EL CORAZÓN DE LAS TORTUGAS La tortuga se llamaba Simón. Era una tortuga macho que le habían regalado. Desde el primer momento le dio un poco de asco y pensaba que por nada del mundo tocaría aquel caparazón verde y viscoso. Miraba con horror la cabeza retráctil que tan pronto estaba fuera como dentro. Los mayores eran la gente más rara del mundo. Anda que no había cosas que le gustaran… Cosas que le encantaría tener. Fue su hermano Claudio el que le dijo: – A las mascotas hay que ponerles nombre. – ¿Por qué? – Porque sí. – La llamaré tortuga y punto. – ¿Cómo vas a llamarla tortuga? Entonces, a ti te llamaremos Niña y punto. – No es lo mismo. Yo soy una persona. – ¿Te crees que las tortugas no tienen corazón? Nunca había pensado en el corazón de las tortugas y la simple posibilidad le producía horror y desazón. – Pero no tienen un corazón como el nuestro… – ¿Dónde has oído tú que existan miles de clases de corazones? – En el mismo sitio en el que a ti te han contado que lo tienen. – No ponerle nombre a una mascota da mala suerte–inventó Claudio. – Pues la llamo Simón. – ¿Como el tío? – Así, cuando la nombre, pensaré en él. Lo recordaré. Es tan divertido y simpático. Lo echo mucho de menos…. – Vendrá en Navidad. – ¿Cómo lo sabes? – Me lo ha dicho mamá. La niña tomó con precaución la caja con forma de casita con ventanas y sin tejado en la que dormitaba la tortuga. – Tienen más de doscientos millones de años –apuntó Claudio. – Ella separó la caja de su cuerpo con cierta aprensión. – Parece que temieras el ataque de una mamba asesina –dijo Claudio. Ella no respondió porque no sabía lo que era una mamba. Peor que una tortuga no puede ser, pensó. Por las mañanas, le ponía una hoja de lechuga porque ni siquiera sabía lo que comía aquel bicho. – Me imagino que se alimentan de gusanos –aventuró Claudio. – No pretenderás que salga a cazar gusanos para ella– replicó la niña con brusquedad. – Para él –corrigió Claudio– No te olvides de que es una tortuga macho. – Para “eso”, zanjó ella, señalando la casita de cartón. Se preguntaba si las tortugas crecerían muy deprisa. Temía levantarse un día y encontrarse con un animal enorme como los que aparecen en las películas de miedo. Tardó varias semanas en encontrar el sitio en el que depositar definitivamente a Simón. Finalmente, lo hizo en el jardín, en un rincón asocado, sin viento, a los pies de un laurel de indias. – Seguro que le gusta el aire libre –se justificó. – ¿Quién sabe? –respondió Claudio, empeñado en aumentar su intranquilidad y su malestar. La noche que la televisión anunció tormenta, la niña se fue a la cama sin acordarse de la tortuga. Ninguna noche había tenido un pensamiento para el animal. Pensaba, eso sí, en su tío Simón, pelirrojo, con cara de niño. El tío Simón que le hacía juegos de manos y le contaba las aventuras de sus viajes. Era piloto de una línea aérea. En la cama, mientras oía como si estuviera allí mismo la voz del hermano más joven de su madre, escuchaba también el rugido del viento. A punto estuvo de levantarse. – No te asustes –le dijo su padre desde la puerta. – El viento ha tirado la cerca del jardín. La lluvia martilleaba en los cristales de su ventana y aquel ruido, poderoso pero rítmico, la ayudó a dormirse. En el desayuno –era sábado– sus padres escuchaban la radio. – Parece que la lluvia ha vuelto a correr barranco abajo y ha derrumbado algunas casas en el sur –comentó la madre. – Afortunadamente, no hay daños personales que lamentar. Los dueños de las viviendas, que habitualmente residen en Las Palmas de Gran Canaria, no se encontraban en esos momentos en los bungalows –decía la voz de un locutor, tan parecida a la de todos los locutores de los boletines de noticias que escuchaban sus padres. – La cerca tiene fácil arreglo –tranquilizó su padre a su madre. ... ### Descripción del producto EL CORAZÓN DE LAS TORTUGAS La tortuga se llamaba Simón. Era una tortuga macho que le habían regalado. Desde el primer momento le dio un poco de asco y pensaba que por nada del mundo tocaría aquel caparazón verde y viscoso. Miraba con horror la cabeza retráctil que tan pronto estaba fuera como dentro. Los mayores eran la gente más rara del mundo. Anda que no había cosas que le gustaran… Cosas que le encantaría tener. Fue su hermano Claudio el que le dijo: – A las mascotas hay que ponerles nombre. – ¿Por qué? – Porque sí. – La llamaré tortuga y punto. – ¿Cómo vas a llamarla tortuga? Entonces, a ti te llamaremos Niña y punto. – No es lo mismo. Yo soy una persona. – ¿Te crees que las tortugas no tienen corazón? Nunca había pensado en el corazón de las tortugas y la simple posibilidad le producía horror y desazón. – Pero no tienen un corazón como el nuestro… – ¿Dónde has oído tú que existan miles de clases de corazones? – En el mismo sitio en el que a ti te han contado que lo tienen. – No ponerle nombre a una mascota da mala suerte–inventó Claudio. – Pues la llamo Simón. – ¿Como el tío? – Así, cuando la nombre, pensaré en él. Lo recordaré. Es tan divertido y simpático. Lo echo mucho de menos…. – Vendrá en Navidad. – ¿Cómo lo sabes? – Me lo ha dicho mamá. La niña tomó con precaución la caja con forma de casita con ventanas y sin tejado en la que dormitaba la tortuga. – Tienen más de doscientos millones de años –apuntó Claudio. – Ella separó la caja de su cuerpo con cierta aprensión. – Parece que temieras el ataque de una mamba asesina –dijo Claudio. Ella no respondió porque no sabía lo que era una mamba. Peor que una tortuga no puede ser, pensó. Por las mañanas, le ponía una hoja de lechuga porque ni siquiera sabía lo que comía aquel bicho. – Me imagino que se alimentan de gusanos –aventuró Claudio. – No pretenderás que salga a cazar gusanos para ella– replicó la niña con brusquedad. – Para él –corrigió Claudio– No te olvides de que es una tortuga macho. – Para “eso”, zanjó ella, señalando la casita de cartón. Se preguntaba si las tortugas crecerían muy deprisa. Temía levantarse un día y encontrarse con un animal enorme como los que aparecen en las películas de miedo. Tardó varias semanas en encontrar el sitio en el que depositar definitivamente a Simón. Finalmente, lo hizo en el jardín, en un rincón asocado, sin viento, a los pies de un laurel de indias. – Seguro que le gusta el aire libre –se justificó. – ¿Quién sabe? –respondió Claudio, empeñado en aumentar su intranquilidad y su malestar. La noche que la televisión anunció tormenta, la niña se fue a la cama sin acordarse de la tortuga. Ninguna noche había tenido un pensamiento para el animal. Pensaba, eso sí, en su tío Simón, pelirrojo, con cara de niño. El tío Simón que le hacía juegos de manos y le contaba las aventuras de sus viajes. Era piloto de una línea aérea. En la cama, mientras oía como si estuviera allí mismo la voz del hermano más joven de su madre, escuchaba también el rugido del viento. A punto estuvo de levantarse. – No te asustes –le dijo su padre desde la puerta. – El viento ha tirado la cerca del jardín. La lluvia martilleaba en los cristales de su ventana y aquel ruido, poderoso pero rítmico, la ayudó a dormirse. En el desayuno –era sábado– sus padres escuchaban la radio. – Parece que la lluvia ha vuelto a correr barranco abajo y ha derrumbado algunas casas en el sur –comentó la madre. – Afortunadamente, no hay daños personales que lamentar. Los dueños de las viviendas, que habitualmente residen en Las Palmas de Gran Canaria, no se encontraban en esos momentos en los bungalows –decía la voz de un locutor, tan parecida a la de todos los locutores de los boletines de noticias que escuchaban sus padres. – La cerca tiene fácil arreglo –tranquilizó su padre a su madre. ...
Buscar capital para una empresa de nueva creación requiere no sólo de un sólido plan de negocio sino también de unos conocimientos de finanzas que permitan al emprendedor realizar una planificación financiera sensata, cerrar acuerdos de inversión en unos términos ventajosos para sus intereses y ofrecer seguridad y confianza al inversor.
Hace un año... Mi familia murió. Mis padres. Mi hermana gemela. Todos ellos asesinados por el hombre que me ha acosado durante años. Casi me mata a mí también. Pero me escapé y él sigue ahí fuera, buscándome. No me encontrará. Al menos, espero que no. Gracias al WITSEC, me han dado una nueva vida con una nueva identidad. Presente... Mi tío, mi único pariente vivo, me ha ayudado a recomponerme y me ha dado las herramientas que necesitaré para sobrevivir. No estoy curada y mi dolor es intenso, pero estoy en un punto en el que puedo poner un pie delante del otro para intentar seguir adelante. Sé que mi futuro será duro y solitario. Debo mantenerme fuerte y centrarme en lo bueno. Tengo una segunda oportunidad en la vida. Estoy a salvo. Mi nuevo hogar es precioso. Los cuatro hermanos que viven al lado lo son aún más. Poco sé que Colt, Creed, Keelan y Knox pronto se convertirán en mi todo. Es como si mi solitario corazón pidiera a gritos que alguien bueno me encontrara. Cuatro respondieron.
Javier es un poeta que viaja a la capital de México para reencontrarse con su amigo Fernando, un cantante que vive de manera bohemia tratando de hacerse un hueco en la industria musical. Ambos compartirán sus sueños y diferencias, amores y, sobre todo, la amistad.
Diario de viaje escrito durante las vacaciones de Javier a pocas semanas de acabar el siglo XX.
Preventa sólo en la web de Almuzara con una mascarilla GlamGlow de Primor de regalo, como las que utiliza la autora, hasta fin de existencias. Diana Pintado, @dipinca para sus miles seguidores en redes, es la mujer que nos habla detrás de la máscara, sin pelos en la lengua, vulnerable y de acero forjado a un mismo tiempo, la que nos sacude con sus observaciones tiernas, ácidas, agudas e inspiradoras. Inseguridades, certezas, risas, lágrimas y orgasmos, de nuestra Fran Lebowitz patria. • «Yo soy flaca. Flaca de gratis. De siempre. De nacimiento... ¿Y la gorda? La gorda también puede ser gorda, de gratis» • «No te equivoques: Se llama ansiedad. De apellido hija de la gran puta» • «Ser más o menos niña en determinados momentos de vulnerabilidad, de confianza, o de enamoramiento fugaz, no va a quitar fogosidad a mi desnudo, a la comida de polla o la corrida en mi cara» Si tienes vértigo a encontrarte contigo mismo, no leas este libro. Diana Pintado nos cuenta en forma de relato sus mayores miedos, traumas, reflexiones, y anécdotas de una vida llena de pasión que encuentra el perfecto espejo en cada uno de sus lectores. Su vida es como la tuya, sólo que decorada de forma diferente. Si la lees, te leerás, pero... quizá no estás preparado. «Tras devorar este libro confieso que ha brotado en mí la envidia y he tenido la tentación de practicar bullying literario de escritora a escritora porque ¡hija de las mil putas... cómo te fluyen las palabras! De rubia a rubia, gracias. (Por si no se nota, me ha fascinado)». Tania Llasera, comunicadora.
El pequeño Flautín en la vida sólo aspira a conquistar a la princesa de sus sueños, para lo cual debe vencer sus miedos y convertirse en el héroe de su destino.