Menú



Buscar





Bolsilibros: Selección terror 112. El escultor de la muerte, de Clark Carrados

Novela, Terror

De repente le pareció que no estaba solo en la cama.
Además, había en la estancia un olor extraño, como de algo mohoso, una especie de hedor no demasiado pronunciado, aunque lo suficientemente desagradable para arrugar la nariz.
Dodd volvió la cabeza.
Inmediatamente, se puso a temblar.
Reconoció el peinador de tules blancos. Pero la prenda cubría ahora lo que parecía una momia.
¿O sólo era un esqueleto descarnado, con algunos trozos de piel en su estructura?
Al menos, la parte anterior de la calavera asomaba con su macabra mueca de burla, completamente limpia de carne. El pelo tenía ahora un repugnante color pajizo y en algunos trozos del cráneo faltaban enormes mechones.
Las manos que tanto le habían acariciado eran sólo un conjunto de blancos huesos. Asomaban algunas costillas por los costados de una piel cenicienta que parecía caerse a pedazos.


Bolsilibros: Selección terror 113. La maldición del vampiro plateado, de Curtis Garland

Novela, Terror

Allí lo tenía al fin.
Ante él. Tendido, como dormido apaciblemente. Lívido, de un amarillo céreo. Con regueros de sangre seca en las comisuras de sus exangües labios…
—¡Drácula! —masculló Bannister—. ¡Por fin…!
En ese momento, el ser lívido del ataúd, abrió sus ojos. Unos ojos profundos y terribles, oscuros como la noche. Inyectados en sangre, crueles y malignos. Se fijaron en Bannister. Las manos cruzadas sobre el pecho, céreas y huesudas, parecieron animarse de súbito, muy lenta, muy pausadamente.


Bolsilibros: Selección terror 114. Diosa de la venganza, de Clark Carrados

Novela, Terror

Culberts no le oía. Frenéticamente, se pellizcaba la cara, los brazos, el pecho… De repente, con las dos manos, se desgarró la mugrienta camisa que llevaba puesta.
Otro feroz chillido brotó de su garganta. La piel del resto del cuerpo era tan negra como la de la cara.
Mac Cormick frunció el ceño. En un principio, había creído realmente lo de la broma, pero ahora veía con toda claridad que, por alguna causa desconocida, Bill Culberts se había transformado en un hombre de color.
Negro.
Color negro, como el del cielo en una noche sin luna.
Culberts pareció enloquecer y salió disparado hacia la puerta.
—¡Negro! ¡Soy negro, negro, negro…!
Corría ciego, sin ver, con la mente oscurecida por el repentino terror que le había asaltado al ver la transformación de que había sido objeto. Por dicha razón, no vio el pesado camión de transporte que llegaba en aquel preciso instante y se metió directamente bajo sus ruedas.


Bolsilibros: Selección terror 115. Miedo en los Sargazos, de Curtis Garland

Novela, Terror

No pude por menos de recordar borrosamente, mientras subía a bordo por los escalones de cuerda, en medio de los marineros al mando de Wallace, ciertas frases pronunciadas por aquella misteriosa criatura de los ojos de gato, la mujer amnésica que halláramos a bordo del Mary Jane , cuando hablé con ella en presencia del doctor Gallagher: «Nunca se está a salvo de él…». «Es el espectro de los Sargazos… el monstruo… Quizá ya esté aquí… Él nos llevará a todos hasta el mar Tenebroso… ¡No quiero morir como los demás! ¡No, no quiero volver a los Sargazos!…».
Ella, la muchacha misteriosa que no parecía ser pasajera ni tripulante, a bordo del Mary Jane … Pero entonces, ¿quién era? ¿Por qué estaba a bordo? ¿Qué había sucedido en el mar de los Sargazos, y qué era lo que ella había visto allí? ¿Qué le hizo perder la memoria y sentir aquel terror casi animal, como algo perdido en el subconsciente, y que era lo único que, virtualmente, ataba a aquella hermosa y rara criatura al misterio del pasado del Mary Jane en los Sargazos?


Bolsilibros: Selección terror 117. El Yeti, de Curtis Garland

Novela, Terror

Era aquel sonido.
Aquella extraña resonancia en la noche, más allá de los fantasmales muros de blanco y endurecido hielo…
Un rugido. La voz de algo viviente, emitiendo un gorgoteo siniestro en la oscuridad. Como un aullido, como un jadeo, como un sibilante y ronco estertor animal…
Los sherpas se miraron entre sí, despavoridos. El terror asomó a sus ojos oblicuos, repentinamente angustiados, fijos en la negrura insondable.
—Es él… —musitó uno de los guías tibetanos—. ¡Es… el yeti!
De nuevo, en la noche, se captó el rugido cercano, escalofriante. Muy pálido, Lionel Sothern sintióse estremecer. Los cabellos se le erizaban en la nuca, con un helado y desagradable cosquilleo.
Súbitamente, los dos sherpas exhalaron un doble grito de vivo terror supersticioso… y echaron a correr, en franca huida, desapareciendo en las sombras de la noche.


Bolsilibros: Selección terror 118. ¡Lobos!, de Clark Carrados

Novela, Terror

Kapp se puso en pie. Había apagado las velas. Se acercó a la ventana y pudo darse cuenta de que las nubes se habían disipado. En el cielo brillaba la luna como un disco de plata.
Las mujeres cantaban y bailaban, desnudas, con las manos unidas, en el pequeño claro que había frente a la casa. Al otro lado de aquel corro, Kapp vio unos puntitos fosforescentes, completamente inmóviles, por parejas.
Tragó saliva. Los lobos contemplaban la danza de las mujeres. Todas eran jóvenes y bellas. Kapp reconoció a la chica rubia que se había cruzado con él en el corredor.
De repente, se abrió la puerta de la casa.
—¡Ahí tenéis vuestra comida! —sonó una voz femenina.
Las mujeres aullaron horriblemente. Un hombre, tambaleándose a causa del empujón recibido, salió al claro. Seis hermosas mujeres se arrojaron sobre él.
Los lobos aullaron. Por encima de sus aullidos, Kapp oyó una estridente carcajada. Estaba seguro de que brotaba de la garganta de Andrea.
El hombre cayó al suelo. En un instante fue oculto por la masa de hermosas formas femeninas que se habían abalanzado sobre él. De pronto, la dulce chica rubia alzó la cabeza y miró hacia la ventana.


Bolsilibros: Selección terror 119. El dueño del infierno, de Burton Hare

Novela, Terror

Algo semejante a una rama cubierta de ásperos pelos rígidos golpeó el cristal con terrible fuerza. Todo el coche se bamboleó.
Any comenzó a chillar.
Luego, la masa oscura pareció contorsionarse y una carátula horrible surgió bruscamente, una pesadilla increíble que produjo un extraño sonido.
La muchacha no pudo soportar la espantosa visión. Perdió por completo el control de sus reacciones y, chillando histéricamente, abrió la portezuela de su lado y se lanzó al suelo, al viento y al polvo, echando a correr alocadamente.
Morris se volvió como una centella al darse cuenta de que ella huía.
—¡No seas loca…! —empezó.
Luego, un golpe tremendo en el cristal, y otro, y otro más, y por fin el cristal saltó en una especie de pequeña explosión cuando ya el muchacho intentaba poner en marcha el motor…
Lo oyó runrunear un instante. Tras esto, aquella cosa negra, de pelos ásperos y rígidos, entró por la ventanilla y una tenaza horrible se cerró en torno a su nuca y el infierno se desató en unos instantes mientras los alaridos de Morris West morían poco a poco engullidos por el viento, que apagaba también el runruneo del motor y los extraños y apagados jadeos de la cosa que había surgido de repente como procedente de un mundo de pesadilla.


Bolsilibros: Selección terror 121. Calefacción en la tumba, de Clark Carrados

Novela, Terror

El joven se puso en pie de un salto. Horrorizado, dio un par de pasos hacia atrás. Cassie, por su parte, se agarró a la hoja cerrada de la puerta y volvió la cabeza para no seguir contemplando aquel espantoso espectáculo.
Maybelle había muerto y se transformaba aceleradamente en una vieja de cara arrugada, manos sarmentosas y greñas blanquecinas. El vestido que llevaba puesto y que Folsom sabía era muy ajustado a un cuerpo de formas espléndidas, pareció de repente flotar sobre una figurilla menuda y casi con menos carne que huesos.
Transcurrieron unos minutos. Folsom, al fin, reaccionó y buscó una sábana con la que cubrió el cadáver de una mujer que un día antes tan sólo era una viva estampa de la hermosura y la salud. Ahora, al morir, aparentaba más de setenta años…
¿Cómo se había operado aquella horrible transformación?
¿Qué misterio insondable se encerraba en aquel suceso incomprensible?


Bolsilibros: Selección terror 123. El ojo del infierno, de Burton Hare

Novela, Terror

Su voz se extinguió repentinamente, porque en alguna parte otra voz demencial emitió un alarido tan estremecedor, tan salvaje y vibrante que ahogó incluso el rugido del viento.
—¡A la derecha, John! —gritó George echando a correr.
Menos de un minuto después hallaron el cuerpo tendido en la nieve.
Estaba retorcido de un modo increíble, como si una fuerza sobrehumana hubiera quebrado todos sus miembros. El rostro, cuando aproximaron una lámpara, descubrieron que estaba renegrido, despellejado de un modo espantoso, como si una llama a presión lo hubiera quemado hasta los mismos huesos.
A su alrededor la nieve estaba fundida y del cuerpo se alzaba una suave nube de vapor.


Bolsilibros: Selección terror 124. ¡Comida!, de Clark Carrados

Novela, Terror

El agente Denis Ealon sintió de pronto que algo le tocaba en el hombro. Volvió la cabeza instintivamente, contempló el ser más horrible y repulsivo que hubiera sido capaz de imaginarse.
Era una cosa sin forma, que despedía un olor fétido, insoportable. Tiempo atrás, el agente Ealon había visto una película de divulgación científica. Aquella cosa le pareció una célula gigantesca, como la que había contemplado en la película, un colosal fagocito, devorando una bacteria dañina para el cuerpo humano.
Varios brazos más salieron disparados de la plataforma y envolvieron al guardia Ealon. Los gritos del desdichado fueron acallados cuando uno de aquellos carnosos tentáculos rodeó su cabeza por completo.
El conductor permanecía impasible en su puesto. En aquellos momentos, por casualidad, no pasaba nadie por la carretera.
Sonó una voz de ultratumba:
—Ya tengo comida, ya tengo comida…
La cosa y su comida desaparecieron en el interior de furgoneta.


Bolsilibros: Selección terror 125. El Negro Libro del Horror, de Curtis Garland

Novela, Terror

Está escrito.
Quien encuentre el Negro Libro del Horror y abra sus páginas, desatará los más terribles males sobre la Humanidad. Algo así como una nueva y alucinante Caja de Pandora, capaz de desencadenar las más espantosas calamidades sobre el género humano, llevando al paroxismo del terror a quienes tengan la desgracia de estar presentes en ese nuevo y dantesco aquelarre, en esa orgía frenética y delirante del Mal.


Bolsilibros: Selección terror 127. Prisionero del diablo, de Clark Carrados

Novela, Terror

Colter asintió maquinalmente. Polly atravesó la salita y el pequeño recibidor. Colter quedó solo, entregado a sus pensamientos, con un cigarrillo en los labios y el encendedor en una mano.
De repente, oyó un leve grito. Luego un sordo golpe. Era el ruido inconfundible de una persona que caía al suelo.
Colter se puso en pie de un salto, olvidando en el acto su cigarrillo. Corrió hacia el recibidor y vio a la muchacha caída en el suelo, delante de la puerta.
Al otro lado divisó a un extraño sujeto, vestido casi enteramente de negro, con unas gafas muy grandes, de cristales oscuros, que casi parecían una máscara. La cara del hombre tenía un color amarillento y sus labios, delgados y pálidos, componían una enigmática sonrisa.


Bolsilibros: Selección terror 129. Yo, el diablo, de Burton Hare

Novela, Terror

Todas las miradas se clavaron en el hueco de la puerta.
Luego, el hombre objeto de todas las especulaciones entró.
Era alto, extremadamente delgado y de rostro tan anguloso que bajo las luces tenues del salón sus facciones resaltaron en luces y sombras como una sucesión de ángulos agudos, torpes y sombríos.
Vestía de oscuro y llevaba los cabellos muy largos. Sus cejas eran espesas como cepillos y bajo ellas llameaban los ojos más inquietantes que pudieran darse en un ser humano.
Se detuvo un instante y aquella mirada diabólica se paseó por entre los presentes.


Bolsilibros: Selección terror 130. ¡Muerte a los vampiros!, de Clark Carrados

Novela, Terror

De súbito, un horrible alarido hendió la noche.
Era un grito espantoso, que no se parecía a ninguno de los que Ogilvy había oído en su vida. El tono de aquel alarido le hizo sentir escalofríos, no sólo por lo que podía significar, sino porque procedía de la garganta de la hermosa Leonora.
Salió corriendo de la habitación. De pronto, se topó con el doctor Bezthan, a quien vio lívido, desencajado, con el pecho lleno de manchas de sangre.
—He tenido que hacerlo, he tenido que hacerlo… —decía el galeno una y otra vez—. No era una mujer, sino un ángel infernal.
El doctor Bezthan había salido de una habitación próxima, cuya puerta estaba aún abierta. Aunque lleno de temor, Ogilvy supo reunir las fuerzas suficientes para avanzar hacia aquella estancia y mirar en su interior.
Detrás de él, Bezthan dijo:
—Era preciso hacerlo, había que impedir que se propagase su maldita estirpe…
Ogilvy se mareó a la vista del horrible espectáculo que tenía ante sí. Leonora estaba tendida en su lecho, semidesnuda, con una enorme estaca de madera clavada en el centro del pecho, entre los senos. Había sangre por todas partes y en el suelo, junto a la cama, yacía un gran mazo de madera, herramienta que había servido para hincar la estaca de madera en la blanca y perfumada carne de Leonora, ahora manchada de rojo en gran parte.


Bolsilibros: Selección terror 131. Cuando aúlla el lobo, de Curtis Garland

Novela, Terror

Luego, nuevos zarpazos bestiales cubrieron de sangre aquella figura yacente, entre alaridos desesperados y estremecidos de la infortunada víctima. Forcejeó ella, luchó por apartar de sí aquella forma velluda, tremenda, poderosa y bestial, que estaba cubriendo de surcos desgarrados, sangrantes, su cuerpo todo.
Su grito se ahogó de repente, cuando las temibles zarpas, entre rugidos feroces, cayeron sobre su boca, su nariz, sus mejillas e incluso sus ojos.
El destrozo fue atroz, y la voz de la infortunada Frida se ahogó entre borbotones de sangre, cuando sus labios y encías destrozados dejaron fluir una intensa hemorragia. Uno de los ojos de la chica, reventó en un zarpazo, terminando de mutilar aquella faz, poco antes hermosa y provocativa.
Entre estertores roncos, convulsionado el cuerpo por espasmos de agonía, Frida rodó por la ladera, mientras bajo la blanca luna llena se perdían rugidos horribles, alaridos feroces de animal sediento de sangre, ávido de destrucción…
Luego, una masa velluda se movió a saltos, hasta desaparecer entre matorrales y árboles, en lo más profundo del bosque…
Abajo, en el arroyo, en su orilla, quedó inmóvil un cuerpo de mujer semidesnudo, entre jirones sangrantes de ropa. Las aguas se tiñeron de rojo lentamente. El silencio, el tremendo silencio de la muerte, se enseñoreó del bosque, de las montañas todas…


Bolsilibros: Selección terror 133. La mansión rezumó sangre, de Curtis Garland

Novela, Terror

Porque justamente en medio del camino, yacía aquel cuerpo bañado en sangre, como una piltrafa teñida de escarlata vivo.
Y eso, con ser terrible, no lo era tanto como la dama erguida ante él, con sus ropas negras flotando al viento, igual que un ser de pesadilla… y con sus manos largas y marfileñas mojadas en rojo, goteando sangre copiosamente… Sangre que salpicaba también siniestramente sus ropas, su blanco escote, su rostro, su melena negra, incluso dándole el aspecto de una demoníaca criatura, de un íncubo, surgida directamente de los dominios de Satán.
El coche no pudo frenar a tiempo. Paul tuvo que virar violentamente para no pasar los neumáticos sobre el cuerpo sangrante y precipitarse sobre la alucinante mujer manchada de sangre, con lo que el coche derrapó, yéndose contra un árbol lateral, donde golpeó, por fortuna brevemente y sin fuerza, ya que al fin habían funcionado los frenos.
En algún lugar de la hacienda, a más distancia de ellos, se percibió ahora un largo y terrible alarido de pavor.
Era una voz de mujer, presa del más agudo pánico que jamás creyera advertir cualquiera de los dos jóvenes ocupantes del coche inmovilizado.


Bolsilibros: Selección terror 134. La tumba es mi casa, de Clark Carrados

Novela, Terror

En la tarde gris y desapacible, el sacerdote dijo las últimas oraciones y arrojó un poco de agua bendita sobre la tumba. Los sepultureros permanecían con la cabeza gacha, descubierta, a ambos lados de la tumba. Una mujer sollozaba quedamente. Un hombre se mordía los labios.
El sacerdote expresó su sincero pesar a los familiares. Un sepulturero levantó la tapa del ataúd. El hombre se volvió de espaldas para no contemplar el rostro de la muerta. La mujer se arrodilló para dar el último beso a la que dentro de unos minutos reposaría para siempre en el seno de la tierra.
El ataúd fue cerrado con llave, de la cual se hizo cargo la mujer. Luego, los sepultureros se ocuparon de la labor de bajarlo a la fosa, por medio de una pequeña cabria montada provisionalmente. Era un artefacto que se usaba en algunas ocasiones y se montaba y desmontaba con facilidad.


Bolsilibros: Selección terror 136. La jaula de la bestia, de Clark Carrados

Novela, Terror

Carla retrocedió. La puerta de piedra se cerró de nuevo. Carla se apoyó en lo que ahora era el final de un pasillo ciego. Cerró los ojos; no quería imaginarse siquiera lo que iba a suceder…, pero lo hacía por su propia tranquilidad.
Al otro lado de la puerta, Mathilda descorrió la cortina de un tirón. Entonces, súbitamente, recobró la consciencia.
El ser que había en el fondo del cuarto se levantó gruñendo de un modo horrible. Mathilda gritó…, pero nadie oyó sus desesperadas voces. El corazón se le rompió de miedo, cuando una velluda zarpa se apoyó en su blanco cuello.


Bolsilibros: Selección terror 137. Pánico pop, de Curtis Garland

Novela, Terror

Luego, la puerta, al ceder una abertura no muy amplia, reveló en el corredor una forma oscura, grande, ancha…, ¡como un cuerpo velludo e informe!
El grito de Melody se transformó en terrible alarido de horror. Su voz pareció rasgar la oscuridad, la noche y el silencio en Korstein Manor, y en el pasillo, el bulto indescriptible saltó hacia atrás con una especie de inhumano gruñido, desapareciendo en las sombras del corredor, como a saltos, mientras Melody gritaba, gritaba, gritaba…
Su mano crispada aferró el interruptor de la luz, lo giró una, dos, tres veces, mientras no cesaba de gritar. En vano.
No había luz en la casa. Todo siguió a oscuras.


Bolsilibros: Selección terror 140. Manicomio, de Curtis Garland

Novela, Terror

Giró la cabeza, asustado. Dejó de pensar, de dar vueltas al asunto. Algo más inmediato e inconcreto, más estremecedor y angustioso, le había arrancado de sus reflexiones íntimas. Sus ojos dilatados se clavaron en la sombra, en la amplia sala, más allá de cuya salida se veía el largo, interminable, blanco y aséptico corredor vacío.
Entonces vio al monstruo.
Exhaló un ronco gemido de horror, de angustia. Hubiera querido gritar. Dar aullidos. El terror bloqueaba su garganta. Y helaba el sudor en su rostro. Pero aun así, sabía que hubiera sido capaz de gritar, de gritar desesperadamente. Pero no quiso hacerlo. No se atrevió. Temía al sexto pabellón. Y a las celdas de castigo, Y las duchas, y las camisas de fuerza…
Pero el monstruo estaba allí. Enorme, silencioso. Avanzaba hacia él. ¡Y penetraba en la sala de los dormidos compañeros suyos!
Era… era algo enorme. Monstruoso.