Caldwell, Kansas, 1870… Caldwell había nacido dos años atrás. Nacido, come casi todo lo que nacía en Kansas por entonces, casi de la noche a la mañana. Colocada a un par de millas al norte del punto en que la Senda de Chrisholm penetraba en Kansas, formaba un punto avanzado sobre la Ruta y las Tierras Indias. Los conductores de ganado llegaban allí como los lobos a un manantial después de un día de verano. Los pieles rojas, a pesar de haberse firmado el tratado de paz, hacían frecuentes incursiones depredatorias, casi siempre por sorpresa. Debido a ello, los edificios de Caldwell estaban bastante agrupados a un lado de la Senda y habían sido construidos más como fortines que como viviendas normales. En marzo de 1870, Caldwell tenía dos saloons, cinco tabernas de baja estofa, un hotel, una herrería, una barbería, un almacén de ramos generales, una talabartería y catorce edificios particulares.
El día era endemoniadamente caluroso. El sol apretaba de firme y el paisaje que se divisaba entre un halo medio gris, medio dorado que parecía caer de las alturas como un vaho desprendido de la atmósfera, era sucio, reseco, áspero y nada agradable. Y, sin embargo, aquella parte alta de Nuevo México, en la vieja ruta de Santa Fe, poseía un paisaje maravilloso, agradable, acogedor, cuando el tiempo era amable y permitía gozar con relativa calma de nervios de cuanto se desarrollaba en torno. El poblado, llamado Tierra Amarilla, que se asentaba en el centro del vano formado, a la izquierda, por las reservas indias de Jacarilla Apache y, a la derecha, por la línea férrea que descendía desde Colorado, para ir a descansar de su carrera en la propia Santa Fe, era el más importante de aquella cuenca, y donde se podía resolver con más rapidez y eficacia cualquier asunto de trámite, pues allí había Juzgado, Registro de Propiedades y algunas otras dependencias, donde todos los asuntos que afectaban a los vecinos del Condado tenían que ir a parar para adquirir carta de legalidad.
Tim Gardner, al escuchar el ruido del carruaje que se aproximaba, asomó entre la vegetación que le ocultaba e hizo seña a su amigo Myron Power para que se preparase. A continuación el joven hizo girar el pañuelo del cuello y lo levantó de forma que le cubrió el rostro, dejando a la vista únicamente sus ojos claros, de mirada penetrante. Myron sonrió, aprobando con el gesto y le imitó. A continuación movió ambos brazos, seña que fue captada por uno de los tres jinetes que se hallaban apostados en el próximo recodó que formaba el camino. Después de hecha la seña, Myron volvió a esconderse, imitándole Gardner.
—Duke. Hay un vaquero que quiere hablar contigo.
—¿Qué quiere?
—Hablar contigo. Es lo que me ha dicho.
—Has debido tratar de averiguar qué es lo que quiere… No más líos con los cow-boys.
—No le conozco.
—¿Forastero?
—Desconocido para mí.
—Bien. Dile que pase. Es lo mejor para salir de dudas.
Lige Grant llevaba más de una hora sentado ante su mesa de despacho del bonito y productivo rancho que poseía en Pierce, al este de Idaho, en un vano que se dibujaba como la giba de un camello mirando a la derecha. La giba la formaba el curso del río Clearwater, el cual dibujaba en la parte alta la joroba en un medio círculo violento, para después descender hacia el oeste a unirse al River Clearwater. En el centro de la hipotética giba, estaba situado el poblado donde radicaba el rancho. Por debajo, corría el curso del Middle Fork y, a la derecha, se deslizaba la cadena montañosa del Bitter Rook Mountains, con su escabroso corte llamado Lolo Pass, que permitía el paso hacia el vecino Estado de Montana.
Los gritos del conductor eran acompañados por el chirriar de los ejes, en un bamboleo que echaba los viajeros de la diligencia unos contra otros.
Las dos mujeres que figuraban entre éstos unieron sus gritos a los del conductor, coreadas por las protestas del resto.
El vehículo dejaba tras sí una enorme columna de polvo.
El traqueteo era inmenso. Los viajeros se sujetaban donde podían para mantenerse en sus sitios.
Algunos viajeros golpeaban el techo para hacer saber a los conductores sus protestas.
Link Bangor era el propietario del único bar que había en Sheffield.
Su hija le ayudaba en el mostrador, haciendo que con su presencia fuesen más numerosos los clientes asiduos al local.
Era una joven muy guapa.
Ivone hablaba animadamente con su padre:
—¿Qué le sucede a Jacyn Lloyd?
—Ha vuelto a perder —respondió su padre.
—Debiera escarmentar… Henry Rodgers es muy hábil con los naipes.
En la turbulenta y peligrosa ciudad de Dodge City era muy difícil que ningún suceso de sangre, por alucinante que fuese, pudiera conmover a sus habitantes hacia el año 1878, cuando lo que no mucho tiempo atrás fuese un villorrio sin importancia, se convirtiera, por obra y gracia de los astados, en uno de los lugares más frecuentados, más tumultuosos y más estrafalarios de todo el Oeste.
Algún tiempo atrás había sido Abilene el centro dramático donde la sangre humana corriera con profusión por el imperativo de los egoísmos y apetencias de ciertos elementos despreciables, que lo convirtieron en su feudo, cuando los hatajos de astados lanzados por la pradera desde San Antonio llegaron allí en conducción, para descongestionar de ganado la parte media y baja de Texas. Pero no mucho más tarde, cuando alguien entendió que era más práctico alargar la ruta de los cornilargos y poner punto final a su carrera en Kansas, como lugar más propicio al mercado, fue Dodge City el lugar ideal para esta meta fabulosa.
El capitán del «Pearl» se puso a maldecir al ver que la entrada al embarcadero estaba obstruida por barcazas y pataches. Tenía razón porque desde mucho antes de divisar el poblado de Olker, el «Pearl» había estado avisando con prolongados toques de— sirena. Todo el pasaje se encontraba en cubierta, apretujándose en la borda que daba al embarcadero. Había pasaje de las condiciones más heterogéneas. Hombres de negocios, colonos, vaqueros, jugadores profesionales, aventureros…
—Eh, muchachos, salid a contemplar al sobrino de nuestro cocinero. Os reiréis cuando le veáis. Riéndose, los vaqueros fueron saliendo de la vivienda. Un joven muchacho, de unos seis pies y medio de estatura, les miraba en silencio. Robert Kerr, capataz del equipo, indicó a sus compañeros que se acercaran. Raymond Wood, propietario del rancho y, el cocinero del mismo, acompañaban al recién llegado.
>Edgar Snake miró preocupado al sheriff. —Por favor, Edgar… Adivino lo que estás pensando… ¿Crees que sería capaz de pedirte…? —No se trata de eso —interrumpió Edgar—. Es mi esposa quien me preocupa. Elga está muy delicada… Cualquier disgusto puede costarle la vida. —¿La vio el doctor Herbert? Asintió con la cabeza el interrogado. —Su corazón está muy débil… —agregó seguidamente—. Me dio pocas esperanzas. —Lo siento…
Alguien, no se sabía quién, había bautizado con el expresivo nombre de Río de Oro aquel exótico y extraño campamento minero que, por caprichos del Destino se había instalado en una de las partes más escabrosas del Big Trees, a unas treinta millas de la ciudad de Sacramento.
Era la época arrolladora de los descubrimientos de filones de oro en toda aquella cuenca extensa y pródiga que giraba en torno al ya famoso río.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
Queremos divertirnos... Hace más de una semana que no salimos del rancho. Rosemary habló con los componentes de la orquesta e inmediatamente comenzaron a interpretar conocidos bailables. Por orden de Rosemary acudieron las demás empleadas al saloon y en pocos minutos cambió por completo el colorido del local. Jimmy bailó con Rosemary, siendo ambos muy aplaudidos. Billy, el capataz del equipo, les felicitó.
—¡Hola, sheriff. ¿Mucho trabajo? El sheriff miró sonriendo al joven ranchero, diciendo: —¡Hola, Rock...! Ya sabes que esta zona es tranquila. —Lo sería de no ser por los componentes del Fronterizo... ¿Han vuelto por aquí desde el otro día? —No... Pero, si vienen, procura no armar camorra con ellos. Llevarías las de perder.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
La patrulla de Caballería había sido duramente castigada. Ahora iba al mando del sargento Braggan. El jefe de la patrulla, segundo teniente Forbes, era poco más que un bulto azul sobre la silla de su montura. Apenas si podía mantenerse sobre ella, ayudado por dos soldados. Cuatro hombres habían quedado muertos en el desierto. No habían podido enterrarlos.
Cuando aquella mañana del histórico 18 de enero de 1848, James Marshall, el encargado de la serrería de Colomo, en la enorme granja de Sutter, descubrió incidentalmente que en el próximo arroyo acababa de aflorar oro en cantidades fantásticas y lanzó el grito de alarma en torno a él, no pudo sospechar nunca que aquel grito de júbilo inenarrable fuese como un gigantesco clarín que había de llegar por encima de los mares como una llamada de guerra, para atraer a aquel punto de California la más variada y peligrosa gama de hombres que podían ser reunidos en un mismo punto.
En la época que nos ocupa nuestro relato, la pequeña población de Holbrook, capital del condado navajo de Arizona, que está situada a orillas del río Little Colorado, era una zona ganadera de importancia ya que en todas direcciones estaba salpicada de ranchos que poseían muchos cientos de cabezas de ganado vacuno. A esta zona acudían vaqueros procedentes de todos los estados y territorios ganaderos de la Unión. Glen Keene, sheriff de la localidad, estaba considerado como el hombre más importante.