El jinete, ante la puerta del establecimiento en que había detenido su montura, desmontó perezosamente.
Sacudió sus ropas, de las que se desprendió una verdadera nube de polvo.
Dos cow-boys , sentados bajo el porche de entrada, echáronse a reír.
Atendió el gobernador, muy correcto, a los visitantes y tomó nota detallada de las peticiones que le hicieron. Al salir, decían al secretario que les había atendido perfectamente. Pero éste no estaba tranquilo. Y acudió a la llamada del jefe. Y entró completamente dueño de sí. Se había repuesto y reaccionado.
Le estuvo dictando unas cartas que debían escribir, citando a determinadas personas.
El saloon de Rita, en Portland, tenía por nombre Arcadia, y era el punto de reunión de las llamadas fuerzas vivas de la población: Era Rita el árbitro de la ciudad, y las autoridades estaban a su servicio, de una manera descarada.
En realidad, en Portland, la ley tenía su nombre. Leñadores, madereros, cow-boys y colonos sabían que era necesario estar a bien con ella.
Gregory Dee, sin duda el ranchero más poderoso de la comarca de Alamogordo, sentado bajo el porche de la vivienda principal, contemplaba con orgullo a sus dos hijos, que en unión de los componentes de su equipo preparaban sus monturas para ir hasta el pueblo a echar un trago, como lo hacían a diario una vez finalizada la jornada de trabajo.
—¡Ya está bien, Greybull! No puedes pasarte las veinticuatro horas del día estudiando... Hay dos chicas estupendas esperándonos en la ciudad. Les he hablado de ti y están deseando conocerte. —¿Quieres hacerme un favor? —Soy tu mejor amigo y... —Pues haz el favor de volver a salir por esa puerta y dejarme estudiar. —¡Vamos, Greybull! ¿Es que no sabes que puedes acabar enfermo si...?
El matrimonio Martin, padres del capitán, lo tenían todo dispuesto para obsequiar a los visitantes. Todos los productos cocinados habían sido obtenidos en las tierras de la granja.
El gobernador expresó su agradecimiento a la familia a la hora de marcharse, por tantas atenciones recibidas. No fue preciso recordarles que no debían comentar con nadie lo de aquella reunión.
El gobernador, vistiendo a la usanza vaquera, montó a caballo y abandonó la granja.
Estaba seguro que el camino seguido hasta ese momento era ascender sin descanso. Y este ejercicio le hacía un gran bien, por lo que no se detuvo. Cuando estaba cerca de lo que le pareció un agujero, las rachas de viento amenazaban con derribarle. El corazón aumentó sus latidos al darse cuenta que el agujero que vio era una cueva muy amplia. Y gracias a su ancha entrada no se había taponado con nieve.
En las oficinas Baker y en la sección de minería, había un gran movimiento. Los empleados entraban y salían de los distintos despachos. Los que atendían esos despachos no sabían qué era lo que estaba pasando. Se preguntaban unos a otros y en realidad no sabían a qué se debía ese movimiento. —¿Qué pasa? —preguntaba uno de otra sección—. Parece que tenéis movimiento. —Es que ha llegado el presidente... Y han observado que hay disminución fraudulenta en el valle. —Es que eso está muy lejos...
En Sacramento, un grupo de elegantes, todos ellos propietarios de locales de diversión, irrumpieron en la oficina del sheriff, hablando entre ellos acaloradamente. Una vez ante el sheriff, guardaron silencio, para dejar que uno hablase en nombre del grupo. —¡Buenos días, sheriff El sheriff, contemplándoles curioso, dijo: —¡Buenos días, señores! ¿Puedo saber a qué se debe el honor de esta visita y el motivo de la excitación que les domina?
En muchas poblaciones ya no sorprendía ver cruzar las calles a centenares de ovejas. Habían cedido mucho las disputas entre vaqueros y pastores, se iban tolerando pero todavía quedaban restos de protestas por la convivencia con los ovejeros. Era ésta una frase despectiva. Pero en general se toleraban. No era como antes que a un ovejero no le dejaban entrar en los locales en que la mayoría eran cow-boys.
Nadie en el pueblo ni en el rancho, podía sospechar que Shane tuviera ese peligro en sus manos.
El rancho de Harry era muy extenso y no tenía un solo vaquero Todos los años vendía el número de reses que le permitía seguir viviendo sin agobios. Y sus reses estaban en condiciones para que el comprador que pasaba por allí, pagara hasta un dólar más por cada una.
Sorprendía en el pueblo que pudiera cuidar él sólo del ganado que tenía. Y la verdad era que tenía dos magníficos ayudantes. Vera y Shane.
Tulsa, al igual que otras ciudades del territorio de Oklahoma, situada a orillas del río Arkansas, sufría los efectos destructores de la gran invasión.
Las elevadas torres de los pozos petrolíferos veíanse en gran profusión.
Decíase que era una tierra de gigantes. Denominación familiar que se daba a las mencionadas torres cuya posesión se ambicionaba, bajo los terribles efectos de las peores epidemias que padeció el territorio y que bañó de sangre la tierra: La fiebre del oro negro.
Las distintas compañías petrolíferas, creadas por los afortunados propietarios de las tierras donde se hacía brotar el codiciado líquido negro, anunciábanse con grandes letreros, en los edificios construidos al efecto.
Estas compañías absorbían el mayor contingente de masa obrera.
Los dos jinetes, castigando de forma brutal a sus monturas, obligaban a los nobles brutos a realizar un gran esfuerzo para que no disminuyesen el ritmo de marcha. Por la forma constante con que ambos jinetes volvían la cabeza hacia atrás, era fácil imaginar que huían de alguien, y que lo hacían dominados por el temar de ser alcanzados. En la lejanía del extenso valle por el que galopaban, no se divisaba a nadie.
Spencer estrechó la mano que Mayfield le tendió.
Benton, capataz de Mayfield, estaba muy contento con la llegada de los tres amigos.
Todas las tardes, después de la jornada, visitaban el Arizona.
Transcurrieron cuatro semanas sin que el tío de Marta diera señales de vida en el pueblo.
En el saloon Wyoming, propiedad de una mujer joven llamada Laura, había un gran movimiento entre los clientes. Hablaban entre grupos de una manera acalorada, pero había alegría en los rostros, y risas en las conversaciones. La dueña atendía una de las mesas, en la que estaban los clientes que más le agradaban o que eran personajes más relevantes de la ciudad. Y los que estaban sentados ante esa mesa, se pusieron en pie al ver entrar a un abogado de la ciudad que había sido designado candidato a gobernador, por los republicanos.
El elegante propietario del saloon, uno de los más concurridos de Laramie, contemplando a uno de sus clientes, dio con el codo al empleado que le acompañaba, preguntándole: —¿Quién es ese joven tan alto al que no conozco? El interrogado, después de observar con detenimiento al indicado, respondió: —Es la primera vez que le veo. —¿No es de la región? —volvió a preguntar el elegante.
En animada conversación recorrieron las ocho millas que les separaban de Greybull.
Desmontaron ante el bar de Watson sin preocuparse de amarrar los caballos a la barra.
Jackie, la joven y bella hija de Watson, atendía el mostrador.
Se alegró al verles entrar, saludándoles con el gesto.
Emily, propietaria del saloon que llevaba su nombre, fijóse detenidamente en el alto cow-boy o minero ya que no resultaba fácil determinar la profesión, por el estado en que se hallaban las ropas que vestía, que hablaba con Arthur en el mostrador, hombre que atendía el mismo, y que tanto tiempo llevaba en su compañía.
Arrastrada por la curiosidad, avanzó hacia el forastero.
Llamó su atención aquel rostro curtido por los vientos y soles de montañas y desiertos.
Helen miraba a la joven que estaba frente a ella con dos maletas a sus costados.
Uno de los mozos que iban a la estación había visto a esa viajera y la llevó a la que solía darle unos dólares por cada viajero que le llevaba.
Veía que la joven que le miraba expectante, era de una belleza muy poco común y de una anatomía que no podía ser más perfecta, a pesar de su gran estatura para ser mujer.
La venta y la compra se realizó de manera legal. Y mediante los documentos obligados y las formas pertinentes.
Dio cuenta Ike a los amigos y hablaron de la formación de una sociedad.
Estuvieron de acuerdo en la constitución de esa sociedad y en buscar la ayuda necesaria para iniciar las obras.
Mike decía a Ike lo que calculaba que iban a necesitar para iniciar los trabajos en una explotación medianamente eficaz. Y pensaron en míster Butler director y propietario del Banco.