Ocurrió al regreso del veraneo.Al principio, ella no se percató, mas, pasado algún tiempo, comprendió que algo se rompía entre ellos.Gerard siempre fue un esposo amante. Un esposo maravilloso, sin duda alguna. No pasaba un aniversario, un santo, una fecha señalada, que no le hiciera un valioso regalo. Desde hacía un año, en cambio, Gerard parecía vivir muy lejos de ella. Se diría que si acudía a casa a comer y a dormir, era por rutina.
—Es una joven fina. Vivió siempre con una tía.—De acuerdo —se impacientó, propinando otro puñetazo a la mesa—. Estás acabando con mi paciencia, Owen. Te digo que traigas a esa joven. Yo le expondré mi deseo. Si no accede, es menor de edad. Su padre se encargará de venderla por unas cuantas libras. ¿Qué esperas? ¿Es que no me has entendido? ¿Ignoras acaso que hace más de un año que busco esposa?Owen huyó hacia la puerta. Pero antes de abrir ésta, aún se atrevió a decir:—En Wenlock hay muchas mujeres que darían algo por casarse con usted, señor.
—Eres demasiado celoso —dijo ella—. Nené no es mujer que soporte…—¿Mis celos? —atajó con una sonrisa cínica—. ¿Y tú me dices eso? ¿Tú, que conoces a Nené y sabes que es capaz de coquetear hasta con su padre?—Eres despiadado para juzgarla.—Pienso marchar, ¿sabes? Que la parta un rayo. No soy un muñeco. No seré capaz de soportar por mucho tiempo esta situación. Nené desea un marido rico. Puede que me ame a mí —sonrió desdeñoso— quizá porque no soy un hombre junto al cual pasen las mujeres sin advertirme —hizo un ademán muy suyo, levantó la cabeza y miró a lo lejos con expresión dura—. Tendrá dinero sin duda. Encontrará un marido rico como desea. Puede que llegue a tener un auto y un palacio y hasta hijos preciosos. Pero no tendrá al hombre que necesita. Ese hombre que busca de vez en cuando y que soy yo…
A veces, la noticia de un embarazo, aunque en algún momento haya sido buscado y más que deseado, irrumpe en nuestras vidas para romperlas en pedazos. No por la llegada de una nueva vida, si no por lo que implica. Cuando la llegada de un niño al mundo te obliga a dejar escapar tu felicidad, te rompe en pedazos. Ambos se verán obligados a redirigir sus vidas, a cambiar la dirección que habían decidido seguir. Llegará un momento en que, aunque el pasado duela, quedará lejos. El presente habrá que vivirlo, y ellos, todos, sabrán hacerlo.
—¿Y qué dices? Pero toma el café —añadió, amable—. No permitas que se enfríe.Ella tomó un sorbo. Daniel la contempló con los ojos medio entornados. No era una belleza. Era una joven atractiva nada más. Tenía unos ojos azules, muy grandes, bajo los cuales era fácil adivinar su temperamento emocional, nada pacífico, aunque ella pretendiera, con una suave sonrisa, dominarse. Él era buen conocedor del alma humana. Sabía demasiadas cosas de mujeres.Tenía un pelo rubio de un rubio oscuro, abundante, sin ondas, peinado con sencillez hacia atrás, formando una melena cortita.
Él había besado a muchas mujeres, si bien jamás estuvo verdaderamente enamorado de ninguna. A ella no la había besado aún y, sin embargo, era a la única que amaba.Lo hizo aquella tarde. Fue casi sin darse cuenta. Se diría que Berta lo esperaba y lo deseaba. Se sentaron en el diván como en aquel momento. Ella fue a decirle algo. Usaba un perfume suave, casi voluptuoso. Inesperadamente, sin violencia, suavemente, le rodeó la cintura. Ella musitó:—Joe…Sus labios se movieron de un modo especial, como si pidieran el beso. La besó largamente. Ella se estremeció en sus brazos y confiada, suave, volviéndole loco, se oprimió contra él y aprendió a besar en su boca.Desde aquel día…, fueron muchos y muy intensos.
—Hace siete meses que no sé de ella, Dick. Pamela la conocía…, tiene que saber. Además, tú le has preguntado —sin soltar la carta se dejó caer en el borde del lecho. Miró de nuevo a su amigo, esta vez con desaliento—. Ya sabrás, Dick, que soy hombre preparado para todo —alzó la carta hasta sus ojos—. ¿Qué dice aquí?—Bing…—Cuando me despedí de ella, me juró fidelidad. Sabía que yo estaría en Nueva York, interno en este hospital, tres años. No son muchos para una muchacha de dieciséis.—Dame la carta, Bing.—¿Qué…, qué dice de ella?—Mag se ha casado, Bing.
«No volveré», pensó. «No volveré nunca más». Miró hacia atrás y bruscamente echó a andar calle abajo. Ana María ya sabía lo que le esperaba en casa, pero aun así apresuró el paso. Necesitaba llegar pronto. Llevaba apretado en la mano un panecillo muy chiquitín, seis duros, un caramelo para Paquín y dos pesetas de uvas para Paulita. Fue lo que ganó durante el día, además de la comida. Sintió humedad en las sienes y con ademán automático llevó la mano a ellas. De todos modos la humedad persistía. Sintió frío, se estremeció y arrebujándose en la gabardina, caminó aprisa. Avanzó por los charcos, dobló aquella principesca calle, se perdió en un barrio y fue internándose más y más hacia una calle solitaria, húmeda, bordeada de casitas bajas, muy míseras.
Pocas cosas impresionaban a Miguel, un hombre de negocios que marchó para triunfar y ganar fortuna, dejando atrás a su querida Carlota. No era hombre sentimental, ni romántico. Todo lo tomaba con mucha calma. Sin embargo, una carta de su hermano Miguel hará que rompa su faceta de duro. Le inquietará, emocionará y dará un cambio total a su vida.
En la puerta del club, los dos hombres se despidieron. Eran las dos de la tarde. Míster Mac Dowall apretó la mano que el doctor Mills le alargaba, se la oprimió con fuerza, y con aquella su sonrisa de hombre satisfecho de la vida, repitió por tercera vez:—Recuerde, doctor Mills. Le esperamos hoy a comer.—Haré todo lo posible por asistir, míster Mac Dowall. Ya sabe usted que no siempre dependo de mí. El doctor Ashley está de día en día más acabado, y sus clientes aumentan cada vez más mi trabajo.
—No fui yo quien pretendió salir de su ambiente. Nunca pensé casarme con una mujer rica, sólo por el hecho de que lo fuera. La quise porque ella hizo que la quisiera. Tal vez pretendía dar celos a aquel Julio. Quizá... fui una diversión más.Pero, ¿qué importaba todo aquello?Dio una patada en el suelo.—Enterrado —dijo entre dientes, como sí mordiera cada sílaba—. Enterrado. Pero un día... —alzó el puño—. Juro que un día... me las pagará. No sé cuándo ni en qué instante. Pero ocurrirá. Lo siento en mí. Nunca sentí esta ambición. Robaré o mataré, pero me enriqueceré a costa de lo que sea.
A Elizabeth el trabajo de su madre le supone una mancha en su expediente moral, a ella propiamente dicha no, a la sociedad que vive en su condado. Acogida por tía Kitty vive con ella durante años hasta que se casa con Eddie, hijo de una rica familia. Eddie y su familia atormentaran su alma y su físico, intentaran hundirla pero Law, el sobrino de tía Kitty, estará ahí para sostenerla.
—Cliff, ¿por qué crees que Doug hizo eso? —Porque es zorro como una rata venenosa. Presiento que requirió a Lyn, y ella lo despreció. No es hombre que perdone. Además, ten en cuenta que a Weld lo han despedido ya tres veces consecutivas, lo que indica que Doug está relacionado con esos despidos. Es hombre poderoso. No existe en Nueva York empresa industrial que no le deba un favor. Suponte que esto no queda aquí. Que Weld sigue colocándose y siguen despidiéndole sin piedad. Llegará un momento en que no habrá quien lo admita ni siquiera como un empleado vulgar. —Eso es monstruoso.
—¿Tan imposible te parece a ti, tener relaciones formales con una mujer durante dos años? Entonces, ¿qué harías si empezases a los veinte y te casaras a los treinta, como hacen muchos hombres? Adolfo, te lo digo en serio, yo esperaré por ti el tiempo que haya que esperar. ¡No faltaría más! Te amo, bien lo sabes, y puesto que te amo, aquí me tienes, dispuesta a esperar lo que sea. ¿Dos años? No son tantos años, Adolfo. Por un novio se hace lo que sea, y..., ¿sabes lo que te digo? Casi estoy por aplaudir a tu padre. Era un hombre inteligente, no cabe duda.Octavio, que escuchaba la conversación mientras fumaba un cigarrillo, acomodado negligentemente en una butaca, sonrió divertido. Esperó un instante con la ceja alzada, imaginándose la salida de su amigo Adolfo con respecto a la «generosidad» de su novia...
Sonrió a lo valiente. No, no era una chica valiente. Pero muchas veces se había encontrado en peligro y supo siempre salir indemne de él.Dio un paso al frente y asió fuertemente la maleta. Con ella en la mano atravesó el pasillo del tren. Dos o tres pasajeros se perdían en la negrura de la noche.«Desde este momento —pensó ardientemente—, iniciaré una nueva vida. Nada dejo tras de mí, ni nada veo delante. Piso firme hoy, y jamás daré un paso atrás. Adelante, pues».
Perdí a mi padre al cumplir los veintidós años. Fue una gran pérdida para mí. No sólo por carecer de madre a quien apenas si conocí, sino porque mi padre fue un hombre magnífico, y su compañía suponía para mí el compendio absoluto de mi vida. Ya conocía a mi tía Elisa. En vida de mi padre tuve ocasión de oírla disertar sobre la juventud, la libertad de ésta, sus malas costumbres, etcétera, etcétera. Me resultaba repulsiva esta mujer. No obstante, antes de morir mi padre, me rogó entre otras cosas, que pasara a vivir con ella mientras me fuera posible.
—La riada no te permitirá pasar hasta aquí, Mitzi. Quítate de la ventana, vas a pillar una pulmonía.La Joven no se movió. Se diría que la habían clavado en aquel rincón, pegada al ventanuco desde el cual divisaba parte de la selva.El viejo Euri levantó la venerable cabeza y fijó los cansados ojos en la esbelta silueta de la muchacha.No muy alta, de breve talle, piernas rectas, bien formadas… No veía su rostro en aquel instante, pero a Euri no le era preciso, para saber cómo era Mitzi. Veía su negra cabellera, larga, sedosa, cayendo como un manto en torno a la espalda.Vestía una, larga falda de paño oscuro exenta de estética y una blusa sin mangas, muy descotada, por donde se apreciaba su carne morena, joven, mórbida.
—Dice también —prosiguió, haciendo caso omiso de la indiferencia de su primo— que una vez casados, heredaremos por igual la fortuna de la dama, independientemente uno del otro. Es decir, que seremos dueños por separado de la fortuna que nos ocupa. Yo pienso que una vez casados pones un pretexto, buscas cinco pies al gato, cosa que tú sabes muy bien hacer, pides el divorcio, te vienes a Chicago y me das la mitad de la mitad que heredes. ¿Qué te parece el negocio?—Una cochinada.
Mónica leyó de nuevo el anuncio inserto en la prensa de la noche anterior, recortado por ella y sobado ya, de tanto haberlo leído.«Hombre abrumado por la soledad, maduro, rico, sin familia, desea amiga joven, culta, de buenos sentimientos, bien parecida y piadosa. Presentarse a…».Era una tentación. Ella tenía el deber de evitar todas las penurias a los suyos. El sueldo que percibía en su actual trabajo y el de Nicholas no alcanzaban para mantener decorosamente a la familia. Quizá aquel hombre…, se enamorara de ella. Quizá fuera lo bastante rico para quitarle todas las penas de encima.Aspiró hondo.
—Que sea la última vez que estacionas tu auto delante de la casa de Belén. ¿Qué te propones? Mariqui inmutable.—¿Eres una envidiosa, o qué eres?—No seas majadero —replicó Mariqui mansamente—. ¿Envidia de qué? ¿De la monada rígida, anticuada, de tu novia? ¿Acaso de ti, profesor?—No me faltes al respeto.—Oye, ¿es posible que una poca cosa como yo te exaspere de ese modo?—Mariqui, llegará un día en que no respetaré que eres la hermana de mi mejor amigo.