Lo anunciaron todos los medios de comunicación social: prensa, radio y televisión. Claro que la prensa era ya algo muy sui géneris para aquella época, puesto que las noticias escritas podían leerse en los canales apropiados que la televisión tenía para quienes aún gustaban de la lectura a la antigua usanza. Y no había un solo canal, sino muchos, a fin de que se pudiesen elegir toda clase de temas en las noticias: política, religión, humor, deporte, economía, arte... Un oficio había desaparecido ya de la faz de la tierra: el de vendedor de periódicos.La radio también dijo mucho al respecto, y no hablemos de la televisión. En síntesis, la noticia podría redactarse así:EMBAJADA EXTRAORDINARIA DE STRAVIUS LLEGA A LA TIERRA EN BUSCA DE GOBERNADOR PARA AQUEL PLANETA
Cualquiera que hubiera visto en aquellos momentos a Edwin (Ed) Ross, y no le conociera, por supuesto, habría pensado que estaba loco. La conversación con su interlocutor se desarrollaba a base de una serie de sonidos estremecedores, que nadie hubiese creído se trataba de palabras y frases que componían una conversación perfectamente inteligible para ambos.El hipotético testigo del diálogo habría oído una enloquecedora serie de silbidos, chasquidos, gruñidos y hasta mugidos, claro que todo ello sin elevar apenas el volumen normal de la voz, alternado de cuando en cuando los sonidos con algún que otro castañeteo de dedos. Hubiese mirado a Ross y habría visto a un hombre apuesto, de unos treinta y seis años terrestres, ojos oscuros, pelo negro y ya alguna hebra de plata en las sienes.
Cualquiera que hubiera visto en aquellos momentos a Edwin (Ed) Ross, y no le conociera, por supuesto, habría pensado que estaba loco. La conversación con su interlocutor se desarrollaba a base de una serie de sonidos estremecedores, que nadie hubiese creído se trataba de palabras y frases que componían una conversación perfectamente inteligible para ambos.El hipotético testigo del diálogo habría oído una enloquecedora serie de silbidos, chasquidos, gruñidos y hasta mugidos, claro que todo ello sin elevar apenas el volumen normal de la voz, alternado de cuando en cuando los sonidos con algún que otro castañeteo de dedos. Hubiese mirado a Ross y habría visto a un hombre apuesto, de unos treinta y seis años terrestres, ojos oscuros, pelo negro y ya alguna hebra de plata en las sienes.
Estaba harto de comidas precocinadas o en conserva. Por dicha razón, Robur Zanda se dijo que ya era hora de tomar una comida en condiciones.La situación de Robur no era buena, pero sabía acomodarse a las circunstancias. Puesto que la irritación y las maldiciones, y mucho menos la depresión y el pesimismo no iban a remediarle nada, decidió ver las cosas con filosofía y adaptarse a su nueva situación, de momento, nada halagüeña.Su nave, en realidad un astrobote salvavidas, yacía en el suelo, a poca distancia. El combustible principal se había consumido y sólo quedaban aptas para funcionar las baterías auxiliares. Pero había sido privado de todo medio de comunicación, de modo que no podía lanzar el S.O.S, espacial que habría permitido a alguien venir en su ayuda.Ciertamente, el astrobote contenía todo lo necesario para una situación de emergencia. Pero los amotinados habían obrado con demasiada cautela, aunque no sin cierta cortesía.
El juez dijo:—El acusado es culpable, sin lugar a dudas, de uno de los más horrendos crímenes conocidos en la historia de la humanidad. Mi deber, pues, una vez conocida y comprobada sin el menor género de dudas tal culpabilidad, es proceder a dictar sentencia.—El acusado, Egon Qratz, es culpable de la destrucción de ciento treinta y seis planetas, que ardieron en una catástrofe cósmica de apenas calculables proporciones. Es un crimen espantoso, como no se tiene memoria desde que el hombre aprendió a conservar en sus archivos, orales o escritos, los sucesos de que había sido protagonista. Por tanto, el castigo ha de ser proporcionado al crimen cometido.
A medida que los hombres subían por la escalera, las puertas se cerraban rápidamente, con miedosos portazos. Las madres llamaban a los chiquillos a grito pelado, los hombres se ponían pálidos y cerraban las pantallas de sus televisores y los muchachos que alborotaban en los descansillos cesaban en el acto en sus voces y risas, deslizándose silenciosamente en busca de sus respectivos domicilios. Nada de esto parecía impresionar a los cinco hombres que componían la patrulla.
En realidad, soy una criatura tranquila, un marciano pacífico que se ha mantenido apartado, dentro de lo posible, de esa corriente que empuja a nuestros jóvenes «dextros» a vagabundear por el espacio. Ustedes ya irán conociendo, a lo largo de mi relato, las características que definen nuestra personalidad. Habiendo aparecido en el Sistema Solar mucho antes que ustedes, mis queridos terrícolas, hemos atravesado y dejado atrás fases de civilización que son difíciles de explicar ahora. Pero, como iba diciendo, se me ocurrió bruscamente que había llegado el momento de abandonar mis cogitaciones y dar lo que ustedes tan flamencamente llaman «un garbeo». Claro que estas expresiones las aprendí mucho más tarde. Pero me gustan. Tienen un sabor especial que las diferencia profundamente de nuestro lenguaje que, desgraciadamente, es demasiado severo y serio.
Gaar Munro, es un cosmonauta caído en desgracia, especialista en vuelos espaciales de larga duración. Contacta con Gerd Aymek, Presidente de la A.I.U. (Agencia Informativa Universal), para ofrecerle publicar "Crónicas del Silencio", un manuscrito donde narra la estremecedora aventura del primer vuelo extrasolar.
Dan Cole abandonó la cabina-biblioteca, dejando el libro en la estantería. Suspiró, encendió un cigarrillo y salió luego al pasillo; al comprobar que la puerta de la cabina de la doctora Maly estaba entreabierta, se detuvo.
Sonrió.
Dan Cole era alto, moreno, de aspecto simpático y abierto. Tenía treinta años recién cumplidos, pero parecía bastante más joven, quizá por el aire aniñado que no podía evitar. Iba vestido, como los demás ocupantes de la astronave «Washington IV», con una simple «combinación» o «mono», de color azulado y de material plástico, fresca y reposante, especialmente concebida para él viaje cósmico y que había sustituido a los pesados trajes que llevaron durante el tiempo de la desgravitación.
Al principio Caronte se había extrañado de que el Regente mantuviese con él tantas conversaciones a solas, sin ningún guardaespaldas a la vista. Luego sabría que al otro lado de la habitación donde se encontraban siempre había varios que le apuntaban con sus armas a través de huecos disimulados en la decoración de las paredes
Existen cinco ascensores, viejos y toscos, que bajan a los obreros en grupos de cuarenta cuando en realidad no deberían entrar más de veinte. Me llevaron hasta una profundidad que calculo debería ser de unos quinientos metros. Allí no llega la luz del sol y nos entregaron cascos con lámparas y herramientas rudimentarias, así como muchos cubos enormes que debíamos llenar con una especie de limo que se extrae desde un nivel todavía más hundido en las entrañas de la tierra.
Tras la destrucción nuclear del planeta Kazan-X-07, una expedición humana al mando del comandante Leander Height se ve atraída al mismo sin posibilidad de escape por un dispositivo que orbita alrededor del planeta.Allí, ante su incredulidad se encuentran con una sociedad primitiva y caníbal descendiente de los creadores del artefacto, dónde una parte de la misma, los Contempladores, espera la llegada del Líder, una leyenda viviente destinada a salvarlos.¿Será el comandante Leander Height dicha leyenda? ¿Podrá hacer frente a los retos que le irán apareciendo en su camino?
a tormenta anunciada había alcanzado la ciudad al mediodía, y desde hacía varios minutos llovía copiosamente. Lonvy Sugiyama contemplaba la lluvia. Tenía los ojos entornados y pensaba mientras esperaba al hombre que había mandado llamar. Volvió las espaldas al ventanal, y se preguntó si algún día el planeta terminaría civilizándose y las inclemencias climatológicas dejarían de ser hechos que empezaban y terminaban a capricho de la naturaleza. Aquel mundo necesitaba un control urgente del tiempo, decidió. Lonvy aborrecía la lluvia y el frío. Le gustaban los climas cálidos, el sol y el suave viento que procedía del mar y llegaba cargado de aromas marinos.
Para la mayoría de la gente la Cofradía, o la Entidad, como era conocida también, significaba bien poco. Pocas personas estaban capacitadas para definir la organización con un mínimo de veracidad, y contadísimas las que sabían de ella lo bastante como para llenar un par de páginas.
Las mesas del tugurio eran de plástico endurecido. Los manteles que las cubrían también eran de plástico, aunque adaptable y con colores detonantes. Todas ellas contaban con el adorno de un jarroncito de flores, de plástico naturalmente. Y era de suponer que el servicio para comer y beber fuese así mismo de ese material.
Había calculado con los demás oficiales todos los pros y los contras. Lujan hubiera querido liberar primero a su Señor, si aún seguía con vida, y luego dominar la situación. Pero el bienestar de la mayoría aconsejaba lo contrario, y Varan habría aprobado el plan de haber podido.
Lord Wunjaal, gobernador del sector Antariano, sabía sobradamente que su visitante, Jar Simytti, era un hombre influyente, poderoso y con grandes amistades en los más altos niveles dirigentes de la Superioridad, pero sabía también que todo tenía un límite. Mejor dicho, le habían especificado desde la Tierra hasta dónde podía llegar. En el mensaje recibido una semana antes anunciándole la llegada de Simytti las instrucciones eran claras: como gobernador del sector debía proporcionar a su ilustre visitante toda la ayuda que estuviera en sus manos, pero hasta cierto límite. Por lo tanto no le sería posible ir más allá. Y, sin embargo, debería parecer que sus esfuerzos sobrepasaban en mucho la firme línea divisoria trazada por sus jefes.
Ramatre rasgó suavemente las cuerdas de su laúd, dejó inclinada la cabeza y sonrió a su amigo Vankro al concluir la canción solicitada. —¿Cuántas veces te la he cantado? —inquirió enarcando una ceja con su característico gesto displicente—. Mejor dicho, la has escuchado, porque pienso que nunca captaste la letra. Por tus duros oídos sólo entraba la música, tal vez mi voz portentosa, pero era como el murmullo de un arroyuelo, el ruido delicado que sirve de fondo a un momento nada trascendental.
EL comandante Garko anotó rutinariamente en la pantalla del cuaderno de bitácora electrónico: «Fecha Cósmica 2112, G20, Tercer Período Alfa: Viaje sin novedad por el momento. Hemos dejado atrás el campo de asteroides sin correr peligro excesivo, gracias a las pantallas deflectoras y a nuestro campo magnético de protección. Las averías producidas anteriormente, a finales del Segundo Período Alfa, a causa de la lluvia de meteoros rojos, se han reparado satisfactoriamente. El estado de los tripulantes y pasajeros es normal en estos momentos. La fiebre del funcionario Shark ha remitido últimamente, y la doctora Lang afirma que ya no existe riesgo de posibles complicaciones. Seguimos ruta normalmente, manteniendo siempre la dirección nor-nordeste hacia el Cuadrante Epsilón Ocho, teniendo como punto-guía de destino la Nebulosa K-1007.»
Los senadores que estaban con usted y el general Hagmon en la base subterránea murieron en un accidente aéreo cuando viajaban a la Casa Blanca para informar directamente al Presidente. Se llevaron a la tumba el secreto.