CICLO Mike Palabras:
1. La muerte y Olivia Pinker
2. Valle Bisonte
3. La muerte escribe un poema
4. Pastos sangrientos
5. Cuando aparece Palabras
6. Oskiteha
7. Una polka para la muerte
8. Jonesburg
9. El cobarde
10. Los jinetes negros
11. Miguel Segovia
12. Evelina Ward
Cuando alcanzó la cima de la colina, Jorge Dreyer contuvo a su enorme alazán y se volvió para contemplar el coche que todavía ascendía por el rojizo camino. Su apuesta silueta se destacaba contra el azul profundo del cielo; revoloteaba un rubio mechón en torno a su frente acariciada por el viento. El caballo alzaba la cabeza y olfateaba el aroma intenso que llegaba del valle. Olor a vegetación florida, a bosque y prado, a animales en libertad, a mieses verdeantes que se agitaban como un océano de riqueza. La vida vibraba en la atmósfera. Era una tarde de primavera.
El jinete salió del macizo color pizarra claro de los mezquites y condujo a su bayo talud arriba para ponerlo al trote largo cuando estuvo en el camino. A su derecha, más allá de la extensión de arbustos de retorcido tronco y exuberante follaje que acababa de atravesar, estaba el desierto rojizo y pedregoso; a su izquierda se elevaba un cantil por cuyo borde asomaban, en contraste, las copas verdes de los pinos mezcladas a las más descoloridas de los cedros y también a las de algunos robles y nogales silvestres.
Eran muchos los hombres ataviados con chaparreras, pantalones de pana o de burda tela rayada, camisas de lana, pañuelos de vivos colores y grandes sombreros, pero solo uno despertaba su interés y, casi, su admiración. Le conocía perfectamente: su nombre era Bronco O’Leary y trabajaba como vaquero en el rancho «Dos Círculos». Estaba en el pueblo desde mucho antes que él soñase siquiera en abandonar Frisco y lanzarse a aquella formidable, amena y estúpida vida. En realidad, había vivido allí desde la infancia, si es que aquel extraño pueblo existía ya entonces, hecho sobre el cual Tomasito carecía de información.
Cada gota originaba un círculo que iba creciendo, creciendo, hasta difuminarse, de una parte, en la inmensidad —inmensidad relativa— del lago y, de otra, deshacerse en mil ondas contra la cercana orilla.
Una rama se quebró con seco chasquido. Jason Greene, viéndola caer al agua, se preguntó por qué causa se habría roto. ¿Por el viento? No, puesto que la suave brisa estival no poseía la fuerza necesaria. ¿Por los años, que la habían corrompido lenta y oscuramente? Quizá. Desde luego, no por una causa humana ni siquiera animal.
Brian, alto, enjuto, de piel casi cobriza, rostro anguloso y ojos grises, frotó con la manga, en un gesto maquinal, un objeto brillante prendido sobre su camisa. Aquel objeto no podía parecer más que una estrella de «sheriff», y eso era precisamente. Brian Carey, a pesar de su juventud, representaba a la Ley en la población y el distrito de Río Breve, Nuevo México.
Jonesburg, situado al pie de la vertiente oriental de la sierra de San Bernardino, era un pueblo ganadero y nada más. «Palabras», que conocía el Sudoeste en general y California en particular mucho mejor que la palma de su mano derecha, sabía esto, como también parecía saberlo De Cabrera, por cuya razón ni uno ni otro experimentaron la menor sorpresa al asentar el pie sobre los tablones de pino que, pretensiosamente, se alineaban junto a los carriles oficiando de andén.
Cinco figuras destacaban, amenazadoras, contra el fulgurante azul del cielo. Desde la galera que, grande y pesada, recorría la llanura parda arrastrada por bueyes lentos, calmosos, apáticos, un hombre y una mujer las contemplaban. Sabían que aquellas figuras eran las de cinco merodeadores indios, hombres cobrizos y semidesnudos, montados en pequeños «mustangs»; la peor clase de bandidos que se podía encontrar entre el Maine y California.
Wilm era el «sheriff» de Los Árboles, California, y gustaba de comportarse como un hombre de acción que fuese al mismo tiempo un pensador profundo, aunque lo cierto era que no poseía ninguna de las dos cualidades. Se le podía definir como un hombre de mucha ambición y poca voluntad, pero la apariencia exterior de rudeza y energía con la que se había revestido a sí mismo desconcertaba a los malos observadores.
Parecía imposible que en aquella inmensa llanura pedregosa de color amarillo rojizo pudiesen existir seres vivos. Estaba hecha para calcinarse lentamente, año tras año y siglo tras siglo, bajo el ígneo globo solar, para adormecerse —si es que las llanuras pueden adormecerse— en el letargo que su atmósfera pesada y ardiente, tan azul y tan monótona, provocaba, para sufrir, inalterable, la sucesión de días y noches siempre iguales, siempre vacíos.
La gran mole oscura del Arrow Peack recortaba contra el cielo sus perfiles geométricos. Sobre ella, aleteaban los buitres, majestuosos. Sus graznidos rompían el silencio, el enorme silencio de la llanura que se extendía en torno hasta el horizonte, borrados sus límites por la colina. Los monstruosos cactos querían ser vegetación. Aquello era el desierto.
ENCAJADA entre la mole enhiesta de Sierra Nevada y los Montes Wahsatch del Utah, la meseta de Cuenca Grande cubre casi por completo el suelo desértico de Nevada. Los altos rebordes que la enmarcan disimulan su considerable altitud media, que oscila entre 1.500 y 2.000 metros, hasta hacerla parecer una zona hundida, al menos a trechos. En su extremo suroeste, enlaza con el Desierto Mohave californiano por el Valle de la Muerte, que se hunde a 33 metros bajo el nivel del océano y cuya salobre aridez semeja querer emular en aspereza a los yermos que cierran sus extremos.
Rodolfo es un Esqueleto muy particular: le encanta disfrazarse de cualquier cosa. Pero eso es un problema en el Reino Oscuro, porque el temible Rey P.E.K.K.A. ha prohibido transformarse. Cuando el Rey descubre su secreto, infiltra a Rodolfo en Arena Real para conseguir información sobre los humanos. Rodolfo consigue pasar desapercibido e incluso hacer amigos, pero cuando descubra las verdaderas intenciones del Rey deberá tomar una difícil decisión: ¿ser fiel al Reino Oscuro o avisar a sus nuevos amigos del peligro que los acecha?
No dudará Peter Schlemihl cuando le pongan en bandeja la posibilidad de elegir entre su sombra y la inagotable bolsa de Fortunato. Pero pronto se da cuenta de lo difícil que es tener un puesto al sol cuando no se tiene sombra: sus amigos le huyen, hasta su amada Mina lo rechaza. Un poco más tarde se da cuenta de que aquel servicial y marrullero comprador de sombras era el diablo en persona, y comienza entonces el clásico viaje de expiación. Esa sombra huidiza, símbolo susceptible de tantas interpretaciones diferentes, ha hecho de esta novela, tan extraña como fascinante, una de las obras maestras del romanticismo alemán.
Cuando Harrison Beck se entera de que acompañará a su tío, el escritor de viajes, en el último viaje del Highland Falcon, no espera nada más que unos días aburridos a bordo de un viejo tren. Pero todo se volverá mucho más interesante cuando los príncipes suban para el último tramo del viaje. Sobre todo porque alguien ha cambiado el collar de diamantes de la princesa por uno falso, lo que significa que hay un ladrón entre los ilustres pasajeros del tren más elegante y glamuroso de toda Inglaterra.
Ahora todo está en manos de Harrison, quien usará su capacidad de observación para no dejarse llevar por las apariencias y descubrir al ladrón. Solo así podrá recuperar el collar y conseguir que el Highland Falcon no vea su leyenda empañada antes de su última parada…
Harrison nunca imaginó que viajaría a Estados Unidos… hasta que recibió una invitación de su fascinante tío Nat. Juntos, tienen planeado subirse a bordo del California Comet, que realiza un viaje de tres días entre Chicago y San Francisco.
Dentro de este icónico tren, nada es lo que parece y Hal se verá inmerso en un intrigante misterio cuando la hija de un empresario multimillonario desaparezca… Para dar con el malhechor, cuenta con la ayuda de dos nuevos amigos y un agudísimo sentido de la observación. ¿Podrá Hal encontrar al secuestrador antes de que el California Comet llegue a la estación final y todos los sospechosos sigan su camino?
Algo extraño está sucediendo en la casa vecina. Robin, Betty y Lucy tendrán que descubrir el misterio enfrentándose a una peligrosa banda de delincuentes.
Cuando los hermanos Roger y Diana, junto a su primo Chatín y Ciclón el perro de este, se resignaron a pasar unas aburridas vacaciones en un pueblito remoto, ni se imaginaban la emocionante aventura que iban a vivir y mucho menos a los sorprendentes amigos que conocerían. Éste es el primer tomo de la serie protagonizada por estos simpáticos amigos, que nos llevaran a vivir junto a ellos singulares aventuras.