Sam Gitlin salió a la puerta de su bien surtido almacén y tendió la mirada por la polvorienta calle. Soplaba el viento y levantaba el polvo de la tierra creando una especie de neblina muy molesta.
Sam Gitlin maldijo entre dientes. Días así arruinaban cualquier negocio, porque las mujeres preferían quedarse en sus casas, antes de arriesgarse a tragar ingentes cantidades de aquel desagradable polvillo.
—Mal negocio, ¿eh, Sam?
Se volvió. Su vecino, propietario de la ferretería, estaba también en la acera contemplando el incómodo panorama.
Más allá se abrió la puerta de la peluquería y el barbero salió echando chispas.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
El hombre que recibió el puñetazo tenía unos cincuenta años, era delgado y sus ropas desastradas estaban cubiertas de sudor y polvo formando una dura costra. El puñetazo le envió dando tumbos contra la baranda de la acera. La baranda se rompió y el hombre volteó hasta la calle, donde hundió la cara en el polvo. Quien le había golpeado tendría alrededor de los treinta, era alto y de hombros poderosos, cara roja de ira y largos brazos. Quizá porque los tenía tan largos llevaba el revólver tan bajo. Riéndose entre dientes en medio de la cólera que le dominaba, bajó de la acera hacia su víctima.
Gordon Lumas es uno de los seudónimos utilizados por José María Lliró Olivé. También utilizó los ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS: Buck Billings, Clark Forrest, Delano Dixel, Gordon Lumas (A veces, Gordon C. Lumas), Marcel D’Isard (grupal), Max (a veces, Mike) Cameron, Mike Shane, Milly Benton, Ray Brady, Ray Simmons (a veces, Simmonds), Ricky C. Lambert, Sam M. Novelista de variados registros, durante la dictadura franquista convirtió la novela de bolsillo en “novela de acción reportaje”, narrando en forma de ficción, los acontecimientos reales que sucedían en Barcelona, durante tiempos de brutal represión y feroz propaganda.
—Escuche, sheriff. Mi nombre no creo que pueda decirle nada, soy un ciudadano libre de la Unión y, como tal, puedo andar por donde me plazca. —Y, como autoridad, yo puedo interrogarte. —¿Me acusa de algo? —No, pero... —Será preferible que me deje tranquilo. No tardaré mucho en marchar.
Los buscadores de oro de Clinty Pass vivían peor que las mismísimas ratas del desierto. Las agrestes colinas eran sus moradas durante meses y meses. Cercados por los desfiladeros. Azotados por la lluvia, la ventisca o por un sol implacable.
Muy pocas eran las comodidades de que disfrutaban aquellos rudos hombres que serpenteaban por los desfiladeros, picoteaban en las montañas y sumergían las pailas de lavar a lo largo del Clinty Creek. La más cercana localidad civilizada, por decirlo de alguna forma, era Reed City. Aproximadamente a una semana de tiro de mula. Los buscadores no contaban con briosos caballos. El paso de una carreta por los desfiladeros de Clinty Pass era penoso y lento.
De ahí que los buscadores de oro permanecieran en la zona. Eran muy pocos los que se aventuraban a perder un par de semanas, entre ida y vuelta, en desplazarse a Reed City. Los que llegaban lo hacían ya con provisiones para largo plazo.
Bajo un árbol, cerca de la casa principal, sentóse a leer de nuevo la carta. Le tenía intrigado lo que decía esa misiva. Miró la fecha de la carta y, poniéndose en pie, marchó de nuevo a la casa. Tocó con los nudillos una de las puertas y solicitó permiso para entrar.
Los dos jinetes llegaron a lo alto del promontorio.
El sol bañaba con sus dorados rayos el valle. El zacatón y la saladilla eran acariciados por una suave brisa. Las flores silvestres parecían danzar, balanceándose de un lado a otro. Un río de tranquilas y cristalinas aguas serpenteaba por el valle. El trinar de los pájaros era como una dulce y placentera melodía. Un paisaje paradisíaco de paz y belleza.
Clint Sommer se despojó del sombrero de ala ancha. Descubrió rebelde y abundante cabello rubio, que ahora asomó a mechones sobre la frente. Los ojos de Sommer eran azules. De sempiterno brillo. En sus correctas facciones se acusaba el polvo y el sudor. Un polvo rojizo que también se acumulaba sobre su vestimenta. Camisa cremosa, chaleco de piel con botones plateados y pantalones embutidos en botas de altas cañas. Del cinturón canana pendía un Colt del cuarenta y cuatro modelo militar.
Clint Sommer entornó sus azules ojos.
Edward Janssen quedó unos instantes con el hacha en alto. Los ojos entornados. Fijos en un lejano punto del horizonte. Dejó caer la pesada hoja sobre el tronco para seguidamente pasar el dorso de la mano por la frente.
El rostro de Edward Janssen bañado en sudor. Gruesas gotas de sudor que trazaban surcos en su polvoriento rostro. Las cejas muy pobladas. La nariz ancha. Boca grande. Un individuo fuerte y corpulento.
Janssen se apoyó en el largo mango del hacha. Manteniendo la mirada fija en la lejanía.
Edward Janssen no estaba solo.
Le rodeaban cerdos, gallinas, patos, una cabra... y a poca distancia, en los establos, un par de vacas con sus correspondientes terneros. También un caballo de labranza y tres de montar.
El jinete desmontó ante la puerta del hotel-saloon, bautizado, según decía en un letrero que ocupaba toda la fachada, con el nombre de Mississippi. Palmoteó cariñoso en el cuello del animal y miró a las muchachas que estaban a la puerta del hotel y sonreían al verle acariciar al caballo. Sacó el rifle de la funda, cogió un envoltorio que iba en el borrén y, con paso lento, se encaminó al local.
El jinete se recortó durante unos instantes en lo alto de la colina. Con los rayos del sol en la cima del horizonte. Cayendo perpendiculares. Un sol agostador. Virulento. El caballo, un cuatralbo de plateadas crines, resopló agitando la cabeza. No parecía acusar cansancio, aunque sí el sofocante calor reinante. El jinete palmeó el cuello del animal para seguidamente presionar con suavidad los ijares. El caballo obedeció dócil. Inició el descenso del montículo. A un buen trote. En dirección al arroyo del valle. Cercado por frondosos árboles. De allí surgía la tenue columna de humo. El jinete tiró de las riendas aminorando el galopar de su caballo. En un deseo de hacerse ver por más tiempo. De no irrumpir con brusquedad en el pequeño bosque. Al llegar al arroyo descubrió la carretera. Un carromato Conestoga que acusaba miles de millas recorridas. Sin duda pionero en las ya legendarias rutas de Santa Fe, Oregón y California. El caballo de tiro, un cansino y viejo cuaco, había sido desenganchado del carruaje y pastaba en el cercano prado.
Enrique Sánchez Pascual fue un novelista y guionista de cómic español (1918 - 1996). Usó multitud de seudónimos, como Alan Starr, Alan Comet, W. Sampas, Alex Simmons, Law Space o Karl von Vereiter
El anciano arrugó instintivamente la nariz. También entornó sus diminutos ojos. Hasta convertirlos en pequeñas rendijas.
—Una pareja... ¿Sólo una pareja?
—Eso es, Ernest.
En el ajado rostro de Ernest Sybill se acentuaron aún más las entrelazadas arrugas. Sacudió un par de veces la cabeza.
—¡Por todos los...! ¿Esperabas ganarme con una pareja?
El individuo sentado frente al anciano esbozó una sonrisa.
La tarea que Clinton Swanson y Nash Rogers se habían impuesto, siguiendo a caballo el brioso trote de los equinos que arrastraban la diligencia que aquella mañana había partido de Yuma con dirección al norte, era dura y agotadora, pero los dos tenaces jinetes entendían que la fatiga, el esfuerzo y el fiero sudor que brotaba de todos sus poros, bajo la fiera caricia del sol abrasador del mes de agosto, merecía la pena de todo cuanto hubiese que aguantar hasta llegar a su destino, que no era el suyo precisamente, pero que lo hacían de su propiedad, por el beneficio que podía reportarles.
Elliot Cassady tiró de las riendas al llegar a lo alto de la colina.
Se despojó del sombrero descubriendo un pelo abundante y rebelde que asomaba a mechones sobre la frente. Su rostro bañado en sudor. Un rostro de aniñadas facciones acentuadas por unos ojos azules de sempiterno destello burlón. Aunque con una barba de varios días, se adivinaba un rostro de correctas facciones. Atractivo para las mujeres. Tal vez por despertar en ellas un instinto maternal o de protección.
El aniñado rostro de Elliot Cassady resultaba engañoso.
Era un individuo que sabía protegerse solo.