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Ciencia ficción. Realidad y psicoanálisis, de Eduardo Goligorsky & Marie Langer

Historia

Estudio sobre la reslidad y el psicoanálisis aplicados a la literatura de ciencia-ficción: --- EDUARDO GOLIGORSKY: Nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1931. Es traductor de inglés y ha incursionado en el periodismo. En 1962 publicó, con el seudónimo James Alistair, Lloro a mis muertos, novela policial (Compañía General Fabril Editora), novela ésta que fue seguida por una larga serie de obras del mismo género, 'a la manera de Spillane', protegidas por seudónimos que el autor oculta. En 1962 incursionó por primera vez en el género fantástico con Pesadillas, serie de cuentos que volvió a firmar James Alistair. En 1963 obtuvo una mención en el II concurso de cuentos de la revista El Escarabajo de Oro con 'Un tipo de fierro', y en 1965 su cuento 'Uno menos' integró la lista de trabajos seleccionados en el concurso de la revista Hoy en la Cultura, que fueron publicados por la editorial del mismo nombre en la antología XII cuentistas argentinos. MARIE LISBETH GLAS DE LANGER: Nació en Viena, en 1910, cuando ésta todavía era la capital del Imperio Austro-Húngaro. Cursó ahí todos sus estudios y se recibió en 1935 como médico. Ya antes había empezado análisis didáctico con Richard Sterba y su formación en la Wiener Vereinigung (Instituto de Psicoanálisis de Viena). Cuando terminó su análisis, en 1936, interrumpió su carrera, para ir, junto a su marido, el cirujano Máximo Langer, a España, donde había estallado la Guerra Civil. Entraron como médicos a las Brigadas Internacionales. Salieron de España en los últimos días de 1937. Por causas políticas ya no pudieron volver a Austria. El Anschluss (anexión de Austria a Alemania) les sorprendió en Checoslovaquia. Emigraron al Uruguay y en 1942, a la Argentina. Justo cuando llegaron a Buenos Aires, cinco psicoanalistas estaban formando la Asociación en donde les invitaron a participar. Así fueron Miembros Fundadores de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), como años más tarde, de la Asociación de Psicología y Psicoterapia de Grupo. En 1974 se trasladó a México, donde trabajó como Maestra en Estudios Superiores de Psicología Clínica en la Universidad Autónoma Metropolitana y como asesora y supervisora clínica en los Centros de Integración Juvenil. También me dedico, como siempre, al Psicoanálisis.


Cinco dedos, de Gayle Rivers & James Hudson

Crónica, Memorias, Historia

En abril de 1969 un grupo de hombres escogidos, miembros de las fuerzas especiales de choque, fueron reunidos en la base aérea de Bien Hoa, Vietnam del Sur. Se les encomendó una misión secreta: asesinar a once altos jefes chinos y norvietnamitas, incluyendo al general Giap, legendario comandante de Vietnam del Norte. El comando recibió un nombre cifrado: cinco dedos. Cinco dedos no contaría con ningún tipo de ayuda. No podría establecer contacto radial con sus superiores, ni debía esperar operaciones de rescate. Quedaría enteramente librado a sus propias fuerzas. Cada uno de los siete era experto en el manejo de armas y explosivos. Todos estaban perfectamente entrenados para matar o morir. La misión era casi suicida: atravesar solos las selvas de Laos y de Vietnam, penetrar en China, llevar a cabo el golpe y regresar por sus propios medios, a través de cientos de kilómetros de territorio enemigo. El autor de este libro, que firma con el seudónimo de Gayle Rivers, era el miembro más joven del equipo. Su relato, recogido por el periodista James Hudson, es uno de los hechos reales más espeluznantes que puedan conocerse. Una historia de muerte, violencia y crueldad, narrada con un tremendo realismo.


Cinépata, de Alberto Fuguet

Comunicación, Ensayo, Historia, Memorias

Una bitácora, una suerte de found footage remixeado, donde Alberto Fuguet aborda las cintas, directores y actores con quienes creció; los barrios, plazas, salas demolidas o detenidas en el tiempo y personas, como si fuesen, y en cierto modo lo son, personajes de un enorme set real. Cinépata, mal que mal, viene de juntar cine con sicópata.  “El cine que no se cuenta, que no se comparte, no es que no exista o dañe o se estanque dentro de uno, pero sin duda uno de los grandes momentos para un cinéfilo, por solitario o tímido que sea, es poder comentar y, de alguna manera, comprobar que la película que tanto le afectó no fue un sueño sino que existe. Por eso un cinéfilo es tan feliz cuando conoce a otro cinéfilo y pueden hablar; y por eso el cine deja de apasionar tanto y se vuelve incluso dañino o insatisfactorio cuando no se tiene con quién compartir lo visto.” Cinépata (tal como la productora y la página web) recoge impresiones a la salida del cine, reflexiones sobre la cinefilia, la crítica y los festivales, relatos de índole autobiográfica, ficticia y ensayística, fragmentos de guión, un cuento o cuentos, trozos de películas, frases como fotogramas, el influjo de escritores de imágenes en movimiento como Manuel Puig o Cabrera Infante y la celebración permanente del acto de ver y hacer y respirar cine.


Cisma sangriento, de Francisco Pérez de Antón

Ensayo, Espiritualidad, Historia

El 31 de octubre de 1517, un fraile de 34 años clavaba en la puerta de la capilla del castillo de Wittenberg un manifiesto de protesta contra el papa y la Iglesia de Roma. Los alcances de este acto, en apariencia intranscendente, serían sin embargo pavorosos. El continente europeo se vio arrasado por cruentas guerras de religión. Las masacres, los crímenes, las hambrunas y las epidemias fueron terribles y los muertos se contaron por millones. La historia oficial, ya protestante, ya católica, suele ocultar esas atrocidades con un velo de silencio y decora a sus protagonistas con auras de santidad. Nada más impropio e injusto. La escisión del cristianismo provocó una serie de conflictos armados que se extendieron por más de un siglo y en los que clérigos y pastores sacralizarían el derramamiento de sangre humana con una fiereza y un fanatismo parecidos a los de los ayatolás, yihadistas y talibanes de nuestros días. «Cisma sangriento» desvela esta realidad, rara vez expuesta a los ojos del público, con un enfoque humanista y secular cuando se cumplen 500 años de haberse iniciado la rebelión. Escrito con una prosa amena y fluida, «Cisma sangriento» es un libro absorbente que se lee con el mismo interés que se leería un relato de terror o una novela negra.


Ciudades nómadas del nuevo mundo, de Alain Musset

Historia

Este libro de Alain Musset aparece en una importante coyuntura historiográfica, la que remonta los marcos del Estado-Nación y extiende los horizontes del quehacer de historiadores y geógrafos al conjunto de Iberoamérica. La investigación aporta elementos para suponer que la movilidad de las ciudades, tanto como el arraigo urbano, contribuyeron a la unidad y duración de los reinos indianos. La red de ciudades sirvió de trama al comercio, actividad primordial de la economía de los virreinatos americanos.


Ciudades patrimonios de la Humanidad, de Adolfo Pérez Agustí

Divulgación, Historia

En noviembre de 1972, durante una convención de la UNESCO, se concluyó que hay lugares que son de tal valor universal que su desaparición constituiría un empobrecimiento de la herencia de toda la Humanidad. Con este fin, se establecieron mecanismos para la conservación y protección de esta herencia y desde entonces se obliga por ello a todos los Estados a que proporcionen identificación sobre esos lugares para asegurar su protección, conservación, presentación y transmisión a las generaciones futuras de esta Herencia del Mundo. Como consecuencia, se elaboró una Lista de Patrimonios de la Humanidad basada en su valor excepcional para el mundo, cuya valoración para la inclusión en esta lista de Patrimonios de la Humanidad es llevada a cabo por un comité con referencia a dos criterios: uno para la herencia cultural y otro para la herencia natural.


Civilización griega, de David Hernández de la Fuente & Raquel López Melero

Ensayo, Historia

Este libro presenta un estudio transversal de los elementos fundamentales de la cultura y civilización griegas antiguas, desde la época arcaica hasta la época imperial romana, dando cuenta de la unidad de pensamiento e idiosincrasia del mundo griego a lo largo de estos siglos. Estructurado en una serie acotada de diez ámbitos conceptuales distintos y complementarios a la vez, da fe de la riqueza cultural de lo helénico en sus diversas etapas centrándose con preferencia en las épocas arcaica y clásica, que es cuando se forja la identidad griega a través de la lengua, la literatura, el pensamiento, las creencias religiosas y la organización colectiva. Estas páginas pretenden ofrecer una serie de reflexiones y contenidos que proponen un análisis de conjunto de la continuidad cultural de la civilización griega, dando breve cuenta de sus transformaciones, desde una perspectiva a la vez sincrónica y diacrónica.


Claves de la Transición 1973-1986 (para adultos). De la muerte de Carrero Blanco al referéndum de la OTAN, de Alfredo Grimaldos Feito

Historia, Crónica

La Transición es un período complejo de nuestra historia reciente. Contada desde diferentes puntos de vista por historiadores, novelista, series de televisión y documentales, ha primado, a la hora de describirla, el lado anecdótico, la influencia directa de los personajes políticos y la madurez del pueblo español que supo entender el cambio de régimen sin enfrentamientos ni mayores convulsiones sociales. Ahora que tanto se cuestiona el proceso, este libro aporta otra mirada, diferente y crítica, que destaca la influencia extranjera, el papel de la CIA, las FF. AA., el verdadero papel de Suárez y del Rey, así como la labor, en la sombra, de otros protagonistas. Es posible que la sociedad, acostumbrada a medias verdades, desee ya saber que la Transición NO fue, en realidad, como se cuenta.


Clásicos de historia 1. Historia de la revolución francesa I, de Adolphe Thiers

Historia

En el lento pero constante transformarse de las sociedades, hay acontecimientos y procesos a los que se concede un relieve poderoso y un significado determinante: en la reflexión histórica suponen hitos, centros de gravedad en torno a los cuales se referencia y se explica toda una época... y hasta nuestro presente. Ahora bien, el mismo carácter determinante que se les confiere provoca que se multipliquen las interpretaciones en las que el honrado propósito de conocer y explicar, queda en ocasiones enmascarado por los presupuestos ideológicos de sus autores. El debate histórico puede así convertirse en en un auténtico campo de Agramante político. Lo cual ha ocurrido en muchas ocasiones en lo referente a la Revolución francesa. Adolphe Thiers (1797-1877) fue abogado, periodista, historiador y político, alcanzando puestos decisivos en el estado francés. Su orientación política es el liberalismo doctrinario que se transforma en conservador, auténtico hijo de la Revolución pero que abomina tanto de la tiranía del antiguo régimen como de los excesos de los sectores radicales. En 1827 concluyó su Historia de la Revolución Francesa que (como su continuación, la más tardía Historia del Consulado y el Imperio) pronto se convertirá en una de las narraciones más populares entre las clases medias y acomodadas, a las que concede un papel decisivo en su reconstrucción histórica. Así lo explica Furet: «La generación liberal de los años 1820... medita e incluso escribe la historia de la Revolución antes de lanzarse al ruedo político en julio de 1830. Thiers, Mignet, Guizot, inventan el determinismo histórico, la lucha de clases como motor de éste y, en fin, 1789 y la victoria de lo que denominan la clase media a guisa de culminación de la dialéctica histórica. El año 1793 no es más que un episodio pasajero, y por demás deplorable, de la historia de la burguesía, episodio atribuible a circunstancias excepcionales cuya repetición debe evitarse a toda costa. El gobierno de la multitud (Mignet) no formaba parte de lo inevitable. Lo esencial, efectivamente, el sentido de la historia, continúa siendo el tránsito de la aristocracia a la democracia, de la monarquía absoluta a las instituciones libres.» (François Furet, La revolución a debate). Naturalmente, esta interpretación centrada en los revolucionarios moderados, en el papel decisivo de París, en el respeto al orden público y a la propiedad, resulta parcial y limitada, al igual que las de las obras canónicas de orientación contraria. En realidad, está reflejando sus propios valores, correspondientes a una formal y tolerada oposición liberal al régimen de la Restauración. La lectura de esta obra, sin embargo, resulta útil y valiosa, tanto por la abundantísima información y documentación que contiene, como precisamente por lo que transmite de mentalidad y percepciones de esta generación posterior a la revolución y a la época napoleónica. Y no estará de más que terminemos con los siguientes luminosos y profilácticos párrafos de dos grandes historiadores franceses. Aunque ninguno de los dos fue especialista en la Revolución Francesa, parecen tenerla in mente cuando los redactaron (en el caso de Bloch, en circunstancias dramáticas). «Una generación de historiadores que poniéndose en pie, como el fiscal de una película policíaca, se dedica a exigir las penas más severas contra los actores o los comparsas de la historia en nombre de una moral que varía en sus principios, y de una política inspirada unas veces por la ideología de derechas y otras por la ideología de izquierdas: los fiscales de izquierda se indignan, con buena fe, por lo demás, contra los de derecha y recíprocamente. Ya es hora de acabar con esas interpelaciones retrospectivas, esa elocuencia de abogado y esos efectos de toga. El historiador no es un juez. (…) No, el historiador no es un juez. Ni siquiera un juez de instrucción. La historia no es juzgar; es comprender, y hacer comprender.» (Lucien Febvre, Combates por la historia). «Ahora bien, durante mucho tiempo el historiador pasó por ser una suerte de juez de los Infiernos, encargado de distribuir a los dioses muertos el elogio o la condena. Esta actitud responde probablemente a un instinto poderosamente arraigado. Porque todos los maestros que han corregido trabajos de estudiantes saben cuan difícil es para esos jóvenes dejarse disuadir de jugar, desde lo alto de sus pupitres, el papel de Minos o de Osiris. Más que nunca las palabras de Pascal se hacen vigentes: Al juzgar todo mundo hace de dios: eso es bueno o malo. (…) Como además nada es por naturaleza más variable que semejantes sentencias sometidas a todas las fluctuaciones de la conciencia colectiva o del capricho personal, la historia, al permitir tan a menudo que los honores aventajen a la libreta de experimentos, gratuitamente se ha dado el aire de la más incierta de las disciplinas: a las vacías inculpaciones suceden otras tantas rehabilitaciones triviales. Robespierristas, antirrobespierristas, por piedad, díganos simplemente quién fue Robespierre.» (Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador).


Clásicos de historia 2. Ajbar Machmuâ (Colección de tradiciones), de Anónimo

Historia, Ensayo

«En el nombre de Dios clemente y misericordioso. La bendición de Dios sea sobre nuestro señor Mahoma y su familia; salud. Colección de tradiciones relativas a la conquista de España; relación de los emires que hubo en ella hasta la entrada de Abderramán ibn Muawiya; de cómo triunfó y reinó en ella, así como sus hijos, y de las guerras que hubo entre unos y otros con tal motivo». Así comienza un manuscrito anónimo de la Biblioteca Nacional de Francia, posiblemente escrito en el norte de África bereber hacia el siglo XI. Recoge numerosas tradiciones sobre Al-Ándalus, correspondientes a los siglos VIII a X: comienza con la conquista musulmana, dedica una gran extensión a Abderramán, el primer emir independiente, y alcanza de un modo más somero la época de plenitud del califato de Córdoba. Fue traducido al castellano a mediados del siglo XIX, por lo que influyó poderosamente en las interpretaciones de los historiadores de la época. El Ajbar Machmuâ no constituye una verdadera obra histórica al modo al que estamos acostumbrados: se ha compuesto mediante la concatenación de diversos testimonios (a algunos de sus autores los cita, a otros no) que el desconocido autor ha ido recopilando. El resultado es, por tanto, desigual: hay importantes lagunas (de acontecimientos, de etapas, de personajes) e incluso errores claros puestos de manifiesto por los historiadores actuales, que, en general confían más en otras obras escritas en la misma época, como el Muqtabis del historiador cordobés Ibn Hayyan. Y sin embargo merece la pena leerse esta breve obra: su viveza y colorido la hacen amena y próxima. Debe además valorarse un cierto rechazo a las numerosas leyendas que se habían generado con la conquista de la península Ibérica, y que tuvieron una gran difusión, hasta incluirse algunas de ellas en la colección canónica de Las mil y una noches. El texto es la traducción que Emilio Lafuente, uno de los más destacados arabistas españoles del siglo XIX, incluyó en la edición originaria de esta obra, en 1867. Solamente he modernizado la ortografía, y he añadido numerosos epígrafes (identificados mediante corchetes) para facilitar su lectura.


Clásicos de historia 4. Crónica albeldense, de Anónimo

Historia

En el año 976 el escriba Vigila, su compañero Sarracino y su discípulo García, finalizan el llamado Códice Albeldense o Vigilano, para el Monasterio de San Martín de Albelda (Rioja). Es un gran volumen, de 429 folios de gran tamaño (455 por 325 mm.) con numerosas miniaturas de gran calidad, de mucho interés desde el punto de vista artístico. Su contenido es fundamentalmente jurídico, ya que presenta una completa colección de actas de concilios, decretales, el Liber Iudiciorum... Es decir, el derecho eclesiástico y civil vigente en la época. Pero sus confeccionadores añaden otras obras de carácter histórico, litúrgico y un calendario, quizás como un prontuario con carácter auxiliar. Entre estas últimas obras destaca la que presentamos. La Crónica o Cronicón Albeldense sigue las pautas del género, basado principalmente en determinar cuidadosamente la cronología de la historia, en función de un exhaustivo (en la medida de lo posible) repertorio de reyes y gobernantes. El anónimo autor, tras una breve introducción sobre la geografía del mundo y de España, repasa los sucesivos príncipes de los romanos, de los visigodos, de los asturianos, y de los musulmanes. Naturalmente, estas listas proceden en buena medida de otras listas anteriores a las que su confeccionador ha podido acceder, lo que le da su aspecto de collage (y prueba lo antiguo y venerable de las técnicas de copy-paste...). Su importancia radica en dos aspectos: recoge información sobre las etapas finales del reino de Toledo y las iniciales del reino ovetense (cuando todavía está apenas constituido) y, sobre todo, impulsa el desarrollo del neogoticismo: el mito de la continuidad entre el reino visigodo y el reducido reino de Asturias; se siente (más que se razona) que a la pérdida de España seguirá, con toda seguridad, su restauración. Es más, nuestra Crónica recupera y aplica una profecía de Ezequiel, para justificar la proximidad de la victoria definitiva sobre los musulmanes.


Clásicos de historia 6. Crónica de Alfonso III, de Anónimo

Historia

En el siglo IX el reino de Asturias se ha afirmado definitivamente y se esfuerza para manifestar una imagen de estabilidad y poder. Es el otro rey de Spania, débil en comparación con el poderoso emir cordobés, pero que lleva a cabo un consciente programa organizativo, constructivo y, también, literario. Todo ello busca expresar la continuidad, el enraizamiento de la joven monarquía en la vieja monarquía gótica, recordada todavía como una época de plenitud, bien expresada en la Historia de los Godos de Isidoro de Sevilla. Es ahora cuando se redactan tres textos de larga influencia posterior: la Crónica Albeldense, más escueta y sobria; la Crónica Profética, que sitúa en el pasado la promesa de los éxitos del presente; y la Crónica de Alfonso III, más compleja. Se atribuye su composición al rey que le da nombre, que la habría remitido a un obispo Sebastián, lo que quizás sea un mero recurso retórico. Como intermediario de los dos se cita a un presbítero Dulcidio. ¿Será el el auténtico autor? Además, se ha conservado en dos redacciones diferentes. La conocida desde antiguo a través de diversos códices es la denominada Sebastianense. Tiene mayor calidad literaria y más referencias eruditas, y por ello se ha supuesto que corresponde a una revisión que ha corregido el estilo y ha interpolado párrafos que denotan un mayor interés por lo eclesiástico. Su autor pudo ser el citado obispo Sebastián, sobrino del rey. La otra versión (más bárbara la denomina un ilustre historiador) sólo se encuentra en el Códice Rotense, procedente de Roda de Isábena. Algunos defienden que la autoría corresponde del propio rey y, en ese sentido, constituiría la primera versión de la obra.


Clásicos de historia 7. Crónicas mozárabes del siglo VIII, de Anónimo

Historia

Apenas tres o cuatro décadas después de la irrupción de Tarik y sus gentes en la península Ibérica, dos desconocidos mozárabes (cristianos de origen hispano-romano-visigodo...) compusieron sendas continuaciones a la prestigiosa Historia Gothorum Wandalorum et Sueborum de Isidoro de Sevilla. Constituyen, por tanto, las primeras fuentes escritas de cierta extensión sobre la conquista musulmana del reino de Toledo. La primera, llamada Continuatio Byzantia-Arabica, o simplemente Crónica Bizantina-Arábiga, se piensa actualmente que fue concluida en 743-744 por un funcionario al servicio de los gobernantes, que pudo disponer de fuentes diversas de procedencia oriental. Muy breve, se centra ante todo en la expansión musulmana. La segunda, más extensa, ha recibido diversas denominaciones: Continuatio Hispana, Cronicón de Isidoro Pacense (por el nombre del supuesto autor que figura en algunos códices) o, simplemente, Crónica Mozárabe de 754. Más extensa, fue redactada posiblemente por un clérigo al que, con diferentes argumentos, se le ha hecho proceder de Toledo, de Córdoba o del sudeste peninsular. Se ocupa preferentemente de los acontecimientos hispánicos a lo largo del siglos VII y primera mitad del VIII, de los que constituye la principal fuente de información, coincidente en líneas generales con las narraciones árabes conservadas, más tardías. Además muestra un gran interés en relacionar estos hechos correctamente con los de la Romanía (como llama al Imperio Bizantino) y los del califato islámico. Por si fuera poco, acuña la frase «la ruina de España», llamada a tener una larga vigencia en los siglos siguientes. Y la lamenta de este modo: Quis enim narrare queat tanta pericula? Quis dinumerare tam inportuna naufragia? Nam si omnia membra verterentur in linguam, omnino nequaquam Spanie ruinas, vel eius tot tantaque mala dicere poterit humana natura. (¿Quién será capaz de referir tantos peligros? ¿Quién de enumerar tan terribles desastres? Pues si todos los miembros se convirtiesen en lenguas, aún así jamás pudiera hombre alguno publicar la ruina y los males tan grandes y sin cuento que afligieron a España.)


Clásicos de historia 8. Cronicón, de Idacio

Historia

A principios del siglo V se produce la denominada Gran Invasión, la ruptura de la frontera romana en Germania. Esta irrupción violenta y repentina de diferentes poblaciones vino a complementar las migraciones que se venían repitiendo desde tiempo atrás, y las seguirán nuevas invasiones. A partir de entonces el Imperio Romano, especialmente el de Occidente, se verá sometido a una difícil convivencia con estos pueblo de lenguas, costumbres y culturas muy variadas, que al mismo tiempo que admiran e imitan la civilización romana, contribuyen decisivamente a su transformación profunda. Durante buena parte del siglo los romanos (con personajes como Aecio) se esforzarán en apuntalar un estado que, cada vez más, amenaza ruina. Naturalmente, los relatos coetáneos que nos han llegado de esta época nos trasmiten no sólo la experiencia concreta que tuvieron sus autores, sino su percepción subjetiva ante estos acontecimientos. En muchos de ellos, como en la obra que presentamos, predomina un discurso muy negativo que tiende a acumular desmanes, desgracias y (de modo característico en la época) presagios que anuncian las calamidades que se van a producir. Los historiadores actuales tienden a equilibrar este planteamiento con otras fuentes de información, lo que les conduce a limitar un tanto la barbarie extrema que trasmiten muchos escritores romanos: se constata que, por un lado, las poblaciones «invasoras» persiguen una asimilación a las formas de vida romanas, que les resultan más atractivas; y por otro que las violencias, combates, rebeliones y barbarie, eran endémicas en el imperio, por lo menos desde el inicio de su crisis en el siglo III. Idacio nació hacia el año 400 en la actual provincia de Orense, posiblemente en el seno de una familia destacada de la zona. Se identifica con su Gallaecia natal y, de modo más amplio, con Hispania: de hecho utiliza con frecuencia la era hispánica (que cuenta los años a partir del 38 aC). No es sin embargo localista. Ante todo se considera romano, y recuerda en el prefacio a su Crónica su peregrinación a Tierra Santa cuando era niño, para la que tuvo que recorrer todo el Mediterráneo. Además, no pierde ocasión de reproducir la información que le llega de otros puntos del Imperio, a través de cartas o de ocasionales visitantes. Aunque su propia región y otras muchas porciones del mundo romano se encuentran bajo el control de los recién llegado, y aunque existen dos emperadores, en Oriente y Occidente (sin contar los que se autoproclaman al frente de un ejército), él sigue percibiéndolo subsistente, único, como una realidad viva. Idacio forma parte de la élite hispanorromana, tanto por su nacimiento como por su cargo de obispo en Aquasflavias en el norte del actual Portugal. Es interlocutor con los dirigentes invasores, acudirá a la Galia buscando apoyo de la administración romana... Naturalmente, su opinión sobre los suevos que controlan el cuadrante noroccidental y que incluso le van a encarcelar durante tres meses, es profundamente negativa. Nos encontramos, por tanto, con la voz de un espectador atento, pero al mismo tiempo actor ocasional, del declive final del Imperio Romano.


Clásicos de historia 9. Genealogías pirenaicas del Códice de Roda, de Anónimo

Historia

El Códice Rotense es un grueso volumen procedente de la catedral de Roda de Isábena, aunque posiblemente confeccionado en Navarra a finales del siglo X; tras muchas peripecias, actualmente está depositado en la Real Academia de la Historia. Contiene principalmente una copia de un gran clásico de la Historia: Historiarum adversum paganos libri VII, de Paulo Orosio, obra del siglo V muy influyente en la concepción de la Historia durante toda la Edad Media. Los setenta folios restantes tienen un carácter misceláneo, y algunos textos fueron agregados más tardíamente. Pero entre los más antiguos destaca un grupo de breves obras de carácter histórico de gran valor para el conocimiento de los siglos IX y X en la península Ibérica: diversas crónicas sobre los reinos de Pamplona y de Asturias, listados de obispos, y las llamadas Genealogías pirenaicas o Genealogías y nóminas reales, que presentamos. Se reducen a una breve relación de los reyes de Pamplona, y los titulares de los condados de los Pirineos centrales, en sus dos vertientes: Aragón, Pallars, Gascuña y Tolosa, lo que aporta una información clave para un período muy escaso en otras fuentes escritas. Puesto que con frecuencia los documentos de la época se datan en referencia a los vecinos reyes francos, se añade un listado similar, pero incluyendo solamente la duración de sus reinados.


Clásicos de historia 10. Guía de peregrinos (Codex Calixtinus V), de Anónimo

Historia, Viajes

El Codex Calixtinus es un valioso códice elaborado en el siglo XII, entre 1135 y 1140, con el objeto de ensalzar y difundir las peregrinaciones jacobeas, el famoso Camino de Santiago. El nombre procede del supuesto autor o promotor de la obra, el papa Calixto II. Éste, antes de ser elegido pontífice se llamaba Guido de Borgoña; fue abad en Cluny y su relación con Santiago era próxima: su hermano Raimundo casó con Urraca, la hija de Alfonso VI, rey de Castilla y León, y recibió el título de conde de Galicia. También se ha atribuído a Aymeric Picaud, originario del Poitou, y canciller del papa. En cualquier caso, es seguro que el autor-compilador era francés, ya fuere un peregrino o alguien establecido en alguna localidad hispánica, donde abundaba la inmigración franca desde un siglo antes. El códice se compone de cinco de libros: los tres primeros recogen sermones y textos litúrgicos en honor de Santiago, veintidós milagros que se le atribuyen, y el relato de la traslación del cuerpo del apóstol hasta Galicia. El cuarto es una imaginitiva pseudo-crónica, que narra la expedición de Carlomagno a España, para concluir con la batalla de Roncesvalles y la muerte de Roldán; su postizo autor es el arzobispo Turpín, compañero del emperador. Y el quinto es el que aquí reproducimos, el Liber Peregrinationis (f. 192r - 213v). También es conocido habitualmente como Guía del Peregrino, lo que expresa perfectamente su contenido. Describe con gran precisión el itinerario y etapas que aquellos seguían en su camino hacia Santiago. Elogia algunos lugares, como el famoso Hospital de Santa Cristina, en Somport: es un lugar santo, casa de Dios, «reparación de los bienaventurados peregrinos, descanso de los necesitados, consuelo para los enfermos, salvación para los muertos y auxilio para los vivos». Aporta un sinfín de datos e informaciones sobre las gentes y las poblaciones que atraviesan el camino: los caminos, los puentes, las iglesias y las reliquias que contienen. También, naturalmente, abundantes juicios de valor, muchos de ellos profundamente críticos, ya que es un auténtico aviso para caminantes: cierto río contiene aguas letales; los barbos que se pescan en España son poco saludables; los barqueros del Gave imponen tarifas abusivas; los vascos son feroces y bárbaros, los castellanos malos y viciosos, los gallegos iracundos y litigiosos... Por todo ello, Guillermo Fernando Arquero concluye su estudio sobre la obra de este modo: «el Liber Peregrinationis contiene una gran riqueza de información para el medievalista, en relación además con muchos ámbitos de estudio, tanto los referidos directamente a la historia del Camino de Santiago como a las sociedades del norte peninsular por cuyas tierras transitaban los peregrinos a Compostela.»


Clásicos de historia 16. Liber Regum o Libro de los linajes de los reyes, de Anónimo

Historia

Una de las principales preocupaciones de los historiadores ha sido ordenar los personajes y los acontecimientos en el tiempo: qué ha ocurrido antes, qué ha ocurrido después; quién fue el padre y quién el hijo; qué rey sucedió (heredó, destronó) a qué rey. Por ello abundaban los repertorios cronológicos, si áridos y un tanto aburridos, prácticos y clarificadores para sus usuarios. El Códice Villarense de la Universidad de Zaragoza contiene la más antigua obra histórica de este tipo redactada en lengua romance en la Península Ibérica. Es el Liber Regum, también llamado Libro de las Generaciones, o de los Linajes de los Reyes. Escrito es aragonés en los años situados entre 1194 y 1209, es poco más que una listado de personajes, que se suceden de padres a hijos, desde los orígenes bíblicos (Adán y Eva) hasta la época en que se compone. Se repasan los distintos linajes reales de Israel, de Babilonia y Persia, de Grecia, de Roma, de los godos, de Castilla (partiendo de las Asturias de don Pelayo), de Navarra, de Aragón y de Francia.


Clásicos de historia 19. Una ciudad de la España cristiana hace mil años, de Claudio Sánchez-Albornoz

Divulgación, Historia

En 2014 se cumplen los treinta años del fallecimiento de uno de los mayores medievalistas españoles del siglo XX. Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984) llevó a cabo una renovación historiográfica de la Alta Edad Media mediante el análisis profundo tanto de las fuentes latinas como de las árabes. Algunas de sus obras más decisivas fueron: En torno a los orígenes del feudalismo; La España musulmana; Orígenes de la nación española: el Reino de Asturias; Instituciones medievales españolas. Y al mismo tiempo se preocupó por alcanzar un círculo de lectores más amplio que el de los historiadores profesionales, con obras de gran impacto cultural como su España, un enigma histórico (1957), en polémica con el también decisivo Américo Castro, o la obra que presentamos. Pero no puede olvidarse la otra faceta pública de Sánchez-Albornoz. Jugó un papel destacado en la vida política de la Segunda República española: diputado, ministro, embajador... Tras la guerra se establecerá definitivamente en Argentina, y se dedicará primordialmente a la Historia. Sin embargo, entre 1962 y 1971 aceptará el cargo (básicamente simbólico, pero aún influyente) de presidente de la República Española en el exilio. Y en el marco de la Guerra Fría optará, desde su postura demócrata, republicana y de izquierdas, por el rechazo tajante del totalitarismo, como puso de manifiesto en su discurso de aceptación del premio internacional Feltrinelli que recibió en 1970. La primera versión de Una ciudad de la España cristiana hace mil años se publicó con el título Estampas de la vida en León hace mil años en 1926. Presentamos una edición digital parcial en homenaje al autor: hemos eliminado las abundantísimas y muy interesantes notas (con una extensión mayor que el texto), en las que justifica cumplidamente esta reconstrucción (o mejor, resurrección) de la vida urbana de hace mil años. Su lectura provoca admiración por el esfuerzo detectivesco que ha requerido el extraer los datos concretos a partir de los áridos textos legales, contratos, actas notariales, etc., que reproduce a pie de página. Recomendamos vivamente la utilización de la obra original y completa (Ed. Rialp), disponible en librerías y bibliotecas. Naturalmente la Historia sigue adelante, como cualquier otro saber científico. En estos treinta años de su muerte se han incorporado nuevos datos, nuevos planteamientos que han apreciado algunas limitaciones de la obra de Sánchez-Albornoz, su dependencia del marco ideológico y de los valores de su época, y que han proporcionado nuevas interpretaciones del pasado español. Pero esto no rebaja ni en un ápice el interés por sus libros, que conservan su inmenso valor. El gran historiador posiblemente compartiría la afirmación de Menéndez Pelayo (un par de generaciones anterior: si bien de ideas opuestas en lo político, compartiendo valores religiosos y de rigor en el trabajo histórico): «Nada envejece tan pronto como un libro de historia. Es triste verdad, pero hay que confesarlo. El que sueñe con dar ilimitada permanencia a sus obras y guste de las noticias y juicios estereotipados para siempre, hará bien en dedicarse a cualquier otro género de literatura, y no a éste tan penoso, en que cada día trae una rectificación o un nuevo documento. La materia histórica es flotante y móvil de suyo, y el historiador debe resignarse a ser un estudiante perpetuo y a perseguir la verdad dondequiera que pueda encontrar resquicio de ella, sin que le detenga el temor de pasar por inconsecuente.»


Clásicos de historia 42. Crónica del moro Rasis, de Ahmed Ibn Muhammad Al-Razi

Historia

En su Historia General de España, Juan de Mariana cita con frecuencia la Crónica del moro Rasis, al que considera «historiador antiguo y grave», y del que nos informa que en el año 976 «el moro Rasis envió sus Comentarios, que escribió en arábigo de las cosas de España, a Balharab, miramamolín de África, a cuya persuasión y por cuyo mandado los compuso.» En realidad, Mariana mantiene la admiración que le habían mostrado los distintos historiadores españoles desde el siglo XIII, en tiempos de Rodrigo Jiménez de Rada, buen conocedor del árabe, en su De rebus Hispaniae, y que será continuada en la obra de Alfonso X. Ahmad ibn Muhammad al-Razi (888-955), procedente de una familia interesada en la historia, compuso su Ajbar muluk Al-Andalus, o Historia de los emires de Al-Andalus, en la época de mayor esplendor de la España musulmana, la del califa Abderramán III. Considera la península Ibérica como una unidad geográfica y le concede el protagonismo en su obra, ya que se centra en narrar las acciones de los distintos pueblos que se establecen en ella con el paso de los siglos. La Crónica se compone de tres partes diferenciadas: una descripción geográfica de la península, una historia de la Hispania preislámica, y otra de Al-Ándalus, desde la conquista musulmana hasta el siglo X. La obra original fue traducida al portugués en el siglo XIV: «Et nos maestre Mahomad, et Gil Pérez, clérigo de Don Peynos Porcel, por mandado del mui noble rrei Don Dionis, por la gracia de Dios, rrei de Portogal, trasladamos este libro de arábigo en lengua portogalesa, et ternemos por bien de seguir el su curso de Rasi. De mi, Gil Pérez, os digo que non mentí mas nin menos de quanto me dixeron Mahamad, et los otros que me leieron»; y al castellano en el siglo XV, posiblemente para complementar la monumental Crónica sarracina de Pedro del Corral, obra de ficción sobre Don Rodrigo, el último rey visigodo. De esta versión castellana proceden los tres manuscritos que han llegado a nuestros días: en las bibliotecas de la Catedral de Toledo, de San Lorenzo de El Escorial y pública de Cáceres. La crónica de Rasis fue constantemente utilizada, citada y, también, interpolada a lo largo de los siglos. No es de extrañar, por tanto, que desde el siglo XVI se comenzara a dudar de su valor historiográfico. Pero a mediados del siglo XIX, el arabista Pascual de Gayangos la estudia y publica, demostrando su autenticidad. De aquí procede el texto que editamos. Sin embargo, Gayangos mantiene la duda sobre la originalidad de la historia presislámica: «Es probable que el traductor portugués, no hallando en los escritos de Ar-Rázi una noticia bastante extensa de los reyes de la España primitiva, de la venida de los fenicios, cartagineses y romanos; de la irrupción de los alanos, suevos, vándalos y otras naciones del Norte, de los godos y sus reyes hasta los tiempos de Don Rodrigo, supliría dicha falta con ayuda de los cronicones y memorias que hubiese en su tiempo; quizá también con las poéticas tradiciones de una edad en que la fábula y las ficciones caballerescas remplazaban las mas veces a la historia». Sin embargo, estudios posteriores de Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, y Diego Catalán se inclinan a concederle plena validez.


Clásicos de historia 44. El falansterio, de Charles Fourier

Historia, Ciencias sociales

Las sociedades tradicionales disponían con frecuencia de instituciones y valores comunitarios: concejos, gremios, trabajos colectivos en el campo, cofradías de todo tipo... hasta las auténticas repúblicas colectivistas que eran monasterios y conventos. Pero las transformaciones sociales, económicas y de pensamiento que culminaron en la revolución industrial y en el liberalismo, pusieron el acento en el individuo, al que se intentó desvincular de aquellas agrupaciones próximas que eran vistas como reaccionarias. Las identidades colectivas se hicieron más abstractas (la nación, el pueblo, la humanidad), y promovieron una participación más sentimental que real y, por tanto, quedaron vital y prácticamente más alejadas de las personas. Los que rechazaron este nuevo estado de cosas condenaban su individualismo desde dos posturas opuestas: un tradicionalismo a ultranza que idealizaba el viejo mundo en trance de desaparecer, y un socialismo que quería crear un mundo nuevo. Estos primeros socialistas eran empresarios, intelectuales y políticos que proponían soluciones dispares para superar los abundantes ángulos oscuros de la boyante sociedad capitalista. Más tarde, y de modo despectivo, Marx los motejará de utópicos para así descalificarlos. Entre todos ellos destacó el francés Charles Fourier (1772-1837). Agente de comercio (un trabajo que no le resultaba grato), dedicó un ingente esfuerzo a analizar la sociedad desde presupuestos ilustrados. Rechazaba el industrialismo, el crecimiento urbano y de la población, y el capitalismo comercial, y propuso la que consideró una solución armoniosa: el falansterio. Es una colectividad no excesivamente grande, erigida en en el campo y autosuficiente, que englobaría todas las actividades productivas: agricultura, industria... Ahora bien, lo verdaderamente peculiar es el rechazo absoluto a la especialización, que desde su punto de vista provocaba el hastío ante trabajos deshumanizadores, y hacía inevitable la aparición de clases sociales y jerarquías. Para evitarlo, todos los miembros del falansterio deberían dedicar no más de una hora y media seguida a cada una de las treinta o cuarenta tareas diferenciadas en las que deberían rotar. Fourier detalló hasta un grado de precisión llamativo los más nimios detalles de su falansterio: su arquitectura y decoración, el número y horario de las comidas, los repartos de beneficios y remuneraciones (que nunca son por el trabajo concreto hecho, sino como miembros de la comunidad), hasta las cinco horas de sueño para los pobres, y cinco y media para los ricos (pues ambos subsisten, aunque tiendan a homogeneizarse)... Es posible que nos llame la atención saber que los zapatos durarán diez años, que el trabajo será gratificante, que el comedor colectivo servirá mejores platos que los mejores restaurantes de su tiempo, y que la sana emulación entre los distintos equipos de trabajo será suficiente para lograr la eficiencia. Ahora bien, cuando descubrimos las tareas que les serán encomendadas a los niños, quizás nos preguntemos si, en lugar de una Utopía nos encontramos ante el anuncio de las Distopías que el siglo XX va a llevar a la práctica...