Oscar Wilde describió a H. G. Wells como «un Jules Verne inglés». Wells nunca se lo perdonó. Porque, cuando éste creó su ingeniosa máquina del tiempo, no se limitó a trasladar a su inventor al año 802701 para que contemplase un Londres desconocido, una raza humana degenerada, un mundo en ruinas, producto de una «civilización» desmesurada y un progreso científico incontrolado. Apoyándose en un socialismo utópico, hay tras este cuento científico una lúcida sátira de la sociedad capitalista, que, sin llegar a tan improbable siglo, nos ha puesto al borde de esa playa glacial que descubre el viajero unos milenios más allá.
La única novela de Edgar Allan Poe, que tantos y tan hermosos cuentos escribió, es un verdadero friso de atrocidades: a un ritmo vertiginoso, en una atmósfera agobiante, se suceden naufragios, tempestades, escenas de hambre y canibalismo, matanzas, gritos, silencios opresores… En estas páginas obsesivas, recargadas, barrocas, no hay un momento de respiro para el lector, que se ve literalmente asediado —y acaso también fascinado— por la destrucción y la muerte que rezuman. Y no menos sorprendente es ese misterioso final en que aparece la inesperada figura velada, indescriptible, que tenía «la perfecta blancura de la nieve».
De los tres pilotos que surcan los mares de la noche por el cielo de Sudamérica, uno de ellos perdido en una tempestad de nieve y fuego, no volverá. Entre tanto Rivière, el creador de los vuelos nocturnos, empieza a preguntarse por el sentido de su vida y de su obra, hasta tomar una decisión que parece «inhumana» por «inexpresable». Vuelo nocturno es la epopeya de aquellos pioneros de la aviación que ofrendaron sus vidas en aras de la «acción» y del progreso. Saint-Exupéry conoce por experiencia lo que narra y ha transmitido al relato la fuerza y el calor que sólo puede dar quien lo ha vivido, en un estilo conciso, pero épico y lírico a la vez.
Cuando Robinson Crusoe naufragó en aquella isla desierta, no podía imaginar que pasaría allí veintiocho años, que sembraría arroz y cebada, que haría queso y que encontraría un buen salvaje rousseauniano a quien evangelizar.Pero Robinson no es sólo un hombre hábil, capaz de sobrevivir, y aun de prosperar, a fuerza de tenacidad e ingenio. Es, sobre todo, el prototipo del colonizador inglés, que no se conforma con «estar» en la isla, sino que la explora y la somete.Daniel Defoe, por su ausencia de pretensiones literarias —o justamente por ello—, por su estilo «esencial» y tan «práctico» como el hombre que narra su vida, escribió una obra maestra imprescindible.
Casi todas las heroínas de los amores románticos han sido hermosas hasta dejarlo de sobra. Sólo Marianela es fea, sólo ella tiene «un cuerpecillo chico y un corazón muy grande». La fantasía del ciego se la imagina celestial, pero «los ojos matan» y la cruda realidad se impone. Esta historia, donde el patetismo y la melancolía vienen suavizados con leves pinceladas de ironía y toques de humor, aún le da pie a Galdós para denuncias «el embrutecedor trabajo de las minas», «el positivismo de las aldeas», los «desiertos sociales» y «las singulares costumbres de una sociedad que no sabe ser caritativa sino bailando, toreando y jugando a la lotería».
Herbert George Wells utiliza sus «fantasías científicas» para criticar —siguiendo la tradición de Swift— las instituciones y debilidades humanas. El hombre invisible nos muestra las contradicciones de un joven y brillante científico que, tras largas jornadas de agotadores experimentos, descubre la forma de hacerse invisible. Sin embargo, trastornado por los sufrimientos y el acoso a que se ve sometido, abandona todo escrúpulo y trata de emplear su descubrimiento para enriquecerse y dominar, sin detenerse ante la violencia y el engaño. Novela fantástica y un tanto amarga, subraya los potenciales peligros de la ciencia.
Con la batalla de Trafalgar, donde junto con los barcos se hundió definitivamente el poderío naval español, inició Galdós sus Episodios nacionales, esa historia, cruelmente divertida si no fuera tan triste, de nuestro azaroso siglo XIX.Una hábil conjunción de historia y fábula le sirve para narrar el hecho histórico propiamente dicho, mientras rellena los intersticios de la historia con oportunos detalles inventados, que dan vida y calor humano a lo que sólo fue acontecimiento. De este modo se entrelazan vida e historia, fábula y mito, dando como resultado Trafalgar: una obrita maestra, que nadie puede leer sin conmoverse.
Decir que Pushkin es el poeta ruso por excelencia no es ninguna novedad; decir que es el creador de la prosa rusa moderna quizá ya sea menos novedoso, aunque nomenos cierto. Los amores de Griniov y "la hija del capitán" de una vieja fortaleza sirven de pretexto para tocar el tema tabú de la histórica rebelión de Pugachov. Con un aire de crónica familiar y en una prosa concisa y sencialla, hizo Pushkin una pintura magistral de la época de Catalina II. Como ha escrito John Bayley, "la brevedad de la novela de Pushkin es un índice de su modernidad, mientras que la lentitud de las de Walter Scott revela su feliz domicilio en el pasado".
La más imaginativa y maravillosa aventura creada por Haggard empieza cuando Leo y Holly descifran el mensaje que envía la antigua princesa egipcia Amenartas. En su misterioso viaje descubren a «Ella», ese extraño ser, terrible y fascinante, símbolo de la eterna juventud y de la permanencia en el tiempo. Pero «Ella» no es solo una alegoría sobre el eterno retorno; es también una melancólica reflexión sobre la dureza de este mundo cruel, que no invita precisamente a eternizarse.«El mundo —dice Holly en un curioso atisbo de existencialista— no ha demostrado ser un nido tan suave como para que invite a quedarte en él para siempre».
Galdós, que en 1897 padecía «un creciente escepticismo ante las posibilidades históricas de la burguesía española», dejó traslucir en Misericordia su decepción ante el fracaso de las ilusiones políticas puestas en el régimen de la Restauración. Para ello descendió a los infiernos de la miseria, y de la mano misericordiosa de Benigna recorrió los bajos fondos del hambre y la degradación humana.Misericordia, exposición de escenarios miserables y ámbitos de una clase social decadente, declaración de esperanza y pesimismo, refleja, como en un espejo oscuro, la abnegación individual frente a la ineficacia de la clase política.
El conde Drácula pertenece a esa lista de personajes que, popularizados por el cine, han cobrado vida propia, haciendo oscurecer injustamente la obra literaria de donde proceden.Y, sin embargo, la novela de Bram Stoker sorprende por su solidez y arquitectura: la ausencia del omnisciente narrador decimonónico y la acumulación de materiales de primera mano confieren al relato una modernidad narrativa inusitada en este tipo de obras. Al mismo tiempo, la lenta progresión en el desvelamiento del misterio, producto de la confrontación y convergencia de los diversos puntos de vista, crea una tensa atmósfera de suspense en medio de su aparente distanciamiento y frialdad.
La invasión de la tierra por los marcianos a finales del siglo XIX supuso un duro golpe para el hombre, que nunca imaginó tener que vérselas con seres extraterrestres, y menos aún que pudieran ser más inteligentes que él. Los marcianos miran a los hombres como hormigas, pero, cuando ya parece perdida toda esperanza para la humanidad, son destruidos por un medio tan minúsculo como inesperado. Wells supo combinar los resortes de la ciencia ficción con los ingredientes del relato de aventuras, resultando una novela trepidante y emotiva, sin olvidar sus toques de horror y sus reflexiones sobre la condición humana.
Tartarín de Tarascón, el mitómano y fantasioso Tartarín, usando y aun abusando de los efectos que el espejismo produce en los calenturientos cerebros de los tarasconeses, se ha ganado fama de intrépido aventurero y hasta de audaz vapuleador de bandoleros chinos en Shanghái. Pero un día el espejismo deja de funcionar y Tartarín se ve obligado a marchar a tierras argelinas a la caza de leones inexistentes. Las aventuras africanas de Tartarín, con su dosis de humor, ironía e incluso sátira del régimen colonial, mantienen el interés del lector en todo momento, que se encariña con este héroe en zapatillas, entrañable y curiosa mezcla de don Quijote y Sancho.
Tras el éxito obtenido con El Misterio del CuartoAmarillo, Gastón Lerouk quiso dar cima ala aventura y al destino de sus personajes con un «más difícil todavía».Rouletabille vio lo insólito del problema en sus términos exactos: Si en El Misterio... erainconcebible cómo el asesino había podido salir de un cuarto cerrado, en Elperfume... era más inconcebible aún cómo había podido entrar elhombre que salió cadáver. Es decir: si en aquélla faltaba el asesino,en ésta sobraba el asesinado. Una vez más la implacable lógica de Rouletabille «cerró el círculo» y, ante losasombrados ojos de los asistentes, descubrió la identidad del asesino.
Aunque Sienkiewicz no hubiera escrito Quo vadis?, le bastaría esta novela para pasar holgadamente a las historias de la literatura. La línea argumental de la obra está constituida por las aventuras de los niños Stas y Nel, que, raptados por unos fanáticos mahometanos, se ven obligados a cruzar el desierto y la selva, huyendo de sus perseguidores y en busca de su libertad y su familia. El sentido del valor caballeresco del protagonista y una ternura contenida en la forma de narrar laten bajo la trama de estas páginas impecables, cuya frescura, encanto y atractivo el tiempo pasado sobre ellas no ha sido capaz de marchitar.
Tanto La llamada de lo salvaje como Finis, el cuento que completa este volumen, tienen en común el espacio en que se desarrolla la aventura: la zona ártica próxima al río Yukón, donde se encontraron los yacimientos que dieron lugar a la «fiebre del oro». Buck, el perro vigoroso que, víctima de una traición, ha caído en manos de los buscadores de oro, demuestra con la devoción hacia su amo que los perros pueden ser más humanos que los hombres. Muerto su amo, seguirá la llamada del instinto, de la naturaleza ancestral y salvaje, para unirse a su hermano el lobo. Como ha escrito Oriana Fallaci, esta novela violenta, sentimental y cruel es un «himno a la libertad absoluta».
Veintidós años tenía Lamartine cuando conoció a la bella napolitana Antoniella Jacomino. Cuarenta años después evocaba e idealizaba aquel vago amor en las páginas levemente autobiográficas de Graziella. Como buena exaltación romántica no escapa al tono convencional de sentimentalismo y abuso de lágrimas típico de la época. Pero como descripción de la Italia de campesinos y pescadores, de sus tareas en el mar o en sus jardines y viñedos, alcanza momentos realmente insuperables. En este aspecto, ha dicho J-M. Gardair, «hay en Graziella dos o tres páginas que valen por todo Catón el Viejo, todo Varrón y todo Columela».
Inspirándose en un personaje real, dibujó Dumas a la «dama de las camelias», una de las heroínas más seductoras de la literatura romántica, cuya «expresión virginal, casi infantil» sobrenada en medio de su vida cortesana. El verdadero drama empieza cuando un respetable joven burgués se enamore de ella y ella decida aceptarlo: la moral de esa sociedad burguesa, tan tolerante con las amantes, no tolera que el amor de una cortesana, por sincero que sea, obstaculice la vida burguesa que reserva a sus elegidos. Marguerite resulta así víctima, no tanto de su vida pública y privada, cuanto de la moral hipócrita de su siglo.