Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Annie está enferma y es continuamente maltratada por su esposo Héctor, hasta que un día, un viajero que dice llamarse Teddy Foster, viendo la situación, dispara y mata a Héctor. Annie, se declara culpable del asesinato, fue en defensa propia pero el sheriff no opina lo mismo y quiere «colgarla»…
Un hombre de estatura poco común aparece en el saloon del pueblo. Es quien hizo las 5 muertes en Prescott, incluida la muerte del sheriff de Prescott, y quien salvó la vida del inspector Scully y de Grierson. Es uno de los pistoleros más rápidos que Grierson ha conocido. Cuando Grierson y el inspector se enteran de que anda por el pueblo van en su busca. ¿A apresarle por esas muertes? No, el inspector y Grierson ya estaban buscando a los fallecidos, se alegran de que hiciera esas muertes. Ellos buscan respuestas.
—¿Qué pasa, Bill? ¿Por qué te has detenido? —No podría asegurarlo, Edwin. Pero me ha parecido ver a un hombre ocultándose tras aquellas rocas.Edwin miró hacia el lugar señalado por el amigo, y después de un par de minutos de fija observación, dijo:—No veo nada sospechoso.
La llegada de una caravana a la ciudad iniciará revoluciones y cambios en la City. Hace años que se impuso un impuesto por atravesarla, y estas familias no pueden pagarlo. El sheriff y el juez aprovecharán para intentar timarles pero Lillian no se va a quedar de brazos cruzados, y ésto hará que el pueblo se dé cuenta de qué lado están.
A llegado a Cripple Creek un forastero que no pasa desapercibido. Es muy alto y lleva un maletón enorme. Durante unos días será sin duda la comidilla de quienes viven en Cripple Creek. Nadie sabe a qué a venido y a muchos, como a Style, eso le inquieta. Intentarán echarle de la ciudad jugando con el servilismo del sheriff, pero no saben con quién están hablando... El forastero está a punto de revelar su verdadera identidad...
Míster Lawn está muy interesado en comprar el rancho de Martin. Es el único comprador. Además, dado el desconocimiento de Martin por lo que está vendiendo y su urgencia por la venta, trata de abusar de su condición ofreciéndole una mísera cantidad, e incluso la rebaja para presionarle y que se vea obligado a vender. Lo que no sabe es que ha aparecido otro comprador y que Martin se ha atrevido a venderla. ¿Lo considerará una traición?
Es habitual que los dueños de los saloon manden a sus encargados a buscar nuevas chicas, guapas y con talento. Don, contrata para su jefe a una cantante y a una camarera guapísimas. En el viaje hacia Cheyenne, conocen a Collen, que va a reclamar su rancho heredado. Cuando Vivian y Linda llegan al local, triunfan, sin embargo no consienten los abusos de los jefes y se van con Collen.
Douglas Wilkes se estableció en Portland, abrió un saloon y ganó mucho dinero. Mientras tanto educó a sus hijas en San Francisco, cuando hubieron acabado de estudiar les mandó recado de ir con el a Portland. Ellas pensaban que su padre era bueno, no sabían que él las quería para ganar dinero en su saloon. En el viaje conocieron a Davis, Theresa la mayor se enamoró perdidamente de él y pensaba que sería él quién la vengaría.
Dos forasteros llegan a Minot. Ella es la sobrina del coronel a la que creían muerta. Fue secuestrada y la intentaron matar, pero Lony, que vivía en una cabaña cerca del 'lugar del crimen', pudo impedirlo. Ahora viajaban en busca del tío de Daisy pero los del pueblo se han empeñado en demostrar que está engañando a todos y él está implicado en el suceso del tren.
Los hermanos del rancho Tres Barras emprendieron un viaje al norte del que no han regresado y a los que algunos dan por muertos. Los cuatreros del pruebo aprovechan la 'muerte' de los hermanos para hacerse con el mejor rancho y ganado de la comarca, el del Tres Barras. Los vecinos temen a esta panda de ventajistas, aunque ninguno cree en la muerte de los hermanos. Brenda, la dueña del saloon, que tiene cierta autoridad entre los vecinos, y suficiente carácter para plantar cara a los cuatreros, idea un plan para sabotear a Sullivan y sus hombres…
Genial, divertidísima 2.ª entrega de las aventuras del cazador de tesoros al que la gente confunde con la odiosa medianía hollywoodiense Harriford Jones. La historia comienza donde la dejamos. Harto de la cochambre de su hotel hong-konés, Indiana se enrola en un petrolero lleno de buscavidas. Uno de ellos, Kurt Olsson, pierde al póker con Indiana su posesión más preciada: un colgante con un diente de perro; pero el muy bandido, a la altura de Bombay, le roba a Indiana el collar y de paso todas sus posesiones. Tras recuperar lo suyo, Indy conoce a Kobra, una joven que trabaja bailando desnuda encima de un inmenso tigre llamado Killer. Ésta le cuenta para qué sirve el misterioso collar: una reunión secreta tiene lugar en unas horas en La Meca, donde cientos de portadores de collares como ése están siendo contratados para formar una guerrilla que derroque un gobierno del norte de África. El instigador de la revuelta es un ex-nazi que viste de punta en blanco y lleva un halcón vivo en cada hombro, amaestrados para matar. Pero la revuelta africana es una tapadera para que varios capos huyan repatriados, exportando de paso toneladas de heroína. Indiana descubre el pastel, aplaca la revuelta y aterriza en pleno festival de Cannes.
Si Norma Maners hubiera sido una persona caritativa, si hubiera conocido el significado de la palabra «amabilidad», si se hubiera compadecido de un pobre enfermo postrado en el lecho del dolor, yo nunca hubiera descubierto una pirámide egipcia, pero también me hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza, tiroteos despiadados, carreras enloquecidas, luchas contra cocodrilos hambrientos y… bueno, un sin fin de peripecias más. Pero Norma Maners, enfermera-jefe de la planta de Traumatología del Lincoln Memorial Hospital, era dura, feroz, despiadada y sin entrañas. —Mire, señor James —me explicó un día—. Le confesaré que soy una ferviente admiradora de Maquiavelo. El fin justifica los medios, eso es una verdad irrefutable.
Recuerdo que cuando Angie Brown, la chica que era como un trozo de esparadrapo que no te puedes quitar de encima, se cruzó en mi camino, yo estaba pensando en ir a ver una película de dibujos animados. Acababa de salir del Hotel Metropolitan de Londres y aún tenía frescos en la memoria ciertos escalofriantes acontecimientos vividos en Estambul. Ya les conté eso en mi anterior relato y no pienso insistir. Pero quienes lo hayan leído, comprenderán que después de aquello necesitaba sumergirme en la oscuridad protectora de algún cine de barrio, donde, con tal de que no olvidara darle propina al acomodador, nada terrible podría sucederme.
>Bien, muy bien. Maravilloso. De victoria en victoria, hasta la derrota final. Las industrias Corfort Line podían haberse enterado de quién era yo, podían haberse quedado entre la espada y la pared, hincado la rodilla, agachado su testuz e implorado misericordia, bañadas en un mar de lágrimas. Todo perfecto. Un final feliz de ensueño… … si Zenna Davis me hubiera echado una mano.
El rally de Montecarlo es famoso entre los deportistas. El París-Dakar entre los aventureros. Éste sólo fue conocido por Indy, y creyó que nunca podría contarlo. Todos eran sus enemigos. Todos querían matarle. Todos pretendían engañarle. Todos… contra todos… y él en medio. Fue lo Indiana James siempre recordará como… «Rally Beirut… ¡Muerte!».
Siempre me han gustado las estaciones, los aeropuertos, los lugares construidos para emprender viaje hacia cualquier sitio. Sí, ya sé que no soy muy original, a todo el mundo le pasa algo parecido, pero así es. Son lugares en los que se respira un aire distinto según hacia qué rincón te vuelvas. Encrucijadas de caminos con indicaciones diferentes que te indican que el mundo está al alcance de tu mano. Soy aún menos original si digo que siempre me ha gustado tener dinero. Toma, y a éste, y al otro y… Pero es que la vida que uno lleva no ha convertido en habitual el reconfortante sonido de las monedas en el bolsillo, ni el suave crujir de los billetes dentro de la ropa. Más bien todo lo contrario.
—Tú hacías carreras de coches en otros tiempos, ¿verdad? —dijo Teresinha. Estábamos tumbados en una playa de su tierra portuguesa. Una de esas playas con el Atlántico todo para ti, kilómetros de arena fina sin un alma, y un sol de ensueño. Algo así como el Paraíso, en pocas palabras. —Por eso me llaman Indiana —respondí, sin demasiadas ganas de hablar. Prefería seguir tumbado al sol, dispuesto a hacerles competencia a las lagartijas durante milenios, lo menos. Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a nada semejante. —Ya, pero… ¿muy en plan profesional?
Pasé por París y, claro, fui a L’Harmattan. Era mi única conexión con el árabe Abdelatif, y no estaba yo dispuesto a dejar pasar la ocasión. Estaba seguro de que alguno de sus misteriosos asuntos musulmanes lo tendrían ocupado por Europa. No lo había vuelto a ver desde lo de Pakistán, pero no me había olvidado de él. Teníamos una cuenta pendiente.