LA Gran Marcha”, como los nordistas calificaron aquel arrollador y espectacular avance del ejército del general Grant a través del territorio dominado por los sudistas, había terminado, virtualmente, con la brillante toma de Richmond. La capital de los esclavistas, vencidos y derrotados por el comodoro Foole, estaba en manos de las tropas de Grant, y el general Lee, que con tanto denuedo había luchado por la causa del Sur, se aprestaba a despedirse de sus hombres con el corazón lleno de congoja por la amargura de la derrota.
BILL Roock, “Dos Pistolas", detuvo su caballo a la sombra de un frondoso cedro, y quitándose el amplio sombrero que casi se había pegado a sus sienes por efecto del calor, se pasó el pañuelo por la frente y refrescó míseramente su rostro con el aire que le prestó el modesto adminiculo al ser agitado con desgana.
La tarde se batía en derrota, tras las obscuras cresterías de los montes cercanos que encajonaban casi toda la ruta que venía siguiendo, pero el calor, a pesar de lo avanzado de la hora, resultaba casi asfixiante.
CORRÍAN los días trágicos y azarosos para Bill “Dos Pistolas”, cuando éste, corroído por el implacable gusano de un dolor interno que no sabía cómo matar para dar al olvido la tragedia que le había sumido en el caos, recorría al azar todo, el Oeste, deseando encontrar a su paso alguien con suficientes agallas para enfrentarse con él y librarle de una vida harto pesada que ya encontraba imposible de soportar.
BILL Roock, "Dos Pistolas”, había cruzado Montana por el este, para penetrar en Dakota del Norte. Tenía necesidad de adquirir ciertos informes muy útiles en Bismarck, la capital del Estado del otro lado del gran río Missouri y al tiempo, quería aprovechar la coyuntura para conocer aquella parte del norte de la región, que le era desconocida.
LAKE Charles es un poblado bastante importante del sudoeste de Luisiana, a unas pocas millas del río Sabine y bastante próximo a la frontera de Texas.
Rodeado de pueblos agrícolas y ganaderos, Lake Charles es el centro comercial, industrial y financiero de esta parte de la región y en el que se conciertan la mayoría de los negocios de ganado, lana y productos agrícolas y se realizan las transacciones bancarias más importantes.
CUANDO Bill Roock, “Dos Pistolas” penetró en San Antonio de Texas, encontró el gran pueblo completamente cambiado. Su dinamismo, el abigarramiento de marchantes, el auge de sus establecimientos, la vida activa que rebosaba el poblado, le parecían algo nuevo y se sintió atraído por aquel cambio de ambiente.
Pronto se dio cuenta de la causa de aquel movimiento inusitado, superior muchas veces al que poseía cuando estuvo últimamente allí. La célebre “ruta de Chesholm", que partiendo de la capital alcanzaba Dodge, era el motivo de aquella afluencia de gente.
FLAGELABA las carnes como un látigo un frío crudo y áspero que soplaba aquella tarde de principios de febrero. El cielo, encapotado, amenazaba con nevar, y el aire, al correr en turbonadas, levantaba oleadas de polvo que formaban espesas cortinas en la carretera.
Bill Roock, “Dos Pistolas”, caminaba molesto, más que por el frío, al que estaba acostumbrado, por el polvo, que irritaba sus ojos. Le precedía la diligencia que, hacia el servicio desde Bisbee a Tucson, en Arizona, y el potente tiro de bien alimentados caballos que arrastraban el pesado vehículo removía el polvo de la carretera, dejando tras él tan molesto rastro.
ERAN las diez de la mañana de un claro día de verano, cuando Bill Roock, “Dos Pistolas”, cruzaba tranquilamente a caballo por una de las principales calles de Prescott, en Arizona.
Iba a seguir de largo en busca de una buena posada donde descansar de su largo viaje, cuando al volver la cabeza, descubrió un edificio de aspecto arquitectónico bastante dispar con el resto de las construcciones y observó que, ante la puerta, se agolpaba un grupo de gente tratando de leer algo que se hallaba pegado a la pared.
LA región del Colorado en otoño, posee un clima benigno y amable. Los pinos, los cedros, las encinas y los robles conservan sus verdes vestiduras hasta bien avanzada la estación, y el frío solamente se hace sentir con acritud por las noches o los días en que el viento, soplando del Este, se filtra por el sistema montañoso que se alza en el centro y en particular por los Montes de San Juan.
Una mañana del mes de octubre, Bill Roock, "Dos Pistolas”, después de haber cruzado Utah por el Este y alcanzar la confluencia de los ríos Dolores y San Miguel, casi en la divisoria, se dirigió hacia el inmenso valle que a izquierda y derecha encerraban ambos ríos y que lo limitaba al Sur la línea férrea que casi bordeaba la “Red Muntain”.
ESCUCHE, forastero—advirtió una voz ruda pero simpática, al tiempo que una mano más ruda que la voz detenía a “Relámpago” por las bridas —. Si no tiene prisa en llegar rápidamente al infierno, espere un poco y no entre en la calle principal. Los aires plomíferos que van a correr por ella dentro de pocos minutos, no son muy saludables para el que desee vivir, y usted es joven.
EL poblado de Marisvylle, era bastante importante a unas cuantas millas de Helena, la capital de Montana.
Bill había frecuentado poco aquella parte de la región, pues sus peligrosas actuaciones se habían desarrollado siempre en el Oeste y Oeste Central o a veces en la región de las llanuras, pero la dramática caza de “El lobo del Yermo”, a quien consiguió dar caza y muerte tras una dramática pelea cerca de la frontera canadiense, le llevo incidentalmente a Montana, cuyo terreno a pesar de su aridez y sequedad le agradó mucho.
CUANDO Bill “Dos Pistolas” llegó a Tucson, a muy pocas millas del poblado donde Nina le esperaba con ansia, se sintió tan cansado, que decidió pernoctar allí para reponer fuerzas y asearse un poco. La terrible jornada atravesando de Norte a Sur todo el territorio de la Unión, desde Montana hasta casi los límites de Arizona, había sido agotadora y llegaba materialmente deshecho.
Lo único que le quedaba era su guitarra y, aunque nunca había sonado demasiado bien, la tenía mucho cariño, a pesar que hacía sólo un par de años que estaba en su poder. Pero tenía bastante arte en sus dedos y por dicha razón, aparte de que estaba sin un céntimo, decidió probar suerte en aquel saloon tan concurrido de Ryker Fiat.
Había hecho un largo viaje a caballo y se sentía muy cansado. Apenas dejó la montura en el establo público, buscó un sitio donde comer y luego se encaminó al hotel. Brett Moore pensaba dormir doce horas de un tirón. Ni siquiera tenía ganas de darse un baño. Lo haría al día siguiente, con más tiempo. Ahora sólo quería meterse entre frescas sábanas y gozar de un bien merecido descanso.
Había llegado un poco cansado al rancho, después de haber pasado varias horas en el campo, señalando la tarea a los vaqueros. Tenía que poner al día los libros de cuentas y por ello decidió regresar antes de lo ordinario.
El monótono traqueteo de las ruedas del convoy le hacía dormirse a ratos. El viaje empezaba ya a pesar en él como una losa y sentía unos deseos enormes de llegar a un hotel y darse un buen baño, para luego meterse en una cama a dormir doce horas de un tirón. Danny Hicks pensaba con placer anticipado en el agua caliente y en las frescas sábanas que le aguardaban al final del recorrido./p>
El comanche llegó al borde de una pequeña barrancada y, tras desmontar, terminó a pie la subida de la ladera. Luego se asomó cautelosamente y exploró la llanura con todo detenimiento. No se veía a nadie, en cuanto alcanzaba la vista. Al cabo de unos momentos, el indio giró sobre sus talones y descendió unos cuantos metros, disponiéndose a montar nuevamente, para continuar con su labor de exploración.
Estaba sentado en el suelo, con el revólver al alcance de su mano y la vista fija en el parapeto que tenía ante sí. La espalda quedaba apoyada en un pequeño muro rocoso que le protegía contra ataques a retaguardia, pero Jeff Garrís sabía que su capacidad de resistencia estaba llegando al límite.
A sus veinticuatro años, Dude Grabb tenía motivos más que suficientes para sentirse satisfecho de sí mismo y de la vida. Tenía salud y suerte. En el último viaje, había sido nombrado segundo de la Resolution, una goleta maderera que cubría ordinariamente la ruta entre San Francisco y los puertos del noroeste de Estados Unidos.
El hombre llegó a media mañana a Little Fork y dejó su caballo en un establo de alquiler, encargando que lo cuidasen bien y revisaran sus herraduras, pues seguramente se marcharía antes de que llegase la noche. Dio una buena propina al mozo para estimular su colaboración y luego se encaminó al centro de la población.