—¿Qué os pasa? Estáis todos asustados. —¡Hola, Betty! ¿Es que no te has enterado? —Enterarme, ¿de qué? —Charlie ha detenido a uno de los vaqueros de míster McLaine. —¡Qué dices! ¿Por qué? —Se presentó en la oficina de Charlie y le insultó... Dicen que estaba borracho. —Ha hecho bien en detenerle.
Había una gran inquietud en la población. Iba a celebrarse al fin el juicio contra Jim Wall. El detenido, aconsejado por el periodista y editor del diario de la ciudad, había repudiado al defensor que le nombraron y que según el periodista estaba de acuerdo con los que le acusaban. El nombramiento de Robert Grey era una garantía de honradez y de preocupación leal por el defendido.
La nieve borraba los claroscuros del paisaje, ocultaba las rocas, cubría la vegetación y hería en las mejillas con la misma sensación que si de chispas incandescentes se tratara. El caminante solitario, que avanzaba con la dificultad que supone el desconocimiento del terreno, trataba Je cubrirse el rostro que, aun hecho a las inclemencias más agudas, acusaba la «caricia» del huracanado viento que hacía entrar, como agujas al rojo, las partículas cristalizadas de la nieve en la piel. Estaba desorientado. Completamente perdido.
La llamada ruta de Texas, abierta por un ganadero del sudoeste, llamado J. Chilshon, como solución al enorme problema del exceso de ganado que carecía de compradores, con los enormes problemas que esta situación creaba a los criadores de reses, fue testigo de inmensas aventuras, centenares de dramas y sede de los ladrones de ganado, quienes, convencidos de que era más negocio esperar a las manadas que iban en busca del ferrocarril tras varias semanas de calamidades y penosa marcha, asaltaban a éstas muchas veces disfrazados de indios, para que se culpara a esta raza de tales hechos.
Volaba más que corría la diligencia por los llanos secos y duros de Nevada. Los viajeros no habían visto en varias jornadas ni un solo árbol. El suelo semidesértico hacía saltar a la diligencia con lamentos de hierro y madera a cada salto, y no pocos juramentos de los conductores y aun de algún viajero, aunque éstos se contenían por la presencia de unas damas. Sobre todo, una cuyo perfume y ropas hacían suponer que venía de un país completamente extraño al Oeste. Miraba entusiasmada por las ventanillas.
Francisco Caudet Yarza (Frank Caudett) nace en Barcelona en 1939, ya en la infancia manifiesta su inclinación hacia la literatura y se apasiona con la lectura de clásicos franceses y rusos (Dumas, Tolstoi, Verne), autores que simultánea con los españoles de la novela de kiosco como Mallorquí, Donald Curtis, Mark Halloran y otros. Debuta en 1965 en el mundo de los 'bolsilibros' con la madrileña Editorial Rollán que le publica su primer original en la legendaria serie FBI, con el títulode 'Enigma'. Dos años después la barcelonesa Bruguera le ofrece un contratode colaboración en exclusiva para novelas de bolsillo, empresa que comercializa durante años sus originales que rozan los cuatrocientos títulos y que firma con el más conocido de sus seudónimos: Frank Caudett.
Francisco Caudet Yarza (Frank Caudett) nace en Barcelona en 1939, ya en la infancia manifiesta su inclinación hacia la literatura y se apasiona con la lectura de clásicos franceses y rusos (Dumas, Tolstoi, Verne), autores que simultánea con los españoles de la novela de kiosco como Mallorquí, Donald Curtis, Mark Halloran y otros. Debuta en 1965 en el mundo de los 'bolsilibros' con la madrileña Editorial Rollán que le publica su primer original en la legendaria serie FBI, con el títulode 'Enigma'. Dos años después la barcelonesa Bruguera le ofrece un contratode colaboración en exclusiva para novelas de bolsillo, empresa que comercializa durante años sus originales que rozan los cuatrocientos títulos y que firma con el más conocido de sus seudónimos: Frank Caudett.
Era uno más de los millares y millares que había en todo el Oeste. A cualquiera que con los ojos vendados le llevaran a otra ciudad, y, al quitarle la venda, se encontrara en otro saloon, encontraría de diferencia, posiblemente, los rostros de los habituales y de los servidores tanto masculinos como femeninos. Hasta ese extremo parecían copiados unos de otros estos locales.
Forest pudo escapar mientras esperaban lo que iba a hacer el acusado. El capataz fue destrozado y siete de los jurados linchados. El juez consiguió escapar por una ventana que había tras la butaca en que estaba sentado. El sheriff fue golpeado por el acusado a quien el de la placa había golpeado y le decía que le iban a colgar. Le dejó por muerto y le arrancó la placa del pecho.
Los dos jinetes avanzaban sudorosos por la desértica llanura. Ambos llevaban el sombrero sobre la frente para protegerse de los llameantes rayos del sol.
—¡Maldita sea, Stuart! ¿Qué necesidad tenemos de cabalgar ahora?
—Te conviene tomar el sol, Fred. Vas a estar mucho tiempo sin verlo.
Fred Donlevy entornó los ojos. Era un individuo joven, de unos veintiocho años. Cabello rizado, frente despejada, nariz recta, labios de firme trazo y barbilla cuadrada. Vestía camisa oscura y chaleco de ante ador nado, con botones de plata. Pantalones rayados y botas tejanas. Se cubría con un sombrero de alas anchas y copa aplastada. La funda de su cinturón canana estaba desprovista del correspondiente revólver.
Walter se acercó a los animales. Todas las miradas se centraron en su rostro. Relincharon con potencia los caballos al acercarse a ellos. Pronto se dio cuenta Walter de la calidad de los animales. Era cierto, pensó, se hallaba ante los mejores ejemplares que había visto en su vida.
La luna bañaba con su resplandor toda la llanura. Las brillantes estrellas contribuían a ello con su incesante parpadear. El silencio era casi absoluto. Tan solo se veía turbado por las cristalinas aguas del White River que discurrían caprichosamente hasta llegar al valle. —Una magnífica noche.
El Red Hell lucia como en sus mejores noches. Fresno progresaba día a día. Desde que se completara la presa del río San Joaquín y los canales de riego, decenas de colonos se habían instalado en esas tierras ganadas al desierto y cada vez eran más las vacas que se veían pastar en las praderas recién formadas y cada vez eran mayores las hortalizas que en las nuevas granjas se cultivaban. Hasta se hablaba de que en días no lejanos podría proveerse de carne y legumbres a la propia ciudad de San Francisco, gracias al rápido y eficiente servicio de trenes.
El capitán Norman Grawley levantó la mano derecha y la columna de caballería y artillería que seguía tras él hizo alto inmediatamente. Quitándose el guante de manopla de la mano derecha, abrió uno de los botones de su guerrera azul y extrajo el reloj. Frunció el ceño. —¿Sucede algo, señor? —preguntó el teniente Ruspett, su segundo en el mando de la tropa. —El teniente coronel Healey es estrictamente puntual —contestó Grawley—. En este mismo momento, la trompeta tendría que estar llamando a la tropa al rancho del mediodía.
Pedro Guirao inició su carrera literaria en los años cuarenta dentro de los géneros policíaco y de aventuras, aunque al igual que muchos de sus colegas, fue un auténtico todoterreno que, a lo largo de las cuatro décadas durante las cuales estuvo activo, abordó todo tipo de géneros literarios, no sólo los propios de los bolsilibros, sino también otros tales como el realismo fantástico, el erotismo, la divulgación científica o la entonces incipiente informática.
Las comunicaciones entre el planeta Bolsok y la Estación Crisma se han interrumpido inesperadamente. Varias naves de reconocimiento son enviadas, pero a partir del punto 42 en la tabla de coordenadas se pierde el contacto con ellas. El jefe del Comando Espacial, Maxil Maxilmann, decide ir personalmente para averiguar lo que está ocurriendo.
En un mundo en el que desde hace siglos no existe la delincuencia, se comete inesperadamente un asesinato. Un funcionario llamado Per Anderson aparece muerto en plena calle sin que nadie haya visto nada.
En el remoto planeta de Stentilvaan, el progreso material ha convertido a los hombres en seres ociosos, fríos, sin alma, cuyas escasas obligaciones se limitan a la monótona supervisión de un sistema perfecto. Pero entre sus habitantes todavía quedan quienes conservan el antiguo vigor de la raza y recuerdan lo que significa la libertad. Tratar de recuperarla significará enfrentarse al despiadado mundo que han heredado.