HABÍA en la ciudad varios locales donde se expendía bebida y en los que se podía jugar. Pero el más concurrido era el de Leo Payette, por lo que sentía tan ufano y orgulloso, riéndose de los demás propietarios, cosa que no podía agradar a estos. Y sin embargo no quería admitir que la mayor concurrencia se debía, sin duda alguna, a Belinda. Una muchacha que era estimadísima en la ciudad, incluso por las mujeres que odiaban a todas las empleadas de esos locales, porque sabían que era una muchacha que, como las flores en los pantanos, no se había manchado del lodo que la rodeaba.
HABÍA en la ciudad varios locales donde se expendía bebida y en los que se podía jugar. Pero el más concurrido era el de Leo Payette, por lo que sentía tan ufano y orgulloso, riéndose de los demás propietarios, cosa que no podía agradar a estos. Y sin embargo no quería admitir que la mayor concurrencia se debía, sin duda alguna, a Belinda. Una muchacha que era estimadísima en la ciudad, incluso por las mujeres que odiaban a todas las empleadas de esos locales, porque sabían que era una muchacha que, como las flores en los pantanos, no se había manchado del lodo que la rodeaba.
STELLA se fijó en un cow-boy de talla poco común, pero joven, que no hacía nada más que mirarla sin atreverse a pedirle que bailase con él. Entonces, valientemente, fue ella quien se le acercó y le dijo: —¿Es que no quieres bailar conmigo? —Es que no sé —dijo con valentía el muchacho.
EL herrero dejó de golpear en el yunque, sobre el que tenía un hierro candente, para mirar con curiosidad al joven y alto vaquero que había entrado en su taller, que a su vez le contemplaba sonriente. Después de secarse el sudor que cubría su amplia frente, dijo: —En estos momentos, doy por finalizada mi jornada de trabajo…
DEJEME en paz, sheriff! —No seas estúpido, Cole. Nada conseguirás guardando silencio. Dentro de tres días serás juzgado con arreglo a la Ley y todo su peso caerá sobre ti. No creas ni confíes en que a quienes proteges con tu silencio hagan algo por salvarte. —Estoy tranquilo, porque demostraré ante la Corte, sin que quede la menor duda, que soy inocente de los cargos que pesan sobre mí. —Te aseguro que no existe salvación para ti. Serás sentenciado a morir colgado…
LA dueña de la cantina y sus dos empleadas estaban a la puerta, contemplando el descenso de vaqueros del tren últimamente llegado. Todos ellos iban directamente al local. Antes de que llegaran, ya estaban las tres en el interior. El barman fue avisado que llegaban clientes.
BASTABA que Nero Stroner levantara una mano para que la caravana se fuera deteniendo lentamente. Y lo hacía formando un círculo, de forma que los carros y carretones quedaran bastante juntos. Cada dueño o conductor de carros desenganchaba las caballerías y la dejaba en el centro del círculo. También cada uno de ellos facilitaba el pienso a los animales. Nero era un experto conocedor del terreno y como realizaba cada año un viaje de ida y vuelta conocía el lugar exacto de cada parada.
LAS puertas de las celdas se iban abriendo de una manera lenta. Había dos hombres encargados de esta maniobra. Y cuando todas estuvieron abiertas, los condenados se movieron de una manera uniforme. En el amplio patio formaron en cuatro filas. Un toque de silbato indicó que podían moverse con entera libertad. Entonces empezaron a formarse grupos que conversaban entre ellos.
NO puedo estar de acuerdo contigo, Andy. Tu agradecimiento hacia ese hombre no puede llevarte hasta el extremo de cometer la locura que acabas de proponerme… ¡Existe una gran diferencia, aunque te cueste creerlo, entre Spencer Wallace y tú! —Tienes razón, Olson —dijo con enorme tristeza Andy—. ¡Cierto que existe una gran diferencia entre él y yo…! Si fuese yo quien estuviese en su situación, acusado de un delito que supiese no cometí, ¡ya habría hecho algo para ayudarme!
ENID, la dueña del hotel que había en la ciudad, estaba cansada y muy contrariada, por tener que decir a tanto diente que no tenía habitación alguna. Todo estaba completamente ocupado. Incluso habitaciones trasteras habían sido alquiladas. El empleado que tenía comentaba con ella: —De haber tenido cien habitaciones más, estarían ocupadas…
BRENDA, apoyados los codos en el mostrador y el rostro entre las palmas de las manos, escuchaba atentamente. —Ese barco lleva muchos años por el río. No es una novedad lo que estás diciendo. Y como ese, navegan unos cuantos. Son lo que se llama «saloons-flotantes». Otros los bautizaron como «escuelas de ventajistas». ¿Es que no habías visto ninguno…?
FIJATE con detenimiento en ese larguirucho que bebe apoyado al mostrador —decía un vaquero al compañero—. ¿No te recuerda a nadie? Después de obedecer al compañero, el interrogado respondió —Aunque me recuerda a alguien, en estos momentos no puedo decir a quién. —¡Es él! —exclamó el otro—. ¡No tengo la menor duda! —¿A quién te refieres?
LA hija del dueño de la casa atendía a los visitantes. Hablaban en voz baja. —¿Qué dice el doctor…? —preguntó uno de los visitantes. —Está en la habitación con mi padre. Es el tercero que viene hoy. Los otros son pesimistas. Muy pesimistas. —¿Avisaron a Betty…? —No he querido dar ese disgusto a mi hija…
QUE te sucede, James? —Nada Dick… ¿Por qué? —Vengo observándote hace tiempo y tengo la seguridad de que algo te preocupa. —¿Es que lo ignoras? ¡Hace tan solo unos días que hablamos sobre ello! ¡No soy partidario de la vida que llevamos! —¿Qué malo hay en nuestro medio de vida?
Vera, la joven a la que se iba a homenajear, estaba llena de ilusión con esa fiesta. Por ello procuraba atender a los menores detalles. Su abuelo materno había determinado en un testamento explícito, que a la mayoría de edad se hiciera cargo, si así lo deseaba, de lo que le dejaba de su exclusiva propiedad. Y que la muchacha por su manera de ser no había concedido importancia y eso que ascendía a una cantidad cuantiosa en bienes bursátiles, financieros y rústicos. Estos en realidad eran los que le ilusionaban por haber pasado largas temporadas con el abuelo en un rancho muy extenso en Kansas.
TODA toma de posesión de cargos importantes, reviste su pompa y lleva preparativos a veces engorrosos. Pero esta vez todo había sido fácil. Y el discurso del nuevo gobernador sencillo a la par de corto. Confesó no agradarle la elocuencia y que en realidad por ser mal orador no iba a hacer más que cansar a los oyentes. Agregó que obediente con el partido que le designó, haría todo lo posible por cumplir con su deber.
SOUTH Pass City había cambiado su fisonomía en pocos años. Como había sucedido en bastantes pueblos del Oeste, el hallazgo casual de un insistente buscador, conmocionó a la región primero y más tarde provocó un tropel inmenso. A los tres años de ese hallazgo casual, la pequeña población multiplicó su censo. Y las viviendas de madera. De adobe y hasta de ladrillos aparecían como obra de encantamiento. Atlantic City a pocas millas, cabeza de condado, era superada por lo que fue una población pequeña y eminentemente ganadera.
POCAS veces se había dado en el vasto oeste el caso de los hermanos Ariadne y Angus Jones. Tenían un almacén. Hotel: Saloon y Banco. El padre de ellos había levantado el mejor edificio en cientos de millas a la redonda. Y el único que tenía tres plantas, todo ello de ladrillo. Y dentro del mismo edificio, los variados negocios.
SWAINE! ¡Swaine! Éste salió de una de las cuadras, donde atendía a un potro, diciendo: —¡Eh…! ¡Aquí estoy! ¿Qué sucede? —¡El patrón te reclama! —le informó el vaquero. —Dile que espere, estoy atendiendo a su potro favorito. —Será conveniente que vayas rápidamente.
LOS curiosos, que no faltaban a la llegada de los trenes, miraban al alto viajero y luego se miraban entre ellos. Les llamaba la atención la estatura, que trataban de calcular en comparación con las ventanillas de los vagones. Llevaba el viajero una maleta en la mano. Pero no se encaminó a la salida, sino que fue hasta uno de los vagones de cola, y de allí, ayudado por un empleado de la estación, hizo descender un caballo.