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Bolsilibros - Rodeo 1ª época 21. Cita en el infierno, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Hallaron a Laura Joubert entre las dos camas gemelas de un bungalow junto al Sena. Parte de ella era todavía exquisita. Su cuerpo, por ejemplo, seguía siendo un prodigio de perfección, y aparecía más distinguido que nunca en su vestido de Balenciaga, sus zapatos de modelo exclusivo y un abrigo que había costado las vidas de muchos animalitos. Fuera del bungalow ribereño hallaron las manos del monstruo que la había matado. Sus huellas estaban claras en el volante del coche y en la pistola que había destrozado el precioso semblante femenino. Pronto se conoció toda la verdad. Nunca hallaron al asesino, y, tras algún tiempo, abandonaron la búsqueda. Dijeron: —Huyó. Huyó mucho más lejos de donde nunca podremos alcanzarlo. Sí, este monstruo mató a su esposa y luego hizo algo peor. Richard Belmond se convirtió en traidor a su patria, y ha muerto. Con su muerte, acabó el caso de Belmond, el monstruo y traidor.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 24. Huracán en el Oeste (2ª Ed.), de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Sintió Kit Gilson cómo las piernas le flaqueaban hasta casi derrumbarle a tierra cuando al descender de la diligencia respiró cansado y dolido de la tremenda jornada que había hecho soportar a su delicado cuerpo. Realmente, la imprudencia que había cometido tenía que pagarla más tarde o más temprano. Pese a su aspecto juvenil —no contaría arriba de los veintiocho años—, su rostro demacrado, su afilada nariz, sus labios finos y exangües y el aspecto avejentado que reflejaba su fisonomía, le acusaban como un hombre gastado prematuramente, o víctima de algún mal oculto que iba minando su naturaleza, suave, pero implacablemente. Kit tendió la vista en derredor de él y se sintió oprimido por el paisaje. El pueblo que había elegido al azar, en un ansia infinita de sepultarse y ocultarse donde nadie volviese a saber una palabra de su averiada persona, no podía ser más pobre, más mísero y más vulgar que el que tenía a la vista.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 27. Pánico en la frontera, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Patrik Miller llenó las grandes copas de whisky por sexta vez y ofreciéndoselas a sus comensales, exclamó: —Beban, señores, podemos y no podemos entendernos en este asunto, pero no quiero que se diga que Patrik Miller, agota la garganta de la gente para vencerlas por cansancio, sin ofrecerle todas las garantías para que desarrollen su elocuencia. Patrik Miller era un ranchero gordo, colorado, fuerte como un toro, de cejas pobladísimas, crespo bigote un tanto canoso y ojos grises de mirar duro. Poseía un rancho a dos millas de El Paso y aunque su hacienda era valiosa y hacía pingües negocios con el ganado, gozando de una gran influencia en la región, se murmuraba que la base de su fortuna no era muy limpia y que en su blasón de ranchero había algunos cuarteles tan oscuros de descifrar, que si alguien hubiese podido limpiarlos quizá encontrase debajo ciertas escenas de abigeo y cuatrería, que deshonrarían su escudo de armas.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 31. Sangre de coyote, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Tu no puedes hacer eso con Fred Wellman; sería una canallada Orson. El áspero calificativo vibró como el silbido de un proyectil en los labios plegados con ira de Nelson Brown, el socio de Orson en negocio ganadero. Orson Donlevy sintió un temblor extraño en su rostro al acusar la brusca y brutal opinión de su compañero, pero dominando el pésimo efecto que le había causado, se encogió de hombros, replicando suavemente: —¡Pues he de hacerlo, Nelson, y siento que te contraríe! —Me contraría y me da pena que pienses de esa manera. Fred se comportó generosamente cuando nos establecimos aquí y hace falta tener sangre de coyote para pagarle bien por mal.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 37. Tozudo como un tejano, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Israel Rosse era todo un hombre. No había nadie en Sterling City que así no lo reconociese, fuese amigo o enemigo de Israel, pero todos, aun aquellos pocos que podían considerarse medio amigos suyos —Israel no contaba con amigos de verdad— proclamaban a los cuatro vientos, que todo lo que poseía de hombre lo estropeaba su carácter agrio y seco, su avaricia sin límites, su falta de corazón para los negocios y su desmedido orgullo que le había llevado a límites insospechados. Pero nadie era capaz de acusarle de nada que estuviese al borde de la legalidad. Era duro, pero honrado en sus negocios, no se dejaba despojar de un solo centavo, pero a nadie le hubiese despojado de uno suyo y en cuanto a seriedad, la palabra de Israel poseía más valor y fuerza que la más complicada escritura. Israel era odiado y temido a la par. Nadie hubiese levantado un dedo en su favor de saber que moviéndolo podía contribuir a salvarle la vida, pero nadie se hubiese atrevido a levantar aquel dedo en contra suya, sin sentir el escalofrío de saberse expuesto a tener que habérselas frente a frente con él. El elogio o la censura que la gente lanzaba contra él cuando comentaba sus actos, era una frase muy popular en la región, que servía para retratar la voluntad de sus más destacados nativos. Es «tozudo como un tejano» y, en efecto, lo era hasta el límite, pero con una tozudez razonada y consecuente, que le había servido para elevarse de la nada al pináculo del bienestar y de la fortuna.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 40. Guerra en el valle, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

La mañana se mostraba, fría y desapacible. Hoscos grupos de nubes plomizas arrastradas por el aire surgían de la parte del Colorado. Debían de llegar cargadas de arena del desierto de California, al otro lado del río, porque las gruesas gotas de agua que caían esporádicamente producían la sensación de encerrar algo contundente que al golpear en las carnes producía raspazos desagradables. El campo, húmedo y brillante, se dilataba casi terso hasta morir en la orilla del río por la izquierda, en tanto que hacia el Norte se confundía con la comba oscura y plomiza del cielo. Las hojas, ya amarillentas, de los árboles, adquirían un tinte de oro viejo brillante por el agua, y el viento, en sus reboleras jugueteaba con las hojas desprendidas, trazando círculos caprichosos con ellas hasta que, cansado del juego, las dejaba caer arrastrándolas por los cenagosos charcos que la lluvia había formado la noche anterior.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 43. La ruta trágica, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Un agrio chirrido, el chirrido de los ásperos ejes sin engrasar, iba denunciando el lento y perezoso paso de la pesada carreta por la dilatada y herbórea extensión que, como un verde y estático mar, se dilataba hasta perderse de vista. Se trataba de una carreta empírica, tosca, desvencijada, formada de carcomidos tablones reforzados con pegotes de claveteada madera para que conservasen la unidad y no se abriese en pedazos. Era larga y ancha, de altas ruedas macizas con llantas de hierro oxidado y ejes primitivos que jamás habían recibido la caricia de la grasa. Un toldo remendadísimo pardo y ajado por el viento, el sol y la lluvia, formaba un voluminoso arco en torno al piso, sujeto por tres curvadas ballestas que armaban la bóveda. De la parte delantera salía recto y rígido un eje labrado en un tronco de árbol, con una especie de T en el remate, al que iban uncidos dos cansinos bueyes que clavaban con paciencia y trabajo sus anchas pezuñas en la hierba para poder hacer hincapié y arrastrar el pesado bagaje que portaban.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 47. El demonio del oro, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Jo Benton se abrió de piernas para obstruir el paso, metió sus dedos pulgares entre las sisas del chaleco, quizá para mejor mostrar las siniestras culatas de sus negros colts del 45 que pendían amenazadores de su cintura, y mascando la boquilla de su pipa, se quedó mirando fijamente al tipo que tenía delante de él. Se trataba de un hombre joven, quizá no excediese de veintitrés años. Era moreno, de estatura bastante desarrollada a pesar de que el doblaje de sus piernas sobre la silla del caballo parecía disimular un tanto su largura, y aunque sus facciones eran corrientes, sin nada destacable en su totalidad, había algo en él que le daba una personalidad vigorosa, sin que lo pudiese precisar si dimanaba de sus ojos negros con chispitas luminosas en el iris, de su mentón un tanto adelantado, o de la sonrisa irónica y leve que apenas plegaba sus delgados labios.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 49. Río brumoso, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Río Brumoso, no era un caudal de agua tan importante como el que arrastra el Colorado o el Green River, para figurar en los mapas con un rojo trazo indicando su recorrido. Haciéndole un gran honor, se le concedía el nombre de río porque en invierno, cuando las grandes lluvias descendían desde las montañas de la divisoria de Nebraska con Oklahoma, las torrenteras convergían en un profundo corte oscuro y nebuloso y formaban una espesa cinta de agua, que sólo entonces daba al río Brumoso categoría de río. El despeñadero de los «Cóndores» era su verdadero álveo. Allí recogía la poca o mucha linfa que nutría su cauce y lentamente, recorriendo un terreno sinuoso entre barrancos, peñascales y quebradas, se abría paso hasta el llano, para después recorrer pacíficamente unas cuantas millas e ir a fundirse en el Illinois. La única importancia estratégica que como rio poseía, era la de formar una especie de frontera acuática entre Gentry y Siloam Spring, dos pueblos casi limítrofes, a los que les separaba únicamente este modesto rio, no por su cauce, sino porque al deslizarse entre ambos pueblos lo hacía por una profunda cortada, la que sólo se podía salvar mediante un rústico, pero sólido puente tendido con troncos de árboles unidos y entramados, obra de los indígenas de ambos poblados.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 52. Contrabando amarillo, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

La diligencia, procedente de la divisoria de California, se detuvo con un feroz estrépito de ejes mal engrasados y juramentos bien entonados del mayoral. La Casa de Postas se alzaba en un esquinazo de la plaza protegida su entrada por una pequeña marquesina de madera inclinada, que se afianzaba en el vacío por dos recios soportes también de madera. Dewell, el jefe de la Casa de Postas, salió a recibir al pesado vehículo, preguntando: —¿Qué hay, Law? ¿Buen viaje? —No ha sido malo, señor Dewell. Parece que esta vez los salteadores de diligencias tenían mucho que hacer por algún otro lado y ni se molestaron en asomarse al camino para ver lo que traíamos. —Quizá les interesase poco. Los viajes de venida son poco interesantes. Los de regreso a Sacramento tienen más alicientes.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 57. Un hombre de cuerpo entero, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Lennie Randle, con el sombrero en la mano, dejando al descubierto su hermosa cabeza de pelo negro y brillante un poco rizado, su ancho y recio cuello tostado por el sol, y mostrando erguido el busto firme, derecho, bien construido, miraba a Alan Jackson, su patrón, que tras la mesa de su despacho contaba algunos billetes de cinco dólares y le echaba miradas furtivas, como si tratase de leer en sus ojos claros y brillantes algo que le estaba preocupando íntimamente. Jackson era un ranchero de los más destacados de la región de Colorado. Cierto que al morir su padre heredó un rancho bastante aceptable, pero su tesón, su voluntad, su energía y su vista para los negocios, le habían llevado a colocarse a la cabeza de sus compañeros, y su rancho, sus reses, su cuenta corriente con el Banco Ganadero de Denver y su crédito eran algo que se cotizaba muy alto en Colorado.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 60. ¿Quién mató a los Moore?, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

El tribunal había sido improvisado en el amplio almacén de Carl Harrison, casi a la salida del poblado. Era una construcción de madera larga y destartalada, oliendo a heno húmedo y a grano, de paredes deslucidas, con dos amplias puertas en la fachada y unas altas y enrejadas ventanas construidas sabiamente para que nadie pudiese filtrarse por ellas. El almacén era casi un edificio histórico en Stanley, del Estado de Wyoming. Cuando algún acontecimiento de destacada importancia sacudía la calma de los habitantes del poblado y les obligaba a reunirse, el almacén de Carl era el punto obligado para tales reuniones. Lo mismo daba que se tratara de organizar un baile, un mitin para ensalzar las virtudes del candidato a juez o sheriff, o un tribunal popular para llevar a un hombre a la horca. Allí se daban cita las masas y allí se resolvía la diversión, el tema político o la vida y la muerte de un hombre.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 63. En este pueblo de hombres, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Treinta años recién cumplidos, ciento treinta libras de peso, uno setenta de estatura, un cuerpo duro y flexible, dos puños como mazas de acero, un rostro simpático, unos ojos negros y brillantes, una sonrisa atractiva e irónica, diez años de servicio y seis cicatrices bien repartidas por todo el cuerpo, constituían el activo y el pasivo del sargento Kit Montana, de la división K en los Batidores de Texas. Su amplia hoja de servicios podía haber rebasado con exceso las páginas en blanco que le quedaban para justificar con creces un bien merecido ascenso y ya estaría gozándole, si él hubiese mostrado empeño en que fuesen reconocidos sus servicios y si su capitán, el inflexible Bill London, no hubiese mostrado particular empeño en no perder en su división el hombre más útil, activo, arrojado y listo de cuantos servían a sus órdenes. London, con una franqueza brutal, había dicho muchas veces a su subordinado: —Kit, usted posee un terrible vicio que le resta posibilidades para ascender. Es usted demasiado útil en mi división, para que yo le deje marchar de ella. Sé que no obro con usted lealmente oponiéndome a su ascenso, pero si cree que lesiono con ello sus, legítimos intereses, dígamelo con la misma franqueza y le abonaré de mi bolsillo la diferencia de paga. Es cuanto puedo hacer para compensarle.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 67. Los tres Casidy, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Gen Coburn, medio acodado sobre el estaño del mostrado, con los ojos fijos en el vano de la puerta por el que entraba a oleadas la lumbrarada de un sol ardiente propio de Texas en pleno julio, apenas si prestaba oídos a algo que estaba barbotando un individuo de media estatura, cuadrado de cuerpo, estevado de piernas y feo de rostro. Le había echado una mirada de curiosidad cuando entró en la taberna y según su impresión, aquel tipo era el hombre más parecido al mono que había contemplado en sus veintiséis años exuberantes de vida emocionante y andariega. Tenía los ojos redondos y hundidos debajo de una piel rugosa de pobladas cejas, que se unían formando una curva en el centro de la unión. Eran dos ojos pequeños, negros como carbunclos y malignos de luces. Su nariz era ancha y aplastada, los pómulos salientes, la boca hundida hacia dentro y la barbilla saliente. Una cabellera lacia y polvorienta que se escapaba por debajo de su sombrero vaquero, acababa de completar la estampa y Gene se había preguntado qué clase de encantos habría visto su padre en aquel tipo, para sentirse satisfecho de haberle echado al mundo.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 69. El guapo de Anaconda, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Cuando Cherry M. Camerón detuvo su caballo a la puerta de «El cuerno de Oro», aquella taberna grande y espaciosa del poblado ganadero de Anaconda, en el Estado de Montana, no pudo sospechar ni remotamente la extraña aventura de que iba a ser protagonista al dejarse llevar de sus indomables nervios, ni las dramáticas consecuencias que para él iba a tener después aquel acto impulsivo, que como todos los suyos, careció de meditación Debido a que era el atardecer de un sábado, el establecimiento se hallaba concurridísimo. La mayor parte de los clientes, peones de los ranchos de los alrededores del poblado, gozaban del asueto semanal y bebían y discutían con calor, comentando la jornada cotidiana y los acontecimientos más salientes de la semana. A Cherry no le interesaban poco ni mucho los problemas locales. Su estancia en el poblado era accidental. Iba de paso hacia Drumond, donde tenía el proyecto de aceptar trabajo en alguno de los ranchos de aquella localidad, en la que Buttle, su antiguo compañero de equipo, había encontrado un buen empleo y le había animado a trasladarse allí.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 72. Tierra sin ley, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Simón Irish, desde la cima de una pequeña duna, vio cómo el viejo y medio desvencijado carricoche avanzaba lentamente arrastrado por dos esqueléticos caballos. Era un paisaje brusco, entregado a la salvaje naturaleza representada por los mezquites, la salvia, algunos cactus ariscos creciendo a capricho en los trozos de terreno arenoso, mientras el suelo, árido y hosco, se mostraba desigual formando pequeños repechos, baches, sendas retorcidas entre plantas parásitas, algo que por estar abandonado de la mano de Dios y de los hombres, parecía un rincón del mundo a miles de millas de la civilización. Y, sin embargo, no muy lejos de allí, se deslizaba rápido y tortuoso el Nueces, el río clásico de los indeseables, que como una barrera de agua y plantas salvajes en celestinaje con un terreno quebrado, servía de refugio a cuantos, teniendo cuentas pendientes con los rurales, buscaban zonas de relativa seguridad para hurtar sus cuellos a la corbata de cáñamo o a las frías rejas de un presidio.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 78. Ames el peleador, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Ames Dunn aceptó el asiento que ceremoniosamente le había ofrecido George McGuire junto a su mesa y después de sentarse un poco de costado para poder contemplar a su gusto a su interlocutor, estiró las largas y musculosas piernas, calzadas con botas de tacón alto y altos leguis, y luego de aflojarse un poco el cinto, con un movimiento brusco que McGuire no acertó a captar por lo veloz, desenfundó el revólver y lo colocó sobre el tablero de la mesa, diciendo risueño: —¡Ajajá! Ahora espero que podamos discutir razonablemente. McGuire tensionó con violencia todos sus músculos y una oleada de sangre cubrió por un momento su rostro frío y sin expresión, pero el arrebato pasó raudamente e inclinándose estiró la mano y también de modo brusco tomó el revólver que descansaba sobre el fondo de un entreabierto cajón y lo colocó a su lado, diciendo: —Yo también espero que nuestra discusión sea razonable.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 79. Pony Express, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

El joven que espoleaba al caballo conocía perfectamente el terreno y, aunque empezaba a anochecer, sabía que los disparos se los hacían desde lo más alto de los farallones, donde existían las ruinas de lo que fue Pueblo Bonito, una de las reliquias de civilización pretéritas de las varias que conserva Nuevo Méjico. Los disparos continuaban, y cuando estaba llegando a las ruinas de las extrañas viviendas, oyó como el galope seco en una pared que estuviera próxima y segundos después rodaba por el suelo. El caballo había sido alcanzado en el pecho, indicio éste que descubría un segundo enemigo.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 80. Eran dos valientes, de Fidel Prado

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Free era uno de los innumerables poblados del suroeste de Texas que, hasta aquella fecha, habían pasado desapercibidos en el mapa del dilatado Estado Texano. Nada sobresaliente sucedió en él durante el período turbulento en que los indeseables se corrían hacia aquella parte de la región, tratando de burlar a los rurales y quizá hubiese quedado fuera de la historia a no ser por un hecho trivial que debía hacer célebres a dos de sus vecinos. Free estaba situado en el centro de una elipse imperfecta que formaban por el este, el rio Pecos; por el sur, con tendencia a subir al norte, la línea del Sud Pacific y por el norte, inclinándose hacia el sur para unirse a dicha línea, el K.C. M. & O. que subía hasta Waco. Free quedaba aislado en el centro del vano. Carecía de trazado ferroviario, del que le separaban sesenta millas de una línea a otra, y otras tantas del famoso rio de los cuatreros y pistoleros de Texas.


Bolsilibros - Rodeo 1ª época 83. El pueblo de los hombres malos, de Fidel Prado

Aventuras, Novela

Cierto que no podía olvidar la grandiosidad del espectáculo que se desplegó ante él cuando desde los altos y rojizos picachos de la ingente cadena del Gran Cañón, contempló fascinado y con síntomas de vértigo el bermejo río deslizándose, bravo e impetuoso, a cientos de pies de profundidad por gargantas y cañones de una majestad impresionante; pero ahora, al recordarlo un poco alejado de su retina, le parecía que aunque grandioso y apocalíptico, aquello era demasiado frío y estatuó comparado con lo que estaba admirando. Cuando tras mil fatigas consiguió dejar a su espalda la ingente mole del Gran Cañón, para enfocar las reservas indias de Hualpai—terreno seco, amarillo, repelente y agotador— se internó por un terreno llano, verdegueante, salpicado de pequeños y umbrosos bosques y cortado por arroyos cristalinos que parecían reptiles de plata buscando su madriguera en la pradera ubérrima que se dilataba como una inmensa sábana de esmeralda, hasta que la silueta de un ingente monte atrajo su atención y decidió coronarlo sólo por el placer de subir de nuevo muy alto, para después experimentar la sensación agradable de descender de las nubes.