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Clásicos de historia 126. El periplo de Hannón ilustrado, de Anónimo

Historia, Ensayo

«El Periplo de Hannón pretende ser la versión griega del relato en lengua púnica que habría hecho Hannón, rey de Cartago, de su larga navegación costera por el África occidental. Se conserva en dos códices, uno del siglo IX, el Codex Palatinus (o Heidelbergensis) Graecus 398, fols. 55r-56r, y otro del siglo XIV, dependiente del anterior, el Codex Vatopedinus 655. Custodiado este último en su día en el monasterio de Βατοπεδιου del monte Atos, en 1840 fue dividido en dos partes que actualmente se encuentran en Londres (British Museum, additional Ms. 19391) y en París (Bibliothèque Nationale de Paris, suplément grec 443 A). Es el fragmento parisino el que contiene el apógrafo del Periplo de Hannón.» (Luis Gil, “Sobre el Periplo de Hannón de Campomanes”, Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos, vol. 13, 2003, pp. 213-237.) «El secular debate mantenido por la crítica en torno al significado del opúsculo anónimo que conocemos como Periplo de Hanón se halla en la actualidad en una vía muerta, incapaz de reconciliar dos posturas definitivamente antagónicas: sigue habiendo quienes creen estar ante la versión griega, más o menos fiel, del informe que –como reza en el título que le precede en el manuscrito– el sufete cartaginés Hanón depositara en el templo de Baal Moloch tras su expedición por las costas atlánticas de África en las primeras décadas del s. V a. C.; por contra, desde mediados del pasado siglo parece afianzarse aquella otra visión que insiste en primar la naturaleza esencialmente literaria de la obra, con independencia de su posible vinculación al hipotético modelo originario. Sin embargo, no todo han sido discrepancias a lo largo de ese dilatado trayecto compartido. Sin duda, el punto de encuentro más palpable entre ambas corrientes de interpretación viene marcado por la unánime defensa de la estructura bipartita del Periplo, según la cual dicha obra estaría integrada por una primera parte... en la que primaría la actividad colonizadora, a la que seguiría entonces una segunda y última... donde se rendiría cuenta de la mera exploración del tramo costero al sur de Cerne. Y, a pesar de que esta última sección parece exhibir de forma detallada y sincera los pormenores de un viaje real a lo largo de las costas tropicales del África antigua, se da por hecho, y se hace también de forma prácticamente unánime, que es ella la que acusa un mayor grado de endeudamiento literario: en efecto, el menos ambicioso de los análisis filológicos pone de manifiesto sus múltiples e indudables paralelismos con los más destacados prosistas griegos, desde Heródoto hasta los autores del bajo helenismo.» (Francisco J. González Ponce, “Veracidad documental y deuda literaria en el Periplo de Hanón, 1-8”, Mainake, XXXII (II), 2010, pp. 761-780.) Pues bien, esta breve obra fue traducida y estudiada por el destacado abogado, político, lingüista e historiador Campomanes (1723-1802) de modo modélico que nos ilustra a la perfección el modo de hacer historia de la época. El resultado de su trabajo fue la obra Antigüedad marítima de la república de Cartago, con el periplo de su general Hannón, traducido del griego e ilustrado por don Pedro Rodríguez Campomanes, abogado de los Consejos, asesor general de los Correos y Postas de España, etc., publicada en 1756. Se compone de dos partes diferenciadas (incluso con paginación distinta: un Discurso preliminar sobre la marina, navegación, comercio y expediciones de la república de Cartago que constituye una historia general de este pueblo, y El Periplo de Hannón ilustrado, que aquí reproducimos. Constituye un análisis, palabra a palabra, del breve texto original, que presenta en griego y en castellano. Luis Gil, en el artículo antes citado señala la repercusión que tuvo en los círculos ilustrados españoles y su difusión internacional. Ahora bien, concluye: «Valorar con criterios actuales la obra de Campomanes es injusto (...) A lo que hemos llamado ‘panpunicismo’ de sus etimologías hemos de agregar cierto acriticismo ingenuo en dar por ciertos los datos de las fuentes, como ya en su momento señaló el jesuita Sebastián Nicolau en las Observaciones sobre el «Periplo de Hannón» que presentó al director perpetuo de la Real Academia de la Historia, don Agustín de Montiano y Lugendo. Ese respeto crédulo a los textos le induce a tener por genuina carta de navegación el Periplo en la forma en que nos ha llegado, en vez de considerarlo como un relato de viajes legendario cuyo único valor testimonial es el de reflejar una determinada mentalidad y ofrecer una visión del mundo y unos conocimientos geográficos difusos con un remoto fundamento real, como muy bien dice Victor Jabouille. Ese mismo respeto le hace a Campomanes dar por buenas las cifras de relato. ¿Cómo creer que en sesenta pentecóntoros iban nada menos que 30.000 personas con el correspondiente avituallamiento? En descargo suyo digamos que en los mismos o parecidos defectos han incurrido cuantos se han esforzado por identificar con los accidentes de la topografía africana los nombres geográficos que el Periplo ofrece. Por último, frente a la actual manera de concebir el conocimiento histórico, se debe señalar el pedagogismo de sus excursos, sólo disculpable si se tiene en cuenta que el Periplo de Hannón pretende ser una especie de introducción a una historia náutica de España y que el concepto de la historia como magistra vitae y no reconstrucción verídica de los hechos pasados, exenta de toda finalidad utilitaria o moralizante, estaba en plena vigencia cuando Campomanes escribía.»


Clásicos de historia 127. Las guerras ibéricas: Libro VI, de Apiano de Alejandría

Historia

Apiano de Alejandría (c. 95-165) ocupó importantes puestos en la administración imperial de Antonino Pío, lo que le permitió acceder a una abundante y variada documentación con la que elaborar su monumental Historia romana. Dividida en veinticuatro libros, sólo diez han llegado a nuestros días. El eje central de la obra, en torno del cual se ordena toda la información, son las guerras en las que se ha visto implicada Roma a lo largo de su historia: principalmente guerras de conquista, pero también guerras civiles. Renuncia por tanto a un método exclusivamente cronológico, y se centra en los diferentes territorios que constituyen la Romania, cada uno merecedor de un libros dedicado a su conquista: Italia (libro II, perdido en gran parte), Galia (IV, idem), Hispania (VI), Egipto (XVIII a XXI, perdidos), etc. Los grandes conflictos que podríamos considerar globales también se analizan por separado: la segunda guerra púnica (VII), las guerras civiles (XIII-XVII)... Como señala Gómez Espelosín, Apiano «fue el autor de la historia más completa de la conquista romana que ha llegado hasta nosotros... Su obra, largamente desacreditada como una simple recopilación de fuentes perdidas cuyo exclusivo valor dependía estrechamente de la identificación de las mismas, ha logrado ya en la actualidad un cierto consenso favorable que lo sitúa dentro de una perspectiva mucho más positiva como autor independiente con sus propios objetivos historiográficos.» «La admiración de Apiano hacia Roma y su imperio era sincera pero no monolítica. A través de algunos pasajes de su obra se dejan sentir los ecos de un cierto descontento con el comportamiento romano hacia sus enemigos, ciudades que luchaban por su libertad o monarcas dotados de grandes cualidades como Perseo o Mitrídates. Alejandrino, griego y romano, las tres identidades entran a veces en contradicción y han dejado sus huellas a lo largo de su historia.» (Francisco Javier Gómez Espelosín, “Contradicciones y conflictos de identidad en Apiano”, en Gerión 2009, 27, núm. 1, pág. 231-250) Presentamos aquí el libro VI, dedicado a la conquista de Hispania. Tras una breve presentación de la península, narra sucesivamente el inicio de la ocupación romana durante la segunda guerra púnica, y las posteriores guerras celtibéricas y lusitanas hasta la decisiva toma de Numancia (siglos II-II a. C.). Concluye con unos breves párrafos dedicados a las campañas del siglo I a. C, con una leve alusión final a las guerras cántabras augústeas. Incluimos, para completarlo, un fragmento del libro XIII (o primero de las Guerras Civiles), en el que se ocupa de la guerra sertoriana. La traducción es obra del aragonés Miguel Cortés y López (1777-1854), que la editó en Valencia en 1832. Ángel Artal Burriel lo valora del siguiente modo: «Canónigo, profesor del Seminario Tridentino de Teruel y más tarde del de Segorbe, fue geógrafo, economista destacado y diputado a Cortes en 1820 por Teruel. Liberal a todas luces, tuvo que emigrar a Marsella en 1923 para regresar a Barcelona bajo la protección del consulado francés. Senador del reino con Isabel II, nombrado obispo de Mallorca, cargo al que tuvo que renunciar, fue chantre de la catedral de Valencia. Latassa señala que escribió las siguientes obras: Diccionario estadístico y geográfico. Imp. Nacional 1836; Guerras Ibéricas; Vida de San Pablo (..); Catecismo cristiano; dos oraciones fúnebres y varios opúsculos.»


Clásicos de historia 128. Discurso sobre la historia universal, de Jacques Bénigne Bossuet

Historia, Ensayo

«La Ilustración es un fenómeno de minorías (...) Durante el siglo XVIII el providencialismo perdura; en vísperas de él un gran obispo francés, Jacobo Benigno Bossuet, cuyo influjo intelectual en la Corte de Luis XIV era extraordinario, había tratado de adaptar la vieja interpretación a lo que entonces se llamaba espíritu del siglo. Y su obra fue considerada ampliamente como la recta doctrina cristiana acerca de la Historia, sin reparar en las contradicciones que contenía (…) »El Discurso sobre la Historia Universal es obra polémica. Bossuet se había dejado impresionar por los argumentos que los librepensadores esgrimían contra la Providencia de Dios —la distribución del bien y el mal en el mundo está hecha de modo injusto e irracional; la Historia demuestra que, siendo un juego de pasiones, triunfa el mal y fracasa la justicia— y trató de responderles no con el recurso a la Fe, como era la tradición agustiniana, sino con razonamientos de orden natural. Colocarse en el terreno del adversario era error, que el prelado aumentó argumentando con motivos que tenían cierto aire conservador ingenuo: la doctrina de la providencia, dijo, es la mejor barrera puesta a la inmoralidad. De hecho Bossuet se colocaba en la línea de su siglo y pretendía demostrar que en el decurso histórico —único y no doble, como en San Agustín y Santo Tomás— se hacía visible de una manera actual el dedo de Dios. Dios dirige la Historia y esta doctrina forma parte de la Revelación, de modo que no puede ser negada. Bossuet explica su pensamiento en estas palabras: “Dios no declara a diario su voluntad por medio de sus profetas respecto a los reyes o monarquías que exalta o derroca. Pero habiéndolo hecho tantas veces en estos grandes imperios a que nos hemos referido, nos enseña, por medio de estos famosos ejemplos, cómo actúa en todos los otros, haciendo saber a los dirigentes de pueblos dos verdades fundamentales: que es Él quien funda los Imperios, para darlos a quienquiera Él desee, y que conoce cómo hacerlos durar, en su propio orden y tiempo, para cumplir los designios que tiene con referencia a su pueblo”. El tono pragmático, que veces se impone por encima del interés apologético, se debe a que el Discurso fue dedicado al Delfín, hijo de Luis XIV, como parte de su educación. »Bossuet trataba de abarcar la época que media entre la Creación del mundo —para la que propone como fechas probables el 4693 y el 4004 a. de J. C— y la fundación del Imperio de Carlomagno. La exposición es pobre en datos y se divide en tres partes. La primera trata de las siete edades del mundo, siguiendo más el modelo de Eusebio que el de San Agustín: Cristo marca el comienzo de la séptima edad, pues la Iglesia católica es eterna e inmutable. La segunda explica la victoria de la religión, en el pueblo de Israel y en el Cristianismo. La tercera es un rápido examen de los Imperios. En conjunto la obra es tan sólo una apología de la Iglesia católica.»


Clásicos de historia 129. Historia del Imperio Romano del 350 al 378, de Amiano Marcelino

Historia, Divulgación

Amiano Marcelino (c. 332-398) señala al terminar su obra: «Esta narración, comenzada en el reinado de Nerva, concluye en la catástrofe de Valente. Viejo soldado y griego de nación, he hecho cuanto he podido por desempeñar bien mi cometido; presentando mi trabajo al menos como obra sincera, y en el que la verdad, que profeso, en ninguna parte, que yo sepa, se encuentra alterada o incompleta. Que consignen lo demás otros más jóvenes y doctos, a los que aconsejo que escriban mejor que yo y eleven el estilo.» Por su parte, Narciso Santos Yanguas, en su artículo El pensamiento historiológico de Amiano Marcelino nos presenta así al autor y su obra: «Con Amiano Marcelino la historiografía antigua, y más concretamente la romana, produce su último gran representante; es el historiador por excelencia de la decadencia de Roma en esta época tan conflictiva del Bajo Imperio; decadencia que ya puede rastrearse, no obstante, en los historiadores de los siglos anteriores, como Tácito, aunque no de manera tan patente como en el historiador antioqueno del que nos ocupamos. (…) Amiano Marcelino, natural de Antioquía de Siria, de cultura griega por tanto, historiador de un emperador principalmente, Juliano, griego en sus gustos y deseos, escogió como medio de expresión el latín. Calificándose a sí mismo de miles quondam et Graecus, precisa el ángulo de su visión histórica. Los historiadores modernos han insistido sobre su competencia militar, pero no han logrado retener de la palabra Graecus más que la acepción étnica (...). Hemos de considerar, en efecto, que bajo tal apelativo se encuentra el antecedente griego Ἔλλην, cuyo sentido evolucionó y que en el siglo IV d. J. C. se oponía no sólo a “bárbaro”, sino también a “cristiano”. »Inmediatamente después de concluir su carrera política, marchó a Roma, donde instaló su lugar de trabajo y encontró una buena compañía de amigos, entre quienes sobresalía la familia de los Símacos. En tal situación, resaltan su aprobación del pasado glorioso de Roma y su crítica de la situación y desprecio de las estructuras socioeconómicas y políticas e ideología contemporáneas. Pese a todo, la obra de Amiano aparece mucho más enraizada de lo que en un principio se pensaba en estos conflictos político-religiosos de fines del siglo IV, con una orientación muy cercana a los medios senatoriales paganos de tiempos de los emperadores Graciano y Teodosio. Tomando a Tácito como modelo, ya que une su obra histórica a las Historiae de dicho historiador, que a su vez son una prolongación de los Annales, la estructura de las Res Gestae amianeas se explica en parte por una toma de posición sobre la política de los emperadores a quienes estudia. De este modo, cuando, al final de su obra, emplea la citada expresión, lo que intenta expresar no son sólo sus dos principales características como escritor, sino también las dos líneas de fuerza de su doctrina y el doble programa del emperador de quien Roma tenía necesidad y de quien ha trazado el retrato ideal, Juliano (…). »Las Historias de Amiano nos han llegado mutiladas, pues, de los 31 libros de que en principio constaban, han desaparecido los trece primeros. La obra total abarcaba un período de casi tres siglos, desde los años 96 a 378 d. J. C., es decir, desde el reinado de Nerva a la muerte del emperador Valente en Adrianópolis; pero lo que se nos ha conservado no contiene más que los sucesos acaecidos durante el cuarto de siglo que transcurre entre los años 353 al 378, es decir, a lo largo de la ultima parte del reinado del emperador Constancio II, de los de Juliano, Joviano, Valentiniano y Valente y de la primera parte del de Graciano.» Desde los primeros libros conservados «se nos presenta la estructura que será típica en los restantes, con puesta en relación de los acontecimientos interiores y exteriores, orientales y occidentales, así como excursus religiosos, moralizadores y geográficos. Con ello es, pues, llevada a sus últimas consecuencias la técnica empleada por Tácito en los Annales.»


Clásicos de historia 135. Códigos de Mesopotamia, de Anónimo

Historia, Divulgación

Escribe Samuel Noah Kramer en su clásico La historia comienza en Sumer (1956): «Hasta 1947, el código de leyes más antiguo que se hubiera descubierto era el de Hammurabi, el ilustre rey semita cuyo reinado se inició en el año 1750 antes de J. C. Redactado en caracteres cuneiformes y en lengua babilónica, este código contenía, intercalado entre un prólogo glorioso y un epílogo cargado de maldiciones para los violadores, un texto compuesto de cerca de 300 leyes. La estela de diorita que lleva dicha inscripción se yergue actualmente, solemne e impresionante, en el Louvre. Por el número de las leyes enunciadas, su precisión y el excelente estado de conservación de la estela, el código de Hammurabi puede considerarse como el documento jurídico más importante que se posee actualmente sobre la civilización mesopotámica. Pero no es el más antiguo. Otro documento de este tipo, promulgado por el rey Lipit-Ishtar, y que fue descubierto en 1947, le gana en más de ciento cincuenta años de antigüedad. »Este código, cuyo texto no fue descubierto en una estela, sino en una tablilla de arcilla secada al sol, está escrito en caracteres cuneiformes y en idioma sumerio. La tablilla había sido descubierta ya a principios de este siglo, pero, debido a diversos motivos, no había sido identificada ni publicada. Fue gracias a Francis Steele, conservador adjunto del Museo de la Universidad de Pensilvania, que fue traducida en 1947-1948. Se compone de un prólogo, de un epílogo y de un número indeterminable de leyes, de las cuales 37 están conservadas parcial o totalmente. »Pero Lipit-Ishtar no pudo conservar mucho tiempo su glorioso título de primer legislador del mundo. En 1948, Taha Baqir, conservador del Museo de Iraq, en Bagdad, y que se hallaba explorando la estación arqueológica, entonces todavía muy oscura, de Tell-Harmal, descubrió dos tablillas que revelaron contener el texto de un código, al parecer todavía más antiguo. Igual que el código de Hammurabi, estas tablillas descubiertas por Taha Baqir estaban escritas en idioma babilónico. Fueron estudiadas y copiadas el mismo año por el conocido asiriólogo Albrecht Goetze, de la Universidad de Yale. El breve prólogo que precede las leyes (no hay epílogo) hace mención de un rey llamado Bilalama, quien habría vivido unos setenta años antes que Lipit-Ishtar; por consiguiente, este nuevo código se vio atribuir entonces el privilegio de ser el más antiguo. Pero ello fue únicamente hasta el año 1952, porque en este año yo mismo tuve el honor de copiar y traducir... una tablilla cuyo texto reproducía en parte el de un código promulgado por el rey sumerio Ur-Nammu. Este soberano, que fundó la tercera dinastía de Ur, hoy día ya bien conocida, inició su reinado, según los cómputos cronológicos más conservadores, hacia el año 2050 a. de J. C., o sea, unos 300 años antes del rey babilónico Hammurabi. La tablilla de Ur-Nammu pertenece a la importante colección del Museo de Antigüedades Orientales, de Estambul, donde yo estuve en 1951-1952 ejerciendo de profesor. (…) »¿Por cuánto tiempo conservará Ur-Nammu su título de primer legislador del mundo? Según permiten suponer algunos indicios, parece ser que existieron otros legisladores en Sumer muy anteriores a él. Tarde o temprano, algún nuevo investigador dará con la copia de otros códigos, los cuales esta vez serán, quizá, los más antiguos que haya conocido la Humanidad.»Actualmente se atribuye este código a Shulgi, el hijo de Ur-Nammu.


Clásicos de historia 139. La guerra de Yugurta, de Cayo Salustio Crispo

Historia, Divulgación

En la presentación de La conjuración de Catilina ya presentamos a este sugestivo historiador, y a su carácter fundamentalmente propagandístico de sus ideas políticas y de su partido. En esta otra obra nos narrará, con el mismo talante, la guerra que había tenido lugar a fines del siglo II a. de C. en la Numidia vecina de la provincia africana de la República. Pero la narración de la historia del ambicioso Yugurta, se convertirá en buena medida en un medio para enaltecer el papel providencial del popular Mario, primero como segundo del aristócrata Metelo, y luego como cónsul, general en jefe, y superior del también aristócrata Sila. Falta más de una década para el inicio de las guerras civiles, pero sus protagonistas ya aparecen claramente delineados. Salustio nos narrará la el desarrollo de la guerra hasta la captura del tirano. No nos cuenta, en cambio, el desenlace posterior, que tomamos del clásico Theodor Mommsen: «El gran traidor caía por traición de los suyos. Lucio Sila volvió al cuartel general llevando consigo encadenado al astuto e infatigable númida y a sus hijos, y de este modo concluyó la guerra al cabo de siete años de combates. La victoria fue unida al nombre de Mario: cuando hizo su entrada en Roma, el primero de enero del año 650 (de Roma), iba delante de su carro triunfal Yugurta y sus dos hijos, cargados los tres de cadenas sobre sus vestidos reales. Pocos días después, y por orden del mismo Mario, el hijo del desierto fue encerrado en un calabozo subterráneo en el antiguo sótano de la fuente capitolina (el Tullianum), en el baño helado, como lo llamaban los desgraciados, donde pereció estrangulado o se lo dejó morir de hambre y de frío. »Para ser justos, conviene decir que Mario solo había tenido una parte menor en el buen éxito de esta empresa. La conquista de Numidia hasta el límite del desierto había sido obra de Metelo, y se debía a Sila la captura de Yugurta. El papel desempeñado por Mario entre los dos aristócratas no dejaba de poner en cuidado su ambición personal. Sentía despecho al oír a su predecesor vanagloriarse con el sobrenombre de Numídico, y después se enfureció cuando el rey Bocco consagró en el Capitolio un monumento votivo de oro, en el que representaba la entrega de Yugurta a Sila. Sin embargo, ante la mirada de jueces imparciales, las hazañas de Metelo y de Sila oscurecían las de Mario. Sobre todo Sila, en aquella brillante retirada a través del desierto, había demostrado a los ojos de todos, tanto del general como del ejército, su valor, su presencia de ánimo, su destreza y su poderosa influencia sobre los hombres. Sin embargo, estas rivalidades militares habrían sido una cosa insignificante, si no hubieran ejercido su influencia en las luchas de los partidos políticos: si Mario no hubiera servido de instrumento a la oposición para retirar el mando al general aristócrata, y si la facción reinante no hubiese hecho de Metelo y de Sila sus corifeos militares para elevarlos muy por encima del vencedor nominal de Yugurta.» (Historia de Roma)


Clásicos de historia 140. De la crónica de los reyes visigodos. Con el Laterculus Regum Visigothorum, de Enrique Flórez

Historia, Divulgación

Con la denominación de Laterculus regum Visigothorum «conocemos un catálogo de los reyes godos que consigna la duración de sus respectivos gobiernos y que ha llegado hasta nosotros con notables diferencias según las versiones conservadas. Por lo general, el Laterculus regum Visigothorum se ha transmitido asociado al Líber Iudicum en los diferentes manuscritos que contienen este importante texto jurídico visigodo; en opinión de algunos autores, esta circunstancia se debe a que su finalidad era la de proporcionar una referencia cronológica a las leyes recopiladas en el Liber, correspondientes a distintos monarcas, imitando para ello la costumbre romana según el modelo representado por el Codex Theodosianus. (...) »Uno de los primeros autores que profundizó con detalle en el estudio de esta fuente menor fue el agustino E. Flórez, a quien tanto debe la historiografía medieval española. Abundando sobre lo ya dicho por los escritores precedentes, Flórez destacó de manera especial la exactitud de las indicaciones cronológicas del catálogo real, si bien sus más interesantes observaciones tuvieron por objeto las cuestiones relativas a la autoría y época de redacción de esta pieza. El estudio interno del texto permitió a este investigador advertir tres etapas sucesivas en la elaboración del mismo, correspondientes a otros tantos autores distintos: una redacción fundamental, que abarcaría hasta incluir la mención de la subida al trono de Ervigio (a. 680) y que habría sido elaborada durante el reinado de este monarca; una primera continuación, anotada más tarde por distinta mano, alusiva a la elección y consagración de Egica (a. 687); y una segunda ampliación, añadida posteriormente para referir la consagración de Vitiza (a. 700), que Flórez considera obra de un escritor diferente a los dos anteriores. Por lo que respecta a la autoría concreta de las diversas partes, este investigador descartó razonadamente la tradicional atribución de su redacción fundamental a San Julián de Toledo o al supuesto prelado Wulsa, fruto este último de la errónea lectura del incipit en algunos manuscritos del Laterculus; de la misma manera, dudó Flórez en asignar respectivamente las dos continuaciones mencionadas a los obispos Félix y Gunterico —sucesores de San Julián en la sede toledana—, mostrando gran prudencia al incluir el catálogo real godo entre las obras anónimas de la época.» Mario Huete Fudio, «Fuentes menores para el estudio de la historiografía latina de la Alta Edad Media hispánica (siglos VII-X)», Medievalismo, núm 4 (1994), pp. 5-26 Publicamos el estudio que le dedicó a este Catálogo de los reyes visigodos el padre Flórez en el tomo II de la España Sagrada, acompañado de la traducción que poco después publicó Masdéu, y la posterior edición de la obra por parte de Mommsen.


Clásicos de historia 143. Textos reales persas de Darío I y de sus sucesores, de Anónimo

Historia, Divulgación

En el complejo mosaico del Asia occidental, medos y persas son pueblos de lenguas indoeuropeas que se establecen en el segundo milenio a. de C. en la meseta irania, en la vecindad de las grandes civilizaciones mesopotámicas, por entonces ya predominantemente semitas, de los que tomaran abundantes elementos culturales y materiales. Pero también están en contacto con los pueblos de la Anatolia, de Siria, y a través de ellos con los pueblos mediterráneos. Con el debilitamiento del imperio asirio a partir del siglo VII a. de C., llegará su hora: el persa Ciro creará el gran imperio persa aqueménide que será definitiva y complejamente organizado por Darío I, en su largo reinado del 522 al 486 a. de C. El gran número de pueblos y culturas del territorio que se extienden entre la India, Asia central y el Mediterráneo (con sus confines en el extremo de Europa y de África) constituirán desde entonces una diversa unidad que tendrá una prolongada continuidad a través de sus sucesores sasánidas, hasta subsumirse como ingrediente principal en la nueva civilización islámica. Pero las fuentes literarias sobre el imperio aqueménide que tradicionalmente se han utilizado son las procedentes de su civilización rival, griegos y romanos, y especialmente Herodoto. De ahí el interés que revisten las abundantes inscripciones rupestres que conmemoran y hacen propaganda de los logros de esta dinastía. Y entre ellas la más destacada es la de Behistum. «La denominada inscripción de Behistum se halla próxima a la aldea iraní del mismo nombre, cerca de Kermanshah y en la vía natural que tradicionalmente comunicaba Hamadán con Babilonia. Se trata de un monumento de 50 metros de largo y 30 de ancho, esculpido sobre la ladera de un acantilado y a más de 50 metros de altura sobre el fondo del valle, lo que lo hace casi inaccesible. En él Darío I aparece representado en un bajorrelieve con el pie derecho sobre el mago Gaumata, y ante el soberano figuran atados quienes se rebelaron contra él. A los lados y debajo de la escena se hallan inscritas catorce columnas de texto redactado en escritura cuneiforme que en tres lenguas ―persa antiguo, acadio y elamita― que explica el ascenso de Darío al trono persa y celebra las victorias y la pacificación conseguida finalmente por el rey tal como él mismo ordenó registrarlas y grabarlas en septiembre del año 520 a.C. »La narración coincide básicamente con el relato de Heródoto, pero la historiografía actual considera que la rebelión contra Cambises fue dirigida por el propio Bardiya, y que Darío inventó la historia del mago Gaumata y, por ello, la versión oficial de los hechos tal como figura en Behistum y en el autor de Halicarnaso, para justificar su ascensión al trono tras eliminar a Bardiya. »El texto fue transcrito a partir de 1837 por Henry Creswicke Rawlinson con enormes dificultades dada su ubicación, y este oficial inglés presentó nueve años más tarde ante la Royal Asiatic Society de Londres no sólo la primera copia exacta del texto sino también su traducción completa a partir del desciframiento del cuneiforme persa, al que había llegado independientemente de los trabajos del alemán Georg Friedrich Grotefend.» (Pilar Rivero-Julián Pelegrín).


Clásicos de historia 156. Breviario de historia romana, de Eutropio

Historia, Divulgación

Eutropio fue un alto funcionario de larga carrera en el declinante imperio romano del siglo IV, que conocemos con detalle a través de la obra de Amiano Marcelino, ya editada en Clásicos de Historia. Aunque se ignora mucho sobre su vida, se ha propuesto un posible origen griego, por su nombre y por el uso esporádico de vocabulario de esta procedencia. El hecho de que escriba en latín se explica por la preferencia por esta lengua en las obras de historia de la época, y por haber sido dedicada al emperador Valente, que no sabía griego. En cualquier caso, parece que nuestro autor ocupó progresivamente puestos de gran responsabilidad en la administración del estado: magister memoriae (como indica en la dedicatoria citada), procónsul de Asia, y como culminación de su carrera, cónsul de Roma junto con Valentiniano II. Eutropio fue, señala Emma Falque, «una persona competente y leal, y además un superviviente nato. Tuvo que ganarse el respeto no sólo de sucesivos emperadores de carácter e intereses dispares, sino también de jefes militares, funcionarios civiles y destacados senadores, lo que no resultaba una tarea fácil en aquellos tiempos.» El Breviario de historia romana (o Breviarium ab urbe condita) es un excelente ejemplo de los epítomes o resúmenes que abundan por entonces, como el falsamente atribuido a Sexto Aurelio Víctor (así como los que realmente compuso). Las clases educadas los demandan, y numerosos escritores se apresuran a satisfacer sus gustos. Así, Eutropio sintetiza toda la historia romana, pero a diferencia de otros autores, utiliza un buen número de fuentes y procurar dotar al conjunto de un aspecto unitario, especialmente en los libros dedicados al imperio, en los que el hilo conductor de la narración son las biografías de los emperadores (un poco, al modo de Suetonio). El resultado constituyó un éxito: fue traducida al griego por Peanio hacia 380, y por tanto en vida del autor, y aún en otras dos ocasiones en el siglo VI, lo que es muestra de su popularidad. Y ésta todavía fue mayor entre los latinos: la utilizarán en sus obras san Jerónimo, Orosio, Casiodoro, Isidoro de Sevilla, Paulo Diácono (que la amplió hacia 800)... Los catálogos de bibliotecas monásticas catedralicias y universitarias medievales suelen poseerlo siempre, y su popularidad se mantendrá en los siglos siguientes, multiplicándose las versiones e impresiones en las más variadas lenguas. Muestra de ello es la traducción que presentamos, publicada por Juan Martín Cordero en 1561, y que acompaña al texto original latino.


Colección Reno 524. Vida de Jesús, de François Mauriac

Ensayo, Espiritualidad, Historia

Mauriac conocía las obras de Lagrange, de Grandmaison, de los grandes exégetas. Pero sentía, dice él, «la necesidad de volver a encontrarme, a tocar de alguna forma, al Hombre viviente y sufriente cuyo sitio está vacío en medio del pueblo, al Verbo Encarnado». Y por eso, escribió este libro. He aquí —dice él mismo— «que un escritor católico, aunque sea de los más ignorantes, un novelista, tiene tal vez el derecho de aportar su testimonio. Sin duda una Vida de Jesús habrá que escribirla de rodillas, con un sentimiento de indignidad capaz de hacernos caer la pluma de las manos. Un pecador debería avergonzarse de haber acabado esta obra».


Colección de arena, de Italo Calvino

Crónica, Arte, Ciencias sociales, Historia, Memorias

Fruto de su colaboración asidua en la prensa italiana, los escritos reunidos bajo el título ‘Colección de arena’ ofrecen otra dimensión narrativa de Italo Calvino, que se asoma entre las líneas de estos artículos como un observador que intenta describir y examinar lo que ve, que elige con cuidado objetos capaces de estimular una reflexión y que, con tal fin, se da una vuelta por museos y lugares de exposición parisinos, visita excavaciones arqueológicas en Toscana, jardines zen en Kioto, monumentos en Palenque y Persépolis. Un turista de la cultura que recorre con su mirada el espectáculo de la realidad elegida, pero que jamás se queda en ninguna, fiel a su vocación de curioso e inquieto comentarista de un universo visual; un coleccionista que selecciona, descompone y reelabora en un esfuerzo por dar un sentido unitario a una realidad múltiple y dispersa.


Colón y el mapa templario, de Mariano Fernández Urresti

Ensayo, Historia, Memorias

La historia del Almirante es un eterno «caso abierto». Casi nada sabemos con certeza sobre él e, incluso, lo que sí es conocido tiene tantas lagunas que resulta difícil realizar afirmaciones sin riesgo. No está claro su origen y tampoco hay consenso sobre el lugar donde reposan sus restos. En este libro, el lector encontrará la sorprendente posibilidad de que el Christóforo Colombo genovés no sea nuestro Cristóbal Colón; tendrá noticias sobre piratas, sobre documentos robados y sobre textos falsificados. Encontrará menciones a mapas misteriosos, a los caballeros templarios y a cartógrafos judíos a sueldo de esos mismos monjes. Descubrirá oscuros amoríos, biografías amañadas y conspiraciones cortesanas. En las noches del 6 y del 9 de Octubre de 1492, los marineros que integraban la primera expedición colombina estuvieron a punto de arrojar por la borda al Almirante porque sus promesas de encontrar tierra a 750 leguas se habían demostrado falsas. ¿Sabía el lector que fueron los hermanos Pinzón quienes evitaron la muerte de Colón? ¿Creyó realmente el Almirante haber llegado a las Indias? ¿Quiénes eran los indios blancos que encontró en América? ¿Y los enigmáticos hombres vestidos con túnicas blancas? ¿Y cómo supo cuál era el mejor itinerario de regreso? ¿Tenía, Colón, una información privilegiada y jugó con cartas marcadas? ¿Y su tumba?, ¿dónde está en realidad?


Comentarios reales 1. Comentarios reales de los Incas, de el Inca Garcilaso de la Vega

Crónica, Historia

El Inca Garcilaso aborda la escritura de los ‘Comentarios’ al sentirse legitimado por su nacimiento cuzqueño frente a otros cronistas españoles que trataron de retratar aquellos reinos paganos desde la otra orilla. A las fuentes orales que le transmitió su madre sobre la cultura quechua y el conocimiento de la lengua indígena, se añade el testimonio de otros contemporáneos como López de Gómara, Cieza de León o el padre José de Acosta. Fruto de esta combinación de fuentes será el ameno relato que alterna los capítulos culturales con los de orden político, cuestiones cosmográficas, con otras sobre el origen del Perú y los oscuros tiempos preincaicos, además de infinidad de asuntos domésticos como la crianza de los niños, la existencia de una lengua secreta que solo conocían los monarcas o la presencia de mujeres públicas, que amenizan la narración sobre la genealogía de los distintos reyes Incas y otros acontecimientos históricos del Perú.


Comentarios reales 2. Historia general del Perú, de el Inca Garcilaso de la Vega

Crónica, Historia

Esta obra fue concebida por su autor como la segunda parte de los ‘Comentarios reales’. Garcilaso no pudo ver publicada su obra pues murió en 1616, a la de edad de 77 años. Al año siguiente salió a la venta el libro, bajo el título de ‘Historia general del Perú’, nombre que arbitrariamente le impuso el editor, que consideró nada llamativo el título original. En ella se abarca un crucial período de la historia del Perú, que empieza con la llegada de los españoles y termina con la ejecución pública del último inca, Túpac Amaru, ocurrida en 1572. Incluye en sus páginas una rehabilitación de su padre, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, desprestigiado ante la Corona por haber militado en el bando del rebelde Gonzalo Pizarro.


Comentarios sobre la guerra civil, de Cayo Julio César

Crónica, Historia, Memorias

«Comentarios sobre la guerra civil» es un texto de Julio César dónde este relata las operaciones militares y vicisitudes políticas acaecidas durante la segunda guerra civil de la República romana, de las cuales salió vencedor.   Se trata de un texto fundamental para entender la guerra civil que dio fin a la República romana y dio comienzo a la época imperial romana.


Comentarios sobre la guerra de las Galias, de Cayo Julio César

Crónica, Historia, Memorias

Cayo Julio César en su obra «Comentarios sobre la guerra de las Galias» nos describe, con un estilo sorprendente, de prosa clara, incisiva y fluida, las campañas que realizó en las Galias desde el año 58 a. C. hasta el 52 a. C., y supone un fidedigno testimonio histórico de una época fundamental para la historia de Occidente. La obra se complementa con los comentarios realizados por el emperador Napoleón Bonaparte sobre las campañas narradas por César.


Como antaño David, de Hans Habe

Crónica, Viajes, Historia

«Opinarán que Como antaño David es el relato de un viaje efectuado por Hans Habe. ¡Otro libro sobre Israel!
No, no es tal cosa; es el libro de un ser humano que escribe sobre sus semejantes. Preguntarán ustedes: ¿Es imparcial? Tampoco lo es; sólo pueden ser imparciales los dos platillos de la balanza.
Como antaño David es mejor todavía que imparcial: es sincero. La sinceridad presta a este libro la ligereza con que se cruza también el tempestuoso mar llamado Oriente Medio. Tanto si se lee para buscar información, como si se pretende ahondar en la vida de los personajes, el lector siempre saldrá ganando».
 Salvador de Madariaga


Compendio de la historia de la Revolución francesa, de Albert Soboul

Crónica, Historia

La obra de Soboul constituye ya un mito en la historiografía sobre la Revolución francesa. Siguiendo la línea de Jaurès, Sagnac, Mathiez y Georges Lefebvre, Albert Soboul utiliza conceptos y métodos de carácter dialéctico que le sirven para aclarar el fondo socioeconómico del movimiento revolucionario. El papel de los nobles y la aristocracia en general, el movimiento campesino en las zonas rurales, el levantamiento del pueblo en las ciudades y la imposición definitiva de la burguesía como clase social en predominio son fenómenos descritos y analizados a lo largo de estas páginas con una precisión y una claridad que nos parece estar viendo las secuencias casi cinematográficamente. Se ha dicho que la obra de Soboul es una historia socialista de la Revolución francesa; más bien diríamos nosotros que es una historia social en la que se iluminan zonas oscuras de la Revolución, a la luz del examen de las relaciones de producción y de las luchas de clases, del nuevo desarrollo de la agricultura y de las industrias manufactureras, etc. Este enfoque, predominantemente social, permite dar a la Revolución todo su relieve histórico en el progreso de la humanidad, a través del cual vemos el paso de una sociedad de carácter y organización feudal a otra de índole fundamentalmente burguesa. El libro termina con un capítulo importante sobre la Francia contemporánea y el modo como en ellas repercute todavía la influencia de la Revolución en sus estructuras sociales y políticas, con todas sus consecuencias. En suma, se trata de una obra que habrá de gozar del interés no sólo de los estudiosos del pasado, sino de aquellos a quienes preocupa el presente y el porvenir, puesto que en el estudio vivo de aquél podemos vislumbrar la dirección del futuro histórico de la humanidad.


Competidores de Jesucristo, de Gustavo Vázquez Lozano

Ensayo, Espiritualidad, Historia

En el siglo I de nuestra era vivió un hombre llamado Jesús en Judea, en ese tiempo una provincia de Roma. El hombre de origen rural era considerado por unos como un profeta, por otros como un loco y por otros más como un peligro para la seguridad de Israel. En sus últimos días predicó en Jerusalén sobre la inminente destrucción de la ciudad santa y de su templo. Su profecía incluía lenguaje parabólico. Jesús hablaba, según las fuentes que nos han llegado, sobre el viento que traía señales, posiblemente haciendo un eco a las palabras del profeta Isaías, y enigmáticas parábolas sobre el novio de bodas y la novia. Algunas personas hallaron ofensivas sus palabras, lo hicieron arrestar y azotar.
Sin estar seguros de qué hacer con él, las autoridades del templo lo entregaron al procurador romano. Cuando Jesús estuvo frente a él, el gobernador de Roma lo interrogó y le preguntó qué era todo aquello que estaba profetizando, pero el prisionero no dijo una sola palabra; permaneció en silencio. El procurador lo hizo azotar de nuevo, sin que el hombre se lamentara ni mostrara una lágrima. Tampoco maldijo a quienes se burlaban de él y lo golpeaban. Jesús se lamentó una vez más por el destino de los habitantes de Jerusalén y finalmente ahí, no lejos del templo, encontró la muerte… aplastado por la piedra de una catapulta. No hay muchos detalles más sobre la vida de Jesús hijo de Ananías, o Jesús ben Ananías, excepto que pereció cerca del templo en el año 70 DC cuando un proyectil de una catapulta romana lo golpeó en la cabeza durante el sitio a la ciudad. 
Este desafortunado profeta estuvo activo cuatro décadas después de su mucho más célebre antecesor, Jesús de Nazaret, que murió no alcanzado por un proyectil en el templo, sino crucificado afuera de la ciudad alrededor del año 30 DC. Es posible que ambos personajes alguna vez se hayan cruzado, cuando el hijo de Ananías era un muchacho y el nazareno ya un profeta influyente. Quizá el segundo inspiró al primero. Nunca lo sabremos con seguridad, como tampoco sabremos qué otras cosas dijo e hizo Jesús hijo de Ananías, porque sus discípulos —si es que los tuvo— no preservaron sus palabras ni repitieron ritualmente sus acciones. Solamente el historiador judío Flavio Josefo preservó la curiosa historia de ese otro Jesús en su libro La Guerra de los Judíos, escrito cinco años después de los hechos. El anterior es la mejor evidencia de que Jesús de Nazaret, el mesías cristiano, no fue el único líder de un movimiento profético carismático en el siglo I en Judea, ni siquiera en su natal Galilea, poblada de profetas y revolucionarios. 
Tampoco fue el único judío de su época en ser considerado hijo de Dios con el poder de hacer milagros. Ciertamente tampoco fue el único en ser llamado mesías cuando Roma ocupaba el país. Como él, otros galileos fueron ejecutados por las fuerzas de ocupación bajo cargos de sedición (“Éste es el rey de los judíos”). El fundador del cristianismo vivió en una provincia y en una época que produjo otros como él, hombres inspirados que decían tener un mensaje divino o una misión del Padre celestial para la redención de su pueblo, Israel. En su mayor parte olvidados, ellos fueron los otros profetas, hacedores de milagros y mesías —en algunos casos aclamados como reyes— contemporáneos de Jesús de Nazaret. El Nuevo Testamento no niega la existencia de otros hacedores de milagros activos en la misma época; dan pistas sutiles pero inequívocas de su presencia, y en el caso más conspicuo, aunque reconocen su enorme carisma, se esmeran en ponerlo como inferior a Jesús. Estamos hablando de Juan el Bautista, un profeta por derecho propio, con un ministerio independiente que incluso expresó sus dudas sobre su competidor, Jesús. Pero hubo otros más.


Complutum patas arriba, de María Eloísa Caro Durán

Divulgación, Historia

Claudia, una chica inteligente y aventurera que vive en Complutum está dispuesta a investigar unos extraños sucesos que han ocurrido: caballos que se han vuelto azules, palomas rojas y hasta una petrificación. Con estas premisas la autora, M. Eloísa Caro, nos introduce en el mágico mundo de Complutum, la ciudad romana que hoy conocemos como Alcalá de Henares, cerca de Madrid, España. Un libro de aventuras para disfrutar mientras se recorre, sin darse cuenta, la vida social de una ciudad romana. Aprendiendo historia de forma muy amena.