La obra poética de Guido Cavalcanti (ca. 1255-1300), con sólo medio centenar de sonetos, baladas y canciones, es la más representativa del Dolce Stil Novo. Nadie lo supera ni en oído musical, ni en profundidad psicológica, ni en ese sentido aristocrático y heterodoxo que habita en sus poemas. Ezra Pound fue su máximo admirador.
«Canek» es un poema en prosa que trata de las causas del levantamiento de los indios sometidos a la arbitrariedad y a la violencia de los terratenientes blancos en el Yucatán de mediados del siglo XVIII. Jacinto Canek, hombre letrado por frailes franciscanos, encabezará la lucha por recuperar la dignidad y la tierra que les heredaron sus ancestros. En la historia también participan el niño Guy y la niña Exa que conciben el mundo desde la generosidad y la comprensión. Ellos, con su indefensión y su ingenuidad, encarnan para Canek la belleza de las cosas simples. Con gran profundidad, el autor desnuda la pureza de los sentimientos de los personajes y embellece los hechos crueles y sangrientos de la guerra. Sobre esta historia Abreu Gómez escribió lo siguiente: «Canek, bueno o malo, es el libro que mejor refleja mi dolor por el dolor de los humildes, de los indios de mi tierra. Si su lectura aviva la conciencia del hombre frente a la injusticia, me tendré por satisfecho». «Canek» es una de las obras más importantes de la literatura mexicana del siglo XX.
El «Cantar de Ruodlieb» recrea un mundo ya perdido, una época de caballeros andantes, espadas, feudos, vasallajes, aldeas cenagosas, danzas de la muerte y sombríos Cristos de la Cruz en cada iglesia prerrománica. Leer el «Ruodlieb» es recuperar ese aliento épico de la Edad Oscura, es sentirse transportado a un mundo de bestiarios y alquimia. Un pequeño gran libro donde se guarda el alma de la caballería medieval. Un remanso de paz para el espíritu. Una alegría para siempre.
Obra cumbre de la literatura alemana y europea del siglo XIII, El Cantar de los Nibelungos es una de las grandes creaciones literarias de la Edad Media, considerada patrimonio cultural de la humanidad. El amor, la amistad, la traición, la venganza, son palabras ligadas de forma indisoluble a nuestra especie, y en El Cantar de los Nibelungos brillan con luz propia, sumergiéndonos en un mundo que responde a las expectativas de lo humano con una intensidad y una profundidad extraordinarias, en esta edición gracias a la magnífica traducción —revisada por Luis Alberto de Cuenca— de José Fernández Bueno.
La primera edición de esta obra, que salió a la venta hace un año aproximadamente, obtuvo una acogida entusiasta de parte del público y de la crítica, y se agotó rápidamente. Tres meses después de su aparición no quedaba un solo ejemplar en poder de la Editorial. La obra iba precedida de un prólogo del gran escritor y poeta español Enrique Diez Cañedo, maestro de maestros, insustituible en el comentario de Fray Luis de León. Sus cuartillas de prosa impecable y de certera comprensión del altísimo autor de «Los nombres de Cristo» y de «La Perfecta Casada», van también precediendo a la segunda edición del CANTAR DE LOS CANTARES. Las ilustraciones no se reproducen íntegramente. En un deseo de superación y de más justa interpretación de la obra poética y mística, se han conservado algunas de las acuarelas y viñetas, en tanto otras han sido ventajosamente sustituidas. El propio Bardasano, pintor cuyo renombre es cada vez mayor, ha dibujado y pintado las nuevas ilustraciones, que no dudamos serán apreciadas como merecen. La nueva edición del CANTAR DE LOS CANTARES que aquí presentamos ha sido cuidada con esmero y supera en mucho a la anterior.
Las «quadras» portuguesas, equivalentes a nuestros cantares, canciones o coplas, son cuartetas octosilábicas de rima alterna, generalmente populares pero que han sido escritas también a lo largo de los siglos por los poetas «cultos». Uno de estos fue Fernando Pessoa, que junto a sus muchas innovaciones y enriquecimientos de la lírica portuguesa, se mostró fiel a esta forma popular desde su infancia hasta sus últimos días, dejando recopiladas en 1935, el año de su muerte, unos centenares de «quadras», editadas póstumamente y reeditadas en numerosas ocasiones. Pese a ello, no habían sido nunca vertidas al castellano. Su traductor, Jesús Munárriz, hace un paralelo entre estos cantares portugueses y los españoles, remitiéndose a la familia de los Machado, en la que el padre los recogió y publicó, como folklorista, y los dos hijos, Manuel y Antonio, coetáneos de Pessoa, y amigo el ultimo como él de los heterónimos, los asimilaron en su propia obra y los escribieron como poetas. Para el lisboeta, que había adquirido la mayor parte de su formación literaria en lengua inglesa, las «quadras» eran su manera más portuguesa de escribir poesía, la que le ligaba más radicalmente a su idioma. Teorizó sobre ellas y llegó a denominarlas «poemas perfectos de cuatro versos». Dentro de su producción son una parcela peculiar, diferente, menos ambiciosa tal vez, pero no por ello desdeñable, como no lo es ninguna faceta de su inmensa obra literaria.
Si en cualquier tertulia del actual parnaso literario se pregunta a un contertulio dónde descansa Machado, nos mirarían con expresión de asombro y responderían que en Collioure. Les diríamos que pensabamos en Manuel, y con toda seguridad nos dirían algo como: «¡Ah!, creí que te referías al poeta. El hermano de Antonio creo que está enterrado en Madrid. La verdad es que no sé en qué Cementerio…». Manuel Machado, es una de las grandes plumas de la poesía española de todos los tiempos, pero una pluma tristemente silenciada. Miguel d’Ors considera que ««esto, probablemente, se debe a factores extraliterarios; para no andarnos con vaguedades, factores políticos»». Este poemario, («Cantares») reunido y editado específicamente para EPL, intenta deshelar el corazón de don Manuel, sin dramatismo, ayudándonos de sus textos, cuya lectura nos haga apreciar el incuestionable valor del poeta que definió Andalucía magistralmente con cuatro trazos impresionistas: «Cádiz, salada claridad; Granada,/agua oculta que llora/Romana y mora, Córdoba callada/Málaga cantaora/Almería dorada/Plateado Jaén Huelva, la orilla/de las Tres Carabelas… /y Sevilla».
«Cantares de Ise» («Ise Monogatari») es la obra más famosa de la literatura clásica japonesa. Se difundió anónimamente hacia el año 950 de nuestra era, aunque su acción se remonta al siglo anterior. Su protagonista, Narijira de Ariuara (825-880), soldado, poeta y amante cortesano, fue también autor del diario íntimo, hoy perdido, en que recogió originariamente estos 125 episodios autobiográficos, amorosos en su mayor parte, así como los poemas que le inspiraron. Este diario reelaborado y completado por un autor anónimo un siglo después, forma el texto al que tradicionalmente se ha dado el nombre de «Cantares de Ise». Se trata de una obra de difícil clasificación, ya que los «Cantares de Ise» son al mismo tiempo la primera historia novelada, la primera narración lírica, la primera épica dramatizada y el primer ensayo sobre el amor y la muerte de la literatura japonesa. No es extraño, pues, que se los considere como la fuente misma de tal literatura y sean su obra más estudiada, la más influyente y probablemente la mejor. Ilustran esta edición 16 grabados, de autor desconocido, procedentes de la primera impresión japonesa de los «Ise Monogatari» (Kyoto, 1608). Antonio Cabezas (Huelva 1931-2008) dedicó su vida a la cultura y la literatura japonesas, que difundió y popularizó en España con numerosas traducciones y publicaciones.
En 1974, Armando Tejada Gómez escribió un cancionero folklórico titulado Canto popular de las comidas. Allí reflexionaba acerca de la íntima relación que existe entre las comidas y la vida del hombre y de los pueblos. El libro obtuvo el premio de poesía Casa de las Américas y más tarde Tejada Gómez estrenó, junto con el Dúo Salteño, un espectáculo en el que alternaba textos del Canto popular... con canciones musicalizadas por el salteño Gustavo «Cuchi» Leguizamón. Canto popular de las comidas se divide en dos partes. La primera repasa el lugar histórico de las comidas desde la época precolombina, pasando por la conquista, la colonización, el surgimiento de la nación y las luchas de liberación; después de un preludio en el que revisa los grandes textos sagrados y poéticos del pasado. Así, la comida es una parte sustancial de la herencia cultural latinoamericana. En la segunda parte del libro, más fragmentada, la comida y los alimentos (o la ausencia de ellos) aparecen íntimamente relacionados con la situación social argentina y latinoamericana.
Aunque Friedrich Hölderlin concibió toda su obra poética, al modo de los rapsodas griegos, como un canto (Gesang), utilizó también ese término para designar unos determinados poemas tardíos: los que escribió entre mayo de 1801 y diciembre de 1803. Pero la novedad que entrañan los cantos es más de fondo que de forma. El «nuevo estilo» (neue Sangart), señala Antonio Pau —autor de esta edición—, se caracteriza por tres rasgos: los poemas están impregnados de un tinte memorialístico, adoptan un tono elevado, abundan las afirmaciones gnómicas o aforísticas.
Ausiàs March renovó las formas de expresión poética trobadorescas y ofreció nuevos instrumentos intelectuales para analizar la naturaleza del amor y el mundo interior del enamorado. Los Cantos de Amor, traducidos por Jorge de Montemayor, nos proporcionan una guía indispensable para acceder a este poeta universal.
Escritos en torno al año 1500 a. C., los Cantos de Amor eran recitados en público por las calles, las tabernas y los campos, acompañados del son del laúd, del arpa, del tamboril y de las palmas. Los Cantos de Amor son un género muy particular. Escritos en un lenguaje popular, son el producto característico de una época en la que la alegría de vivir estaba incluso en las tumbas. Constituyen para nosotros unos documentos de gran interés histórico y cultural, pero el alcance de estas informaciones es secundario ante la poesía, la delicadeza y la humanidad que se desprende de ellos y del himno al amor que cantan.
Las dos partes de que consta este libro —Cantos iberos (1954) y Otros poemas, extraídos de Lo que faltaba (1966)— son los dos extremos de un arco que mantuve tenso durante muchos años. Pero aunque la dirección en que así apuntaba era única, resulta fácil advertir la diferencia entre esas dos tandas de poemas. CANTOS IBEROS (1954) fue escrito en los años de furor y esperanza, pero a pesar de eso, o quizá por eso mismo, es el libro más calculado para producir un determinado efecto de cuantos he escrito en mi vida. Y esto, tanto por su técnica, basada en un terco verso martilleante y en un continuo recurso al pedal fuerte de las oxítonas, como por su temática, basada en esa problemática de España que, desde nuestros ilustrados, y pasando por los escritores del 98, llega a libros tan candentes para mí como «España, aparta de mí este cáliz» y «España en el corazón». Piénsese, para comprender ciertas aparentes contradicciones de estos cantos con mis poemas vascos, cuánto me impresionaba a mí el que César Vallejo y Pablo Neruda, aun no siendo mesetarios, como yo no lo soy, pudieran sentir en su entraña los problemas de la península. Pues la cuestión de que se trata —más que castellana— es ibera. No se olvide que si CANTOS IBEROS nació del furor y de la esperanza, nació también en los años en que yo repetía: «La poesía es un arma cargada de futuro», y «La poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo». Como tal instrumento la traté en este libro, y no me sería difícil dar una explicación de cómo compuse estos poemas, parecida en el estilo, aunque no en el valor, a la que Poe dio de su poema «El cuervo». La segunda parte de este libro —OTROS POEMAS, extraídos de LO QUE FALTABA— está escrita de una manera mucho más laxa, y a veces casi como una crónica de sucesos. Por eso, y porque al cambiar las circunstancias muchos de estos versos han perdido, con la anécdota a que aludían, su soterrada intención, he suprimido muchos poemas de la 1ª edición, y he dejado sólo los que me parecían de un interés general.
Esta selección de «Cantos» de Leopardi propone al lector, a través de la introducción de la profesora Milagros Arizmendi y del ensayo conclusivo del catedrático de literatura bíblica Ignacio Carbajosa, una original mirada sobre la obra del poeta de Recanati que nos permite descubrir por qué quien es considerado por muchos como un símbolo del pesimismo, puede ser, paradójicamente, un compañero decisivo de nuestro camino humano.
En esta tercera edición de «Canto villano. Poesía reunida», 1949-1994, de Blanca Varela, se incluyen los poemarios «Ese puerto existe» (1949-1959), «Luz de día» (1960-1963), «Valses y otras falsas confesiones» (1964-1971), «Canto villano» (1972-1978), «Ejercicios materiales» (1978-1993), «El libro de barro» (1993-1994). Además, esta edición cuenta con una carta inédita del poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen dirigida a Blanca Varela, encontrada entre los archivos de la poeta. También, el lector hallará textos introductorios canónicos sobre la poesía de Blanca Varela, escritos por los críticos y ensayistas Adolfo Castañón y Roberto Paoli. El volumen cierra con dos epílogos a cargo del sociólogo Gonzalo Portocarrero y la poeta Ethel Barja.
A fin de palpar la poesía a través de pinceladas de palabras, tal como si tratase de estar pintando con letras sobre un lienzo imaginario, Diego Fortunato nos presenta este nuevo poemario titulado “Caricias al tiempo”, donde plasma con sutil armonía el tiempo, inexorable e intangible, pero muy vivo y real. En su viaje interior, el poeta nos hace cabalgar sobre un mundo lleno de sueños, fantasía y nobles sentimientos. Un mundo donde los fantasmas del tiempo se funden en perfumada belleza de palabras vivas y delicadas. Versos de inagotable blancura y alucinantes metáforas se entretejen en cada una de las páginas de este pequeño, pero rico libro.
Carne de píxel, desde su mismo título, expresa y desarrolla una paradoja fundamental de la época de la hipercomunicación: el píxel se ha constituido en vía de acceso privilegiada a lo carnal, en el origen de su imagen, pero el píxel es en su origen una cifra, una no-imagen, un elemento irremediablemente «vacío». Por esa paradoja y ese vacío, viajan los dos personajes de Carne de píxel. Una mujer y un hombre que recorren en círculos una ciudad, que observan y capturan las imágenes de su geografía —una zanja, un periódico, una habitación, un papel higiénico—, viéndolas sin verlas, y las transforman en correlatos de su geografía emocional. Esta pareja ha viajado a una ciudad para comprender, o construir, o detener, su fin y su ruptura, el inevitable lastre de incomunicación que recorre cualquier diálogo, la soledad de cualquier unión.
Con este poema continuo en tres movimientos, Guillermo Carnero retorna a la poesía extensa tras «Espejo de gran niebla» (2002), «Fuente de Médicis» (2006) y «Cuatro noches romanas» (2009), añadiendo un quinto eslabón a la serie iniciada en 1999 con «Verano inglés». El título alude, en italiano y en español, tanto al precioso papel pintado que se fabrica en Florencia como a una epístola allí surgida y escrita, no en vano el imaginario del libro es básicamente florentino, con ecos lisboetas y romanos. Meditación acerca del amor, el sexo y el desamor como estímulos de la visión del mundo, de la conciencia de la propia identidad y de la revelación de ambas en el discurso de la poesía, «Carta florentina» indaga el impacto de la realidad en los sentidos, su erosión por el paso del tiempo y su reaparición en la conciencia como haz de símbolos engarzados por una lógica emocional que se formula en lenguaje para redimir la degradación y la pérdida, y para que esa formulación perdure. El agua es símbolo central: en forma de lluvia, río, marea, ola y fuente da cuenta del flujo del presente hacia el olvido y de su restitución en la memoria recobrada y escrita.
26 de septiembre de 1929 Ophelinha pequeña: No sé si me quiere, pero voy a escribirle esta carta por eso mismo. Como me dijo que mañana evitaría verme entre las cinco y cuarto y las cinco y media en la parada del tranvía que no es de allí, allí estaré exactamente. Sin embargo, como se da la circunstancia de que el Sr. Ingeniero Álvaro de Campos tiene que acompañarme mañana durante gran parte del día, no sé si será posible evitar la presencia —por lo demás agradable— de ese señor durante el viaje a ciertas ventanas cuyo color ahora no recuerdo. El viejo amigo al que me acabo de referir, tiene además algo que decirle. Se niega a darme cualquier explicación de lo que se trata, pero espero y confío que, ante su presencia, tendrá ocasión de decirme, o decirle, o decirnos, de qué se trata. Hasta entonces permanezco silencioso, atento e incluso expectante. De modo que hasta mañana, boquita dulce, Fernando. Cuarenta y ocho cartas y dieciséis poemas de amor dan testimonio del secreto y sublime romance entre el poeta portugués y la joven Ophélia de Queirós. Una correspondencia forjada en los años decisivos de la producción literaria de Fernando Pessoa. El prólogo de Antonio Tabucchi reflexiona sobre este curioso epistolario al que el gran artista plástico Antonio Seguí ha dedicado una veintena de exquisitas estampas.
Una colección de poemas de Ane Santiago, acompañados por las maravillosas ilustraciones de Elena Pancorbo. Como todo lo que escribe en su blog Cartasaningunaparte, las poesías de Ane Santiago, son genuinas reflexiones sobre la vida cotidiana, sobre la transición a la edad adulta y los sentimientos que, sin quererlo, a todos se nos agolpan entre el corazón y la cabeza. Sus palabras son de una honestidad brutal y tratan del amor, el desamor y la búsqueda de un lugar propio en el mundo.