósofo estuvo dedicada a comentar la filosofía pitagórica, bajo el título de «Colección de doctrinas pitagóricas», conjunto de diez tratados de los cuales se conservan cuatro: «Vida pitagórica», «Protréptico», «Ciencia común matemática» y la «Introducción a la matemática de Nicómaco». Huelga decir que Pitágoras era un personaje más mítico que histórico en tiempos de Jámblico, una figura que habían ido modelando con el paso del tiempo los pensadores de las corrientes pitagórica y neopitagórica (paradójicamente, cuanto más nos alejamos en el tiempo de Pitágoras, más noticias tenemos, y a la inversa).El volumen se completa con una exhortación a la práctica de la filosofía, en la que Jámblico expone los pasos iniciales que deben seguir las personas que deseen adentrarse en el pensamiento profundo.
Los Problemas, cuya autoría es dudosa y podrían ser obra de un Pseudo Aristóteles, son una colección de preguntas y respuestas acerca de cuestiones médicas, científicas y cotidianas; en total, hay casi novecientos problemas distribuidos en treinta y ocho secciones. Se trata de uno de los tratados menos estudiados de entre los atribuidos a Aristóteles, debido sobre todo a su carácter heterogéneo. A las dudas acerca de su origen se suma además una compleja transmisión a lo largo de los siglos, con varios añadidos y adaptaciones; aun así, los Problemas reflejan la universalidad del afán de conocimiento en el Liceo, que alcanzaba a todos los ámbitos y cuestiones. La obra tuvo una notable circulación durante la Edad Media y el Renacimiento, y fue traducida al latín, al árabe y a varias lenguas vernáculas.
A principios del siglo III d. C., Dion Casio, alto funcionario imperial de origen bitinio, tiene un sueño en el que, según cuenta él mismo, se le aparece un genio que le ordena escribir historia. Surge así la Historia romana, una de las obras más importantes sobre esta materia en lengua griega y fuente insustituible para el estudio de la evolución histórica y política de Roma. Dividida en ochenta libros, abarca desde los orígenes legendarios de la ciudad hasta la época del emperador Alejandro Severo, contemporáneo del autor. Dada la alta posición de la que disfrutaba Dion en la administración imperial, el autor dispuso de fácil acceso a los archivos nacionales, de los que pudo extraer gran cantidad de datos para su obra. Amigo y consejero del emperador, Dion se mostraba claro partidario de la monarquía, lo cual le diferencia de otros historiadores de época imperial. Tomando como modelo a Tucídides, Dion Casio llevó a cabo un trabajo de gran valor documental.Sólo se han conservado completos los libros XXXVI al LIV; del resto quedan fragmentos de extensión variable que se suelen editar acompañados de los resúmenes realizados por diversos epitomadores (los monjes bizantinos Zonaras y Xifilino son los más importantes), pues en muchas ocasiones estos epítomes es lo único que ha llegado hasta nosotros. En este volumen se incluyen los libros XXXVI al XLV, que abarcan desde la intervención de Pompeyo Magno en Creta (68 a. C.), hasta el comienzo de la guerra civil entre César y Marco Antonio (44 a. C.).
Dión fue un producto característico de la aristocracia oriental, un hombre de letras absorbido por el gobierno romano. Sus modelos literarios son Tucídides y Demóstenes —autores harto distintos—, y su concepción del rigor historiográfico no le impide usar recursos retóricos y figuras musicales, sobre todo en los frecuentes y extensos discursos, ni los efectos dramáticos. Las fuentes que más utiliza son los anales, Tito Livio y tal vez Tácito. Dado el alto puesto que ocupaba Dion en la administración imperial, el autor dispuso de fácil acceso a los archivos nacionales, de los que pudo extraer gran cantidad de datos para su obra. El estudio pormenorizado de todas estas fuentes le permitió componer una obra de gran valor documental. Sólo se han conservado completos los libros que van del XXXVI al LIV; del resto quedan fragmentos de extensión variable que se suelen editar acompañados de los resúmenes efectuados por diversos epitomadores, pues en muchas ocasiones estos epítomes es lo único que ha llegado hasta nosotros. En este volumen se incluyen los libros XXXVI-XLV, que abarcan desde la intervención de Pompeyo Magno en Creta (68 a. C.), hasta el inicio de la guerra civil (44 a. C.).
El prestigio de Diodoro fue grande en la Antigüedad, en Bizancio, en el Renacimiento y durante todo el siglo XVIII. Y si bien algunos críticos del siglo XIX se mostraron muy severos con él, la crítica moderna reivindica el valor y la originalidad de la «Biblioteca histórica». Los libros IV-VI están dedicados a Grecia y Europa, y cierran la parte de la «Biblioteca» que narra la historia por regiones geográficas. La siguiente gran sección (del libro VII al XVII) relata la historia mundial desde la guerra de Troya hasta la muerte de Alejandro Magno.
Las «Disputaciones tusculanas» (del año 44 a. C. y dirigidas a Marco Bruto) consisten en un tratado filosófico en cinco libros, compuesto en forma de conversaciones entre dos personajes, M. y A. Su tema central es cómo alcanzar la felicidad y la serenidad, y puesto que no se trata de una obra fácil, afronta con valor los mayores obstáculos para la consecución de este fin. El propio Cicerón nos ofrece un esquema de la obra en el prólogo a Sobre la adivinación: «las «Disputaciones tusculanas» […] trataban de los fundamentos de la vida feliz, la primera sobre el desprecio de la muerte, la segunda sobre soportar el dolor, la tercera sobre mitigar el dolor, la cuarta sobre las perturbaciones psicológicas y la quinta sobre la corona de toda la filosofía, la afirmación (estoica) de que la virtud es en sí misma suficiente para la vida feliz.» La obra posee la fuerza de lo íntimamente sentido, y tiene un trasfondo biográfico: fue escrita al año de la muerte de su amada hija Tulia, que sumió a Cicerón en una profunda tristeza. En sus últimos tres años se apartó de la vida política y se recluyó en su villa de Túsculo, donde se consagró a la creación literaria; éste es el más personal de los escritos de esta época.
Crítico literario de primer orden, Dionisio centra sus comentarios tanto en el aspecto retórico formal como en el plano del contenido. Dionisio de Halicarnaso nació hacia 60 o 55 a. C. en esta ciudad de la costa de Asia Menor, pero su interés por la oratoria le llevó a trasladarse, en 30 a. C., a Roma, donde se dedicó a su enseñanza de retórica y compaginó la labor pedagógica y la composición de su obra capital —«Historia antigua de Roma»— con la redacción en griego de una variada colección de comentarios de crítica literaria. En este volumen se incluyen «Sobre los oradores antiguos» (una especie de preámbulo a una proyectada obra sobre los oradores áticos Lisias, Isócrates, Iseo y Demóstenes), comentarios acerca de distintos autores y «Sobre la imitación», tratado que ha llegado hasta nosotros de manera fragmentaria. Las demás obras sobre retórica y literatura de Dionisio también están publicadas en esta colección. Dionisio considera que la filosofía y la historiografía son meras disciplinas de la retórica, idea que influye en su valoración de los autores que comenta, pues realza a los oradores (sobre todo a Demóstenes), en detrimento de Platón y, en menor medida, de Tucídides. Crítico literario de primer orden, Dionisio centra sus comentarios tanto en el aspecto formal como en el plano del contenido. Es, además, vía inestimable de transmisión de fragmentos de obras que, de otro modo, se habrían perdido.
De la ingente producción de Aristóteles son numerosas las obras conservadas, pero también son muchas las que se han perdido y de las que sólo conocemos citas y menciones indirectas. Si las obras conservadas son los tratados filosóficos y científicos ordenados y editados por Andrónico de Rodas en el siglo I a.C., los escritos perdidos se corresponden, por lo general, con las obras dirigidas al gran público («obras de divulgación», diríamos hoy) y, en su mayor parte, estaban redactados en forma de diálogo. Entre estas obras se encontraban, por citar algunos ejemplos, Sobre la filosofía, Sobre las Ideas, Sobre el Bien o el Protréptico. Los diálogos de Aristóteles, literariamente bien cuidados, formalmente bien construidos, le dieron en la Antigüedad fama de escritor elegante. Ya desde el siglo XIX, ha sido considerable el interés y el esfuerzo de los filólogos por recopilar y ordenar los fragmentos del Estagirita, así como por dilucidar hasta qué punto las obras perdidas mostraban a un Aristóteles distinto del que conocemos por los tratados conservados, más cercano a las teorías platónicas o si, por el contrario, reflejan ya un distanciamiento claro de las tesis de su maestro.
«La guerra civil» entre los adeptos de Julio César y los partidarios senatoriales de la República se extendió a lo largo de cuatro años (49-45 a. C.), en una contienda trascendental tanto para el devenir de Roma como para el futuro de César, puesto que su victoria marcó el punto culminante de su poder al erigirse dictador y sentó los precedentes que precipitaron su rápida caída. Con un estilo sobrio, casi se podría decir marcial, Julio César escribe su «Guerra Civil» con las mismas intenciones que ya había mostrado en «La guerra de las Galias»: narrar sus éxitos militares con aparente objetividad, pero con muy clara intención de ensalzar su figura y aducir las razones, en su opinión justificadas, que le llevaron a iniciar el conflicto. Esta crónica, precisa, elegante y bien estructurada, se centra en los primeros dos años de la campaña, desde el famoso paso del Rubicón hasta su estancia en Alejandría y la muerte de Pompeyo. Completan el volumen tres obritas apócrifas que se nos han transmitido con «La guerra civil» y que pretenden ser su continuación: la «Guerra de Alejandría», la «Guerra de África» y la «Guerra de Hispania». Todas ellas narran, en su conjunto, la actividad desarrollada por César a lo largo y ancho del Mediterráneo hasta la última semana de abril del 45 (campaña en Hispania contra los hijos de Pompeyo).