Traducción en verso de la obra de Homero. Unos pocos días antes del último de los diez años que duró el asedio de los aqueos a la ciudad de Troya, proporcionan el marco cronológico a los acontecimientos narrados en la Ilíada, el poema más antiguo de la literatura occidental. Producto de una larga tradición oral, la epopeya, como advierte su autor en el primer verso, relata la historia de las consecuencias de una pasión humana. Aquiles, encolerizado por el ultraje de Agamenón, que como caudillo de la expedición griega le ha arrebatado a Briseida, su parte del botín, decide retirarse del combate. Pero no tardará mucho en volver a él, con furia renovada, a raíz de la muerte de su compañero Patroclo a manos de los troyanos. Alrededor de estos hechos, la Ilíada nos presenta un mundo de ideales heroicos y hazañas guerreras, en el que los dioses poseen un protagonismo y una presencia permanentes.
Claudio Claudiano es el último gran poeta latino de la tradición clásica. Nacido en Alejandría a finales del siglo IV d. C., se trasladó a Italia y pasó a componer en latín. Pronto cosecharía gran éxito como poeta de corte: un poeta profesional y oficial laureado, que hacía panegíricos sobre acontecimientos públicos. Labró su posición con piezas en honor del emperador Honorio y de sus ministros, así como un célebre panegírico del general y regente Estilicón. Cabe mencionar también, en su producción, ataques contra los enemigos de Honorio. Aunque la corte del emperador era cristiana, la poesía de Claudiano está adherida a la antigua religión pagana. No era un pensador político original, ni sus mecenas esperaban que lo fuera, pero sabía elegir bien en el bagaje de la tradición literaria latina aquello que más convenía para realzar cada pasaje. Hace gala de una sentida admiración por el Imperio Romano, expresada con maestría retórica, gran manejo de la oratoria y un empleo excelente del lenguaje tradicional de la épica latina. En sus panegíricos e invectivas abundan las alegorías y las referencias mitológicas. Aportó nuevo vigor a la poesía latina con su propia brillantez y los nuevos planteamientos que llevó del mundo griego.
Claudio Claudiano es el último gran poeta latino de la tradición clásica. Nacido en Alejandría a finales del siglo IV d. C., se trasladó a Italia y pasó a componer en latín. Pronto cosecharía gran éxito como poeta de corte: un poeta profesional y oficial laureado, que hacía panegíricos sobre acontecimientos públicos. Labró su posición con piezas en honor del emperador Honorio y de sus ministros, así como un célebre panegírico del general y regente Estilicón. Cabe mencionar también, en su producción, ataques contra los enemigos de Honorio. Aunque la corte del emperador era cristiana, la poesía de Claudiano está adherida a la antigua religión pagana. No era un pensador político original, ni sus mecenas esperaban que lo fuera, pero sabía elegir bien en el bagaje de la tradición literaria latina aquello que más convenía para realzar cada pasaje. Hace gala de una sentida admiración por el Imperio Romano, expresada con maestría retórica, gran manejo de la oratoria y un empleo excelente del lenguaje tradicional de la épica latina. En sus panegíricos e invectivas abundan las alegorías y las referencias mitológicas. Aportó nuevo vigor a la poesía latina con su propia brillantez y los nuevos planteamientos que llevó del mundo griego.
Este volumen reúne los versos de dos de los tres grandes poetas elegíacos romanos (el otro es Propercio). Catulo (Verona, h. 84-h. 54 a. C.) fue, además, el creador de este género. De familia rica, viajó en su juventud a Roma, donde se introdujo en los círculos literarios de los que darían en llamarse neotéricos o novi poetae («nuevos poetas»), quienes tomaron como modelos no a sus antepasados romanos, sino a Calímaco y a los poetas griegos helenísticos, así como a líricos de siglos anteriores como Safo. Lo poco que sabemos de él es lo que revelan sus poemas, y lo principal de esto es su tempestuosa y apasionada relación con una mujer casada y bien situada, a la que se dirige con el nombre de Lesbia, pero que debió de llamarse Clodia en realidad. Catulo le dedica veinticinco poemas que abarcan todas las variantes del proceso amoroso, con múltiples y extremados altibajos. Estos poemas son los que más se recuerdan de su producción, que también incluye piezas de índole diversa (incidentes de la vida diaria, sátiras, críticas políticas, epitalamios…). Albio Tibulo (h. 55-19 a. C.), al parecer un importante caballero romano, se distinguió también en el cultivo de la poesía elegíaca. Amigo de Horacio y Ovidio, compuso dos libros de elegías, predominantemente amorosas, dedicadas a Delia (pseudónimo de Plania), a un muchacho (Marato) y a una chica (Némesis). Tibulo exaltó el amor romántico y apasionado, así como la bondad de la vida en el campo, y dedicó varios versos a su amistad con el gran político M. Valerio Mesala Corvino (al que probablemente acompañara en varias campañas). Su poesía pone de manifiesto delicadeza de sentimientos, cultura sin ostentación y buen gusto, así como un fino sentido del humor.
Digna exponente de la literatura didáctica latina, la «Astrología» de Manilio trata las materias astronómica y astrológica con postulados estoicos, y aborda desde varios ángulos la relación del hombre con los astros. La didáctica tiene eximios practicantes en la literatura latina: Lucrecio y Virgilio, Cicerón, Columela, Avieno… Las «Astronomica» de Marco Manilio —poeta contemporáneo de Augusto y tal vez de Tiberio— siguen esta línea. En cinco libros, probablemente inacabado, este poema sobre astronomía y astrología data probablemente de alrededor del año 10 d. C. De inspiración estoica —con incidencia en el concepto de «simpatía cósmica»— e influido por «La naturaleza» de Lucrecio, se divide en las siguientes partes: 1) Astronomía: descripción del Cosmos y conjeturas sobre su origen, de las estrellas, los planetas y los cometas; pasa revista a la doctrina de varios filósofos acerca de estos particulares; 2) signos del Zodíaco y conjunciones entre ellos; 3) modalidades de discernir el horóscopo; 4) signos zodiacales e influjo en los destinos humanos y en los lugares geográficos; 5) influencia de los astros en la elección de oficios y en las costumbres y los caracteres. Estrecha fusión de ambos aspectos, astronómico y astrológico, el poema es riguroso en su didactismo, al tiempo que alcanza momentos de intenso lirismo. Aparte de los aspectos astrológicos, que remiten a antiguos tiempos babilónicos, la obra reviste el interés de reflejar las costumbres y preocupaciones del ciudadano romano, sus profesiones y vida corriente, en la culminación de su Imperio.
Apolonio de Rodas (c. 295-215 a. C.), nacido en Alejandría, fue preceptor de la familia real ptolomeica y director de la legendaria Biblioteca de Alejandría. Su obra capital, la «Argonáutica», en cuatro libros, es el único de los numerosos poemas épicos narrativos compuestos al principio del periodo helenístico que nos ha llegado. Se trata de una epopeya protagonizada por Jasón y los argonautas y la historia de su viaje con su barco Argos hasta los límites del mundo conocido, el norte de la Cólquide, la obtención con la ayuda de Medea del Vellocino de oro y el regreso a Tesalia por el Danubio, el Po, el Ródano, el Mediterráneo y el norte de África. Es un viaje heroico por espacios ignotos y pavorosos plagados de extraños monstruos (gigantes, dragones) y seres maravillosos (amazonas, hombres sembrados). El público conocía ya los incidentes de esta historia, por lo que Apolonio pudo concentrarse en aspectos como la geografía, la etnografía, la antropología y la religión comparada. Esta obra épica, compuesta a la manera tradicional —la remisión a Homero es constante y explícita en cuanto a dicción, fraseología y vocabulario—, pero no repetitiva ni imitativa, alcanzó gran fama. Tanta es su riqueza temática y descriptiva que a veces se lee como un manual de paradoxografía (relatos de maravillas), y los estudiosos la tienen por predecesora de la novela romántica tardía.
El poeta hispano Marco Valerio Marcial (Bílbilis [Calatayud], h. 40 d.C.-103/104) viajó a Roma en el 64, donde vivió humildemente durante un tiempo; era pobre y se ganaba la vida con la poesía, por lo que dependía de protectores que no siempre se mostraban generosos, aunque su fortuna fue mejorando con los años y acabó regresando a Bílbilis para pasar sus últimos años en la paz de una granja.Su obra principal son los Epigramas, poemas breves (alrededor de unos mil quinientos) en los que alcanza una concisión expresiva que le ha hecho célebre y retrata, a menudo con espíritu satírico (aunque sin dar nombres reales), los más diversos caracteres romanos contemporáneos: mercenarios, glotones, borrachos, seductores, hipócritas, pero también viudas fieles, amigos leales, poetas inspirados y críticos literarios honestos.Marcial no era virtuoso ni constante: los nueve primeros libros de los Epigramas, aparecidos en época de Domiciano, son aduladores hacia él; en los tres restantes condena al tirano y elogia a los nuevos emperadores, Nerva y Trajano. Si bien no llega a los tonos de amargura violenta de Juvenal, epigramista satírico algo más joven que él, puede ser implacable en su burla. Tanta dureza moral (propia y ajena) queda redimida por la célebre concisión sintética de los epigramas, y por el reflejo testimonial de tantísimos tipos romanos.Tras superar los reparos que la pudibunda de las diversas censuras puso a buena parte de su obra, Marco Valerio Marcial quedó consagrado en la posterioridad como el maestro romano del breve, punzante e ingenioso género del epigrama. Nacido en Bílbilis, en la Celtiberia, en los años 38 o 41 d. C., Marcial debió de llegar a Roma en los tiempos de Nerón, como uno de tantos jóvenes provincianos que allí acudían tratando de hacer la carrera literaria. En Roma vivió por bastantes años en una cierta bohemia, aliviada ocasionalmente por mecenazgos varios, entre ellos el del emperador Domiciano. De ahí que los Epigramas de Marcial sean en muchos casos un interesante testimonio -en general, más desenfadado que tremendista- de la azarosa vida cotidiana de la gente menuda de la Urbe. Marcial nunca olvidó su tierra natal, que evoca en varios de sus poemas; y a ella retornaría para pasar los últimos años de su vida, no sin añoranzas del animado ambiente social y literario de la Roma de sus buenos tiempos.
El poeta hispano Marco Valerio Marcial (Bílbilis [Calatayud], h. 40 d. C.-103/104) viajó a Roma en el 64, donde vivió humildemente durante un tiempo; era pobre y se ganaba la vida con la poesía, por lo que dependía de protectores que no siempre se mostraban generosos, aunque su fortuna fue mejorando con los años y acabó regresando a Bílbilis para pasar sus últimos años en la paz de una granja.Su obra principal son los Epigramas, poemas breves (alrededor de unos mil quinientos) en los que alcanza una concisión expresiva que le ha hecho célebre y retrata, a menudo con espíritu satírico (aunque sin dar nombres reales), los más diversos caracteres romanos contemporáneos: mercenarios, glotones, borrachos, seductores, hipócritas, pero también viudas fieles, amigos leales, poetas inspirados y críticos literarios honestos.Marcial no era virtuoso ni constante: los nueve primeros libros de los Epigramas, aparecidos en época de Domiciano, son aduladores hacia él; en los tres restantes condena al tirano y elogia a los nuevos emperadores, Nerva y Trajano. Si bien no llega a los tonos de amargura violenta de Juvenal, epigramista satírico algo más joven que él, puede ser implacable en su burla. Tanta dureza moral (propia y ajena) queda redimida por la célebre concisión sintética de los epigramas, y por el reflejo testimonial de tantísimos tipos romanos.Tras superar los reparos que la pudibunda de las diversas censuras puso a buena parte de su obra, Marco Valerio Marcial quedó consagrado en la posterioridad como el maestro romano del breve, punzante e ingenioso género del epigrama. Nacido en Bílbilis, en la Celtiberia, en los años 38 o 41 d. C., Marcial debió de llegar a Roma en los tiempos de Nerón, como uno de tantos jóvenes provincianos que allí acudían tratando de hacer la carrera literaria. En Roma vivió por bastantes años en una cierta bohemia, aliviada ocasionalmente por mecenazgos varios, entre ellos el del emperador Domiciano. De ahí que los Epigramas de Marcial sean en muchos casos un interesante testimonio —en general, más desenfadado que tremendista— de la azarosa vida cotidiana de la gente menuda de la Urbe. Marcial nunca olvidó su tierra natal, que evoca en varios de sus poemas; y a ella retornaría para pasar los últimos años de su vida, no sin añoranzas del animado ambiente social y literario de la Roma de sus buenos tiempos.
Gayo Vetio Aquilino Juvenco, poeta hispano y presbítero del siglo IV d. C., es autor del primer poema épico cristiano, «Historia evangélica», una adaptación en verso de la vida de Jesucristo sacada de los evangelios, compuesta en latín, en hexámetros y en cuatro libros. En el primero relata los hechos de Juan el Bautista, el nacimiento de Jesús y sus primeros años; en el segundo y el tercero, los milagros y las parábolas; en el cuarto, la pasión y la resurrección. La obra de Juvenco está fundada sobre todo en Mateo, pero para la infancia de Cristo se fija más en el evangelio de san Lucas. Para el resto también cuenta con los de san Marcos y san Juan, lo que convierte la «Historia evangélica» en la primera armonía de los evangelios del Occidente latino. Al tener que interpretar a veces el sentido de algunos pasajes, hace también obra de exégeta. Y es consciente de la importancia de su empresa, pues en el prefacio escribe: «Si tan larga fama merecieron los poemas que envuelven en mentiras las hazañas de los antepasados, es cierto que a mí me será concedido el honor inmortal de una alabanza eterna por los siglos, ya que mi canto tendrá por objeto, sin posible engaño, las hazañas vivificantes de Cristo, don de Dios a los pueblos». Como muchos otros escritores cristianos de los primeros siglos, Juvenco poseía una sólida formación clásica (en muchos pasajes se percibe a Virgilio, en algunos a Ovidio, Lucano, Lucrecio, Horacio y Estacio), y se sirvió de ésta para transmitir los contenidos de la nueva fe. Pero adapta esta cultura literaria a una sencillez que caracteriza toda la obra, y que responde al espíritu de los Evangelios. Juvenco fue muy leído en la Edad Media, en la que se le dio el título de «Virgilio cristiano». Los manuscritos de su obra principal se multiplicaron, como también las ediciones impresas a fines del siglos XV y XVI. Toda su fama se debe a la «Historia evangélica». San Jerónimo menciona otras obras suyas, alguna sobre el tema de los sacramentos, que no han llegado hasta nosotros.
Quinto Horacio Flaco (65 a. C. – 8 a. C.) es uno de los más relevantes e influyentes autores de la Antigüedad. Hijo de liberto, estudió en Roma y en Atenas, donde entró en contacto con el epicureísmo. Su reflexiva poesía alcanza una extraordinaria perfección formal y plenitud que constituyen la esencia de lo clásico. Las «Odas», consideradas la obra mayor de Horacio, están formadas por cuatro libros que contienen un total de 104 poemas, en los que se reflejan temas (el amor, la fortuna, la amistad, el ocio, la ética ciudadana, la vejez, etc.) y metros líricos griegos, pero que tratan también asuntos genuinamente romanos, como el «Carpe diem» o el «Beatus ille». Sólo una personalidad tan poderosa como la de Horacio es capaz de efectuar una síntesis de la gran poesía anterior (Píndaro, Calímico, sermones y panegíricos griegos, Ennio, Virgilio) sin quedar ahogado y asimilarla en algo propio, que es no sólo el comienzo de la lírica romana, sino su punto culminante. El «Canto secular» es un himno para ser cantado en honor de los dioses, en especial a Apolo, que ensalza a Augusto y a su familia. Completan este volumen los «Épodos», composiciones de juventud en las que el poeta dirige finas y humorísticas invectivas contra personajes y tipos de su entorno.
Quinto Horacio Flaco (65 a. C.-8 a. C.) es uno de los más grandes poetas de la Antigüedad. Hijo de liberto, estudió en Roma y en Atenas, donde entró en contacto con el epicureísmo. Su reflexiva poesía alcanza una perfección formal y una plenitud que constituyen la esencia de lo clásico. Las Sátiras están formadas por dos libros, publicados en los años 35/34 a. C. y 30 a. C. respectivamente, que forman un retrato crítico, a la par que humano, de la sociedad del tiempo de Horacio así como una reflexión sobre el origen, el papel y los límites del género satírico. Quince sátiras de costumbres que apuntan al vicio y la insensatez (sobre el infortunio, la envidia, la avaricia, las pasiones, la superstición o el olvido del justo medio) y tres sátiras literarias que han pervivido a lo largo de la historia y que hacen de su autor uno de los grandes modelos de las modernas literaturas europeas. A diferencia de otras piezas de este género, por ejemplo las de Juvenal (también en Biblioteca Clásica Gredos), las sátiras de Horacio carecen de un tono amargo y agresivo: se caracterizan por su tolerancia y moderación, invitan a contemplar la locura humana sin adoptar una posición de superioridad, y sólo a partir de esta contemplación divertida surgen las ideas morales. Diez años después de su segundo libro de sátiras, Horacio publicó el primero de las Epístolas, que él autor tenía por una prolongación del mismo género, aunque también invitan a considerarlas como una novedad en el panorama de los géneros poéticos. En ellas Horacio se dirige a personas concretas para expresar ideas personales, y se muestra más serio, preocupado básicamente por los temas morales y los principios de la composición poética. De ellos se ocupa especialmente la última y más extensa de las epístolas, la llamada Arte poética, testamento literario del autor, que durante muchos siglos permaneció como norma en la poesía de todos los países de Europa.
Prácticamente nada se sabe de Cayo Valerio Flaco, salvo que a finales del siglo I, en plena Edad de Plata de la literatura latina, reescribió en metro heroico la antiquísima leyenda de los argonautas. La fabulosa travesía de la nave Argo, la busca del vellocino de oro, los funestos amores de Jasón y Medea habían sido objeto de continua reelaboración por parte de numerosos autores griegos y romanos, pero Valerio supo buscar nuevos perfiles a personajes de sobra conocidos, nuevos significados a la historia contada, alterada y enriquecida por sus precursores. No sólo releyó las «Argonáuticas» griegas de Apolonio de Rodas a la luz de la «Eneida» de Virgilio, sino que integró en la gran tradición épica que va de Homero a Lucano la sombría tradición trágica que va de Eurípides a Séneca. El resultado es una deslumbrante epopeya que, por su trabajada complejidad, por su ironía y erudición, delata en cada verso la voluntad de emulación del epígono; un poema que ha sido calificado de clásico o neoclásico, pero también de romántico, barroco, manierista o parnasiano.
Santo, obispo, maestro de gramática y retórica, teólogo y embajador, Magno Félix Ennodio (473/74-521) es uno de los autores latinos más prolíficos y polifacéticos del siglo VI d. C. Oriundo de la Galia, desarrolló su desbordante actividad en torno a la sede de Milán, hasta que en 514 fue nombrado obispo de Pavía, donde murió. Este volumen contiene sus 297 epístolas y los 172 poemas, distribuídos respectivamente en nueve y dos libros. El corpus de las primeras revelan la intensa presencia social del autor, que mantiene correspondencia con eminentes personalidades, tanto del estamento civil como del eclesiástico: los papas Símaco y Hormisdas, los consulares Boecio, Fausto y Avieno. Entre los segundos destacan de una parte los doce himnos con tema sagrado, compuestos de acuerdo con el canon ambrosiano —ocho estrofas de cuatro dímetros yámbicos—, y de otra los 151 epigramas, de metro, longitud y contenido muy variados: desde la descripción de objetos y monumentos, hasta la contemplación de escenas mitológicas. El rasgo más característico de todas estas composiciones es un virtuosismo que revela la maestría del autor en el dominio de los modelos clásicos, sobre todo Virgilio y Ovidio, así como, en menor proporción, Horacio y Lucano.
Es cierto que el amor tiene el efecto secundario de doler. Es cierto también que aún no encontramos en ello un motivo suficiente para cerrarnos por siempre a él. Volvemos a abrirle las puertas por un motivo: Para que nos haga sentir vivos, aunque al final nos deje medio muertos.
Este es un recorrido de poemas y cartas que podría causar que se revienten un par de puntos de tus propias heridas.
(Cuidado con las que creías que ya eran cicatrices).
BIENVENIDA SEA LA HERIDA es una recopilación de poemas en prosa y verso, cartas y micro-poemas, que cuentan, desde diversas perspectivas, las etapas por las que pasa el amor romántico. Algunos de los textos están acompañados de ilustraciones, que, al igual que cada parte de este libro, laten con corazón propio.
Pocos hombres han hecho de la poesía, realmente una forma de vida (no un modus vivendi) con tanta pasión y coraje como lo hizo Ezra Pound. A los quince años ya se había propuesto ser el hombre que más conociera de poesía en el mundo. Todas sus actividades girarán en torno a esta pasión; incluso las erróneas teorías económicas que abrazaría años más tarde, encuentran su raíz en sus convicciones poéticas (prueba de ello es la insistencia con que se refiere a la usura en sus poemas), porque Pound es, ante todo, un poeta, y uno de los más grandes de nuestro siglo.
Jaroslav Seifert recibió el Premio Nobel de Literatura en 1984. Al premiarle se reconocía el valor de su poesía, pero también el hecho de ser el único superviviente de una generación de poetas extraordinaria, única en la historia de su país, que vivió, sufrió y cantó con maestría los acontecimientos del siglo XX. Seifert parte de las vanguardias de los años veinte, se integra en el ‘poetismo’ de influjos dadaístas y cultiva la poesía revolucionaria. A partir de los años treinta su obra se inclina hacia un clasicismo que se remansa y se enraíza en su Praga natal para dar a luz libros de gran belleza que culminaron con «Ser poeta» en 1983. La Academia Sueca, al concederle el Premio Nobel, destacó que «con su poesía, de una sensualidad ardiente y gran riqueza de invención, da una imagen liberadora de una humanidad indomable y diversa».
Calendario es un libro de poesía principalmente enfocada en el amor, en las relaciones y en la ausencia tras la pérdida o la falta de éstas. Desde el enamoramiento hasta el final, Almudena Guzmán explora el romance a través de breves poemas libres de recursos retóricos complicados. En cambio, Calendario recurre a referencias de lo cotidiano-posmoderno, de forma que los poemas se sienten actuales y cercanos. A su vez, Guzmán también hace uso figuras naturales: árboles, flores, lluvia, por lo que también se percibe un ambiente de remanso. En conjunto, el resultado es bello y candoroso. Calendario es un libro corto, ideal para enamorados y desenamorados, para quienes quieren leer algo hermoso, pero ligero; y para quienes no tienen mucha experiencia en la lectura de poesía, pero buscan acercarse.
El libro de poemas como cuaderno de viaje, como evocación y descripción de grandes escenarios de la cultura europea, como reunión de los lugares de memoria y del arte, como itinerario que es también una lectura en curso, recorrido que es también búsqueda. «Calmas de enero» tiene mucho de eso, y en pos de la herencia de la cultura europea es también el dietario de los instantes en que el paisaje se funde con la memoria sentimental del poeta, con poemas suntuosos y otros íntimos, de versos amplios y otros breves y certeros. Tal vez la obra más aquilatada y fascinante de un escritor nómada.
La estancia de Antonio Machado en Soria y el contacto diario con la tierra, paisaje y alma castellanos, contagiaron al poeta de su hondura esencial hasta lograr una identificación y un eco en su interioridad lírica. «Campos de Castilla», su libro capital, representa la expresión de esta andadura. A la exposición de lo temporal, de lo objetivo y de lo efímero —la poesía es palabra en el tiempo—, Antonio Machado comunica su preocupación filosófica y su meditación en torno al destino de España.
El Cancionero se compone de 366 fragmentos (317 sonetos, 29 canciones, 9 sextinas, 7 baladas y 4 madrigales) tradicionalmente divididos en dos partes: las rimas en vida de Madonna Laura y las rimas tras la muerte de Madonna Laura. Esta división, no obstante, se debe a los editores de la obra y no al propio Petrarca y está sugerida tanto por el contenido como por el hecho de que en el manuscrito definitivo hay varias hojas en blanco entre la composición CCLXIII y la CCLXIV. A lo largo del Cancionero, Petrarca va componiendo los tópicos de la poesía amorosa que en ocasiones vierte con especial acierto. Especialmente célebre es el fragmento XXXV en que desarrolla el tópico del amante que, fugitivo, huye de todo y sólo es incapaz de esquivar su propio amor. Las composiciones amorosas de la primera parte abundan mucho en la belleza (vaga belleza) de la amada, en que reside la elevación espiritual y trascendencia del amor de Petrarca. Hay, por ejemplo, tres canciones (las denominadas Tres Hermanas) dedicadas exclusivamente a la alabanza de los ojos (bellos) de Laura. Léase, por ejemplo, el fragmento LXXII En la segunda parte de la obra, ante la desolación por la muerte de Laura, Petrarca obra en ella un proceso de beatrización que en sueños o en la imaginación lo consuela y le promete la unión eterna en el cielo. Así en la rima CCCII.