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Bolsilibros - Punto Rojo 303. El caso de la llamada asesina, de Frank Caudett

Policial, Novela

Laura Queen era la secretaria. Melvin Adams era el detective. —¡Hola, preciosa! Lo era, desde luego. Con sus dorados cabellos peinados en alto, crespados a la moda, que lanzaban hacia los ojos un gracioso flequillo pleno de coquetería. Azules como el mar eran sus redondas pupilas, grandes, vivas, que recorrían el sugestivo trazado de las órbitas oblicuas. La nariz, de un trazo recto y respingón, deteníase ante unos labios gordezuelos, rojos, encendidos, que se curvaban en arca suave y atractivo. —Hola, jefe —respondió, inclinándose ligeramente cuando lo lógico era hacer todo lo contrario. Pero así, el cuadrado escote del jersey amarillo apuntaba la fugaz visión del inicio. Melvin, inclinándose a su vez; tomó con suavidad la barbilla en que culminaba aquel rostro ovalado y buscó los rojos labios con avidez.


Bolsilibros - Punto Rojo 312. Las sirenas mueren, de Burton Hare

Policial, Novela

Las cosas empezaron como episodios sueltos que se encadenaron para formar un drama homogéneo y fatal, que fue lo que me arrastró a intervenir de modo activo en lo que, de otro modo, no habría sido nada más que un escándalo entre los muchos escándalos del mundo del cine. Yo había visto a Nora Renton en la pantalla y créanme si les digo que me impresionó desde su primera aparición. Era una rubia sensacional, de busto exuberante, ojos verdes y labios que eran un reto a todo hombre que los miraba una vez. El resto de su cuerpo formaba un conjunto que se había convertido en el símbolo sensual de América y con eso está dicho todo. Bien, la primera indicación de que algo iba mal fue el estallido de la motora. Nora Renton pasaba unos días de descanso en una playa recoleta de Miami en compañía de toda su corte de admiradores oficiales, secretarias y agentes publicitarios, encargados de relaciones públicas y el resto de la tribu que invariablemente rodea a una estrella de su magnitud.


Bolsilibros - Punto Rojo 314. Vengo a buscar tu cadáver, de Frank McFair

Novela, Policial

Se la metió entre el pantalón y la camisa, debajo del cinturón y se miró en el espejo. Su camisa estaba limpia. Había hecho el viaje desde Nueva York en poco tiempo. Se puso un sombrero castaño, y tomó de nuevo la trinchera. Salió. Saludó con la mano al empleado y se encontró en la calle Abbesses. No tomó un taxi. Su destino no estaba lejos. Apenas a quinientos metros, junto a la plaza de Clichy.


Bolsilibros - Punto Rojo 320. No hay descanso para la muerte, de Burton Hare

Policial, Novela

Robert Kyle apuró la bebida y tendió la mirada más allá del paseo que bordeaba la playa. A su derecha, cerrando la perspectiva, se extendían las instalaciones del Club Náutico. Había una infinidad de pequeñas embarcaciones deportivas balanceándose a impulsos de la ligera brisa que llegaba, suave y perfumada, de St. Tropez. Una multitud cosmopolita deambulaba por el paseo. Mujeres de todas las nacionalidades y colores, atuendos llameantes, breves para que pudieran mostrar la mayor parte de su anatomía casi con impudicia. Nadie se conocía y todo el mundo parecía feliz. Por lo menos, Robert Kyle lo era en aquellos momentos. Se levantó, después de dejar unas monedas sobre la mesa, y un instante después se había mezclado entre la multitud. Vestía un pantalón blanco y una camisa deportiva también blanca, abierta mostrando el musculoso torso tostado por el sol y los vientos. Tenía motivos para sentirse satisfecho de sí mismo.


Bolsilibros - Punto Rojo 321. Primera antología del asesinato, de Frank Caudett

Policial, Novela

Milton Douglas, en aquellos instantes, se consideraba el más afortunado de los mortales. Y creía, en su ingenuidad o ignorancia, que era difícil que existiese en el mundo otra persona más feliz que él. En realidad, todos los hombres, a sus veintiocho años, solteros y con la planta física de Milton, podían considerarse pero que muy felices. Douglas frisaba los seis pies de altura, algo así como un simpático gigantón en agraz, tenía el cabello muy negro, azulado de tan negro, y lo peinaba en anchas ondas. Sus ojos grandes, móviles, pletóricos de vida, jovialidad y entusiasmo eran asimismo de un color muy negro, si bien el tono difería al del cabello. Una boca de labios sensuales, de rictus un tanto escéptico, encajaba encima de la partida barbilla entre dos mandíbulas levemente acusadas, varoniles, que ponían en aquel rostro agradable un puntazo de dureza y virilidad. Su cuerpo respondía en todo al del más y mejor consumado gimnasta, no sólo por la contextura, sino también por la metódica eliminación de grasas y la impecable puesta a punto de unos músculos ágiles, elásticos, de una ductilidad casi felina.


Bolsilibros - Punto Rojo 323. Subconsciente, de Frank Caudett

Relato, Policial

Cuando conocí a Bernard Anslinger, todavía era el surintendent Grantley. Anslinger se había doctorado en siquiatría recientemente. Su carácter distaba mucho de atender a esa flema británica con cielo brumoso de que estamos aureolados los ingleses en todas las partes del mundo. Era un muchacho joven, de edad pareja a la mía, activo, dinámico, excesivamente influenciado por las teorías asimiladas durante varios años de estudio, que demostraba una enorme ilusión, unos deseos arrolladores de convencer y constatar que con sus teorías podía cambiar y revolucionar el complejo y misterioso mundo de la mente humana.


Bolsilibros - Punto Rojo 329. En Niza también se muere, de Burton Hare

Novela, Policial

Los yates se mecían, suavemente sobre un mar liso como un cristal. Los gallardetes colgaban, lacios, porque no soplaba una brizna de aire. Había embarcaciones de todos los tamaños y colores. Desde la pequeña motora a la orgullosa «Cris-Craf»; desde el balandro al imponente yate de doscientas toneladas. Sobre todos ellos, el sol reverberaba como resistiéndose a hundirse en el agua con el crepúsculo, arrancando chispazos a los metales cromados y salpicando de oro la espuma del mar.


Bolsilibros - Punto Rojo 334. El muerto ríe, de Clark Carrados

Novela, Policial

Algo le golpeó con no demasiada dureza en la garganta. Wald comenzó a toser. Sacó la pistola. La misma mano golpeó su muñeca, haciendo saltar el arma por los aires. Aun tosiendo, Wald volvió a jurar. Delante de sí divisó una sombra oscura. Wald era un hombre fuerte. El golpe de filo a la garganta no le había afectado demasiado.


Bolsilibros - Punto Rojo 340. El dinero del difunto, de Clark Carrados

Policial, Novela

Stanley Honnard amaneció un buen día muerto en el jardín de su residencia. Lo de «buen día», desde luego, no lo hubiera suscrito él; nadie dice una cosa semejante cuando le meten un balazo en el corazón desde dos pasos de distancia. El señor Honnard, entre otras cosas, tenía la profesión de rico, lo que significa, en su caso, que disponía de gente encargada de ganar lo suficiente para que él pudiera decir que era rico. Lo era y mucho, decenas de millones, según el vulgo; un poco menos, según el interesado, y menos todavía, según el Pisco. Aparentemente, no se le conocían enemigos, por lo que su muerte extrañó bastante. Pero cuando un hombre tiene millones, su peor enemigo es el dinero; siempre hay gente ávida de que el rico muera, para «forrarse» con sus despojos monetarios. Éste, el del dinero, parecía ser el único motivo de la muerte de Honnard, porque no aparecían otros o, por lo menos, con la suficiente fuerza para cometer el asesinato. En cuanto a los sospechosos, las primeras miradas de la policía se fijaron en la viuda.


Bolsilibros - Punto Rojo 344. Cadáver, si así lo quiere, de Frank McFair

Novela, Policial

Una ráfaga de aire frío pareció aventar la niebla, pero solo por unos momentos. Luego, volvió a bajar, lenta, algodonosa. Apenas veía el portal de la casa. Miró hacia arriba. La luz seguía encendida. Así había estado desde antes de que el hombre entrara. Pero lo que ya no veía desde hacía bastante rato era a aquellas dos figuras moviéndose por la habitación. Porque para ser dos personas que se reunían clandestinamente, tomaban muy pocas precauciones. Ni siquiera se les había ocurrido echar las cortinas. Sólo los visillos.


Bolsilibros - Punto Rojo 347. La geometría del terror, de Frank Caudett

Novela, Policial

Otra vez yo, Curtis Talbot, al aparato. 
Hablándoles. 
Para decirles simplemente, como ya he advertido en un principio, que el prólogo que acaban de escuchar es; fue, el génesis de aquel asunto en el que me vi metido, o me metí, mejor dicho, hasta las orejas. 
Creo haber advertido también que me metí en él por causa de Cynthia. 
No… no exactamente porque estuviese loco de amor por ella, no.


Bolsilibros - Punto Rojo 353. El aventurero de Hong-Kong, de Burton Hare

Policial, Novela

Vives un año de infierno y, de pronto, como un estallido, alguien te abre los ojos, te silba en los oídos como una serpiente, y descubres que has estado hundiéndote en lo más inmundo del abismo del alcohol, pudriéndote en un mundo hecho a tu medida, con la vana ilusión de que, de este modo, olvidas y casi dejas de vivir, y ahogas el rencor y el odio y casi revientas, y todo ello por nada. Comprendes que tu hombría te ha fallado y que de haberte comportado de otro modo, todo hubiera podido ser muy distinto. Sólo que, cuando lo descubres, casi siempre es demasiado tarde. Quizá también lo fuera para mí. Y para ella. Sobre todo para ella.


Bolsilibros - Punto Rojo 354. La isla de las trampas, de Clark Carrados

Policial, Novela

Estaba condenado a muerte. Lo sabía. Pero había algo peor que la conciencia de su condena: el convencimiento de que nada de lo que hiciera podría variar el veredicto. Val Sangler se dijo que era absurdo, que no podía suceder, que todo era un sueño…, pero cuando abrió los ojos y vio, por enésima vez, la puerta metálica de su encierro, con el ventanillo desde el cual eran vigiladas sus menores acciones, se convenció, también una vez más, de que la condena era cierta. Iba a morir. ¿Cómo podían suceder cosas semejantes en pleno siglo Veinte?, se preguntó. Sucedían, era la respuesta. No tenía otra explicación plausible, pero ahí estaban los resultados: en su condena a la última pena. Por si fuera poco, Val Sangler tenía un motivo de incertidumbre. ¿Qué método emplearían con él para la ejecución de la pena? ¿Horca? ¿Silla eléctrica?


Bolsilibros - Punto Rojo 356. Por falta de pruebas, de Clark Carrados

Novela, Policial

Estaba terminando de pasarse la maquinilla de afeitar por la cara, cuando la vio a través del espejo. Durante unos instantes, Kent Denning permaneció con la mano derecha en alto y la maquinilla zumbando furiosamente en el vado, sin vello en el que pudieran agarrar sus cuchillas. Era una muchacha de pelo castaño y ojos claros y risueños, bien formada y vestida con discreta elegancia. Tendría unos veintitrés o veinticuatro años y parecía resuelta, inteligente y osada, pero con una innegable dosis de simpatía en su cara, de un óvalo casi perfecto.


Bolsilibros - Punto Rojo 363. La chica de las manos de hada, de Clark Carrados

Novela, Policial

Bien mirado, no se podía decir que la chica poseyera la esbeltez de una sílfide ni que por su cara fuese a ganar el título de Miss Mundo apenas se lo propusiera. La verdad es que, en el sentido estricto de la palabra, no era una belleza. 
Ahora bien, tampoco se puede afirmar que fuese fea. Todo dependía de los ojos que la miraban. Yo la vi alta, con hombros anchos, corpulenta, pero con una cintura bastante delgada y de piernas largas y firmes, pero en modo alguno paquidérmicas. En resumen, era una muchacha robusta, no un marimacho ni mucho menos.


Bolsilibros - Punto Rojo 367. Algo para las ratas, de Frank McFair

Policial, Novela

—Mire, nena —dijo el teniente Riley—, vamos a ver si no nos amontonamos. Dice usted que ese hombre le ha dicho que o le entrega usted mil dólares o se va a ver en dificultades, ¿no es así? —Creí que estaban ustedes tomando nota de lo que yo decía —respondió la muchacha. Tenía el gesto adusto, y apenas se había pintado, pero ello no bastaba para ocultar la perfección de las líneas de su rostro y de su cuerpo. El teniente Riley, que tenía cierta fama, en el cuerpo de policía, de conocedor de mujeres, lo había observado ya: —Bueno, es lo que le digo, nena, ¿no? Que no nos amontonemos. —Sólo uno de los dos se amontona. Usted. —Bueno, bueno, vamos a ver si aclaramos un poco el asunto. ¿Cuáles son las dificultades en que se puede usted ver metida, si no le da a ese tipo los mil dólares?


Bolsilibros - Punto Rojo 368. Un muerto de ida y vuelta, de Clark Carrados

Novela, Policial

Los tres hombres se apearon del coche y contemplaron con cierta aprensión la casa que se destacaba casi en negro, contra el fondo enrojecido del crepúsculo. Era un edificio abandonado, construido en el último cuarto del siglo anterior, de acuerdo con los cánones de la época: techo muy inclinado, de pizarra, altas chimeneas, planta y piso, con una pequeña pero historiada marquesina que protegía la entrada principal, situada a cuatro peldaños sobre el suelo.


Bolsilibros - Punto Rojo 370. El muerto la sabía larga, de Frank Caudett

Novela, Policial

Decir que Wernon Priest era un viejo marrano, asqueroso y repulsivo, es decir una verdad como un templo. Afirmar que Wernon Priest era un «judío» avaro que estaba forrado de dólares, es decir una verdad como un castillo. Asegurar que Wernon Priest no se había casado porque había pensado que a las mujeres las mantuviera su padre, también es cierto. 
Pero un día le ocurrió algo extraño, algo raro. Podía tomarse como una «chochería» de viejo… pero se trataba de una cosa más seria que todo esto.


Bolsilibros - Punto Rojo 373. Los dedos y la víctima, de Debry Peter

Policial, Novela

Suspendido por los pulgares, de una cuerda colgante del techo, Boris Martel se encontraba incómodo, pero no malhumorado. Las situaciones desagradables eran siempre provisionales. Tenían un final: si era definitivo y sin solución, de nada servía preocuparse. Y si había solución, ¿para qué preocuparse? Lo único de lamentar era que pesase cerca de los noventa, aunque no hubiese un gramo de grasa. Pero los dedos eran algo muy sensible, muy delicado. Los dedos humanos. Porque los otros dedos, los anónimos que movían los hilos de las marionetas, de los peleles, de todos los guerrilleros de la lucha secreta e implacable, aquellos dedos eran insensibles. Trató de no pensar en el triángulo que unía su pulgar con el resto de la mano. Aquel ejercicio involuntario de suspensión era un poco más doloroso que los practicados con un profesor cosaco, en su adolescencia.


Bolsilibros - Punto Rojo 374. La leyenda de Josephine Escarten, de Frank Caudett

Novela, Policial

La muerte. Uno de los Cuatro Jinetes... De esos Cuatro Jinetes espectrales, nocturnos, ásperos, esqueléticos, que convierten a todo el mundo en un sendero de catástrofes. Pero la muerte es mucho más perseverante que sus tres fantasmales compañeros. Y ahora sus cascos baten más fuerte... los cascos del caballo sobre el que galopa un jinete llamado terror. El terror que tú has sentido al pensar que alguien te seguía.