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Bolsilibros - Servicio Secreto 288. Ronda de ladrones, de Cliff Bradley

Novela, Policial

Pierre Vallon se plantó sobre sus largas piernas y se quedó contemplando la escena con el máximo interés. Diez largos años de ausencia recorriendo todos los caminos del mundo no le había quitado totalmente el recuerdo del paisaje donde había transcurrido su niñez, y ahora se regodeaba contemplándolo, casi con el mismo sentimiento del que recobra un juguete perdido...


Bolsilibros - Servicio Secreto 293. Noche de angustia, de Alar Benet

Novela, Policial

Todas las fuerzas de seguridad de Filadelfia fueron movilizadas. Numerosos coches oficiales circulaban por las amplias calles, casi desiertas pese a no haber anochecido aún. Las zonas próximas a los ríos Delaware y Schuylkill, entre los que se alza la ciudad, estaban siendo evacuadas ante la certeza del desbordamiento de ambos cursos de agua. Un clima de angustia, habíase creado con las advertencias lanzadas por prensa, radio y televisión. El cielo, gris plomizo, oscurecíase más y más y un viento fuerte anunciaba a los vecinos de la gran población, denominada popularmente «Ciudad de las Viviendas», que las predicciones meteorológicas eran ciertas, que no se trataba de una falsa alarma.


Bolsilibros - Servicio Secreto 302. Pupila azul, de Clark Carrados

Novela, Policial

La habitación era subterránea, semejando un inmenso bunker de cemento y acero, y estaba llena de personas, hombres en su mayoría; y a excepción de unos cuantos, todos iban vestidos de uniforme, con distintivos que señalaban las diferencias de graduación de cada uno de ellos. Pero, a pesar del elevado número de seres que había en aquel subterráneo, el silencio era casi absoluto, ya que las conversaciones, escasas, se desarrollaban en voz muy baja.


Bolsilibros - Servicio Secreto 320. El fiscal tiene miedo, de Clark Carrados

Novela, Policial

El ascensor se detuvo y cuando la puerta se deslizó a un lado, cuatro hombres salieron al amplio corredor, brillantemente iluminado. Titubearon un segundo y luego se dirigieron a una puerta situada unos metros más adelante. 
Los cuatro hombres llevaban abrigo y sus ojos estaban velados por la inclinada ala del sombrero. Había uno que parecía ser el que, sin hablar, sólo por gestos, dirigía a los demás, con plena aquiescencia por parte de éstos.


Bolsilibros - Servicio Secreto 324. El expediente B-25, de J. Dixon

Novela, Policial

JOE GALENTO avanzaba con parsimonia por las obscuras callejuelas del barrio portuario. Los faroles de luz amarillenta recortaban su alta silueta hercúlea. De vez en cuando, alguien le decía, con cierta premura: —Ciao, Joe. Galento hinchaba el tórax poderoso, satisfecho de su popularidad. Otras veces era él mismo quien advertía: —Adiós, Chuck.


Bolsilibros - Servicio Secreto 325. Gesta de audaces, de Alf Regaldie

Aventuras, Novela

Roberto Casey, «Bob», como le llamaban sus amistades, era, ante todo por vocación, una tecnomaníaco, un verdadero genio de la radio. Pero su naturaleza de luchador, de aventurero, que de todo tenía el joven teniente, le había llevado desde un cómodo puesto en Londres, a su actual destino, nada cómodo, pero donde podía dar rienda suelta a sus inquietudes, a su temperamento, a su carácter un tanto soñador y violento.


Bolsilibros - Servicio Secreto 326. Flores en tu funeral, de Donald Curtis

Novela, Policial

Era una rubia impresionante, de esas que uno sigue por la calle durante un largo trecho, tratando en vano de romper el hielo con galanterías, las más de las veces trasnochadas. 
Pero Mark Graham no la seguía por esas razones, ni su seguimiento se limitaba a un trecho, ni siquiera a una calle. Mark cobraba por hacer aquello, y aunque cualquiera hubiese meditado que obtener dinero por tan grata tarea era una bendición del cielo, a Mark se le llevaban todos los diablos por tener que continuar tras el paso cimbreante y rápido de aquella blonda sensacional.


Bolsilibros - Servicio Secreto 333. Blanco para morir, de Donald Curtis

Novela, Policial

Doris abrió los ojos. 
Era la primera vez que lo hacía, en mucho tiempo. Ella no sabía exactamente cuánto. En realidad, no sabía nada de nada desde el momento en que sucedió aquello. Era un espacio nulo de su mente. 
Ahora, al alzar los párpados y serle heridas las pupilas por aquel fuerte resplandor, se vio obligada a cerrarlos de nuevo y esperar unos instantes, dejando que la sensación de luz brillante se filtrase a través de la piel, hasta habituarla a la misma. 
Cuando volvió a alzar las pestañas y miró en derredor, su mirada había adquirido algo más de firmeza, y pudo permanecer sin ocultarla casi tres segundos. Porque en el acto volvió a sumirse en la benéfica sombra, huyendo insistentemente de la claridad.


Bolsilibros - Servicio Secreto 356. «Rock and roll», de J. Dixon

Novela, Policial

Emma contempló con asombro la expresión de aquel hombre. No parecía lógica en una sala de baile donde todo el mundo se estaba divirtiendo de aquel modo. Acodado en el mostrador, examinaba a la multitud con los ojos bien abiertos, mientras sus facciones se contraían en un gesto doloroso. De él emanaba un aire de cansancio indecible y de abandono, como el de un niño perdido en el bosque. La música tronaba los ámbitos con los compases del «rock and roll», un cantante se contorsionaba en el estrado ante la orquesta y las parejas evolucionaban como presas de una histeria colectiva. Los que no bailaban, seguían el compás de la música como si no pudieran contener los miembros y los nervios.


Bolsilibros - Servicio Secreto 365. Veinte dólares de tiempo, de Alan Carson

Novela, Policial

Contemplándose en el espejo, Stanley Mac Coy hizo un vago gesto de ironía. Estaba muy pálido y tenía grandes ojeras. Sentía náuseas. Abrió el grifo del agua fría y mantuvo las manos durante un rato dentro del lavabo, dejando que el agua cayera con fuerza sobre sus muñecas. Luego se alisó un poco el cabello, dio media vuelta y salió con paso vacilante.


Bolsilibros - Servicio Secreto 366. Trágica intriga, de Alf Regaldie

Novela, Policial

Los pasos de Marck Ray al subir las escaleras, daban una sensación de pesadez, de cansancio; carecían de la agilidad normal en el joven agente, quien, al llegar al rellano correspondiente a la puerta del departamento que compartía con Patrick Hillton, se pasó la mano por la frente, cual si con aquel ademán pudiese librarse del agotamiento que sentía.


Bolsilibros - Servicio Secreto 371. Matando con música, de Donald Curtis

Novela, Policial

Cuando Mike Doyle descendió la escalerilla del avión, en el aeropuerto de Londres, no podía imaginarse que aquel sencillo modo de pisar tierra británica iba a ser el prólogo de todo lo que vendría después. Nada de lo que esperaba, por supuesto, ni nada de lo que a Inglaterra había ido a hacer.


Bolsilibros - Servicio Secreto 373. La gente implacable, de Cliff Bradley

Novela, Policial

La lluvia estaba batiendo fuerte contra los edificios, y las grandes olas chocaban con violencia contra el muelle, levantando oleadas de espuma y abalanzándose sobre la tierra cual un ejército implacable y devastador. El cielo era una masa de bruma gris por la que aullaban los demonios del viento. No se distinguía un alma ni en las calles ni en los campos, donde se tronchaban los árboles con ruidosos chasquidos, como si fueran simples cañas abatidas por el huracán.


Bolsilibros - Servicio Secreto 376. Edición en rojo, de Donald Curtis

Novela, Policial

Hollywood podía ser lo más parecido a una ciénaga. El mundo entero podía serlo alrededor de uno, cuando ese uno ha caído tanto como había caído Pat Gilbert. 
Se pueden hacer muchas cosas para vivir, se puede ir bajando peldaño a peldaño, siempre aumentando las concesiones a la inmoralidad y la degeneración, pero todo tiene su límite. En otro caso, se dejaría de ser humano. Y Pat Gilbert, bajo su capa de hombre hundido, capaz de todo lo malo y de todo lo indigno, seguía siendo un ser humano, por mucho que algunos lo dudasen.


Bolsilibros - Servicio Secreto 383. Misión en los trópicos, de Donald Curtis

Aventuras, Intriga, Policial, Novela

Frank Ellery, coninstrucciones concretas para ponerse en contacto con el agente federal RushSanders, en Nueva York, emprendió el vuelo desde la capital hacia la ciudad delos rascacielos. Parecía ser que lapoderosa y compleja maquinaria del «Federal Bureau» se había puesto enfuncionamiento alrededor de la personalidad extraña de una mujer rubia quenadie sabía quién era o de dónde procedía, pero cuya presencia en el paísconstituía, ante su solo anuncio, un inminente peligro contra algún engranajede su seguridad interna.


Bolsilibros - Servicio Secreto 384. La contraseña, de F. P. Duke

Novela, Intriga, Policial

El agente Alexander Reagan abandonó las oficinas del F. B. I., sin nada importante de qué ocuparse. AL parecer las cosas marchaban bastante tranquilas y su jefe no le había encargado nada que realizar. Eran las diez de la mañana, el día se presentaba soleado y primaveral, y Reagan se encaminó a una de las droguerías de Broadway donde, sentado ante una mesa, pidió un whisky. Al llevar la mano al bolsillo en busca de la pitillera, recordó que había guardado en él un diario del día anterior. Había encontrado en sus páginas algo digno de ser estudiado con calma y ningún momento más adecuado.


Bolsilibros - Servicio Secreto 388. El cheque falsificado, de F. P. Duke

Novela, Intriga, Policial

Aquella mañana el Inspector Jefe de Scotland Yard se encontraba muy preocupado con cierta información que su inspector preferido, Joe Graven, acababa de entregarle. El joven Henry Jenkins, hijo de uno de los más prestigiosos magistrados de Inglaterra, se había suicidado en una avenida solitaria de Hayde Park, administrándose dos onzas de plomo en la sien derecha. Por los informes que el inspector Graven pudo recoger, el asunto era muy espinoso y tenía cierta conexión con otros dos suicidios de jóvenes aristócratas, ocurridos con un intervalo de pocos meses.


Bolsilibros - Servicio Secreto 392. ¡Bésame, muerte!, de Donald Curtis

Intriga, Policial, Novela

Tenía las manosrígidas, agarrotadas, colgando por los lados del lecho, como si hubiera queridoasirse a las dos pequeñas alfombras. Shelby entró en la habitación lentamente,en un estupor silencioso y aturdido, hasta inclinarse y rozar con sus dedos lasmanos del infeliz. Estaban aún calientes, sin el «rigormortis» de un cuerpo que lleve varias horas carente de vida. Se irguió,pensativo, volviéndose hacia la ventana entreabierta del dormitorio. Entoncesla vio a ella. Era la rubia del cuadro de los velos, y si llevaba algo encimade la parte del cuerpo que se veía sobre el alféizar de la ventana, no eramucho más espeso que el velo del cuadro. Estaba allí,mirándole con ojos de profundo terror, como si colgara del vacío, junto a lafachada del edificio, asomándose entre las cortinillas agitadas por el frío airematinal.


Bolsilibros - Servicio Secreto 403. Los insobornables, de Alf Regaldie

Intriga, Policial, Novela

Resultaba impresionante el silencio que reinaba a semejantes horas en aquel barrio residencial de Túnez «La Blanca», la hermosa capital norteafricana, de inconfundible aspecto por su encalado caserío deslumbrante de blancura y por sus numerosas mezquitas de esbeltos almilares.Pero a Dick Matews no le impresionaba aquello en absoluto y ni siquiera se fijaba en ello. Sus sentidos estaban pendientes de una lujosa mansión rodeada de frondoso jardín y en la cual le había parecido ver moverse siluetas que calificó de misteriosas.


Bolsilibros - Servicio Secreto 409. Siniestra espiral, de Donald Curtis

Novela, Policial

Irguió sus seis pies de estatura, enfundados en el « tweed » arrugado y fuera de moda, y estiró la mano hacia un gabán de color gris azulado, tan rugoso y descuidado como el traje. De haber vestido bien, Wade hubiera parecido un galán de cine, y él lo sabía. En principio, porque había vestido así en ciertas ocasiones dichosas, cuando aún no había cometido el estúpido error de casarse con Paula Hickey, taquimecanógrafa de un cliente importante en aquellas fechas. Después porque Wade era sincero incluso consigo mismo, y sabía reconocerse virtudes y defectos. Los defectos eran tantos que valía la pena no mencionarlos. Y las virtudes le parecían superfluas en una profesión como la suya.