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Bolsilibros - Punto Rojo 104. Están bajo una losa, de Clark Carrados

Policial, Novela

Son las siete de la mañana. Según mi inveterada costumbre de muchos años, me despierto con puntualidad cronométrica, sin la molesta ayuda del rechinante timbre del despertador, adminículo para muchos tan necesario como el cepillo de dientes o la afeitadora eléctrica. Afortunadamente, yo he conseguido prescindir de ese aparato y, les aseguro, sólo en muy contadas ocasiones suelo fallar. Mi sueño ha sido sólido y compacto, como de costumbre. Apagué la luz a las once en punto, después de haber leído una adormecedora novela policíaca. Las ocho horas siguientes han transcurrido lo que literalmente se dice, de un solo tirón. Me siento ágil y fresco, completamente descansado y dispuesto a empezar la tarea del nuevo día.


Bolsilibros - Punto Rojo 106. Cuando el pasado vuelve, de Burton Hare

Novela, Policial

Era uno de esos días bochornosos y húmedos en que uno se pregunta la razón por la cual, en lugar de estarse tumbado en la playa, se encierra en la oficina en espera de algo tan hipotético como un cliente. Me había quitado la chaqueta, que colgaba del perchero como una bandera vencida, y sin embargo, el sudor seguía deslizándose a lo largo de mi espalda. Era un cosquilleo que no me gustaba en absoluto. Aflojé el nudo de la corbata, pero eso no me alivió en nada.


Bolsilibros - Punto Rojo 108. No me apuñales, preciosa, de Clark Carrados

Novela, Policial

UNO de ellos parecía una montaña de carne. A su lado, el mismo Farrar hubiera parecido un pigmeo. En cambio, su inteligencia parecía ser poco menos que nula, al menos, si se juzga por la expresión de estupidez de su rostro. Pero en cambio, parecía ser capaz de hundir el cráneo de una persona de un solo puñetazo. Los otros dos eran de apariencia más normal. Uno tenía, aproximadamente mi complexión, pero sus labios ofrecían la expresión de una serpiente disponiéndose a engullir un hipnotizado pajarillo. El tercer miembro del equipo era, en fin, un sujeto menudo aunque no esmirriado, de ojos negros y profundos, con el párpado izquierdo caído. Tenía una mano, la derecha, metida en el bolsillo de la chaqueta pero como no le vi un bulto excesivo, deduje que en lugar de la culata de una pistola, estaba acariciando el mango de una navaja de resorte.


Bolsilibros - Punto Rojo 109. Garras en la niebla, de Burton Hare

Policial, Novela

Está sentada delante de mí. Es una mujer que tiene todo lo que en Hollywood se precisa para llegar a la cumbre, y lo tiene en abundancia. Incluso su rostro es una perfección de rasgos ardientes, pero no exentos de esa ingenuidad que nos hace desear intimar mucho más con ella, tal vez para que deje de ser ingenua. Sus grandes ojos están fijos en mí, anhelantes, casi suplicantes. Pero yo no veo qué puedo hacer para ayudarla. Lo que pretende es una locura en todos los aspectos. —Sin embargo— digo suavemente —lo condenaron… —Sí, pero… La interrumpo, tal vez demasiado abruptamente: —No comprendo qué es exactamente lo que espera usted conseguir con esto. Un juez y doce jurados hallaron que John Henderson era culpable, y le condenaron a muerte. Para usted, que es su novia y lo ama, es un duro golpe, mas a pesar de esto considero una locura tratar de demostrar a estas alturas que su John Henderson es inocente…


Bolsilibros - Punto Rojo 112. La escultura de la muerte, de Burton Hare

Novela, Policial

Víctor Bencher, uno de los «afortunados», se limitó a beber en silencio una copa casi llena de coñac. Sus vidriosos ojillos se pasearon por el grupo con expresión de disgusto y acabaron por detenerse sobre el propietario del estudio, Charles Delfosse. Víctor estaba borracho, aunque este hecho no sorprendía a nadie ya que era su estado habitual. El otro «afortunado» Louis Deschamps, no había brindado. Realmente, su expresión era de reproche ante la alegría desatada del grupo.


Bolsilibros - Punto Rojo 114. Asesinato en la frontera (3ª Ed.), de Bruno Shalter

Policial, Novela

Dos muchachas sentadas en el bar del «Salón Azteca» interrumpieron su conversación cuando entró, y le siguieron con la vista a medida que fue avanzando lentamente por detrás de los escabeles hasta la puerta de la sala. Llevaba las manos en los bolsillos. Al llegar a la puerta se detuvo y paseó por la sala una mirada circular. En el estrado, la orquesta desarrollaba, sobre el batir pegajoso del bongo, una melodía lenta y sensual. No había mucha gente: turistas norteamericanos en su mayoría y los habituales. Una docena de parejas se balanceaban en la pista. La luz se concentraba encima de los músicos, dejando el resto en una semiobscuridad que hacía destacar, por contraste, los rotulillos rojos de las salidas de emergencia y el verde de la entrada a los lavabos. A ambos lados de la sala estaban los palcos, recogidas simétricamente en todos las cortinillas de su ventana rectangular. Sobre el antepecho de uno se apoyaba un brazo desnudo de mujer, cuya propietaria quedaba en la sombra. En otro se avivaba a intervalos la brasa de un cigarrillo. Los turistas charlaban en las mesas, altos y rubios, desgarbados como peleles junto a la gracia lánguida de los camareros mejicanos.


Bolsilibros - Punto Rojo 115. La huérfana y el villano, de Clark Carrados

Policial, Novela

Era menudo, ratonil, de maneras suaves y pelo blanco todavía más suave, como el de un gato de Angora. Tenía un nombre «blando», Horacio Lind, pero no parecía un tonto, ni mucho menos; las dos bolitas azules que eran sus perspicaces pupilas desmentían cualquier insinuación relativa a su posible deficiencia mental. —El asunto es el siguiente, míster Tootis —me dijo, entrecruzando los dedos de las manos con gesto beatífico—: Hace veintidós años, nació una niña a la cual se le impusieron los nombres de Aurelia Jennifer Mary Eppelt. Su madre murió de sobreparto. »El padre de Aurelia quería mucho a su mujer y el golpe recibido fue todo lo duro que usted puede suponerse, míster Tootis. También quería a su hija, pero no podía atenderla por la índole de su trabajo, así que la confió a una institución benéfica, reconocida generalmente por los excelentes cuidados que prodigaba a sus internas, quienes llevaban allí una vida totalmente distinta de la que la mala literatura nos ha enseñado se da a las pobres huérfanas en establecimientos similares. Aquella institución sigue funcionando todavía; es el Orfanato Mac Bridge.


Bolsilibros - Punto Rojo 117. La muerte trabaja en Miami, de Burton Hare

Policial, Novela

Todo el mundo sabe que los clientes que acuden al despacho de un detective privado constituyen una curiosa mezcla en todos los aspectos. Tan curiosa como los asuntos que vienen a proponer. Cada uno de esos clientes representa para el investigador, desde el punto de vista de éste, en primer lugar un ingreso monetario, aspecto casi siempre principal del asunto. En segundo lugar, una probable fuente de emoción, y, por último, una sucesión de riesgos y peligros, aunque esto no sucede tantas veces como los mismos investigadores se empeñan en hacer creer, para ganar publicidad. Pero, por encima de todo esto; de los clientes, de los problemas, de los riesgos e ingresos económicos, hay un factor principal para poner en marcha todos los demás: Que el cliente acuda. Si el cliente no acude a uno, sencillamente; no sucede nada. Puede uno pasarse días enteros, semanas e incluso meses calentando el asiento del sillón de su despacho, fumando cigarrillos y leyendo periódicos, mientras la pequeña máquina de calcular del cerebro baraja cifras en un vano intento de calcular las reservas que quedan en la anémica cuenta corriente. Nunca se acierta. Siempre queda menos de lo que uno imagina.


Bolsilibros - Punto Rojo 120. El ángel negro, de Clark Carrados

Policial, Novela

A los veintiséis años, la vida es de uno. Con un poco de optimismo, se es capaz de pensar en conquistar el mundo en dos patadas. Es la mejor edad. La vida sonríe y el mundo es ancho. Lo suficientemente ancho para que en él quepan dos personas: mi flamante esposa y yo. No importa que el sueldo sea un tanto corto, que el apartamiento en que vivimos sea pequeño, que tengamos la mitad de las cosas compradas a plazos y que nos falten la otra mitad de las que necesitarnos para terminar de establecer un hogar cómodo y acogedor. Se tienen veintiséis años, una esposa linda y amante… ¡y viva la vida! El cielo es más azul, las nubes más blancas, las flores de más vivos colores, las personas que nos rodean más amables y simpáticas… Vivir es la mayor delicia que uno puede imaginarse. Nos falta el coche, pero ya llegará. Uno está harto de ver películas en que indefectiblemente, el protagonista, toma el coche para llegarse a la esquina más próxima y comprarse un paquete de tabaco, pero, aunque cuando hay mucho de verdad en esa imagen estereotipada que el cine y la TV se han encargado de difundir de nosotros, los norteamericanos, también es cierto que hay muchísimas, pero muchísimas compañías de transportes urbanos, dedicadas a llevar de un lado para otro a los ciudadanos de Yanquilandia que todavía no poseen su correspondiente automóvil.


Bolsilibros - Punto Rojo 122. Vacaciones de sangre, de Burton Hare

Policial, Novela

El enorme avión militar enfiló la pista y aterrizó con alguna brusquedad. Después rodó suavemente, y cuando se detuvo y los motores enmudecieron, dentro de mi cráneo siguieron zumbando durante unos segundos más. Mis piernas acusaron el esfuerzo al dirigirme a la puerta de salida. Llevaba demasiadas horas metido allí dentro y todos los huesos me dolían como si tuviera reuma. Quien haya saltado el Océano Atlántico a bordo de un transporte del ejército ya sabrá a qué me refiero. Cuando puse los pies en el suelo me pareció que éste oscilaba. Luego se aquietó. Llegó un «jeep» a toda marcha, frenó y un teniente saltó al suelo, mientras el soldado que lo conducía daba la vuelta al cacharro y lo acercaba después a la portezuela del avión. El teniente se plantó ante mí, saludó militarmente y preguntó: —¿Capitán Osborn?


Bolsilibros - Punto Rojo 124. La muerte llegó invitada, de Alf Regaldie

Policial, Novela

Elliot Parker, joven ingeniero e inventor, se sabía casi de memoria la carta que el abogado Harry Benson le había dirigido. Cerca ya de la casa del abogado, a cuyo despacho había sido citado, Parker dijo para sí: —Resulta inconcebible. No termino de creerlo… A la mente del joven acudió una vez más la idea de que el abogado podía haberle tendido una trampa. Benson reconocía en su carta que Elliot Parker era el único inventor de un mecanismo que mejoraba el rendimiento de los tractores a los cuales proporcionaba además una mayor seguridad. El invento tenía por otra parte, importancia bélica, puesto que se podía aplicar también a los tanques, a los que, aparte proporcionarles una mayor seguridad y reducir al mínimo el porcentaje de averías, les daba una mayor velocidad de desplazamiento.


Bolsilibros - Punto Rojo 126. Alas asesinas, de Cliff Bradley

Novela, Policial

El teniente Tom Halloran, de la Infantería de Marina estadounidense, cruzó la llamada Puerta de las Once Mil Lunas. A sus espaldas, en su ciudad nativa, bullía la China... Era la víspera de Año Nuevo y al día siguiente habría de comenzar el Año del Cerdo, Por eso la alegre y alocada confusión de las festividades había ya comenzado en Shanghái entre la enorme y maloliente población nativa y un ensordecedor estruendo llegaba desde esta al tranquilo barrio de las Legaciones.


Bolsilibros - Punto Rojo 130. El heredero de oro, de Clark Carrados

Novela, Policial

El muy canalla tenía una pistola en la mano. 
Y lo malo no es que tuviese la pistola, sino que llegase a usarla; y, bien mirado, tampoco era tan malo que la usase, sino el nuevo género de carga que el condenado bergante empleó contra Farley Chayn. 
Pero no nos adelantemos y describamos las cosas tal como fueron, por orden; es decir, desde el principio… que empezó cuando Chayn la vio a ella por primera vez.


Bolsilibros - Punto Rojo 133. El azar vengador, de Cliff Bradley

Policial, Novela

Ashton Grove es una pequeña calle de residencias de la clase media en el extremo sur de Londres y un remanso pacífico donde apenas llegan los ruidos del incesante tráfico de Chelsey Road. Preston detuvo su coche —era uno de los pocos miembros del Cuerpo de Policía que poseía un «Talbot» último modelo— apenas rebasada la esquina y fue andando hasta el número once, una casita de un piso con un pequeño y bien cuidado jardín delantero. La puerta del mismo estaba abierta y avanzó por el enarenado sendero hasta la casa. Una mujer de media edad y cara de pocos amigos le abrió secándose las manos. —No se moleste en ofrecer nada. No tenemos necesidad de ninguna cosa y… —Perdone, señora, pero no vengo a vender aspiradores ni neveras eléctricas. Tampoco soy un empleado del Censo ni el recaudador de contribuciones. Sólo deseo hablar con la señora Cheyney. ¿Está en casa?


Bolsilibros - Punto Rojo 134. ¡Camina, fantasma!, de Clark Carrados

Policial, Novela

Daphne Mac Gyll estaba muy preocupada. Su lindo rostro aparecía cubierto de sombras. Tenía un libro delante de sí, pero sus ojos contemplaban sin ver las páginas impresas. Su mente estaba muy alejada del lugar en que se hallaba. Daphne Mac Gyll era una atractiva muchacha de cabellos castaños, ojos grises y esbelta figura, de unos veintitrés años de edad, que estaba terminando sus estudios para obtener el grado de licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Edimburgo.


Bolsilibros - Punto Rojo 139. La posada del diablo, de Clark Carrados

Novela, Policial

El hombre entró precipitadamente en la habitación donde otros dos jugaban aburridamente a las cartas y exclamó: —¡Marsh, ya lo he encontrado! Los dos jugadores miraron al recién llegado con notable interés. —¿Dónde está, Mike? —preguntó Marsh Roy, un sujeto cuarentón, de rostro abultado y señalado por media docena de cicatrices, pelo que ya clareaba y ojos duros.


Bolsilibros - Punto Rojo 140. Cuando la muerte nos visita, de Burton Hare

Policial, Novela

Miré el gran reloj eléctrico y comprobé que faltaban apenas dos minutos para la liberación. Al otro lado de las sólidas rejas, a pocos pasos de distancia de mi lugar de trabajo, la gente se apresuraba como si también a ellos les hubiera ganado la fiebre de los últimos instantes de encierro. Bajé la mirada y acabé de contar la última montaña de billetes que empujé a un lado después de efectuar las anotaciones correspondientes. A mi lado, el cajero jefe entregó una buena suma a míster Palmer, un gran cliente del Banco, y éste se alejó sin contar previamente los billetes. Como siempre que lo veía, me pregunté si los contaría una vez fuera. No me parecía precisamente uno de esos hombres confiados y felices.


Bolsilibros - Punto Rojo 142. Crímenes imperfectos, de Burton Hare

Novela, Policial

El hombre pesaría poco más o menos como un tanque de asalto, era bajo y sus tres papadas oscilaban como si fueran a caerle de un momento a otro. La impresión general que producía era que, al menor descuido, caería al suelo y saldría rodando como una pelota. Cuando se hundió materialmente en la butaca destinada a los visitantes produjo el efecto de que se fundía en ella, como si mueble y cuerpo formaran una unidad. Sus ojillos astutos y brillantes se quedaron clavados en mí con inquietud, sabiendo por adelantado que las noticias no iban a ser buenas precisamente.


Bolsilibros - Punto Rojo 144. Fórmula para matar, de Clark Carrados

Novela, Policial

La muchacha avanzaba con paso rápido y nervioso a través del largo corredor, poblado de gente que iba y venía a sus quehaceres. Era alta, esbelta, de líneas finas, pero compactas, y vestía con sencillez, que aumentaba más todavía la elegancia de su atavío. En la mano derecha llevaba un gran bolso de cuero marrón, imitación de cocodrilo, cuyas asas sujetaba con fuerza, como temerosa de que fueran a quitárselo en cualquier momento.


Bolsilibros - Punto Rojo 146. Tres días en blanco, de Alar Benet

Novela, Policial

Lou Witman cerró el libro de contabilidad. Su expresión era de cansancio. De asco también. Reconstruir la marcha de un negocio en quiebra partiendo de cinco años atrás, a veces sin los datos necesarios, resultaba arduo. Cuando aceptó el encargo de su jefe, el viejo Reginald Overton, no suponía que aquello pudiera ser tan largo. La idea de trabajar solo, sin horas fijas, en el antiguo departamento comercial de la firma que investigaba, le pareció admirable. Así dedicaría más tiempo a sus estudios, sin sujetarse al rígido horario del Banco, sin tener que soportar a los apoderados, perdiendo de vista a su jefe inmediato, el envidioso Percy Herbert.