Francisco Umbral, que ha trabajado largamente en la memoria lírica ('la imaginación es la forma lírica de la memoria', dice), viene haciendo la lectura de su propia vida mediante el único procedimiento posible: escribirla. Esta transformación del tiempo en texto, del pasado en literatura ('el pasado es un presente a salvo' dice el autor asimismo), ha sido el hilo conductor de muchos de sus mejores libros, libros tan singulares como «Memorias de un niño de derechas», «Los males sagrados», «Las ninfas» (Premio Nadal 1975), «Mortal y rosa». En esta misma trayectoria se inscribe con máxima brillantez «El hijo de Greta Garbo», que es la historia/novela/poema de su propia madre, más el clima lírico y político de época que la envuelve. La República, el azañismo, la guerrra, la postguerra; todo pasa, desvaído e intenso, por los ojos pardos de una mujer de una mujer que fue adolescente en la década/Greta Garbo y que va quedando dibujada, a muchos años de distancia (murió muy joven), con esa prosa delgada, sugerente y sensible que caracteriza a Francisco Umbral. Tenemos así, un retrato de mujer que se va configurando en historia, hasta los matices femeninos más interiorizados de tiempo, gesto, amor y tristeza. El hijo mira toda una vida a la madre y novela su biografía mediante el detalle y la prosa, hasta lograr el personaje literario perfecto y el libro exacto, preciso, musical y completo.
Arrabal, con una prosa tersa y perfecta, nos presenta a dos personajes, dos genios ajedrecistas enfrentados en el campeonato del mundo, el español Elías Tarsis y el suizo Marc Amary. Ambos llevan a la espalda dos biografías tremebundas que evocan durante la partida decisiva. El dionisiaco y temperamental Tarsis ha sido, entre otras cosas, joyero, proxeneta y fraile; su oponente, el gélido Amary (que, además, tiene personalidad múltiple) nació en un retrete durante una recepción diplomática en la India, es un brillante científico y el líder de una célula terrorista que acaba de secuestrar a un miembro del Politburó soviético (lo que permite a Arrabal satirizar las ilusiones totalitarias de buena parte de la intelectualidad europea de la época). No esperen una lucha caballerosa.Por supuesto, con semejante sinopsis llena de elementos góticos, folletinescos o puramente 'pulp' La torre herida por el rayo es sólo, en su superficie, realista y apenas oculta su condición de carnavalesca y brillante fantasmagoría, emparentada con la estética deformante del último Valle-Inclán o de Buñuel, quizás uno de sus referentes más obvios. Sus fabulosos personajes podrían haber sido sustituidos por Fu Manchú y el Doctor No, o por Magneto y el Joker o, incluso, los dos payasos asesinos de Balada triste de trompeta de Álex De la Iglesia. Como toda obra genuinamente innovadora, puede generar incomprensión, alarma, rechazo. Pero si el lector es capaz de entrar en su juego, La torre herida por el rayo resulta tan sorprendente como divertida.
Son los últimos años del siglo XIX en el imaginario país de Minimuslandia. El Gran Duque Ferdinando Luis, depuesto por su primo, el emperador centroeuropeo Carlos Federico Guillermo, tras una serie de intrigas y amenazas, reconstruye los últimos días de su reinado.
En su narración incluye cartas que se cruzaban sus súbditos, fielmente copiadas por sus servicios de espionaje, y a través de ellas evoca a los personajes que regían y habitaban su pequeño, feliz e indefenso país y la lenta agonía de su independencia.
Una ingeniosísima metáfora sobre la identidad y el hecho mismo de ser y existir. Unas páginas llenas de magia e ironía, abiertas a todos los vientos de la inteligencia.
Desde la bíblica Antigüedad del desierto del Génesis hasta el asfalto de Nueva York, todo navega en el corazón de los mortales, en un mar de dulzura. En esta novela se mezclan paraísos perdidos y ciudades míticas, melodías del alma y sensaciones de la carne. Manuel Vicent nos recuerda cómo el perfil del fratricida se funde con nuestra memoria, transgrede el tiempo y vive errante por la tierra reencarnándose en sucesivas figuraciones.Balada de Caín es una pequeña joya, un alarde de estilo en forma de novela sobre el viejo tema de Caín, el maldito fratricida, que impregna la cultura judeocristiana desde el Génesis hasta Nueva York. Un libro sensual, que respira lirismo y sensibilidad, escrito en un lenguaje de una factura irreprochable, plagado de juegos de palabras, figuras…, Vicent parece inventar un idioma nuevo en cada página, es un poeta de la prosa con una voz propia inconfundible.
Novela coral, simultaneísta, presencia invasiva y en relieve de una ciudad entera. Sinfonía borbónica es el aquí y el ahora de Madrid y los mediados 80. Políticos, homosexuales, actrices, aristócratas, putas y marginales, la ciudad/lumpen y la ciudad/farsa viven en esta crónica/collage, donde la verdad puede más que el estilo, o lo potencia. Francisco Umbral hace aquí una novela documental y experimental donde el presente urge a la prosa. Relato puro, directo, total, de un momento que nos incluye a todos. Si Umbral es el estilo, el estilo es la vida en este libro.
¿Novela light, novela erótica, novela policíaca? Umbral ha escrito aquí y ahora su libro más alegre, vivo, vital y espontáneo, con una rigurosa trama de «novela negra», un fuerte toque de novela «porno» y una ligereza y frivolidad literaria de novela light. Quizá lo que ha hecho Umbral, como Cervantes con el «Quijote», es una burla/homenaje de los géneros de moda, todo deslumbrantemente servido por una ironía memorable, una admirable velocidad narrativa y un estilo único (el del autor). Por debajo de todos estos géneros y su parodia, la difícil y profunda aleación de ternura y crueldad, más la imaginación, que caracteriza a Francisco Umbral.
Yo que he servido al rey de Inglaterra demuestra que la novela es el género literario por excelencia. Relato gozoso y rabelesiano, concilia los ámbitos contradictorios de lo rutinario y de lo poético, de lo mediocre y lo carnavalesco, para alcanzar lo que Kundera, en su elogio a Hrabal, ha llamado «el increíble matrimonio entre el amor plebeyo y la imaginación barroca». Su peripecia narra las tribulaciones de un pequeño aprendiz de camarero que ambiciona el éxito y el reconocimiento social. Al igual que los héroes de Kafka, parece condenado al fracaso, pero también a hacer prodigiosos e incansables esfuerzos para alcanzar su objetivo. Como el soldado Schwejk de Hasek, nos descubre el absurdo cotidiano. A través de las diferentes etapas de formación y aprendizaje de este pícaro trágico, que de hotel en hotel asiste extasiado a pantagruélicos banquetes, excesos y disipaciones, Hrabal escribe a contraluz la historia de Checoslovaquia desde la primera república hasta la llegada del comunismo. Todo discurre con la agudeza sostenida de un espléndido humor que caricaturiza sin falsear ni desproveer de dignidad lo que acontece. Aunque nada en este libro ostente la solemnidad de los mensajes explícitos, Yo que he servido al rey de Inglaterra es finalmente una fábula moral. De pronto el lector constata que ese pequeño aprendiz que una vez estuvo a las órdenes de un maître que había servido al rey de Inglaterra, es una mezcla de don Quijote y Sancho en un solo personaje, el cual, tras tres siglos de inútiles combates, quizá regrese a su pueblo llamándose K y disfrazado de agrimensor.
«El elefante verde» es la narrativa de un sueño de Jom Tow, comerciante judío del octavo distrito de Budapest que sueña con un gran elefante verde. Es el anuncio, le explica el rabino, de la predilección del señor por él y su familia. Desde ese momento, Jom Tow empieza a esperar confiadamente la suerte prometida. Como esta tarda en llegar, se convence de que el beneficiario será su hijo Isaac, al que, por tanto, le explica el gran acontecimiento. Isaac atravesará la guerra, el nazismo y las persecuciones estalinistas buscando, a veces enfurecido, a veces crédulo, los signos de la elección divina. Pero también él terminará por convencerse de que la ventura está reservada para sus hijos gemelos, Samuel y Benjamín.
Desde hace treinta y cinco años, Haňt’a trabaja en una trituradora de papel prensando libros y reproducciones de cuadros. En cada una de las balas de papel que prepara conviven libros, litografías, ratoncillos aprisionados y su propio esfuerzo, que se manifiesta en una relación absolutamente amorosa con los libros que destruye por oficio y salva por pasión.
Bohumil Hrabal nos presenta en esta novela a los administradores de una fábrica de cerveza: Francin y Maryška. Ella es una mujer joven y enérgica, muy hermosa, que hace todo lo que se le ocurre. Ante el terremoto que es su mujer, Francin intenta dirigir con sensatez la fábrica, y manejar como puede los incesantes conflictos con sus accionistas, personajes muy influyentes en la ciudad. Por si todo ello fuera poco, el tío Pepin, personaje desternillante y recurrente en las novelas de Hrabal, se queda a vivir con la pareja provocando incesantes episodios cómicos, para desesperación del bueno de Francin, quien ve amenazada una y otra vez su carrera como administrador, a quien salva, eso sí, la irresistible personalidad de su bella esposa.
Los otros días es la historia de un director de orquesta que, a causa de la enfermedad de Parkinson, no puede continuar la labor a la que ha dedicado toda su vida y regresa a su tierra, para terminar de envejecer. La música ha sido el pilar fundamental de su existencia, y ni su condición de sacerdote ni su vinculación a la masonería pudieron postergar esta vocación primera. Desde este retiro en que se pierde y recobra la verdadera dimensión de los otros días, el protagonista se abre a un espacio de extrema sensibilidad ante lo exterior y lo interior, y rehace su relación con el recuerdo, con la belleza, con la luz, con la lluvia, con las pequeñas cosas. Lentamente comprende que la felicidad va unida al mero hecho de existir, que asoma tras esas acciones simples que en nuestra cotidianidad suceden: respirar, comer, mirar, oler, pasear La fuerza telúrica de la tierra gallega, la sorprendente aparición de Xana y la maliciosa jocundia del tío Álvaro serán el contrapunto de la degradación psíquica y física que la enfermedad conlleva.
Eduard Verne, un célebre escritor holandés, de ascendencia judía, aparece muerto misteriosamente en los arrabales portuarios de un pueblo del Mediterráneo. Su muerte origina un sinfín de conjeturas, pero la verdad de lo ocurrido se difumina en los silencios de la noche, en el reflejo de las aguas y en las propias palabras del escritor y de aquellos que lo conocieron. Un investigador, Alex Denia, emprenderá la búsqueda de lo que se oculta detrás de lo ocurrido; diversos personajes, caracterizados por sus vidas errantes y exilios múltiples, le ayudarán o se interpondrán en su investigación; el oscuro Giovanni, amigo del escritor, y María, su enigmática compañera; Mario, el bibliotecario; las figuras evocadas de Beatriz o el rabino Simeón… Enfrentado a silencios, a confesiones parciales o a revelaciones que acaso escondan una interesada mixtificación, irá descubriendo los diversos senderos de un laberinto de palabras que entraña una pregunta metafísica. La aventura heterodoxa de Eduard Verne conduce a Alex —y a nosotros con él— a una reflexión sobre el poder de la literatura como respuesta a los enigmas de la existencia. Por su riesgo narrativo, por su radical originalidad y por su sugestiva prosa, impregnada de la belleza de la noche mediterránea. El silencio de las palabras constituye una propuesta novelesca sin concesiones, una verdadera revelación.
En una llanura desértica, atravesada por un río poderoso, un hombre despierta, ignorante de su propia identidad. Únicamente la palabra «soldado» parece decirle algo de sí mismo. Desde la otra orilla, un extraño le hace señas invitándole a cruzar el río. Jornada tras jornada, el hombre se enfrentará durante la noche al extraño mensajero y, durante el día, rescatará lentamente del olvido las principales experiencias de un itinerario vital marcado por la incapacidad de asumir su verdadera identidad. Su infancia en un Marruecos próximo a la independencia, el descubrimiento de la figura contradictoria del padre, su amor adolescente, su carrera militar, su matrimonio, el nacimiento de una hija... A lo largo de estos «días de sueño y noches de combate» se le ofrecerá la fuga definitiva, escapar al dolor y a la memoria, y tendrá la oportunidad, al revivir su vida, de tomar auténtica conciencia de sí mismo. Con una estructura extraordinaria en la que destaca la perfecta elección del universo metafórico.Ciegas esperanzas se revela como un fascinante ejercicio literario, que persigue, y logra, recrear un mundo que normalmente escapa a los límites de nuestro lenguaje. En la alternancia entre el sueño y la batalla, sitúa Gándara la reflexión y la resistencia, únicos mecanismos posibles para sobrevivir al desconcierto y el desamparo que presiden la existencia del hombre. Antes de la revelación, o antes de saber que no llegará nunca, nos queda la esperanza de ser sujetos de nuestro propio destino. Finalmente Ciegas esperanzas es también una bellísima reflexión sobre la muerte como definitivo acontecimiento de la vida y una reivindicación de nuestro derecho a enfrentarnos a aquello que es superior a nosotros mismos.
Boro Salami a las cinco de la madrugada de un día de febrero con una pareja de ases en las manos y un secreto en su brazo de acero. Su repentina muerte, en un antro de El Viso, es el comienzo de una vertiginosa sucesión de acontecimientos que protagonizan vivos y muertos, unidos en un alucinatorio combate entre carne viva y carne resucitada. La dama Georgiana nos sirve de Virgilio-Beatriz y nos guía a través de un sinnúmero de aventuras concéntricas en una ciudad de alcantarillas misteriosas. Con ella recorremos las noches del asfalto, un garito en que los pícaros se despluman entre sí, o la prisión de Alcalá-Meco, hasta llegar a un apocalíptico fin de «fête» en el casino montado en el depósito de cadáveres. «La muerte bebe en vaso largo» mezcla e iguala a matones, jueces, difuntos acicalados con sombreros de copa, cajeros, divos, atracadores, figuras de la canción y gloriosos representantes del sector de ultramarinos en una esperpéntica galería de personajes reales y de espectros. Juntos integran un carrusel de voces, olores y sabores de sensualidad veleidosa. Con su imprevisible capacidad fabuladora y su perversa transgresión de los géneros, Manuel Vicent nos invita a un singular festín en el que no todos los que están son, y no todos los que no están se fueron.Una corrosiva crónica de la actualidad, una crítica a la sociedad contemporánea.
Manuel Vicent nació en La Vilavella en 1936, cuando en el país «los pájaros ya respiraban pólvora». Contra Paraíso evoca sus primeros años de vida desde los meses en que la Iglesia fue convertida en bar —con la pila bautismal llena de gaseosas— y su padre permanecía escondido en un altillo de su casa mientras los republicanos ocupaban la planta baja hasta los preparativos de la Primera Comunión, con el viaje a Valencia a buscar el imprescindible traje de marinero con su cordón de seda trenzada.
La niñez del escritor se revela desde dos mundos concurrentes y antagónicos. Por un lado, el ambiente disciplinado del hogar, sustraído a la ternura y a la risa que hacía necesaria la mentira para sobrevivir. Por otro, el fascinante mundo exterior donde la libertad y la imaginación se entrelazan, donde tenían cabida los saltimbanquis y los mendigos, la exploración de las trincheras, el tonto del pueblo, los cromos en la acera, el mar o las primeras y trascendentes revelaciones sexuales.
Con un lenguaje nostálgico y sensual, Vicent envuelve cada hazaña infantil con una desbordante sucesión de imágenes y sonidos, desde el ángelus o el perfume de los geranios del cementerio a la Piquer cantando las penas de la Lirio. En el gozoso reencuentro con la memoria, Contra Paraíso nos devuelve a esa época en que las ideas abstractas no existen y el amor es una sonrisa de la madre, el placer cualquier dulce de la despensa, el orden una mirada severa del padre y la muerte la imagen amarillenta de una niña en una fotografía.
Con una voz íntima que modula sobresaltos y nebulosas,Ana María Matute nos enfrenta a las experiencias de un grupo de jóvenes, casiniños, a quienes la guerra civil ha despojado de cualquier resto de su anterioruniverso infantil. El escenario escogido es una Barcelona de soldados y mujeresmal pintadas, de refugiados y mendigos, de gentesocultas que intentan sobrevivir día a día en medio de los escombros, la luzblanquecina de los reflectores, los bombardeos y la amenazada espera. Pero másallá de un tiempo y un espacio concretos, el propósito de la escritora espresentar a unos muchachos que conviven con el temor y la muerte y ahondar enlas emociones de una joven que, desde la carencia y la provisionalidad, hallaráen el amor el verdadero significado de la paz.
Esta es una pequeña ciudad que vive alrededor de una fábrica de cerveza. El padre del narrador es el encargado y su tío Pepin uno de los trabajadores. En esa ciudad donde apenas nada ocurre, pasan los conquistadores nazis y llegan los «liberadores» tanques soviéticos, hasta que el régimen comunista lo cambia todo definitivamente. Pero no tanto para el tío Pepin, una de las creaciones literarias más geniales de Hrabal. Él continuará visitando la barra estadounidense de la ciudad, dando explicaciones sobre higiene sexual a las chicas y bebiendo cerveza como una esponja.
Con su peculiar estilo lleno de humor y ternura, Hrabal retrata una vez más lo que somos todos (o casi todos): seres sometidos a los vaivenes de la historia cuya única escapatoria es disfrutar del baile, aunque bailemos con la más fea.
En las primeras páginas de Días de luz, un soldado español emprende una huida agotadora por el Marruecos colonial, después de un ataque de los árabes. Pasamos, después, a la vida cotidiana de unos personajes que viven en la atmósfera cerrada de Melilla y que, rotos los lazos que les unían a sus orígenes, son ciudadanos de un mundo en extinción y de una ciudad que va reduciendo sus límites. Lentamente, el foco de la novela se centrará en el amor de Alfonso y María, después de la muerte del marido de esta, amor que le llevará a romper sus vínculos familiares para vivir plenamente por primera vez. Cada capítulo va encabezado por unos textos sobre una ciudad imaginaría, que hacen de contrapunto al mundo dibujado por la narración principal.
Viena. Una habitación de hotel, al lado de la casa de Mozart. Juan espera a Berta. Pone en marcha la grabadora y sus palabras van registrando el pasado. Es la misma grabadora que utilizó como periodista para acceder a la inflexible Madre Teresa de Calcuta. Para llegar al terrorista del IRA en huelga de hambre. Para recoger el primer acto del gran espectáculo de la guerra del Golfo… Todo lo ha reinventado en sus crónicas. Pero ahora no caben deformaciones: el hombre se enfrenta a si mismo en un peculiar ajuste de cuentas. Vuelven de repente las grotescas y lacerantes mixtificaciones que ha escrito para el diario Damas y Caballeros. los fraudes que se reiteran en la Europa triste del bienestar y en los rincones más olvidados del tercer mundo. También reaparecen escenas de la convivencia difícil con sus padres. Las peripecias de una estancia anterior en Viena. Las relaciones con su americanísima ex mujer. Con una entrenadora china de pimpón. Y con su amante Berta a la que sigue esperan do mientras anochece en Viena. Con un lenguaje conciso y fragmentario. Ignacio Carrión crea una atmósfera de vértigo, una sensación hipnótica, sacudida por un humor feroz y corrosivo. Cruzar el Danubio se convierte así en un análisis incisivo de la patología del oficio periodístico. Nos obliga a escuchar el ruido de la carcoma que aniquila toda clase de creencias.
Un auditor de cuentas vive una existencia feliz en un reconocible paisaje urbano de casas adosadas y simétricas. La rutina y el confort presiden sus acciones y el futuro se vislumbra predecible... Pero un hecho fortuito -la visita al veterinario de guardia con su perro Bobo- desencadena una sucesión imprevista de mentiras que altera radicalmente su vida y le lleva, al mismo tiempo, a contemplarla de modo distinto.Su ridícula odisea le permitirá percibir la otra fuerza de las cosas, intercambiar esclarecedoras confidencias, intuir el significado de los silencios de su esposa y, sobre todo, saber de la falacia de la quietud, descubrir que es posible que todo estalle y abra paso al pánico o a la verdad, o simplemente a otra rutina, eso sí, tras otra vuelta de tuerca.Con un agudo sentido literario conseguido mediante la depuración de lo superfluo, Félix Bayón propone una historia que se erige en metáfora esquinada de nuestro presente. Enlazando la escueta moral de Raymond Carver y el implacable suspense de Patricia Highsmith, Adosados se adentra en una pequeña parcela de nuestra contemporaneidad para informarnos de que la inquietud y el desasosiego son unos visitantes inesperados que pueden, sin más, llamar a cualquier puerta. También a la nuestra...La novela fue finalista del Premio Nadal de novela en 1995. Llevada al cine por Mario Camus, su guion fue premiado en los festivales de Chicago y Montreal.