Sofía aspiró de nuevo. Era en ella un ademán irreprimible cuando algo la preocupaba realmente. Casi sin querer, entre las volutas del humo que se perdían en el aire, evocó los ojos de Kirk Scott. Unos ojos mirones, pecadores, descarados, cínicos. Ella no podía… No podía, no, rogarle a aquel hombre que apoyara la candidatura de su padre. Sería humillarse demasiado, y prefería humillarse ante un mundo entero a hacerlo frente a aquel hombre que la seguía con los ojos, como si ella fuera un pecado mortal, y aquel pecado le tentara.No. Antes prefería ponerse de rodillas durante una semana entera ante el mismísimo presidente, que pedirle un favor a Kirk Scott.
«No tengo corazón. ¿Qué diría mi madre, Bárbara, sus padres e incluso mis clientes, si supieran cómo soy en realidad?». Su madre consideraba que tenía el porvenir resuelto. Bueno, era lógico que lo pensara así. Ganaba un dineral. Una fortuna cada día, y no obstante apenas si tenía dinero suficiente para cambiar su coche. Se lo gastaba todo, tal como lo ganaba. El dinero, para él, no tenía mucha importancia. Tal vez algunos creyeran que se había prometido a Bárbara por los millones que tenía su padre. No, por cierto. Bárbara era... ¿Qué era Bárbara en su vida? Como un tubo de escape o como una tapadera para ocultar sus pasiones y sus vicios. Bueno, en realidad, él no era un vicioso ni un sádico. Era simplemente un hombre insaciable.
Will Lomax, acaudalado financiero londinense, recibe una carta de Thomas, su amigo de la infancia. Él también ha triunfado y es ahora un multimillonario que desea sentar cabeza. Le pide a su amigo que le encuentre una mujer a su medida: 'morena, alta y arrogante', con la que se casará por poderes. Beatriz Mac Whirter, una distinguida muchacha, acaba de ser abandonada por su prometido. Para evitar el escándalo accederá a casarse con un extraño. El encuentro de dos temperamentos indómitos, revolucionará la vida de ambos.
Ella estuvo a punto de colgarse de su cuello y pedirle a gritos qué no la olvidara, y que le pidiese que lo esperase toda la vida y toda la vida lo esperaría.Pero no hizo nada de eso. Con ademán automático asintió, moviendo apenas la cabeza. Juan se fijó en sus labios. Temblaban perceptiblemente. Los vio temblar muchas veces junto a los suyos. Era lo que más le fascinaba de ella. Aquella sensibilidad que casi se convertía en suave desmayo cuando la tenía en sus brazos.Desvió los ojos con presteza y huyó.Ya en el estribo del tren, aún dijo:—Adiós, Susana.
Tomaban el café en el salón. Lawrence Morris miraba a su hija a hurtadillas. Tenía algo que decirle, mas era obvio que no sabía cómo abordar el tema. Laura era una chiquilla deliciosa, ciertamente, pero lo que él tenía que comunicarle no era, ni mucho menos, un chiste.Hacía rato que aguardaba una oportunidad para iniciar el asunto. Laura se hallaba sentada ante la chimenea, y de vez en cuando, como abstraída, se inclinaba hacia el fuego y removía unos troncos con el hierro.—Laura —empezó.La joven levantó la cabeza.
El padre de Maridol, carnicero de profesión, ha montado un imperio gracias a su trabajo pero únicamente ha tenido una hija, que es caprichosa, egoísta, tenaz, ingenua y decidida. Para que siente la cabeza la quiere casar con un marqués, unión que además le dará un nombre a la familia. Sin embargo, ella se niega al matrimonio, huye y conoce a alguien. Finalmente ideará un plan para evitar el matrimonio, pero lo que no sabe es que será precisamente esa mentira la que le llevará ante el altar.
—¿A qué vienes a Madrid?—A…, a…, a trabajar.Tenía unos ojos como las aguas de un río. Claros y transparentes. Una nariz recta, palpitante. Una boca grande, de dientes nítidos. El color de su piel era más bien mate, tersa, como suave terciopelo. Su talle era esbelto como el de una bailarina de ballet y sus pies menudos. Tenía también unos senos túrgidos, no muy abundantes, y unas caderas de línea suave y armoniosa. También tenía un pelo negro, brillante, liso.—¿Te lo han permitido tus padres?—No tengo padres.
—Duerme. Ahora Beatriz va a vivir con nosotros.—Por su hijo.—Admitamos que sea por eso, querido. Pero lo esencial es que estará aquí, que podrá conocer a otros hombres, que tal vez… se enamore de uno que nos agrade a todos.—Si han transcurrido diez años sin encontrar la pareja adecuada, ¿crees que ahora podrá hallarla? Ahora que ya es una mujer, que ama a su hijo, que guarda un recuerdo apacible del pasado… No. La vida para Beatriz no fue bella. No ha vivido. No conoció a los hombres, no quiso conocerlos, porque Vicente fue un monstruo, y ella consideró que todos eran parecidos.
Ingrid estaba dispuesta a ser una de esas mujeres que, según Red Lynley, eran mujeres vacías, absurdas, vanidosas, caprichosas. Ella era débil pero se mostró siempre fuerte, estaba enamorada pero mostró dureza. Y es que estaba dispuesta a dejar de lado la felicidad por el pasado amoroso de Red.
¿Un matrimonio de conveniencia?, ¿la unión de grandes fortunas?, ¿algo aprendido desde la infancia? o ¿será amor? Catalina tendrá que descubrirlo por si sola o con ayuda de su primo Japp.
—Cambiemos de disco. Oye, ¿no te ha seguido hoy el desconocido?Marieu se echó a reír.Era muy hermosa. Tenía el cabello negro y brillante peinado, a la moda, corto y ahuecado. Los ojos verdes, de un verde oscuro y penetrante, la boca más bien grande, firme el busto, erguido y arrogante. Esbelta, muy femenina. Vestía a la última moda y nadie al verla hubiera pensado en sus dos hijos, ni en su puesto de secretaria en una oficina.—¿De qué te ríes?—De tu pregunta. Sí, me siguió como todos los días. Desde que una mañana lo vi aparecer en la puerta del café.
—Pues Max Evans regresó a casa de la cárcel, hace exactamente tres meses.—¡Oh!—Y ahora padece una bronquitis crónica, complicada con el corazón. Si no se cura —hizo un gesto significativo— le ocurrirá lo mismo que a su mujer.—Tienes que forzarlo, Rex.—Te cedo el caso, mi querida Ela —rio burlón—. A mí me tiró por la ventana el primer día que fui a verle, requerido por la señora que se ocupa de los niños. Creo que cuida de la casa desde que era pequeño.
—Como os decía, Mirta Lomax ha muerto, y deja una hija. Una muchacha, según dice aquí, llamada Bundle Lomax. No dice la edad, pero sí que ha terminado el Bachillerato este año, por lo que hay que deducir que ya es una mujer.Hubo un parpadeo en los ojos de miss Lora. Un total desconcierto en Joanna y una absoluta indiferencia en Aimée, pues esta última continuó revolviendo el fuego de la chimenea. En cuanto a Hugo, chupó fuerte el pitillo y descruzó las piernas, para cruzarlas de nuevo.Nadie hizo preguntas, pero Camelia Saint Mur añadió al rato:—No somos ricos. Vivimos de una renta y ya tenemos recogida en casa a una pariente pobre.
—¿Cómo va nuestro enfermo?Cristina ya sabía a quién se refería. «Nuestro enfermo» era Cornel Kruger, el millonario que jamás discutía una factura. Ella bien sabía que Van Winters era hijo de millonarios, pero tampoco ignoraba que, pese al gran capital de su padre, un banquero importante de la ciudad y relacionado en Nueva York con las Bancas más importantes, Van Winters era médico de los ricos. Nunca atendía a los pobres. A decir verdad, pocos se presentaban en su clínica. Ya nadie ignoraba la ambición del famoso y joven doctor. Su clínica era un dechado de perfección. Los elementos clínicos más modernos los poseía él. Desde que se estableció en la ciudad, pocos médicos podían competir con él.
Anne, por su condición económica, es adulada por todos los que la rodean. Ella intenta rodearse de personas honestas y sinceras, pero es difícil. De todos los que hacen llamarse sus amigos, sólo Hung, su secretario, y Nadine son francos con ella. Para la gente Hung es una persona difícil de tratar, muy personal, reservado. Pero Anne ve algo en él que le demuestra confianza, y él, aunque odie los interrogatorios que ésta le hace cuando le place, siente algo que aún no sabe descifrar, pero que le impide abandonar su cargo, y abandonarla a ella…
—Doctor Cray, el señor director le ruega que pase usted por su despacho.—Gracias —murmuró Arthur Cray, pasando ante la enfermera.Cruzó el ancho y largo pasillo y se dirigió al ascensor. Las enfermeras Anne y Silvia, que se hallaban en mitad del pasillo, se miraron maliciosas.—Guapo, ¿eh? —rezongó Anne.Silvia se alzó de hombros.—Lástima que sea tan serio. Anne se echó a reír.
Caminando y charlando la acompañó a casa. Todavía no sabía su nombre y se lo preguntó:—Magdalena —dijo ella dentro de su reserva habitual—. Magdalena Velasco.—Yo me llamo César Larios. Trabajo en una oficina técnica.Quince días después, César fue a buscarla al instituto y desde entonces iba todos los días.
—He visitado a la madre de Tab.—¿Y bien?Sus preguntas eran cortantes, como su mirada.Pero todos sabían la gran humanidad que había bajo aquella cerrada expresión.—Considero que es grave. La tengo aquí, al otro lado, en mi consultorio.—¿De qué se trata?—No puedo asegurarlo, pues no me han enviado los análisis del laboratorio.—Adelante, Walker. ¿Qué diagnostica usted sin análisis?—Leucemia, señor.—Me lo temía. Voy para allá, Walker. Hay que encamar a esa mujer. Tal vez lleguemos a tiempo.—Me temo que no, señor.
Era una muchacha larguirucha. No era bella. Sólo un poco atractiva. Se diría que aún estaba sin formar debidamente. Apenas si tenía formas. Su pelo era rojo y sus ojos verdes. Era lo único hermoso de aquella muchacha. Aquellos ojazos grandes, insondables, que unas veces parecían grises y otras verdes, y algunas, como en aquel instante, casi negros. Además tenía una boca grande, y bajo ella unos dientes nítidos e iguales. Pero vista así, entre las demás, apenas si destacaba.—Creo que no volveré nunca, Paula —siguió Max—. Será mejor que me olvides.Era cruel. Aquellas palabras, para Paula, eran como si le desgarraran las entrañas.—Ni tú eres rica, ni yo tampoco. Pero tú aún tienes la esperanza de tu abuela. Yo no tengo nada.
Muchos se atrevían a juzgar a Frank por no verle rodeado de mujeres. Pero él no podía olvidarla, no podía sacarla de su cabeza. Un día aparece un viejo amigo y vuelve a rememorar su relación con Ang. Más tarde, revisa la lista de nuevas enfermeras —es el director del hospital— y se da cuenta de que figura el nombre de «Ang Watkins». ¿Era ella? ¿Su… todavía amada Ang?