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Bolsilibros - Extra Oeste (Ed. Easa) 422. Hombres sin ley, de James Stone

Aventuras, Novela

A su lado, un viejo mulo triscaba la fresca hierba que crecía en abundancia por el húmedo terreno. Avanzó algunos pasos y murmuró entre dientes: —Dentro de media hora aparecerá la luna y me permitirá continuar mi camino. No comprendo cómo hay hombres que sean capaces de caminar detrás de una carreta uncida con bueyes hasta esas lejanas comarcas donde aún los pieles rojas mantienen su hegemonía por la defensa implacable de sus territorios de caza.


Bolsilibros - Extra Oeste (Ed. Rollan) 570. La justicia de un valiente, de Arizona Jim

Aventuras, Novela

Jim Hamer vio al sheriff John Berger en la puerta de su oficina, inmóvil y expectante, como todos. Tres mozos, cargados con el equipaje de los tres viajeros que habían acompañado a Jim en la diligencia, aullaban, pidiendo paso para ir al hotel. Jim no había traído equipaje alguno. Se había quedado inmóvil en la acera y, mientras sacaba los avíos de fumar, miró a la multitud que permanecía cerca de él. Vio caras conocidas. Algunas habíanse aviejado considerablemente en aquellos largos cinco años. Summers, el herrero, se había quedado completamente calvo.


Bolsilibros - Extra Oeste 281. Un hombre malo, de F. Mediante

Aventuras, Novela

En medio de la ventisca, la figura de aquel hombre parecía una sombra borrosa, desdibujada por la niebla. Acababa de oscurecer, y los abetos, con sus blancas cabelleras cubiertas de nieve, ofrecían fantástico aspecto. Las tierras de Montana aparecían desiertas y desoladas. El extraño viajero cruzó por entre la maleza, bajó al llano y, sin saber qué dirección seguir, se detuvo al pie de un álamo. A pesar de la baja temperatura, sudaba copiosamente.


Bolsilibros - Extra Oeste 1060. Lowman, paga, de Alv Cortroa

Aventuras, Novela

Solo hay algo que rompe la monotonía del paisaje, aunque sea, tal vez, para darle un carácter más sombrío y desértico, si cabe. Ello es una gigantesca aspa formada por el cruce de dos caminos rectos, infinitos en su desolada extensión. Ocho hombres habían llegado a pie hasta el vértice de los dos caminos y se ocultaron cuidadosamente entre los matorrales y rocas, mientras el que parecía jefe de todos ellos permanecía en el centro de la encrucijada.


Bolsilibros - Extraordinaria del oeste 290. En la bravía Oklahoma, de Anthony Benson

Aventuras, Novela

Al paso de su caballo tordo, sin apartarse de las sombras de los campeches que bordean el polvoriento camino de Hough a Keyes, buscando amparo contra el implacable sol de aquella calurosa tarde de agosto, caminaba Frederick Burlington canturreando una copla muy en boga, que repetía una y otra vez, monótona y cansadamente. Desde que salió de Hough se había visto obligado a seguir la carretera, porque las tierras que se extendían a derecha e izquierda eran calcinados eriales, sin árboles ni plantas que pudieran servir de refugio; pero ahora, al empezar las ondulaciones del terreno, el campo se cubría de verde, y los pequeños bosques y chaparrales se sucedían y prolongaban hasta las márgenes, no muy lejanas, del Cimarrón.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 10. La perdiz paralítica, de J. L. Lakewood

Policial, Novela

Nuevamente Robert Baker en acción. Una acción trepidante como un torbellino y tan rápida y mortal como el rayo. Algo así como un Zeus integrado en Federal Berau of Investigation.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 42. Desintégrate, encanto, de Franklin Ingmar

Novela, Policial

UN hombre. Pese a su apariencia de habitante interplanetario o de ciudadano hipotético de las submarinas profundidades, sólo un hombre más o menos corriente. Eso sí, embutido casi a presión en su oscura y elástica indumentaria de hombre-rana. Permanecía pegado a los riscos como una lapa, sin moverse. Había sido depositado allí por la lancha motora cerca de una hora antes y aguardaba el momento propicio. Sus ojos escrutaban la superficie en calma en la que un sol sin nubes espejeaba sin cesar y le hacía guiñar los ojos y las más de las veces sentirse deslumbrado. De cuando en cuando volvía la cabeza y contemplaba allá a lo lejos la costa, la incomparable panorámica de Miami Beach, con sus blancos edificios funcionales, sus avenidas costeando la orilla, sus palmeras y las suaves colinas multicolores.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 44. Grito de rebeldía, de Donald Curtis

Novela, Policial

Las estadísticas decían siempre que podía correr la sangre una vez o dos cada cinco minutos en la ciudad. Pero, a veces, las estadísticas eran demasiado frías, y no detallaban, no matizaban. En ese derramamiento de sangre podían intervenir diferentes factores: accidentes de automóviles, suicidios, riñas callejeras, caídas mortales, homicidios. No siempre se cumplía tampoco la estadística. Podía pasar una noche entera con escasos accidentes, y ninguno de ellos mortal. Aquella fue una de esas noches. Solamente hubo un suceso. Sangriento. Y mortal. No fue un accidente. No fue un suicidio. No fue una riña ni una caída. Fue un homicidio. Un asesinato


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 64. Humor negro, de Alar Benet

Novela, Policial

ROBERT Baker masculló un taco «impresionante». Acababa de tropezar por tercera vez con un obstáculo que resultó ser una papelera adosada a la pared, a media altura. 
Todas las situaciones, personajes y entidades de esta novela son producto exclusivo de la fantasía del autor, por lo que cualquier semejanza con hechos actuales o pasados será mera coincidencia. 
Dedicó un entrañable recuerdo a su jefe inmediato, el inspector Vincent Lubbok, de la plantilla del F.B.I. en Nueva York, quien le propuso a Washington para aquella misión en Inglaterra.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 89. Las cenizas de los muertos, de Frank McFair

Novela, Policial

—SU llave, señor. Cornet la cogió. —Y… hay una carta para usted, señor. La cara de Cornet permaneció impasible. Cogió la carta y se la metió en el bolsillo. Y, sin embargo, sabía que muy pocas personas conocían sus señas en Hong Kong. Y ninguna de ellas le escribía.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 90. Un hombre va a morir, de J. Tell

Novela, Aventuras

Una limpia mañana de abril, un hombre cruzaba apresuradamente por el Home Park, de Windsor. Asistió, confundido entre el público, a una ceremonia en la que estuvieron presentes la reina Isabel II y el príncipe Carlos. El individuo en cuestión tenía unos ojos de córnea brillante, seca como porcelana, en la que el iris destacaba con un negro intenso. La falta de humedad en la retina, lo rotundamente negro del pigmento, provocaban en la persona a quien mirase una sensación de fricción, de herida en la piel. Quizá por ello llevara gafas oscuras. Con ellas puestas, su rostro era vulgar y se perdía en el conjunto. Faz cuadrada y sin salientes, pelo liso, negro. Estatura mediana. Su traje tampoco llamaba la atención.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 97. ¡Yo no lo maté!, de Fred Williamson

Novela, Policial

El hombre salió del club por una puerta lateral, utilizada solamente por el personal del servicio y algunos clientes habituales. Cruzó el espacio libre entre la puerta y el lugar donde había aparcado su automóvil con celeridad y cautela que hubieran llamado la atención de cualquiera. Una vez en el auto, lo puso en marcha y arrancó en dirección a la ciudad con absoluto desprecio para las reglamentaciones sobre la velocidad.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 102. …Integridad, de J. Tell

Aventuras, Novela

Los torsos desnudos de los dos hombres brillaban sudorosos bajo la luz amarillenta que arrojaba la única bombilla que alumbraba el recinto. Milton Rubel se volvió a mirar a su acompañante. Y sonrió con el mismo agrado que si fuera a mostrarle una preciada joya. —Marión —dijo—, aquí tienes un bello ejemplo de integridad. Estos dos bravos hombres se sacrifican por su patria. Han resistido con admirable entereza cuantas seducciones les han cercado. De igual modo, la humillación y el castigo. ¿No es confortante?


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 105. Cosecha roja, de Franklin Ingmar

Novela, Policial

El hombre parecía tener frío; sin embargo, la temperatura era ideal incluso para una ciudad como Nueva York en aquella estación del año. Llevaba mucho tiempo, quizá demasiado, observando desde aquella esquina el portal de aquella casa situada en la parte norte de Brooklyn. Esperaba a alguien, era obvio. Y sus continuas miradas al deportivo «Alfa-Romeo» parecían imbuirle la idea de que no estaba perdiendo el tiempo.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 109. Oro negro al rojo, de Franklin Ingmar

Novela, Policial

ELLA estaba en pie en medio de la carretera polvorienta, fijando su mirada furiosa en el capot levantado de su automóvil, como si su cólera fuera a aplacar el chorro de vapor que escapaba del radiador. 
Detrás, un carro tirado por bueyes se detuvo. Los rayos verticales del sol y la dura subida de aquella carretera de montaña habían cubierto de sudor el lomo de los cuadrúpedos. El carretero descendió y se acercó a la mujer. 
Llevaba un albornoz mugriento. Se puso a gritar con grandes gestos. Tenía por qué. El coche averiado obstruía completamente la carretera, invadida por una muchedumbre jamás vista en Kerma. Coches, camiones y carretas vetustas; de cuando en cuando, un camello. Árabes a pie.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 137. Cerco brutal, de Donald Curtis

Novela, Policial

LEVANTÓ los brazos armados. Le pesaban como plomo. Pero aún podía soportarlo durante horas. Y días, inclusive. Llevaba la camisa remangada. El sudor corría por su vello moreno y abundante. Tenía también sudorosos los dedos nervudos, crispados, violentos. Pero eso no importaba. El fusil ametrallador se sujetaba bien aún. Con firmeza.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 141. ¡Arrancar la cizaña!, de Charles Castle

Novela, Policial

¡Su primera misión! Cuando tres meses antes había recibido la credencial al finalizar el Curso de Instrucción en la Academia de Quantico, Rod Ruston se sintió contento, pero un poco inconforme. Sabía lo que ahora le esperaba. Le esperaba lo normal en todos los agentes federales: un año o dos, cuando menos, siempre a las órdenes directas de un compañero veterano, adquiriendo experiencia. Esto, mezclado a la rutinaria labor de papeleo, archivo, informes, etc., distaba mucho de lo que todo aspirante siente en su corazón cuando recibe el escrito en que se le comunica que su solicitud ha sido admitida.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 148. Los aniquiladores, de Donald Curtis

Novela, Policial

Él era, después de todo, un hombre rico. Pero estaba seguro de que, aun no habiéndolo sido, hubiese obrado de igual forma. Había algo que estaba por encima de la fortuna personal, de las apetencias particulares, de ambiciones y egoísmos. Había una mira altruista y digna. Había un objetivo vital para cualquier político decente: laborar por los demás, representar a sus electores, ser el defensor del pueblo que votaba por su candidatura. Todo eso, y algo más. Un alma al servicio de una sociedad media. Un hombre entregado a la labor de defender los derechos de quienes confiaron en él.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 184. Servicio inacabado, de Fel Marty

Policial, Novela

Anduvieron toda la noche, hasta que la tierra se vistió con el lujoso ropaje de lentejuelas de oro de la mañana. —¿Estamos ya cerca? —preguntó Daney al modoc. Éste asintió con la cabeza y apretó el paso. —Cabaña de viejo Flecha Certera ocultar árboles —afirmó, señalando con la mano un bosquecillo de frondosos eucaliptos. Sus acompañantes no le hicieron más preguntas. A última hora. Ojo de Halcón habíase acordado de su viejo amigo Flecha Certera, un modoc reacio a cuanto significase civilización. Vivía en aquella casucha cónica que se veía en lontananza, una choza de troncos de abedul y hojas de palma, rodeada de resistente cerca de madera.


Bolsilibros - F. B. I (Ed. Easa) 191. ¡Contraespías!, de Jack Grey

Novela, Policial

SE esperaba de un momento a otro la orden de ataque. 
Los tres amigos, como siempre que podían, encontrábanse juntos. Sus semblantes reflejaban algo de los respectivos temperamentos: Glenn Sutter sonreía, simpático; el gigantón Gary Walker fruncía el entrecejo y apretaba los puños con los cuales gustaba de dirimir las cuestiones; George Harriman se mostraba hermético, tristón. 
Los «Ge, Ge, Ge» llamaban humorísticamente desde niños a aquellos camaradas inseparables, debido a que sus nombres empezaban con la misma mayúscula. Quizá fue la ley de los contrastes la que tanto les acercó, pues no cabía una mayor disparidad psicológica que la que mantenían entre sí. Y, no obstante, se querían como si fueran hermanos. Más que si fueran hermanos.